Las jornadas vividas en torno a la votación por la reforma del régimen jubilatorio dejan, para la izquierda revolucionaria argentina, una serie de lecciones que es importante entender con la mayor prontitud posible. Sin la asimilación de esas conclusiones, podemos caer en una serie de trampas que den por tierra con todo lo conseguido y buena parte de lo por conseguir.
En primer lugar, no hay que dejarse arrastrar por el microclima social. La izquierda revolucionaria, lo dijimos muchas veces, ha logrado hacer pie en sectores importantes de la clase obrera. Eso le permite exhibir un músculo que, en situaciones concentradas, como esta de la que hablamos, puede parecer mucho más grande de lo que realmente es. Reunir una masa importante en un punto de la ciudad de Buenos Aires y disponerla a una situación de combate callejero es hoy una posibilidad que no era común antes del 2001 y que luego de esa fecha no resultó frecuente. Tampoco era algo fácil obtener el consenso y el apoyo de una parte de la población de la ciudad que, pasiva en relación a esos combates callejeros, resulta una retaguardia nada despreciable a la hora de brindar fuerza moral a los combatientes mediante el cacerolazo y la marcha hacia Plaza Congreso. Esta última acción, seguramente, hará pensar dos veces al gobierno acerca del costo de las represalias a ejercer contra los manifestantes en los días que siguen.
Sin embargo, lo que las jornadas mostraron también es que los “aliados” que algunos sectores de la izquierda pretenden seducir, no solo tienen intereses muy diferentes, sino que resultan ser, a la postre, más una carga y un peligro que un aporte a la lucha. En primer lugar, el sector con el que se estuvo haciendo “frente único” durante todo este tiempo se dio vuelta y mostró su verdadero rostro, que no podía ser otro que el patronal, y le dio los votos necesarios al macrismo. En especial, Passalaqua y Bordet. Además, el aporte de volumen a la movilización por parte de los agrupamientos kirchneristas no solo fue muy limitado, sobre todo en relación a lo que se supone podrían movilizar, sino políticamente confuso y, en más de un caso, ya no lindante con la traición sino incluso mucho más que eso. En efecto, desde el propio Scioli, supuesta alternativa K al macrismo, que se escondió bajo la mesa, o los intendentes kirchneristas como Magario y otros, que se retiraron de la plaza ni bien empezaron las acciones, desmarcándose ante todo aquel que pudiera escucharlos, hasta Agustín Rossi, justificando el apoyo de los gobernadores al macrismo, pasando por la ausencia de militantes de La Cámpora y por todo el arco “intelectual” kirchnerista, sobre todo por C5N, dedicado a “repudiar” la “violencia”, el universo K hizo alarde de “oposición” y empujó a la izquierda a la primera fila de la lucha, para luego dejarla sola. Si la izquierda quiere conocer el tamaño real de sus fuerzas, debe descontar a este supuesto “aliado” que tan rápido se transforma en enemigo.
En segundo lugar, la izquierda revolucionaria debe entender mejor el campo político en el que opera. Si bien nunca se sabe a ciencia cierta cuándo una jornada relativamente pacífica puede transformarse en una batalla campal, siempre se debe tener una idea cabal de la magnitud de las herramientas de lucha que se está dispuesto a poner en juego y de la forma en que deben realizarse las acciones. En parte, porque como se dijo más arriba, las fuerzas reales son menores de las que parecen, pero también porque la posibilidad represiva del enemigo es, todavía, gigantesca y, sobre todo, porque aún no se han asimilado las consecuencias de la serie de derrotas sufridas por el conjunto de la izquierda desde la asunción de Macri. En particular, aquellas en las que el resultado final es un reforzamiento del poder represivo del aparato del Estado, como el caso de Santiago Maldonado. Esas derrotas tuvieron su origen en la entrega de la dirección del movimiento de protesta al kirchnerismo.
Esto último es particularmente importante en este caso. La conmoción de la crisis no solo alcanzó las filas oficialistas (y no hay más que ver a Carrió y leer la columna de hoy de Lanata en Clarín), sino al propio kirchnerismo. Los candidatos votados en nombre del “combate a la derecha” fueron artífices del triunfo macrista. Los pocos militantes K que estuvieron en la plaza marchaban contra sus propios dirigentes. Por lo tanto, la izquierda tiene una oportunidad única en esta crisis. La oportunidad de profundizar la brecha en las filas K, llevarse una masa de obreros y sepultar definitivamente el pilar más importante del reformismo actual. Para eso, hay que explicar las diferencias y mostrar las conductas respectivas de cada orientación política. En cambio, plegarse al “frente único” y asimilarse al peronismo es apuntalar a ese programa y a esa dirección y, por lo tanto, cerrar una crisis que debe desenvolverse a nuestro favor. No es lavándole la cara al kirchnerismo, haciendo declaraciones a la prensa con Espinoza y Rossi o congraciándose con Mayra Mendoza, que se hará entrar en crisis la conciencia reformista de las bases kirchneristas. Es rechazando toda componenda con esa calaña y siendo tan duros con ellos como con Macri, que se obtendrá la victoria en este campo.
En la Argentina actual, el aparato represivo se encuentra en una crisis moral. La principal tarea de Patricia Bullrich, que ya había empezado con Cristina, es la reconstrucción de las fuerzas morales del personal dedicado a la represión. Este personal carece de la energía suficiente, no solo por sus taras internas (la falta de equipamiento, los bajos niveles salariales, la carencia de todo conocimiento técnico, etc.), sino porque todavía está bajo los efectos del Síndrome “derechos humanos”. En la Argentina, “reprimir” es una actividad estatal mal vista, lo que en otros países es tomado como algo “normal”. Es el resultado de la crisis del aparato represivo que dejó la dictadura militar y de la lucha por los derechos humanos en la etapa “democrática”, fenómeno profundizado por la insurrección del 2001 y lo que siguió después. A mitad del gobierno kirchnerista, que se benefició de esta situación para armar su propia facción militar, comenzó el operativo de rescate de las fuerzas armadas y represivas en general. Dicha tarea ha tomado estado público y abierto con Bullrich y recibió un espaldarazo con la resolución, hasta ahora al menos, del caso Maldonado: las fuerzas del orden tienen derecho a reaccionar y reprimir con la máxima dureza porque se presume que han actuado “a derecho” y bajo presión de las circunstancias. La desaparición de ARA San Juan va en el mismo sentido. Si Maldonado arrastró a buena parte de la población a la protesta, por Rafael Nahuel, un caso indudable de asesinato en contexto de represión estatal, no ha producido ninguna reacción ni remotamente parecida. Así, del rechazo a toda intervención represiva sobre la población civil, se pasa a la presunción de inocencia automática del represor. Un paso más y entramos en el campo de la reivindicación de la “heroicidad” natural de las fuerzas armadas del Estado. Si la desaparición del submarino es un hecho hasta cierto punto fortuito que el gobierno puede instrumentar para esta política, la participación de la izquierda en el caso Maldonado es un ejemplo de intervención fallida y contraproducente, igual que en el episodio del 2×1 y varios más.
Acciones como las del compañero del PSTU, no solo son desproporcionadas a la situación, sino que exponen a los que la realizan a la represión fácil. A cara descubierta, con la remera de su organización, una persona que incluso ya tiene una exposición pública, en tanto fue candidato del FIT en elecciones, no puede hacer lo que hizo en este contexto. Así, el kirchnerismo se lleva los laureles de la oposición y la izquierda revolucionaria los presos. No se trata de cargar las tintas sobre el compañero, al que antes que ignorar hay que defender, y a cuya organización hay que proteger de la represión que se viene, sino de que el conjunto de la izquierda reflexione sobre sus formas de intervención y entienda que ellas reflejan siempre la calidad organizativa de la fuerza que las comanda. Se trata, entonces, antes que del error de un compañero, de nuestras debilidades organizativas. Chocar con la policía, tirar piedras, etc., son formas de la violencia propias de este tipo de acciones. No es que no puedan encontrarse formas más efectivas militarmente hablando, sino de que esas formas y las armas que les corresponden, no son propias ni de este momento ni de este tipo de acciones. Por si no nos dimos cuenta todavía, el aparato judicial es también un aparato represivo del Estado. El macrismo lo va a utilizar no solo para regimentar a la oposición K sino sobre todo, a la insurgencia social. Lo vamos a ver en los próximos días. Y lo vamos a sufrir.
No estamos en un contexto de combate militar, tampoco en el de la caída de De la Rúa, con un gobierno débil que acaba de perder estrepitosamente las elecciones con una economía barranca abajo y un volcán social en plena erupción. La acción de arrojar elementos contundentes solo se justifica cuando se necesita mantener una línea u ordenar una retirada, deteniendo a las fuerzas estatales. Fuera de esos contextos, se arriesga una provocación que solo consigue disolver la demostración de fuerza. Pareciera que entre el insulso “abrazo” al Congreso y la provocación abierta no hay nada más que hacer. Solo por dar un ejemplo, las fuerzas del FIT se olvidan de las veces que, en el contexto post-Argentinazo, recuperamos con el Bloque Piquetero Nacional la Plaza de Mayo contra las fuerzas represivas “pechando”, como lo definió en su momento Néstor Pitrola. ¿Se nos acabó la imaginación? ¿O se trata, una vez más, de una expresión de nuestras debilidades organizativas?
Concluyendo: debemos aprender a transitar un escenario político muy adverso y al mismo tiempo muy prometedor, si somos capaces de regular la fuerza y movernos enérgicamente pero con inteligencia, por un lado; llegó la hora de soltar lastre histórico, abandonar toda ilusión en el peronismo y sus secuelas (como el kirchnerismo) y afrontar la lucha social alejados de toda compañía burguesa, por otro. En esto, como en otros campos, menos es más.
La conclusión más importante, sin embargo, es otra, que se deduce de ambas: la izquierda debe avanzar rápidamente hacia instancias de coordinación mayor de sus acciones en todos los campos de lucha, desde lo sindical a lo cultural, pasando por lo puramente político. Sin ese proceso de unificación, la dispersión de los destacamentos termina siendo un obstáculo para el triunfo de toda la fuerza revolucionaria. Entonces, llamamos a:
- Un gran congreso político de toda la izquierda revolucionaria, para analizar la situación, debatir los problemas y marchar hacia un proceso de unificación partidaria con un plan de trabajo político común para enfrentar al macrismo y sus aliados, por una parte, y a las seudo alternativas burguesas como el kirchnerismo, por otra.
- Una nueva Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados, para profundizar y aceitar los vínculos entre las organizaciones políticas y la vanguardia social, armar un plan de lucha de largo plazo y programar acciones comunes en el corto plazo.
- No al procesamiento de los luchadores que actuaron en estas jornadas.
- No a la acción judicial contra el compañero Sebastián Romero.
Los K no empujaron a la izquierda a ningún lugar, la izquierda política de este país ocupo su lugar en la lucha; por lo demás muy buen artículo.