Más vale un Perdriel… – Por Guido Lissandrello

en El Aromo nº 78

guido image 78El desarrollo del clasismo y el balance del Partido Comunista Revolucionario

¿Conoce la historia de la toma de Perdriel, en mayo de 1970? Entonces, no se pierda este artículo. Verá que la lucha rinde sus frutos y que, pese a lo que se ha instalado como sentido común, la izquierda en los ’70 tuvo una importante inserción en el movimiento obrero.

Por Guido Lissandrello (Grupo de investigación sobre la lucha de clases en los ’70)

El Cordobazo, en mayo de 1969, marcó el inicio de un proceso de confluencia creciente entre las fracciones más radicalizadas de la clase obrera y la izquierda revolucionaria. A nivel sindical, se asistió al ascenso de lo que se dio en llamar el “clasismo”. No se trató de un fenómeno inédito: en diferentes fábricas y gremios, los trabajadores protagonizaban ya importantes luchas. Pero lo que sí diferencia a esos años ’70 de la década anterior es que la clase obrera pasó a la ofensiva y comenzó a romper con sus direcciones reformistas. Un ejemplo de este proceso es la toma de la fábrica Perdriel, que tuvo lugar en la provincia de Córdoba, en mayo de 1970. El hecho permite visualizar, por un lado, el desarrollo de una importante batalla protagonizada por los trabajadores cordobeses y, por otro, la creciente influencia que la izquierda revolucionaria (en nuestro caso, el Partido Comunista Revolucionario) ejerció sobre ellos. Asimismo, deteniéndonos en el balance elaborado por el PCR, veremos cómo en la etapa se desarrolló una importante discusión sobre la estrategia revolucionaria para la Argentina. Esas discusiones permiten desmontar la imagen creada por la historiografía, según la cual la izquierda en los ’70 se reducía a un puñado de guerrilleros aislados de las masas.

Los primeros pasos

 Perdriel se instaló en el año 1966, cuando la empresa automotriz IKA-Renault decidió dejar en la planta de Santa Isabel solo la tarea de mantenimiento de matrices y crear un nuevo Departamento de Matrices en el camino al aeropuerto de Pajas Blancas, Córdoba. La nueva fábrica nucleaba alrededor de 500 obreros que se repartían en tres turnos. Se trataba de obreros calificados que se habían formado en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), en el Instituto Técnico de IKA o habían tenido ya una importante experiencia laboral en DINFIA (ex IAME). Gremialmente, estaban agrupados en el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA), que comandaban por aquel entonces Elpidio Torres en Córdoba y Dirck Kloosterman a nivel nacional.

Hasta 1967, la mayoría de los diez delegados con los que contaba la planta respondían a Torres. Pero al año siguiente comenzó a hacerse visible la creciente presencia de activistas de izquierda, en particular, de la Agrupación 1° de Mayo ligada al naciente PCR.[1] De la mano de René Salamanca y César “Gody” Álvarez, el partido delineó una política de acercamiento a los activistas que comenzaban a enfrentar a la patronal y denunciar las maniobras burocráticas de Torres, ejerciendo una creciente influencia sobre ellos, e incluso logrando incorporaciones orgánicas, como la de Agustín Funes.

En 1968, se desarrolló un primer conflicto importante. En aquel año, elecciones mediante, a los tres delegados clasistas se sumaron otros dos. La situación inquietaba a la patronal, que decidió arremeter con el despido de tres de ellos. Ante dicha maniobra, los obreros entraron en huelga, impulsaron piquetes y consiguieron la solidaridad de las plantas de Santa Isabel e ILASA. Sin embargo, tras quince días de lucha, la patronal acabó triunfando y los despidos se concretaron. Aún con la derrota a cuestas, los activistas de la planta que lideraron la lucha acrecentaron y consolidaron su ascendiente sobre el conjunto de los obreros, mientras que Torres, progresivamente, fue perdiendo el control.

A fines de ese mismo año se produjo un grave incidente: una matriz de cuatro toneladas se desplomó hiriendo a un operario. El ánimo de los trabajadores no permitió que el hecho pasara inadvertido. Se exigió y acordó ante el Ministerio de Trabajo el control obrero de los guinches que sostenían la matricería. Sin embargo, la patronal procedió a cerrar el conflicto esgrimiendo que los técnicos ya los habían reparado y que Torres habría dado el visto bueno. No obstante esto, una nueva asamblea decidió parar las actividades y movilizarse hasta el sindicato, para que Torres diera cuenta de lo acordado a espaldas de los trabajadores. El burócrata, cercado, negó haber firmado compromiso alguno. Los obreros decidieron volver a su lugar de trabajo, frenar la producción y elaborar un proyecto propio de medidas de seguridad. La empresa tuvo que aceptarlo.

El hecho, en sí mismo, evidencia la creciente ruptura de las bases con la burocracia y la aceptación de la dirección que ejercían los activistas de izquierda. Como afirma el ya mentado Funes, “en el cuerpo de Delegados se daban las grandes batallas. Nosotros discutíamos con la 1° de Mayo las posiciones para el Cuerpo de Delegados. Esas posiciones las llevábamos ante la masa y debatíamos todo en asamblea antes de ir. […] Éramos cuatro tipos que le jugábamos todo el cuerpo de delegados a Torres, y se lo frenábamos de punta a punta”.[2] Se había producido, en efecto, un cambio de la correlación de fuerzas en el interior de la fábrica.

Cordobazo y después: la toma

Como señalamos inicialmente, el ciclo insurreccional que inauguró el Cordobazo marcó un momento de ascenso del movimiento obrero y de la izquierda. Los trabajadores de Perdriel participaron de aquella gesta y salieron fortalecidos. Prueba de ello es la heroica toma de fábrica que protagonizaron justamente un año después, en mayo de 1970, y que significó una importante victoria sobre la patronal y la burocracia.

Los antecedentes del conflicto se remontan al 23 de abril de 1970. Ese día, en medio de un paro convocado por la CGT cordobesa, la policía detuvo a cuatro obreros de Perdriel que participaban de las movilizaciones. Al día siguiente, el turno mañana de la fábrica no inició sus actividades y convocó a una asamblea de urgencia, a la que se sumó el turno nocturno saliente, a fin de debatir un plan de lucha tendiente a la liberación de los presos. Allí se resolvió parar hasta que se produzca la liberación de los compañeros y enviar una delegación a la sede del SMATA, para informar de las medidas y pedir datos sobre la situación de los detenidos. La delegación encontró allí a Mario Bagué, mano derecha de Torres, quien intentó disuadirlos de emprender medidas de acción directa “apresuradas” y aseguró que el problema ya había sido canalizado legalmente. Los obreros, sin embargo, desconfiaban de los tiempos legales e “invitaron” a Bagué a sumarse a la asamblea que se desarrollaba en Perdriel. Su intervención no hizo más que profundizar el descontento, ya que insistió en la necesidad de aguardar la resolución legal y denunció que la medida de fuerza había sido producto de grupos “subversivos” y “foráneos”. Acto seguido, otro orador llamó a que se identificaran los supuestos subversivos, y en ese instante se alzaron 400 manos. El repudio a Bagué era evidente.

Los obreros entonces se mantuvieron movilizados: una delegación se reunió con el juez interviniente y cerca de 300 trabajadores marcharon hacia Santa Isabel con la consigna “los que mantienen presos a nuestros delegados son los mismos que asesinaron a Menna”.[3] Allí se reunieron con los operarios que estaban ingresando al tercer turno y, minutos después, con aquellos que salían del segundo. Consiguieron promesas de paro para el día siguiente, si no se registraban novedades. Poco después, decidieron marchar otra vez hacia el SMATA, donde no encontraron a ningún miembro de la Comisión Directiva. Sin embargo, dos horas más tarde, los presos fueron puestos en libertad. La burocracia hizo circular volantes en el que buscaba adjudicarse el triunfo que se habría logrado por la vía legal. En ellos acusaba directamente a la agrupación 1ro. de Mayo de organizar las movilizaciones sin órdenes de la Comisión Directiva.

El balance de la jornada resultaba claro: ya prácticamente no quedaba obrero en Perdriel que reconociera a la cúpula del SMATA como dirección, pues se había hecho evidente que no tenía siquiera la voluntad defender a los compañeros de la represión dictatorial. La conducción pasó a los delegados vinculados al frente sindical del PCR.

En esta situación se llegó a las elecciones de renovación de delegados de Perdriel, exigidas por un petitorio que alcanzó las doscientas firmas. La situación era particularmente importante en el turno tarde, donde se renovaban tres de los cuatro puestos. El resultado parecía arrojar una perspectiva predecible: una derrota de la burocracia a manos de los elementos clasistas. La patronal y la dirección del sindicato, conscientes de esta tendencia, se anticiparon: el lunes 11 de mayo, Ávalos y Luna, candidatos a delegados, fueron notificados de su traslado a Santa Isabel, producto de una reasignación de tareas. Inmediatamente la agrupación 1ro. de Mayo denunció el hecho y convocó una asamblea a la que concurrió casi la totalidad de los trabajadores.

Una pequeña delegación se acercó al local del sindicato, en el que recibieron el consejo de aceptar el traslado transitoriamente para darle tiempo a la Comisión Directiva a que tome cartas en el asunto. En caso de que la empresa no cediera, podrían aceptar una indemnización por despido. Quedaba absolutamente evidenciada así la connivencia entre la burocracia y la patronal, con el objetivo de eliminar a los elementos más combativos.

El martes 12, a las siete de la mañana, tuvo lugar una segunda asamblea a la que asistió la Comisión Directiva. Allí se enfrentaron dos mociones: 1) no ocupar los puestos de trabajo hasta que se dejen sin efectos los traslados; 2) iniciar el trabajo y dejar las gestiones a cargo del sindicato. Triunfó la primera y se mantuvo el paro hasta las 16 hs. Una vez cumplido, se realizó una nueva asamblea que contó con la presencia de casi 400 trabajadores. Allí se votó por unanimidad tomar la fábrica para impedir que se concreten los traslados.

Dentro de la fábrica quedaron finalmente unos 300 trabajadores, que se prepararon para efectivizar la toma y garantizar la resistencia ante los eventuales ataques de las fuerzas represivas. Cerca de 30 directivos fueron tomados como rehenes y obligados a desarrollar tareas de limpieza. La gerencia fue rodeada con tanques de nafta y 50 obreros se encargaron de su custodia. Paralelamente, comenzaron a confeccionarse bombas molotov y se blindó la fábrica puertas adentro. Para ese entonces, la policía ya había rodeado el establecimiento, pero debió desistir y retirarse dado que se hacía evidente que cualquier intento de desalojo terminaría mal.

Mientras comenzaba a llegar la solidaridad de los trabajadores de ILASA, Santa Isabel y de los estudiantes cordobeses, el SMATA, atendiendo a las preocupaciones del Gobierno y de los empresarios, acercó una solución de compromiso: aceptar los traslados, realizar las elecciones y si los delegados de izquierda triunfaban, dar marcha atrás y retornarlos a Perdriel, reconociendo el mandato. La propuesta fue rechazada y denunciada como una táctica de Torres para ganar tiempo y manipular las elecciones. Los obreros reclamaron:

 

“1) Que se proceda a la inmediata elección de delegados por voto secreto, con los trasladados presentes. 2) En caso de no ser elegidos los trasladados, que queden a disposición de la patronal, con todas las garantías laborales. 3) Que no se tomen represalias contra ninguno de los ocupantes.”[4]

 

Luego de 55 horas de toma, la lucha rindió sus frutos: la ocupación se levantó cuando la patronal aceptó el reclamo de los obreros. Al día siguiente, las elecciones gremiales confirman lo evidente: Luna y Ávalos fueron elegidos delegados por 92 votos a 2 y 88 a 36, respectivamente.

Tiempo de balance

Como ya hemos señalado en otro artículo,[5] tras la ruptura con el PC, el PCR atravesó un profundo debate en torno a la estrategia adecuada para la revolución en la Argentina. En el interior del partido, se produjo una disputa entre tres tendencias. Una corriente insurreccionalista “pura” defendía la construcción del partido como herramienta para el desarrollo de la hegemonía socialista en el seno de la clase obrera. Ello implicaba la necesidad de estrechar las relaciones entre la vanguardia y la clase por medio de la construcción de verdaderas corrientes clasistas. La inserción sindical fue la piedra angular de esta posición, pues el sindicato era la instancia fundamental de articulación con la clase. En el otro extremo, una tendencia “guerrillerista”, que culminaría en una ruptura tras la expulsión de militantes que se incorporarían a las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL). Esta propuesta tenía como eje central la constitución de células urbanas clandestinas que, mediante una compleja justificación teórica, llevarían al mismo tiempo una lucha teórico-política y una militar. Por último, en el medio de ambas tendencias, se gestó una tercera. Tomando como estrategia fundamental el camino de la insurrección, y por ende la necesidad de la construcción de un partido vinculado a las masas, defendió también la formación de organismos armados como mecanismo de desarrollo de la conciencia y para el pertrechamiento de armamento y conocimiento técnico-militar.

El debate se fue saldando al calor de la lucha de clases, fundamentalmente a partir de los hechos insurreccionales que desde mayo de 1969 protagonizaron fracciones de la clase obrera. En ese contexto, la toma de Perdriel significó un catalizador que terminó por clarificar el debate estratégico en el que estaba sumergido el PCR.

El rol dirigente del partido en este conflicto resultó fundamental para definir la discusión en favor de la posición insurreccional. Ya para agosto de ese año se realizó un balance sobre el hecho que atestiguaba un creciente distanciamiento de la opción por las armas y una adhesión más marcada al insurreccionalismo. Allí se celebraba:

“El surgimiento, incipiente pero tangible, de agrupaciones sindicales clasistas que en algunas empresas, y en algunas de las luchas reseñadas, lograron transformarse en alternativa política, revolucionaria, frente a los jerarcas sindicales y al reformismo”.[6]

Paralelamente, se criticaba a las FAL, achacándoles realizar acciones militares sin tener inserción en las masas, lo que expresaría una tendencia al voluntarismo. Esa discusión se sintetizaba en una clara consigna: “Más vale un Perdriel que cien secuestros”. La estrategia insurreccional se había impuesto en el debate interno.

Por sobre todo, lo que viene a saldar la toma de Perdriel es el papel de la violencia en el proceso revolucionario. Recordemos que la ruptura con el PC giraba en torno al reformismo y la transición gradual y pacífica hacia el socialismo que había adoptado el partido luego del XX Congreso del PCUS. Los militantes que terminaron formando el PCR se pronunciaron en favor del carácter violento de todo proceso revolucionario. Pero no lograban terminar de definir la forma que debería adquirir la violencia en dicho proceso. Sobre ese vacío se montaba toda la discusión estratégica entre las tendencias que defendían la necesidad de la construcción de un aparato armado y quienes la rechazaban. En ese marco, Perdriel vino a demostrar que la violencia organizada no es necesariamente una tarea que deba asumir el partido desde la construcción de un frente específico, sino que ella emergería naturalmente del propio proceso de la lucha de clases, en la medida que los obreros desarrollaran su conciencia política bajo la dirección del partido. La toma que impulsó la agrupación 1º de Mayo mostró la capacidad de organización militar que puede desarrollar el proletariado cuando comienza a reconocer sus verdaderos intereses de clase y se agudizan los enfrentamientos con la burguesía. En este sentido el PCR balanceó que:

“La aplicación de nuestra línea en Perdriel, nos confirma cómo los obreros masivamente son capaces de incorporar inmediatamente la violencia a sus luchas, de organizarse como verdaderas milicias obreras, y cuál es el camino que lleva efectivamente a la clase hacia el ejercicio del poder: el camino de la insurrección popular. Lo que los obreros ganan en conciencia y organización con cada una de estas luchas no lo lograremos con los ‘excitantes’ pequeño-burgueses. Trabajar en el sentido de desarrollar estas luchas, incorporando a las masas al ejercicio de la violencia en las mismas y organizando las milicias obreras es parte importante de las tareas que nos llevan a transitar el camino proletario de la revolución.”

Legados

La toma de la planta cordobesa de Perdriel pone en evidencia el cambio de signo que se produce en la lucha de clases en la Argentina luego del Cordobazo. A partir de este hecho insurreccional, fracciones minoritarias, pero crecientes, de la clase obrera comenzaron a romper con el reformismo y girar hacia posiciones revolucionarias. A nivel sindical, esto se expresó en la pérdida de legitimidad de la burocracia y un creciente acercamiento de las bases a los activistas orgánicos de la izquierda revolucionaria. En Perdriel, este proceso se observa con claridad: el torrismo empezó a perder espacio aceleradamente, a la par que lo ganaron los delegados vinculados a la agrupación 1º de Mayo del PCR. Bajo esa dirección, pudieron dar curso a luchas exitosas que quebraron la voluntad de la patronal.

Por otro lado, la dinámica del conflicto le permitió al PCR clarificar su estrategia. El debate interior que lo atravesaba expresaba un problema crucial para la lucha de clases en la Argentina pues, se discutía cómo conquistar el poder. En ese sentido, el fenómeno estudiado logró inclinar la balanza en el debate: la tarea fundamental de los revolucionarios era la disputa de la conciencia de los trabajadores y el problema de la violencia debía subordinarse a ello. De este modo, se fortaleció la estrategia insurreccionalista, en un contexto en el que el grueso de las organizaciones políticas de izquierda apostaba a la construcción de poderosos frentes militares. Se trata de lecciones completamente vigentes para los revolucionarios de hoy.

Notas

[1] Denominado, por aquel entonces, Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria.

[2] Salinas, Miguel (seudónimo de Agustín Funes): “Perdriel, Córdoba: Testimonio de una experiencia del movimiento obrero”, Teoría y Política, n° 11, Septiembre-Octubre de 1973, pp. 7-8.

[3] Ídem, p. 13. Se refiere a Máximo Menna, obrero asesinado durante el Cordobazo.

[4] Véase “IKA-Perdriel: Una camino y un método”, en Nueva Hora, n° 46, 1ra. Quincena Junio 1970.

[5] Lissandrello, Guido: “Adiós a las armas. Los debates en el Partido Comunista Revolucionario (PCR) en los ’70 y el camino de la insurrección”, en El Aromo, Nº 72, mayo-junio de 2013.

[6] PCR: “Conferencia Permanente del PCR”, en Documentos aprobados desde la ruptura con el PC revisionista hasta el 1ª Congreso del PCR 1967/1969, PCR, Buenos Aires, 2003.

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