En estos días, en la ciudad de Mar del Plata se vio una escena que por lo insólita no deja de ser un hecho más de la larga lista de entregas y agachadas de la burocracia sindical peronista. En este caso, de la mafia de la UOCRA. Cesar Trujillo, el mandamás de la filial marplatense del gremio decidió convocar a una “huelga japonesa” para lograr la reapertura de la actividad, en medio de una escalada de contagios.
Seguramente el lector conozca la leyenda urbana de las “huelgas japonesas”. Cada dos por tres, cuando se quiere atacar un paro, se dice que en Japón los trabajadores apelan a una forma particular de lucha: en lugar de frenar la producción, la aceleran, trabajan más intensamente y generan una sobreproducción. Probablemente, el patrón ficticio de estos trabajadores ficticios termine más contento que preocupado. Pero lo que importa es que este cuentito lo que busca es acusar de “vagos” a los que luchan. En los “países serios” los obreros no dejarían de trabajar nunca, acá “son todos chantas”…
¿A qué viene esto? Como decíamos al comienzo, la UOCRA marplatense empujó a todos los trabajadores de la construcción a volver a sus puestos de trabajo. No es ninguna huelga, eso está claro. Tampoco se esgrime ninguna reivindicación obrera. De lo que se trata es de exponer a los laburantes para lograr la reapertura de la actividad y que se engrosen los bolsillos de los patrones.
El sector de la construcción es uno de los más golpeados desde hace décadas. Los obreros de esa rama vieron como sistemáticamente sus derechos laborales fueron pisoteados por peronistas, kirchneristas y macristas con la connivencia de la burocracia sindical. Ahora, el sindicato que debe defenderlos los usa para garantizar la ganancia capitalista. Por eso, Trujillo quiere a los laburantes donde le conviene al patrón: laburando, es decir, creando riqueza para otro a costa de la vida propia.
Efectivamente, en la construcción, las patronales cuentan con un beneficio garantizado justamente por la UOCRA: discontinuar la contratación, mientras los trabajadores viven del fondo de desempleo del sindicato. Ese fue el beneficio con el que contó Techint, por ejemplo, que durante la cuarentena despidió 1450 trabajadores de sus obras. Los problemas que la burocracia encuentra hoy son producto de las leyes laborales que ellos apoyaron. Sin esa connivencia, aún con las obras paradas, los trabajadores deberían seguir percibiendo su salario. Hoy, en lugar de luchar para que las patronales de la construcción afronten el salario –o aunque sea, parte de él- durante la cuarentena, Trujillo exige que todo se “normalice” trabajando.
Agreguemos que Mar del Plata vive una situación de extrema preocupación en torno al Covid-19. Los casos no paran de crecer desde hace meses y el municipio y la gobernación son los principales responsables. En ese contexto, Trujillo quiere que salgan a trabajar argumentando que la discontinuidad en las obras afecta a los puestos de trabajo y sus ingresos.
Para eso, promete garantías sanitarias que sabemos que no se van a cumplir. Si hay un sector con precarización y superexplotación al borde de provocar el crimen de cientos y cientos de trabajadores al año, es la construcción. Obreros con más de diez horas al día subido al andamio, trabajadores sin contrato, accidentes laborales sin cobertura, despidos arbitrarios, aprietes por contrataciones, y un largo etcétera. Este sector jamás va a resguardar la salud de los trabajadores. No hay garantías siquiera de que cumplan los siempre insuficientes protocolos patronales. No alcanza con que los trabajadores no usen el transporte público. La inmensa mayoría no tiene obra social: en caso de contraer coronavirus es fácil imaginar que terminarían despedidos y sin cobertura médica.
La realidad es que se vende como huelga obrera una defensa a la patronal. Por eso la vicepresidenta de la Cámara de Desarrolladores Inmobiliarios, Florencia Miconi aplaudió la decisión de la burocracia de la UOCRA. Los patrones encuentran en los sindicatos aliados para dar continuidad a la explotación. No podemos aceptar que se nos use para defender los intereses de nuestros enemigos. No pueden saber cuáles son nuestros intereses quienes nunca se levantaron a las seis de la mañana a pedalear bajo la helada para llegar a la obra. Mucho menos quienes nunca tuvieron que esperar horas y horas una consulta pediátrica en un hospital, o salir a pagar carísimo el gas envasado para terminar el almuerzo. Se acuerdan de nosotros solamente cuando aplicamos como variable de ajuste: o nos recortan el sueldo o nos meten más horas de laburo, y a veces las dos.
Es hora de terminar con esta situación. No podemos exponer nuestra vida y la de nuestras familias para enriquecer patrones y burócratas. Tenemos que exigir un salario universal equivalente a dos canastas básicas para todos, y la incorporación bajo contrato de todos los trabajadores en negro. Para eso mismo es imprescindible rajar a patadas a quienes se atornillaron a los sillones y recuperar nuestros sindicatos.
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