¿En qué consiste, pues, nuestra tarea actual? ¿Qué debemos aprender? ¿A qué debemos tender ante todo? Tenemos que aprender a trabajar correctamente, de manera exacta, esmerada, económica. Necesitamos cultura en el trabajo, cultura en la vida, cultura en la vida cotidiana. Hemos derribado el reino de los explotadores (después de una larga preparación) gracias a la palanca de la insurrección armada. No existe palanca apropiada para elevar de un sólo golpe el nivel cultural. Esto requiere un largo proceso de autoeducación de la clase obrera acompañada y seguida por el campesinado. Sobre ese cambio de orientación de nuestra atención, de nuestros esfuerzos, de nuestros métodos, el camarada Lenin escribe en su artículo dedicado a la cooperación:
“Nos vemos forzados a admitir que nuestra posición con relación al socialismo se ha modificado radicalmente. Ese cambio radical consiste en que antes nuestros principales esfuerzos se dirigían necesariamente a la lucha política, la revolución, la conquista del poder, etc. Mientras que ahora el centro de gravedad se desplaza de tal manera, que llegará a situarse en el trabajo pacífico de organización cultural. Estoy dispuesto a afirmar que el centro de gravedad debería situarse en el trabajo cultural, si no fuera por las condiciones internacionales y la necesidad de luchar por nuestra posición en escala internacional. Pero si dejamos de lado este factor, si nos limitamos a las condiciones económicas internas, el esfuerzo esencial debe dedicarse al trabajo cultural.”
Por consiguiente, las tareas exigidas por nuestra situación internacional nos apartan de nuestro trabajo cultural, aunque esto sea cierto sólo a medias, como vamos a ver. En nuestra situación internacional, el factor principal es el de la defensa del estado, es decir, en primera línea el ejército rojo. En este plano extremadamente importante, las nueve décimas partes de nuestra tarea desembocan en el trabajo cultural: hay que elevar el nivel del ejército, ante todo hace falta que sepa leer y escribir; hay que enseñarle a servirse de un manual, de libros, de mapas geográficos; hay que acostumbrarlo a un mayor esmero, exactitud, corrección, economía, facultad de observación. Ningún milagro resolverá de un sólo golpe esta tarea. Después de la guerra civil, durante la transición hacia la nueva época, el intento por dotar nuestro trabajo de una saludable “doctrina de guerra proletaria” fue el ejemplo más flagrante, el más evidente de la incomprensión opuesta a las tareas de la nueva época. Los proyectos extravagantes, tendientes a la creación de laboratorios destinados a elaborar una “cultura proletaria” proceden de la misma fuente. Esta búsqueda de la piedra filosofal resulta de la desesperación ante nuestro atraso, al mismo tiempo que de la creencia en los milagros que, ya de por sí, es un índice de atraso. (…) En el plano de la cultura proletaria, hay que aplicarse diariamente al progreso de la cultura, que es el único que podrá dotar de un contenido socialista a las principales adquisiciones de la revolución. He aquí lo que hay que comprender, so pena de jugar un juego reaccionario en el desarrollo del pensamiento y del trabajo del partido.
Cuando el camarada Lenin dice que nuestras tareas actuales no pertenecen tanto al terreno político como al de la cultura, hay que entenderse sobre los términos, a fin de evitar una falsa interpretación de su pensamiento. En cierto sentido, todo está determinado por la política. En sí mismo, el consejo del camarada Lenin de trasladar nuestra atención de la política a la cultura, es un consejo de orden político. Si en un momento dado, en un determinado país, el partido obrero decide plantear primero reivindicaciones económicas más bien que políticas, esta decisión tiene en sí un carácter político. Es evidente que la palabra “político” se emplea aquí en dos acepciones distintas: primeramente en el sentido amplio del materialismo dialéctico, que abarca el conjunto de todas las ideas, métodos y sistemas rectores aptos para orientar la actividad colectiva en todos los campos de la vida pública; luego, en el sentido estricto y específico que caracteriza a una parte determinada de la actividad pública, en lo que respecta directamente a la lucha por el poder, y que se distingue del trabajo económico, cultural, etc. Cuando el camarada Lenin escribe que la política es economía concentrada, considera a la política en el sentido amplio, filosófico.
Cuando el camarada Lenin dice: “Menos política y más economía”, se refiere a la política en el sentido restringido y específico. El término puede emplearse tanto en un sentido como en otro, ya que tal empleo está consagrado por el uso. Basta con comprender claramente de lo que se trata en cada caso específico. La organización comunista consiste en un partido político en el sentido amplio, histórico o, si se quiere, en el sentido filosófico del término. Los otros partidos actuales son políticos, sobre todo porque hacen (pequeña) política. La transferencia de la atención de nuestro partido al trabajo cultural no comprende, pues, disminución alguna de su papel político. Su papel histórico determinante (es decir, político), lo ejercerá el partido precisamente concentrando su atención en el trabajo de educación y en la dirección de ese trabajo. Sólo el resultado de largos años de trabajo socialista fructífero en el plano interior, llevado a cabo bajo la garantía de la seguridad exterior, podría deshacer las trabas que implica el partido, haciendo que éste se reabsorba en la comunidad socialista. De aquí a entonces hay un trecho tan largo, que mejor vale no pensar en ello… En lo inmediato, el partido debe conservar íntegramente sus características principales: cohesión moral, centralización, disciplina, únicas garantías de nuestra capacidad de combate. Bajo las nuevas condiciones esas inapreciables virtudes comunistas podrán precisamente mantenerse y desplegarse, a condición que las necesidades económicas y culturales sean satisfechas de forma perfecta, hábil, exacta y minuciosa. Considerando justamente esas tareas, a las que hay que conceder la preeminencia en nuestra política actual, el partido se dedica a repartir y a agrupar sus fuerzas, educando a la nueva generación. Dicho de otro modo: la gran política exige que el trabajo de agitación, de propaganda, de reparto de los esfuerzos, de instrucción y de educación se concentre en las tareas y en las necesidades de la economía y de la cultura, y no en la “política”, en el sentido estrecho y particular del término. El proletariado representa una poderosa unidad social, que se despliega plena y definitivamente en períodos de lucha revolucionaria aguda en pro de los objetivos de la clase en su totalidad. Pero en el interior de esta unidad se observa una diversidad extraordinaria, y hasta una disparidad no despreciable. Entre el pastor ignorante y analfabeto y el mecánico altamente calificado, existe un gran número de calificaciones, de niveles de cultura y de adaptación a la vida cotidiana. Cada capa, cada corporación, cada grupo se compone, después de todo, de seres vivos, de edad y temperamento diferentes, cada uno de ellos con un pasado distinto. Si esta diversidad no existiera, el trabajo del partido comunista, en lo referente a la unificación y a la educación del proletariado, sería sumamente sencillo. Sin embargo, ¡cuán difícil es ese trabajo, como vemos en Europa occidental! Se puede decir que mientras más rica es la historia de un país y, por consiguiente, la historia de su clase obrera, mientras más educación, tradición y capacidades ha adquirido, más contiene antiguos grupos y más difícil resulta constituirla en unidad revolucionaria. Tanto en historia como en tradiciones, nuestro proletariado es muy pobre. Esto es lo que ha facilitado, sin duda alguna, su preparación revolucionaria para la conmoción de octubre. Esto es también lo que ha hecho más difícil su trabajo de edificación después de octubre. Exceptuando a la capa superior, nuestros obreros están desprovistos indistintamente de las capacidades y de los conocimientos culturales más elementales (en lo referente a la limpieza, la facultad de leer y de escribir, la exactitud, etc.). A lo largo de un extenso período el obrero europeo ha adquirido paulatinamente esas capacidades en el marco del orden burgués: he ahí por qué, a través de sus capas superiores, está tan estrechamente ligado al régimen burgués, a su democracia, a la prensa capitalista y demás ventajas. Por el contrario nuestra burguesía atrasada no tenía casi nada que ofrecer en ese sentido, por lo que el proletariado ruso pudo romper más fácilmente con el régimen burgués, y derrocarlo. Por esa misma razón, la mayoría de nuestro proletariado se ve obligado a adquirir y reunir las capacidades culturales rudimentarias solamente hoy, es decir, sobre la base del estado obrero ya socialista. La historia no nos da nada gratuitamente: la rebaja que nos concede en un campo (el de la política) se la cobra en el otro (el de la cultura). En la misma medida en que fuera fácil (desde luego, relativamente) la sacudida revolucionaria para el proletariado ruso, le resulta difícil la edificación socialista.