Morena morenista

en El Aromo n° 12

 

Por Leonardo Grande.

Grupo de Investigación de la Izquierda Argentina – CEICS

 

El Aromo ha buscado siempre debatir sus posiciones con sus lectores y, sobre todo, con todos los que se preocupan por desarrollar un programa revolucionario. Con ese espíritu publicamos la nota “Los Ellos están entre nosotros” (El Aromo, nº 10) sobre la puesta en escena de El Eternauta, de H. G. Oesterheld, en mayo último, por Morena Cantero Jrs.-Teatro Independiente. Los compañeros Iván Moschner y Ariel Aguirre han aceptado el debate. Su respuesta presenta posiciones político-artísticas que es necesario discutir con la mayor profundidad posible porque se trata de argumentos que guían la acción de numerosos intelectuales en el ámbito de la izquierda.

El debate nace porque El Aromo plantea un interrogante esencial: ¿por qué razón un colectivo teatral que milita en el ámbito del programa político del Polo Obrero defiende, en sus creaciones, programas adversarios? ¿Se trata de ignorancia o de esquizofrenia? ¿Por qué militantes activos de una organización como el Partido Obrero, que lleva 40 años combatiendo contra el imaginario peronista, ahora lo difunden en la escena de Grissinópoli? Porque (como escribimos en nuestra nota anterior) eso es El Eternauta: el mejor ejemplo de cómo el arte propagandiza una estrategia política.

Pues bien, los compañeros aceptan el cargo. Declaran que “respecto a sus posiciones acerca de nuestra El Eternauta […] tienen ustedes toda la razón.” (El Aromo, nº 11). ¿Cómo explican ellos la contradicción? Defienden su derecho a equivocarse debido a que los integrantes de Morena que militan en Lucharte-Polo Obrero no dirigen al resto del colectivo y deben aceptar las limitaciones políticas e ideológicas de la conciencia de sus compañeros, que son mayoría. Según Iván Moschner, los militantes del PO “no obligan al resto de los compañeros a opinar como ellos, ya que eso es un asunto del estado de conciencia”. Pero la realidad es que cuando los militantes del PO en Morena marchan o venden sus materiales en actividades del Polo Obrero, comprometen el nombre de Morena. De la misma manera en que lo hacen cuando la publicidad de sus obras aparece en Prensa Obrera o actúan en fábricas ocupadas por el Polo o se reconocen enrolados en Lucharte. Los “obligan”, en cierto sentido. Para esas actividades “públicas”, no hay “problema” y, objetivamente, Moschner y sus compañeros, la minoría del PO en Morena, actúan como su dirección. Pero cuando se trata de montar una obra, la dirección cambia y pasa a la mayoría atrasada políticamente de Morena Cantero. Allí, el PO acata las imposiciones políticas de sus compañeros “apolíticos”. Un ejemplo. Iván y el compañero Juan relataron, fuera de micrófono, cómo en la discusión de El Eternauta hubo compañeros (¡oh casualidad!, del PO) que proponían introducir elementos escénicos o argumentales para superar los límites montoneros de la obra. Por ejemplo desarrollando los combates callejeros contra los Ellos en Plaza de Mayo y Congreso, en explícita alusión a los combates de masas que voltearon a De la Rúa en el 2001. Nótese lo importante de la sugerencia. Si el combate contra los Ellos se relacionara con el Argentinazo, la obra señalaría un nombre para el enemigo, un nombre de clase. Y por lo tanto utilizaría lo mejor del programa caduco peronista y lo superaría, actualizándolo para la lucha piquetera actual. Sin embargo, esa posición fue derrotada democráticamente y los compañeros trotskistas hicieron de héroes montoneros durante todo un mes.

¿A qué se reduce, entonces, la influencia de los militantes piqueteros en Morena? A hacerla marchar, de vez en cuando, detrás de los obreros. Porque sólo son “un grupo de trabajadores que en sus ratos libres se reúne para producir estas obras ligadas al campo del  “arte””que varía su evolución política “según el estado de conciencia de las masas”. Cabría preguntarse de cuáles masas: ¿las que voltearon a De la Rúa o las que componen la mayoría de Morena? Estas confesiones explican por qué militantes con larga trayectoria en el Partido Obrero despliegan ideas adversas a ese programa: por su concepción de la función del arte y de los intelectuales en la lucha de clases. Iván y compañía renuncian a dirigir Morena y orientarla política e intelectualmente también en el campo del “arte”, porque creen que arte y política son cosas diferentes. Y porque sostienen que un partido revolucionario no debe imponer nada al artista. Se confunde la necesidad de que el proletariado revolucionario tenga una opinión estética relacionada con su programa, con estalinismo, con autoritarismo.

Así, si el artista no sólo no debe ser obligado a adherirse y desarrollar un programa obrero, sino que hay que dejarlo “en libertad” para desarrollar programas enemigos. Porque cuando uno se niega a dirigir, entrega ese movimiento o ese artista a la dirección enemiga. Por no animarse a lidiar con las dificultades de dirigir un programa revolucionario en el arte, estos compañeros prefieren dejar que la lucha evolucione según el “estado de conciencia” de cada quién, es decir, de la mayoría atrasada, o sea, burguesa. Es así como se han permitido difundir el programa de la izquierda peronista, justo en una coyuntura en que es usado por el gobierno burgués para distraer a las masas de la estrategia revolucionaria, con la excusa infantil de que hay que permitir “que la conciencia shakespiriana deje volar su espíritu (…) y que cada luchador actual elabore lo que corresponda a su posición de clase”. Mientras los representantes del programa alfonsinista-kirchneriano, como Alicia Zanca o Griselda Gambaro, utilizan a Shakespeare para “imponer” sus ideas sobre los desaparecidos, la dictadura y las mujeres del poder; mientras los representantes del programa autonomista-posmoderno usan a Hamlet para defender la imposibilidad de cambiar nada; o sea, mientras que la burguesía reformista y la pequeño-burguesía deprimida se hacen cargo de desarrollar su programa utilizando creativamente las metáforas político-estéticas consagradas por el teatro universal, Morena prefiere negar esas potencialidades en su obra y celebrar la alegría payasesca ante el derrumbe del mundo.

Los compañeros del PO en Morena han preferido el espontaneísmo, el seguidismo, el morenismo, como táctica en el campo de batalla de la ideología, del arte. Con esa “libertad” que su partido les ha entregado, producen obras reformistas, románticas, de ideología burguesa. Por más que critiquen las “puestas de la pequeñoburguesía centroizquierdista contemporánea” o proclamen la muerte de los métodos del Teatro Independiente, ellos no han avanzado un sólo paso. Al contrario, los intelectuales de esa centroizquierda superan a Morena precisamente porque son conscientes de sus ideas y necesidades. A tal punto que Morena Cantero los critica pero sigue llamándose a sí misma “Teatro Independiente” (ni piquetero, ni burgués) e incluso desconoce que ese movimiento no nace en los años ’50 sino en los ’30 (el Teatro del Pueblo, de Leónidas Barletta, que, con sus limitaciones, era un teatro independiente del Estado y los empresarios pero no de la clase obrera).

Con la misma irresponsabilidad actúan en referencia a su supuesto público, la clase obrera. La teoría de que el proletariado necesita de todo lo que existe para formarse es falsa. Con ese argumento, resultará interesante ver puestas en escena de obras pronazis, aunque sospechamos que Morena se va a encontrar con más de un piquete y/o escrache en la sala. Sobre todo porque en un estilo deliberadamente ingenuo, se desentienden de señalar limitaciones y contradicciones en las obras que representan, algo esencial para que el público pueda realizar una elaboración crítica. Coincide en última instancia con el planteo de mucho artista posmoderno de dejar librado al público la construcción del sentido, con la poco edificante idea de que la realidad no tiene un sentido único o que los autores tienen “más preguntas que respuestas”.

Morena Cantero no se hace cargo de su responsabilidad en la lucha de clases como elemento consciente. Pero no es su culpa. Las mismas posiciones reivindica su dirección política en Prensa Obrera. Mientras x de Lucharte señala alegremente el diparate de que hay “dos realidades” (una burguesa y una obrera) Aníbal de Santa Revuelta y Guachín (quien cobardemente no se da a conocer más allá del seudónimo) coinciden en que el lugar del artista es el de animador de fiestitas. Y a cualquiera que quiera restituir el lugar verdadero del artista se lo llama, fácil y superficialmente, “estalinista”. Quienes piensan así, renuncian a su función de vanguardia conciente de la clase obrera.

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