Fiel a su caradurez, el debate por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo encontró a Cristina disfrazándose de feminista. Primero, fueron las fotos posando con adolescentes que llevaban el pañuelo verde. Después, siguió con las acusaciones de “machirulo” y el uso del lenguaje inclusivo en sus twitts. Parece que “la jefa” ahora se “deconstruyó”. Pero como sabemos, hay que tener pies de plomo y no confiar nunca en lo que los patrones dicen. Conviene siempre ir a los hechos duros. Repasemos entonces lo que Néstor y Cristina hicieron durante la “década ganada” frente al principal enemigo del aborto seguro, legal y gratuito: la Iglesia.
Empecemos por lo obvio. El kirchnerismo fue un acérrimo enemigo del derecho de las mujeres a la interrupción del embarazo. Cristina estuvo a la cabeza del ejecutivo y contaba con mayoría en las cámaras legislativas. Por lo tanto, si hubiese tenido la voluntad de hacerlo, podía hacer pasar el proyecto. Hizo todo lo contrario. Lo bloqueó. No una, no dos, sino seis veces. Por aquellos años no tenía empacho en reconocer lo obvio. En 2003 se manifestó en contra, y siendo muy sincera señaló: “Yo no soy progre, soy peronista”. Dos años más tarde volvió a la carga: “Estoy en contra del aborto porque soy católica, pero también debido a profundas convicciones.”
Como si esto fuera poco, en 2013 llevó adelante una modificación del Código Civil. ¿Qué cambió? Muchas cosas, pero en relación a lo que nos interesa aquí, ese nuevo Código estipuló que la vida humana comienza desde la concepción misma… No es difícil ver allí la mano de Francisco.
Pero esto no fue lo único que ganó la Iglesia Católica con los K. Las leyes 21.540, 21.950, 22.162, 22.430 y 22.950, sancionadas durante la última dictadura militar, encargan al Estado parte del sostenimiento de la cúpula eclesiástica en el país. De este modo, se compromete a pagar sueldos y pensiones por vejez o invalidez a todos los funcionarios religiosos. Para que tenga una idea, en 2014 un sueldo de Arzobispo u Obispo rondaba los $ 20.000, cuando el salario mínimo, vital y móvil estaba en $ 4.400. Obviamente, ni Nestor ni Cristina tocaron nada de esto. Para peor, incrementaron la estructura de la Iglesia: hacia 2004 la Secretaria de Culto sostenía a 114 arzobispos y 460 sacerdotes, mientras que en 2015 las cifras ascienden a 133 y 640. Un crecimiento del 35%. Vale recordar que en 2006 hubo un proyecto de ley, que introducía unas muy tibias reformas a esta estructura, descargando parte de la financiación a los propios creyentes, y que, sin embargo, quedó cajoneado.
A estas transferencias de fondos directas a la Iglesia, hay que sumarles los aportes que el gobierno hizo en otros conceptos, como la restauración de templos. Desde 2003 y hasta noviembre del 2014, el kirchnerismo había realizado 40 obras en iglesias, basílicas, catedrales, capillas y demás edificios de la Iglesia Católica, con una inversión total de $ 70 millones de pesos. Otras 18 obras se encontraban en ejecución por un monto de $ 141 millones de pesos. Sin embargo, en ese momento Cristina anunciaba un plan mucho más ambicioso: la restauración de la basílica de Luján, la basílica San Francisco de Asís, la Catedral Nuestra Señora de las Mercedes y edificios menores en Buenos Aires y Tucumán. Para ello destinó nada menos que $ 415 millones de pesos.
Cerremos con un último dato. En 2015 el gobierno derogó el artículo 8º de la Ley 1.420, ley que en teoría garantiza la educación laica. Decimos en teoría, porque en realidad solo estipulaba que “la enseñanza religiosa solo podrá ser dada en las escuelas públicas por los ministros autorizados de los diferentes cultos a los niños de su respectiva comunión, y antes o después de las horas de clase”. Sin embargo, el kirchnerismo directamente lo eliminó.
Dicho todo esto, cuesta creer en la “deconstrucción” de Cristina. Más bien, lo que se confirma, es que ella y Néstor fueron lo que en los barrios se llama chupacirios.