Este trabajo fue presentado al Seminario Internacional: AS AREAS DE FRONTEIRA DA AMERICA LATINA NO NOVO PATAMAR DA ECONOMIA CAPITALISTA. 21 A 23 DE MAIO DE 1996 (Painel Temático: Dinamica espacial da populaçao e da produçao) y será publicado en fecha próxima por sus organizadores. Esta es una versión actualizada y ampliada que ha conservado la redacción original incorporando arreglos en el texto.
Por Eduardo Sartelli
«La Hidra tenía nueve cabezas, de las cuales la del medio era inmortal. Hércules le sacó las cabezas con su maza, pero en el lugar de cada cabeza cortada, crecían dos nuevas cada vez. Por fin, con la ayuda de su fiel sirviente Jolao, quemó las cabezas de la Hidra, y enterró la novena o inmortal debajo de una enorme roca.»
Thomas Bulfinch, La edad del mito
- Introducción
La creación de economías de grandes espacios (NAFTA, CEE, MERCOSUR) plantea a los paises que confluyen en el proceso de integración una serie de problemas de enorme importancia: si el nuevo espacio ofrece ventajas para las economías de escala, son estas mismas las causas de la profunda reestructuración que afecta inevitablemente tanto al capital como al trabajo y a la relación entre ambos. Aunque la apertura de los mercados nacionales pueda generar un aumento de la actividad económica, la selección de los participantes se impone por la propia lógica del mercado: no todas las empresas pueden acceder a los nuevos espacios al mismo tiempo que sufren la invasión de los competidores. Un proceso de racionalización de los capitales puestos en juego en los antiguos espacios nacionales es la consecuencia de la progresiva creación de un capitalismo regional. Expansión y crisis son fenómenos simultáneos: expansión para las grandes capitales, crisis para los más chicos. Intensificación de la competencia como fenómeno general.
Si el capital se reestructura no menos ocurre con el trabajo, en el proceso de constitución de una clase obrera regional: las reestructuraciones llevan a un aumento de la productividad superior al aumento de la producción. Desocupación y aumento de la competencia entre trabajadores es el resultado. Agravado porque la movilidad del capital es seguido por la movilidad del trabajo. Si bien las corrientes migratorias entre los países del MERCOSUR no son nuevas, la mejora de las comunicaciones y la creciente integración de las economías favorecen el desplazamiento de población hacia las áreas en que los salarios son más altos. Movimiento que se cruza con el desplazamiento del capital hacia las áreas que ofrecen menos costos laborales. Ambos fenómenos tienen por consecuencia el aumento de la competencia entre los trabajadores, el descenso de los salarios y las condiciones de vida. Los estados pasan a disputarse las radicaciones de capital mediante concesiones y garantías crecientes, demostrando hasta qué punto responden a la internacionalización como los gestores de las necesidades de los capitales más concentrados, nacionales y extranjeros. Aumenta también entonces, la competencia entre estados, preocupados por ofrecer al gran capital nacional y extranjero las mejores condiciones. El gran capital emerge así triunfante frente a los pequeños y medianos y los obreros subordinando a los estados a sus necesidades internacionalizadas. El reciente enfrentamiento entre Argentina y Brasil por el régimen automotriz lo ejemplifica a la perfección: el gran capital enfrenta estado contra estado, pymes contra pymes y obreros contra obreros. Ataca a los obreros argentinos con los obreros brasileños, a los brasileños con los argentinos, promoviendo una igualación hacia abajo de las condiciones de vida.
Al mismo tiempo, se gesta la posibilidad de la unidad de acción obrera internacional, del renacimiento del internacionalismo ahora sobre bases materiales concretas. Para evitar esta «igualación hacia abajo», los obreros del MERCOSUR deben acelerar su integración y unidad. Esta ponencia explora las posibilidades y límites actuales de este tipo de acción apelando a la experiencia recogida en torno a los debates sobre la CEE y el NAFTA. La conclusión más destacada es que el matrimonio ya consumado entre la clase obrera y el MERCOSUR será un matrimonio infeliz en tanto ésta no emerja como un actor regional al mismo nivel que el gran capital.
2. El proceso de integración
El proceso de integración argentino-brasileño, base del MERCOSUR es un fenómeno de orígenes recientes.[1] Economías antaño «cerradas» producto de procesos de crecimiento industrial por «sustitución de importaciones» se encuentran hoy en rápido proceso de fusión.[2] Ello implica una nivelación de todos los factores en juego: salarios, impuestos, aranceles, costos generales de infraestructura, etc. Pero también el mantenimiento de las desigualdades de partida sobre los mismos ítems. Ambos aspectos se conjugan a la hora en que las empresas trazan sus estrategias de inversión: lo que puede obtenerse en un país no se encuentra en el otro y viceversa. La lógica de descentralización de la producción y la creación de una economía de escala a lo largo de todo el espacio mercosureño tiene como consecuencia no sólo la igualación de condiciones sino también la emergencia de una división regional del trabajo basada en el aprovechamiento de esas diferencias.
Las empresas «locales» es decir, argentinas y brasileñas, proyectan sus nuevas estrategias «invadiendo» territorios antes vedados.[3] Las empresas multinacionales se posicionan «ex novo» en cualquiera de los países (normalmente en ambos) a fin de aprovechar las ventajas del nuevo espacio. Un intrincado proceso de fusiones de empresas, joint ventures, compras y adquisiones así como nuevas inversiones, se disponen a ubicarse en relación al mercado «por venir».[4] Así, las empresas «locales» tienen que enfrentar no sólo los nuevos requerimientos de la competencia generada por la simple apertura del espacio sino también la que surge de la tentación que el MERCOSUR ejerce sobre las multinacionales ya sea para redimensionar sus negocios ya existentes o para nuevas radicaciones.
Para la burguesía argentina el panorama se presenta complicado, en tanto desde el vamos se plantea como socia menor de la brasileña, que a su vez puede encontrarse ella misma subordinada al capital transnacional.[5] La estrategia elegida pasa, entonces, por la fusión, la venta y la concentración. En el primer caso, las empresas argentinas se fusionan para alcanzar los nuevos niveles de capitalización necesarios para operar a escala MERCOSUR (EG3). En el segundo, las empresas simplemente son vendidas ante la incapacidad de enfrentar a los nuevos «pesos pesado» que se incorporan al mercado (Terrabusi, adquirida por Nabisco). En el tercer caso, los recursos obtenidos de la venta de sectores poco prometedores son volcados a nuevas inversiones en los rubros seleccionados como potencialmente constitutivos (Bunge y Born vendió todas sus empresas fuera del rubro agropecuario[6]).
De todos modos, está claro que un puñado de grandes empresas de un lado y de otro, junto con las grandes multinacionales, serán las dueñas del nuevo negocio.
3. La experiencia mundial
Los fenómenos de integración son tan antiguos como el mismo capitalismo. La creación de los estados nacionales no fue más que la integración de economías parcialmente autónomas (el Zollverein alemán es el ejemplo más claro). Lo que está en marcha es un paso adelante la de creación de economías unificadas de escala mundial.[7] El NAFTA y la CEE son experiencias que pueden iluminar el futuro del MERCOSUR. En el caso del NAFTA, un considerable debate en el seno de las tres sociedades involucradas, en especial en torno al futuro del trabajo. Tanto en la CEE como en el NAFTA la desocupación, asociada a la inmigración, es visualizada como el principal problema que afecta a la clase obrera.
Algunos autores, como Nigel Harris,[8] creen que es posible demostrar que la inmigración no tiene más que efectos positivos: los inmigrantes llegan porque hay demanda específica para ellos, realizan los trabajos que los locales desdeñan y, en consecuencia no significan competencia. Incluso, cuando hay recesión los inmigrantes suelen retornar a sus países de origen. Además, como migran en edades intermedias (entre los 18 y los 35 años) gastan muy poco en seguridad social y salud. ¿Por qué si son tantos los beneficios la derecha los persigue y hasta la izquierda los considera responsables de la caída de los salarios y el aumento de la desocupación? Según Harris porque el estado tiene necesidad de controlar la población, enfrentándose de facto al gran capital que necesitaría de la movilidad del trabajo. En su perspectiva, el control de la inmigración no tiene que ver con el empleo sino con la lealtad al estado. Creo que Harris se equivoca si cree que la mejor forma de defender a los inmigrantes es invertir la leyenda negra creando la leyenda blanca. Señalar que los inmigrantes no compiten con los obreros locales es desconocer la verdad: es cierto, los inmigrantes suelen realizar tareas que los locales desprecian, pero también otras que de ninguna manera son despreciadas por nadie. Por ejemplo, los transportistas de Canadá y Estados Unidos están viendo peligrar sus empleos por la creciente importancia de la mano de obra mejicana en ese sector. La sustitución de mano de obra local por mano de obra extranjera más barata no es una ilusión. En ese sentido, es falso que la inmigración crezca sólo cuando crece la economía y, por lo tanto, el empleo. También puede hacerlo cuando la economía se estanca, precisamente como medio con el que la burguesía busca recuperar ganancias vía disminuciones salariales. Además, Harris supone que los inmigrantes siempre retornan cuando comienza la crisis, lo que no es necesariamente cierto. También supone que la población nativa nunca aceptará ciertos trabajos, lo que en medio de una crisis profunda es de dudar.[9]
La pregunta que Harris no puede responder es por qué los partidos más consecuentemente burgueses y más cercanos a sus intereses son los que proponen las políticas restrictivas sin por ello entrar en conflicto con el capital. Porque lo que está claro es que los inmigrantes son un buen negocio para la burguesía. Harris cree que el control de la inmigración es contradictorio con la economía. Al contrario, como lo ha demostrado hasta el hartazgo Gunther Wallraf, la ilegalización del inmigrante sirve para controlar y dividir a la clase obrera y evitar su unidad. Por eso, la burguesía va a defender las políticas restrictivas a sabiendas de que nunca darán el resultado buscado «oficialmente». Porque lo que la burguesía busca es dividir y controlar a la clase obrera oponiendo entre sí segmentos de la misma: mejicanos contra yanquis, yanquis contra canadienses, etc.Esta división de la clase obrera tiene por finalidad, por un lado, desviar la atención acerca de las verdaderas causas del mal (el capital y su propia dinámica) y, por otro, evitar la emergencia de lo que Dolores Trevizo ha llamado «un proletariado multinacional».[10] La misma autora demuestra la función real de la ilegalización como forma de control de la clase obrera: impide la movilización y la organización, fuerza a aceptar cualquier condición laboral, opone los obreros legales a los inmigrantes, estimula el racismo, obliga a los locales a aceptar salarios más bajos, etc. Otro analista, Kim Moody ofrece muchos ejemplos sobre la competencia entre trabajadores nativos y extranjeros, competencia exacerbada por la propia migración del capital que en la frontera mejicano-yanqui toma la forma de las maquiladoras. Sobre todo porque no es cierto como supone Harris que los mejicanos no compitan con los obreros yanquis, expresión común entre quienes sostienen que la mano de obra del Tercer Mundo no puede reemplazar en calidad a la del Primero: la planta de la Ford en Hermosillo demuestra que los obreros mejicanos pueden alcanzar los standars internacionales de calidad con suficiencia. Esto ha tomado por sorpresa a los sindicatos norteamericanos, que tardaron mucho tiempo en reaccionar y cuando lo hicieron apoyaron la demagogia proteccionista «perottiana».[11]
Los efectos del NAFTA se hacen sentir también en México y en Canadá. En el primero, la oferta de mano de obra barata se ha vuelto un instrumento clave para «asegurar» el empleo, a la manera en que el SMATA de Argentina justifica su acuerdo con la FIAT. Incluso la misma crisis del sindicalismo peronista en su relación con el estado y con la clase obrera se da ampliada y potenciada en México en la crisis del pacto PRI-CTM.[12] En Canadá, que parece ser el más perjudicado por el acuerdo sobre todo en lo relativo a salarios, se agrega el problema de una cuestión nacional no resuelta, el Quebec.[13]
Es en este último caso en el que se nota más la necesidad de una estrategia no-nacionalista como único camino para desarrollar la lucha obrera. Desde el primer momento, la posición de los sindicatos y la izquierda canadiense fue colocarse en contra del NAFTA por las consecuencias que tendría para la clase obrera: pérdida de empleos, caída de salarios, deslocalización de empresas, etc.. Sin embargo, el desarrollo de una estrategia de «nacionalismo» canadiense, basado en la mayoría de habla inglesa y en una concepción económica que puede ser caracterizada de «keynesianismo en un sólo país» (un proteccionismo industrialista que pretende negar la globalización y transnacionalización en marcha)[14] ha llevado a la división de la clase obrera entre los trabajadores de habla inglesa y los obreros quebecanos, víctimas ambos de la misma forma de encarar el problema. Aunque se pueda intentar defender la estrategia nacionalista desde un punto de vista progresista,[15] lo cierto es que está condenada al fracaso. Como bien señala McNally, el problema no es el acoso de una economía como la norteamericana, menos predispuesta a la protección laboral y a los salarios altos, sobre una más pequeña pero más cuidada socialmente economía canadiense, víctima de todos los males. En realidad, es la propia burguesía canadiense la que apuesta al NAFTA como un medio de atacar a su propia clase obrera: permiso para exportar capital, deslocalizar industria, explotar mano de obra más barata, etc.. Todo esto repercutirá profundamente en la población trabajadora: desocupación, caída de los salarios y desestructuración de la clase obrera. De allí que una estrategia «nacionalista» deforma el carácter de la confrontación: no es una lucha entre países o regiones, dominantes unas e indefensas otras, sino entre clases, donde los grupos más concentrados de la burguesía de ambos países han acordado la creación de reglas de juego que los favorecen en conjunto contra versiones más débiles de la burguesía, despejando el campo de capitales sobrantes, mientras gestan las condiciones para debilitar profundamente al proletariado, objetivo último de todas las transformaciones en marcha. En consecuencia, el conjunto de desastres sociales que se abate sobre Canadá no es el resultado del NAFTA sino del propio desarrollo del capital en todos los países involucrados. El problema no es el nuevo mercado sino las contradicciones actuales del capitalismo.[16] Es entonces necesario desarrollar una estrategia que una a los trabajadores a través de las fronteras y enfrente al conjunto del capital y sus intentos de división y fomento de la competencia entre los obreros.[17]
En la CEE, el debate sobre la reestructuración está condensado en el último libro de Coriat Made in France y en la discusión sobre la reducción de la jornada laboral. Nos abstenemos de desarrollar este punto en aras de la brevedad de la ponencia, pero al igual que el NAFTA, la CEE puede actuar como espejo que refleja el futuro del MERCOSUR. Y no es una imágen agradable.[18]
4. Un caso testigo: la industria automotriz
El caso más claro de creación de una industria «MERCOSUR» es el de la industria automotriz. Y como en ningún otro renglón de actividad es más evidente la participación de las multinacionales marcando el paso y de los estados siguiendo el compás, al mismo tiempo que las empresas «locales» preparan su desaparición de la escena. También en la industria automotriz los acuerdos entre empresas y sindicatos sobre flexibilización y salarios constituyen el modelo de las nuevas relaciones laborales «MERCOSUR». La discusión por el régimen automotriz del MERCOSUR se originó a partir de la formulación del régimen argentino que establecía ventajas de todo tipo para las terminales. La posibilidad de una implantación masiva de transnacionales del sector en Argentina movió al gobierno de Cardoso a promover un régimen similar, estableciento aranceles de importación por debajo de los acordados en el MERCOSUR (mientras el arancel común es del 18% el ofrecido por el régimen brasileño es de 2% para la importación de máquinas y equipos) y otro tipo de incentivos como la amortización acelerada de los bienes de capital. Esto implicaba de hecho la revisión de los acuerdos de Outro Preto de diciembre de 1994. La consecuencia inmediata fue la decisión de las terminales y autopartistas de invertir 10.600 millones de dólares en cuatro años al amparo del régimen brasileño.[19] El objetivo explícito era hacer atractivo el territorio brasileño para el gran capital esperando de esa manera tasas de crecimiento más altas y poner freno a la desocupación.Como señalamos, la creación del MERCOSUR significa un gran negocio para las grandes empresas pero sobre todo para las multinacionales. Las empresas locales, como Sevel o Ciadea en Argentina, sólo podían sobrevivir en un mercado cerrado sobre la base de incorporar tecnología de segunda mano vía la adquisición de licencias a automotrices europeas (FIAT y Peugeot en el primer caso, Renault en el segundo). El tamaño del mercado interno era su límite y se beneficiaban de la virtual ausencia de competencia dado que para las multinacionales un mercado cuyo tope histórico es de 500.000 autos al año no justificaba inversiones importantes. Así lo explicaba Vincenzo Barello, el presidente de la FIAT Argentina: la inversión directa prometida por la multinacional, de unos 600 millones de dólares, «sólo se justifica cuando pensamos en un mercado con un potencial de desarrollo tan grande (como el MERCOSUR -nota del autor) y no solamente en el mercado interno» que «no hubiera ameritado una inversión de tamaña naturaleza.» Por lo tanto, lo que mueve a FIAT a reinstalarse en Argentina es un mercado de 200.000.000 de personas con una capacidad adquisitiva que puede superar los 3.000.000 de autos al año hacia el 2.000, «similar en tamaño al de Alemania, que es el mayor de Europa y está entre los primeros del mundo.»[20]Hasta cierto punto parece claro que la reaparición de las grandes multinacionales automotrices en la zona significará el fin de las armadoras locales. En Argentina, Sevel y Ciadea, las armadoras de los pulpos Macri y Antelo, ven diluirse su antiguo coto de caza. Sevel, una armadora que produce modelos de FIAT y Peugeot, y Ciadea, que hace otro tanto con Renault, ven por un lado el incremento de la competencia por la llegada de nuevas firmas como Toyota, Chrysler, Volkswagen y General Motors, y por otro, el fin de las licencias con las que trabajaban (FIAT y Renault). Y esto ocurre porque tanto Macri como Antelo son parte de lo más concentrado de la burguesía argentina, reuniendo sus capitales varios miles de millones de dólares, pero no son nada frente a General Motors, FIAT, Ford o Toyota. Ambos estuvieron a punto de ser liquidados cuando el acuerdo por el régimen automotriz intentó fijar un sistema de cupos contra las empresas que no se hallaran radicadas en ambos países, lo que beneficiaba a las multinacionales y perjudicaba severamente a las armadoras argentinas. Macri llegó a señalar que abandonaría el ramo automotriz si tales cláusulas se aprobaban. Por último, los mismos representantes de la burocracia sindical se ponen al servicio del gran capital ofreciendo concesiones para mejorar lo que Coriat denominó «atractividad».[21] Tanto Vicentinho, jefe del sindicalismo metalúrgico de Brasil, como José Rodríguez, el secretario general del SMATA, se hallan comprometidos en la búsqueda de inversiones sobre la base de concesiones crecientes al gran capital internacional que, como se sabe, deben pagar los obreros a cambio de una supuesta promesa de disminución del desempleo.[22] Porque lo que revela la discusión por el régimen automotriz no es la oposición entre Argentina y Brasil sino una verdadera guerra de clases en la que el gran capital instrumenta a los estados en busca de mayores ventajas a costa de los salarios, la salud y las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera. Si el régimen brasileño es hijo del la amenaza de las multinacionales de invertir masivamente en Argentina, a nivel de la relación entre las empresas y las organizaciones sindicales se da una acción similar. Así, FIAT negociaba con UOM un acuerdo en el que se establecía seis días laborables, francos semanales variables, división de las vacaciones y polifuncionalidad, además de reducciones salariales.[23] Sin embargo, paralelamente la empresa italiana llevaba adelante negociaciones con el SMATA, gremio rival de la UOM, con quien terminó firmando un acuerdo similar pero que ofrecía mayores reducciones salariales. De esa manera, SMATA logró quedarse con la jurisdicción de la FIAT y con la cuota sindical correspondiente, en última instancia, lo único que interesa a la dirigencia sindical. Hasta tal punto que la UOM, en lugar de desarrollar un plan de lucha contra el nuevo convenio y sublevar a los obreros regenteados por el SMATA, concurrió a la justicia con la única finalidad de discutir su derecho a firmar el mismo contrato.[24] Con el convenio FIAT-SMATA se introduce en Argentina el toyotismo en forma plena: la «fábrica integrada» conlleva el involucramiento, la polivalencia, el trabajo en equipo, etc.
5. La clase obrera en el mercosur
Unos de los primeros ejemplos de intentos de colaboración en torno a problemas comunes de la nueva clase obrera en formación es el reciente Primer Encuentro de Trabajadores de la Energía Eléctrica del MERCOSUR, en el que se examinaron estrategias para enfrentar las transformaciones en marcha. Reunió organizaciones de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay a fin de protestar contra el «capitalismo salvaje». El manifiesto que recoje las conclusiones del encuentro es un compendio de todos los errores que se cometen a la hora de entender el sentido de los cambios que el MERCOSUR introduce en la vida de los trabajadores y repite punto por punto la misma incomprensión sobre la verdadera naturaleza del capitalismo que caracteriza a casi todo el movimiento obrero latinoamericano.[25] El documento deja ver claramente la confianza en la posibilidad de una reestructuración «buena», que genere eficiencia sin despidos ni caída salarial. Estos últimos fenómenos serían las consecuencias no de la dinámica del capitalismo mismo, sino de las políticas neoliberales caracterizadas como de «capitalismo salvaje». Existiría la posibilidad de un capitalismo «civilizado», capaz de reestructurarse sin provocar mayores tensiones. En el «capitalismo salvaje», según los autores del manifiesto reina la competencia, lo que «ha derivado en una guerra comercial entre países, donde cada gobierno, algunos más otros menos, adoptan medidas para mejorar su posición competitiva.» Este hecho sería contrario al «espíritu del MERCOSUR». Para evitarlo, se propone el mantenimiento de la «presencia del Estado» como medio de contrarrestar «las consecuencias nefastas para los pueblos» que han tenido los «procesos de privatización y desregulación». La ausencia del Estado en el sector significó el abandono del «fin social que cumplen las empresas públicas». En su lugar «prevalece la competencia que persigue aumentar la rentabilidad o ganancia para conservar o incrementar capitales, como si ello constituyera un fin en sí mismo y no un medio de satisfacer necesidades colectivas.»[26]
Los principales errores del texto consisten en creer que es posible un «ajuste» indoloro, que el Estado podría hacerlo, que las privatizaciones son la causa del problema, que las empresas públicas tienen un «fin social» y, por último, que en una sociedad capitalista «conservar o incrementar capitales» es un «medio de satisfacer necesidades colectivas.» En cualquier sociedad regida por relaciones capitalistas, «incrementar» capitales, es decir la búsqueda de ganancias, es su razón de ser misma. Es una ingenuidad notable, para decirlo suavemente, creer que son otros los valores en juego. Si otros valores, opuestos al afán de lucro, dominaran en una sociedad tal, la contradicción no podría mantenerse por mucho tiempo. No hay experiencia histórica de una sociedad capitalista regida por valores no capitalistas. En consecuencia, puesto en marcha el proceso de reestructuración capitalista, que los firmantes del acta aceptan necesario, lo mismo da que lo hagan las empresas a que su ejecutante sea el estado. Toda reestructuración capitalista genera mejora de la productividad, es decir más trabajo con menos trabajadores. Y la consecuencia lógica en todo el mundo es desocupación, salarios bajos, tercerización, precarización, etc., etc.. La prueba más contundente es el caso de YPF, la petrolera estatal argentina, que con un cuarto del personal ha aumentado drásticamente su producción y de modelo de ineficiencia ha pasado a ser la segunda empresa más admirada por los empresarios argentinos, después de la Coca Cola. El problema no es la propiedad de las empresas porque mientras las relaciones sean capitalistas el resultado será siempre el mismo. Por lo tanto, las privatizaciones no son la causa del problema sino el mecanismo por el cual los estados entregan a la burguesía negocios otrora inalcanzables (dada la magnitud de capital necesaria para ponerlos en marcha y la dudosa rentabilidad esperable) pero ahora jugosos. Pero es más: el perro cambia de collar pero no de dueño. Las empresas estatales tenían una función real diferente según la situación y el momento. Las de servicios (gas, energía eléctrica, teléfonos) servían como mercado cautivo de las contratistas privadas, que vendían repuestos e insumos a sobreprecios escandalosos; como subsidio con servicios regalados a las empresas a las que servían con insumos; por último, como «colchón» a la crisis social entregando servicios de pésima calidad y caros a la población en general, pero que difícilmente eran cortados ante la falta de pago. Las empresas estatales que operaban en áreas productivas, como petróleo o siderurgia, cumplían las dos primeras funciones pero no la tercera. En consecuencia, la verdadera función de la empresa estatal estaba en el subsidio al capital privado, incapaz de producir por él mismo los insumos que necesitaba a precios bajos. El estado aparecía como la única «empresa» capaz de invertir los gigantescos volúmenes de capital necesario, obtener los préstamos correspondientes, esperar el tiempo que hubiera que esperar y, por último, trabajar a pérdida si fuere el caso. A su sombra la burguesía sólo debía esperar la caída de los frutos. Que todo el proceso estuviera rodeado de un aura no capitalista o que en ocasiones y sectores el subsidio del consumo popular fuera cierto, no quita que fueron las empresas privadas las principales beneficiarias.
Si alguna consecuencia puede deducirse de aquí es que la idea de un «ajuste indoloro» es tan absurda como la de un «capitalismo civilizado». El capital es el capital y estos son los métodos y las leyes con los que opera, más allá de la voluntad de gobernantes bienintencionados o no. Por esto, si la unidad de acción de la clase obrera del MERCOSUR se plantea como una estrategia subordinada a la reestructuración capitalista, se opere ella como se opere, el resultado será el mismo: la derrota.
Tan es así que las consecuencias no se hacen esperar. Si los obreros de la FIAT argentina deberán soportar condiciones de trabajo y salarios inconcebibles años atrás, la extensión de convenios tipo FIAT-SMATA al conjunto de la industria automotriz está ya planteada: como bien titula Clarín, las restantes automotrices «quieren usar el convenio FIAT-SMATA como cabeza de playa». En poco tiempo más, el sistema de convenios por paritarias vigente desde 1973 en la industria automotriz será reemplazado por el nuevo tipo de acuerdo, cuyo precedente más inmediato es el que el mismo sindicato firmó con la General Motors un año atrás: Jorge Aguado, de Sevel, señaló al mismo diario que, si no se equipara a su empresa con FIAT, el resultado será que los trabajadores «van a perder la fuente de trabajo.» El director de asuntos institucionales de Ford declaró que SMATA «demostró madurez» con FIAT y que esperaba un trato similar. Volkswagen calcula que estará en igualdad de condiciones hacia julio o agosto, cuando renegocie el convenio. Para Horacio Losoviz, titular de IVECO, fábrica de grandes camiones, el acuerdo representa un «avance extraordinario». Toyota, cuya planta está en construcción en Zárate, no había decidido con cual de los dos sindicatos iba a negociar pero finalmente se optó por el SMATA. Las automotrices no quieren acelerar demasiado porque SMATA está en proceso eleccionario, de modo que esperarán a junio, cuando la única lista, que lidera el actual titular y responsable de los contratos, José Rodríguez, resulte electa.[27]
Pero, ¿cuánto tardará hasta que este «modelo de flexibilidad laboral» como lo concibe el propio gobierno, llegue al conjunto de la actividad económica? De hecho, ya está en marcha en muchos sectores de la economía pero en ninguno en forma tan clara y a la vista como en este caso. La responsabilidad histórica que recae sobre José Rodríguez y el SMATA es gigantesca: son los gestores de la legitimación de la superexplotación de la clase obrera argentina. Hasta tal punto es clave este acuerdo que, ante el cuestionamiento legal de la UOM, que llegó a obtener un fallo en primera instancia que dejó sin efecto el acuerdo con la FIAT, el gobierno nacional intentó utilizar el recurso del per saltum, que le permite a la Corte Suprema tomar en sus manos cualquier tema sin que deba recorrer todas las instancias. No necesitó hacerlo porque la Corte Suprema anuló el fallo de primera instancia. Para el gobierno el proceso de reducción salarial, es decir de superexplotación de la clase obrera es clave: constituye un mecanismo para atraer capitales, pero también para disminuir los costos internos por deflación de precios y mantener sobre base firme la paridad con el dólar. Es también un modelo de negociación por empresa, modelo que el gobierno busca implantar desde 1991 y que se va imponiendo, reemplazando normas creadas hace más de 40 años: en esa fecha los convenios colectivos eran 600 y hoy superan los 2.000.
La pregunta es ahora hasta qué punto esto afectará a la clase obrera brasileña. Y es fácil dar una respuesta: el capital exigirá igualdad de condiciones en todo el MERCOSUR amenazando con partir si no se le rinde pleitesía. El resultado previsible es un achatamiento general de las condiciones de vida de la clase obrera «mercosureña» puesto que los salarios más bajos serán la norma hacia la que tenderán a acercarse todos los demás. Y esta situación futura sólo podrá evitarse si la clase obrera exige igualdad de condiciones nivelando hacia arriba: tomando los mejores salarios, las mejores condiciones de vida, las mejores condiciones laborales del MERCOSUR como norma e ideal a conquistar. Igualar la tasa de explotación de todos los obreros del MERCOSUR en su nivel más bajo es el primer objetivo de la acción conjunta de la clase obrera. La tarea no es fácil, porque una de las dificultades mayores está en la enorme desocupación que afecta a los obreros de ambos lados de la frontera.
El problema de la desocupación es mundial y tiene su origen en la profunda reestructuración que el capital puso en marcha hacia los años ochenta. Para esa fecha, en los países que integran la Unión Europea había unos 9,5 millones de desocupados. En la actualidad, la cifra trepó a los 19 millones. En el conjunto de la OCDE, los 26 países más desarrollados, el desempleo afecta a 33 millones de personas, más unos 14 millones en situación de paro no declarado. En países como Alemania el índice de desempleo es el peor desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En otros, como España, el problema es un apabullante 22% que trepa hasta el 42,2 en los jóvenes.[28] Incluso en países como Japón, el tradicional empleo de por vida está en cuestión.
El MERCOSUR no podía ser la excepción. Sobre todo porque reúne a países con una tendencia a la baja creación de empleo y fuerte emigración (Paraguay y Uruguay) con otros con población rural de reciente migración (Brasil), pero también porque el país que durante mucho tiempo fue receptor de mano de obra y tuvo índices bajos de desempleo, la Argentina, ha debutado como lugar donde el trabajador abunda. Igual que en el resto del mundo, la causa central es la acción del capital tendiente a crearse un ejército industrial de reserva a fin de reducir salarios y debilitar a la clase obrera.
En Argentina la tasa de desocupación osciló en torno a un promedio de 4-5% entre 1966 y 1991. La puesta en marcha del Plan Cavallo tuvo un efecto fulminante: en cuatro años, el producto se incrementó en un 34%, la inversión en 120,6% mientras el empleo apenas creció el 8%. La consecuencia no se haría esperar: de 6,5% en 1991, el desempleo trepó hasta un récord histórico 17,4%.[29] En Brasil, la situación no es muy diferente: aunque oficialmente se reconoce una tasa de desocupación baja (5%) fuentes privadas y sindicales calculan por lo menos el doble.
Esta situación coloca a los obreros del MERCOSUR en condiciones difíciles a la hora de reivindicar mejoras salariales y laborales, sobre todo porque el fenómeno se agrava por las migraciones de trabajadores dentro del nuevo espacio regional. En el caso argentino, las migraciones de países limítrofes siempre fueron consideradas algo normal y necesario. Paraguayos, uruguayos, chilenos, bolivianos, peruanos y, en menor medida, brasileños, forman una parte no menor de la clase obrera argentina. Y aunque el tema no sea nuevo, no son pocos los que se sienten tentados a explicar la desocupación argentina por la llegada de los inmigrantes. Se calcula en alrededor de 1.000.000 los inmigrantes ilegales que son utilizados como mano de obra barata por los fabricantes de textiles,[30] buena parte de ellos también inmigrantes de origen coreano. El racismo se torna un arma en beneficio de los capitalistas: el problema no es el capital y su crisis sino el inmigrante. Incluso los sindicatos han hecho de este tema un leiv motiv profundamente desagradable: la UOCRA, el poderoso sindicato de los obreros de la construcción, llevó adelante una campaña contra los inmigrantes bolivianos y brasileños a los que culpaba de la desocupación que afectaba al sector. En vano se mostrarán cifras que demuestren que la expulsión de todos los inmigrantes no haría bajar sustancialmente la tasa de desocupación. El tema tiene cierta popularidad y causa efectos inmediatos en la «opinión pública»: una encuesta muestra que el 34,9% de los entrevistados cree que el gobierno debe expulsar a los inmigrantes. A veces, la discriminación se disfraza de preocupación «progresista» echándole la culpa a los «coreanos» de la explotación que sufren los indocumentados, cuando es bien sabido que estas prácticas son llevadas adelante por burgueses de todo pelaje. Es el capital el que explota a los obreros y no una determinada nacionalidad. Parece una verdad elemental pero la explicación racista tiene un grado de popularidad tan alto que nunca se insistirá lo suficiente sobre este punto.
Conclusión
El desarrollo del MERCOSUR es ya un hecho. Ignorarlo significa desconocer el ámbito en el cual va a desarrollarse la lucha de clases en el futuro latinoamericano. La clase obrera sufrirá las consecuencias del aumento de la competencia entre los trabajadores, la desocupación y la miseria hasta tanto no elabore una estrategia que se adelante a ese futuro. Y esa estrategia no puede ser nacionalista. La clase obrera argentina tiene una larga tradición de «latinoamericanismo», expresado en el deseo permanente de la unidad de América Latina. Esto puede ayudar. Pero también tiene una tradición ideológica que se expresa como «keynesianismo en un sólo país» y adopta la forma de nacionalismo económico «mercado-internista». Esto es el pasado. El futuro pasa por otro lado: el internacionalismo proletario se impone como una necesidad en los hechos, porque ¿cómo enfrentar monstruos de muchas cabezas sino es tomándolas todas juntas y al mismo tiempo? En este caso, tenemos una ventaja adicional: ninguna de ellas es inmortal…
Notas
[1]El grado de avance del Mercosur se evidencia en que para Argentina, Brasil se ha transformado en el principal socio comercial, tanto como mercado como vendedor. En 1991, cuando se pautó la creación del Mercosur, el volumen comercial entre los cuatro socios era de 1.000 millones de dólares. Hoy es de 10.000 millones. Para algunos productos, como automotores, Brasil es el único mercado para las empresas argentinas y, de hecho, el Mercosur es el único bloque económico mundial con el que Argentina tiene saldo comercial positivo: las exportaciones argentinas al Mercosur pasaron de unos 1.500 millones de dólares en 1990 a 5.500 en 1995, mientras las de Brasil subieron desde menos de 1.000 millones a 4.000 (Clarín, 8\4\96, p. 8).
[2]Las contradicciones generadas por las diferencias entre los aparatos productivos frenan la extensión del Mercosur. El caso más claro es el de Chile, cuyo enfrentamiento con la producción agrícola argentina es un factor de choque permanente. En la cumbre del 25 de junio en Buenos Aires, Chile intentará formalizar un acuerdo que permitiría el mantenimiento de la protección arancelaria de su industria molinera. En dicho acuerdo se pactaría que el arancel cero sólo se impondría para productos agropecuarios en plazos de 10 a 18 años (Clarín, 8\4\96, p. 26). Si en Argentina la concesión es resistida por los productores rurales, en Chile también hay resistencia, sobre todo de los industriales, que deben soportar presiones salariales por el precio subsidiado de los alimentos (Clarín, 7/4/96, p. 8). No obstante, los 4.000 millones de dólares chilenos invertidos en Argentina y el peso que Brasil tiene como comprador de productos chilenos (el tercer mercado de sus exportaciones) han llevado al presidente Frei a ratificar que la integración «se va a firmar muy pronto» y que los problemas agrarios serían enfrentados con reconversión (Clarín, 28/3/96). Chile venía desarrollando una política que tendía a aislarlo de Mercosur, en tanto firmó acuerdos de libre comercio con otras naciones (México y Venezuela), está «anotado» para ingresar al NAFTA, habiendolo hecho ya al APEC (Consejo de Cooperación Asia-Pacífico). No obstante, las causas mencionadas más el retraso en la incorporación al NAFTA
y la creciente consolidación del Mercosur, parecen inclinar la balanza a favor de este último (Clarín, 17/3/96, p. 20).
[3]Ejemplo del lado brasileño, Hering, conocida en argentina por las remeras, desembarca en Buenos Aires con la finalidad de revolucionar la industria del cerdo y asociarse con empresas aceiteras (Ledesma y Aceitera General Deheza) para elaborar oleaginosas (Clarín, 7/4/96, p. 32).
[4]Por ejemplo, la oleada de privatizaciones que se prevé en Brasil ha movido a las grandes empresas argentinas a asociarse con sus pares brasileñas: Socma, del grupo Macri con Andrade Gutiérrez; Benito Roggio, con Odebrecht; Pérez Companc, con Bozano-Simmonsen; Techint participa de Usiminas y Confab Tubos. Clarín, 14\4\96, p. 5
[5]Así, el embajador argentino en Brasil, Alieto Guadagni, alerta a las empresas argentinas a tomar posición rápidamente en el Mercosur so pena de perder «un tren muy rápido», al mismo tiempo que señala que la creación del nuevo mercado implica redimensionar radicalmente la producción y los capitales en juego (Clarín, 3/4/96, p. 28)
[6]Bunge y Born Argentina vendió la textil Grafa a la brasileña Alpargatas Santista Textil; Compañía Química a Procter&Gamble; la pinturería Alba a ICI de Inglaterra. Al mismo tiempo, los recursos obtenidos se volcaron a Molinos Río de la Plata a fin de realizar un fuerte ajuste interno y capacitarla para competir a nivel Mercosur (El Economista, 19\4\96)
[7]Tal proceso dista de estar terminado o al menos haber adquirido dimensiones estables, como lo demuestra la ampliación de la Unión Europea, que incluiría a los países ex-comunistas incluyendo Rusia y Turquía, Chipre y Malta (Clarín, 31/3/96, p. 33)
[8]Harris, Nigel: «Labor in the New World System», in Against the Current, nro. 33, jul-ag 1991
[9]Una de las objeciones a la propaganda clintoniana del «pleno empleo» logrado por su gestión en EEUU, «pleno empleo» que sin embargo muestra una tasa de desocupación que duplica la de hace 20 años, es que los salarios han bajado, el trabajo se ha precarizado y las mayores «oportunidades» se dan en los sectores peor pagos y menos «atractivos». En resumen, el trabajador americano se está «mejicanizando».
[10]Trevizo, Dolores: «A New Multinational Proletariat», in Against the Current, nro. 33, jul-ag 1991
[11]Moody, Kim: «Free Trade, Promise or Menace?», in Against the Current, nro. 33, jul-ag, 1991
[12]Toledo Patiño, Alejandro: «The Crisis of Mexican Unionism», in Against the Current, nro. 33, jul-ag 1991
[13]Moreau, Francois: «Free Trade, Canadian Style», in Against the Current, nro. 33, jul-ag 1991
[14]McNally, David: «Beyond Nationalism, Beyond Protectionism: Labour and the Canada-US Free Trade Agreement», in Capital&Class, nro. 43, spring, 1991.
[15]Black, Errol: «The Canada-US Free Trade Agreement; a comment», in Capital&Class, nro. 46, spring 1992.
[16]McNally, David: «Once More on Labour, Nationalism and Free Trade», in Capital&Class, nro. 47, summer 1992.
[17]Para ejemplos de esta solidaridad, véase McNally, David: «Beyond…», p. 245
[18]Acerca del debate europeo, puede verse: Miles, Robert: «Labor Migration, racism and capital accumulation in western Europe», in Capital&Class, nro. 28, spring 1986; Olle, Werner and Wolfgang Schoeller: «World Market Competition and Restrictions upons International Trade Union Policies», in Capital&Class, nro. 2, summer 1977; Ramsay, Harvie: «Whose Champions? Multinationals, Labour and Industry Policy in the European Community after 1992», in Capital&Class, nro. 48, autumn 1992; Stirling, John: «This great Europe of ours: trade unions and 1992», in Capital&Class, nro. 45, autumn 1991; Teague, Paul: «The Alternative Economic Strategy: a time to go European», in Capital&Class, nro. 26, summer 1985.
[19]Clarín, 17\2\96
[20]Clarín, 3\4\96
[21]Coriat, Benjamin y Dominique Taddei: Made in France, Alianza, 1995
[22]Sin embargo, la promesa es muy endeble: los aumentos de productividad logrados por los nuevos métodos son tan altos que dudosamente absorban mano de obra. Por lo general y hasta ahora han tendido a aumentar más la desocupación. Aún en el caso de las fábricas que se reinstalan, como Fiat, una inversión de 600 millones de dólares produciría unos 5.000 empleos directos y unos 15.000 indirectos, muy poca cosa comparada con los 2.000.000 de desocupados de la Argentina.
[23]Prensa Obrera, 30\1\96 Estas medidas tienen por función aumentar la tasa de explotación y lograr, por allí, aumento de la competitividad. Sin embargo, medidas por el estilo se vienen desarrollando con fábricas que tienen otros convenios: Sevel, por ejemplo, había logrado pasar, en octubre de 1995, de 110 coches por turno a 150, con la mitad del personal (Prensa Obrera, 3\10\95)
[24]Clarín, 27\3\96
[25]Para un análisis muy interesante de la forma en que la central obrera más importante de América Latina, la brasileña CUT, concibe la dinámica actual del capitalismo, el rol de las nuevas tecnologías y el sentido de la reestructuración mundial en marcha, véase Buonfiglio, Maria Carmela: «Reestructuración Productiva y Movimiento Sindical: entre las ilusiones, los desafíos y la realidad. Una crítica al texto de la Central Unica de los Trabajadores – CUT-Brasil», en ponencia presentada en el II Seminario Internacional. El nuevo orden mundial a fines del siglo XX. El socialismo como pensamiento y perspectiva, Rosario, Argentina, 1995. Es notable la comunión de pensamiento entre la CUT y el manifiesto del Encuentro.
[26]Clarín, 12\4\96, p. 37
[27]Clarín, 14\4\96
[28]Clarín, 14\4\96
[29]Clarín, 14\4\96
[30]Algunos casos limitan con la esclavitud: un matrimonio de coreanos fue condenado en diciembre de 1995 por haber reducido a servidumbre a diez obreros brasileños que cobraban 250 dólares por mes con 18 horas diarias de trabajo, durmiendo en el suelo y comiendo raciones de arroz, papas y soja. Una reja les impedía salir (Clarín, 18\2\96).