La lenta agonía de un ciclo que termina
La crisis que enfrenta el gobierno de Cristina Fernández no es más que una nueva vuelta de tuerca de la espiral descendente en la que se encuentra inmerso el país desde hace al menos 60 años.
Por Eduardo Sartelli*
El gobierno de Cristina Fernández se enfrenta a un escenario complejo, impensable un año y medio atrás.
A poco de haber ganado arrolladoramente, la Presidenta se recluyó en un exilio autoimpuesto, con el argumento de un problema de salud, mientras su renovado gabinete se deslizaba por la pendiente de “más de lo mismo” luego de haber amagado con una reconstrucción completa de la política oficialista.
La rebelión policial primero, y los cortes de electricidad después, abortaron la experiencia Capitanich apenas iniciada. La sensación de que Cristina gastó su último cartucho y de que el país se encuentra a la deriva, con el timón roto, viento en contra y oleaje creciente, se hace cada vez más evidente.
Se encuentra, entonces, en una encrucijada: o realiza un cambio de 180 grados en la política económica o las consecuencias son impredecibles.
“El modelo” está empantanado, a la espera de una solución mágica (los dólares de la nueva cosecha, los resultados de Vaca Muerta, el retorno al endeudamiento externo), mientras intenta implementar un ajuste brutal sin que se note: una devaluación que se acelera, una rebaja salarial sustantiva a través del techo a las paritarias, una liberalización de precios escondida tras un acuerdo cuya única consecuencia concreta es la disparada remarcatoria, un sinceramiento de tarifas de transporte y combustible.
Ninguna de las dos vías resuelve nada. La ilusoria, porque pretende que el mercado mundial sigue soplando a favor, lo cual es falso; la realista, porque es la crisis misma.
Claves del fracaso
Para entender las alternativas posibles, es menester preguntarnos por qué hemos llegado a esta situación. Recordemos que el Gobierno se jacta de su modelo, al que caracteriza como “de crecimiento con inclusión”. Esto significa aumento de la ocupación y los ingresos, desendeudamiento externo, expansión de las reservas, superávit en las cuentas externas y en el presupuesto estatal e inflación controlada. ¿Por qué, entonces, estamos como estamos?
Una economía peculiar
Para entender el fracaso kirchnerista es necesario repasar las peculiaridades constitutivas de la economía argentina. Argentina es un país agrario. Durante la primera etapa de su vida se expandió a un ritmo notable, transformando un desierto en una economía capitalista desarrollada. Pero hacia mitad del siglo 20 el galope se transformó en trote y, para fines de él, en paso cansino.
La disminución del ritmo de crecimiento histórico de la Argentina coincide con el despliegue de la industria por sustitución de importaciones. Mercado internista, atrasado y de limitada competitividad mundial, sólo sobrevive por transferencias de ingresos del sector agrario. Desde el Instituto Argentino de Promoción e Intercambio (Iapi) hasta las retenciones kirchneristas, la industria local constituye un límite al crecimiento económico.
Mientras los precios agrarios se mantienen altos, toda la economía se expande, aunque haya tropezones de vez en cuando. Es lo que sucedió entre 1920 y 1950.
A largo plazo, sin embargo, la situación se agrava por el creciente peso del PBI no agrario, que se vuelve una carga cada vez más difícil de sostener.
Los tropezones se vuelven caídas cada vez más graves entre los ‘50 y los ‘70 y se transforman en verdaderas catástrofes cada siete o 10 años (1975-1982-1989-2001-2012).
Para compensar la insuficiencia de la renta agraria, aparecen la deuda y la inflación, que postergan y magnifican las crisis. Estas resultan, a largo plazo, en una tendencia a la degradación constante de la vida del conjunto de la población.
Los años ‘80 fueron los de la inflación y la deuda; los ‘90, los de la deuda y las privatizaciones. La década kirchnerista se apoyó en la expansión agraria, del consumo no reproductivo de la infraestructura energética y de servicios instalada durante los ‘90 y de los bajos salarios conquistados por Menem y la crisis del 2001. Es decir, las ilusiones K se nutrieron de la renta agraria y la herencia menemista.
Entonces, ¿por qué estamos como estamos? La respuesta es sencilla: porque hemos llegado al final de un ciclo de expansión ininterrumpida de precios agropecuarios y ya nos hemos gastado la herencia de tío Carlos. La realidad, entonces, vuelve por sus fueros. La crisis que enfrenta el gobierno de Cristina Fernández no es más que una nueva vuelta de tuerca de la espiral descendente en la que se encuentra inmerso el país desde hace al menos 60 años.
¿Cómo se resuelve esto? A la manera capitalista, es decir, del Gobierno y la oposición, por una nueva ronda de compensaciones: más deuda, más inflación, más pobreza. Lo que los diferencia es la forma. El Gobierno no atina a definirse entre dejarse llevar de modo caótico a la catástrofe (Rodrigazo) u ordenar el proceso mediante un ajuste hecho y derecho (Plan Austral); la oposición espera que el Gobierno se inmole o que la crisis estalle y las variables se ordenen por sí mismas.
A las masas argentinas les queda la tarea de buscar una alternativa por fuera de los programas y partidos que han gobernado la Argentina desde 1810 a la fecha. La larga agonía de la Argentina kirchnerista no es sino un capítulo más de la larga agonía de todo un país, de la que no saldrá hasta que otra clase la reconstruya a su imagen y semejanza.
*Doctor en Historia, director del Centro de Estudio e Investigación en Ciencias Sociales (Ceics).