Las raíces (podridas) del progresismo. Acerca de «Un enemigo del pueblo», de Henrik Ibsen (1828-1906), adaptación de Sergio Renán, con Luis Brandoni y Alberto Segado

en El Aromo n° 37

Por Mara López – Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen1, fue estrenada el 20 de abril de 2007 en el teatro San Martín.2 A la primera función asistió el ex presidente Raúl Alfonsín. La historia transcurre en los años cincuenta, en un pueblo indeterminado cuyo principal sostén económico es la afluencia turística a su balneario, cuyas aguas se suponen curativas. Luego de su flamante inauguración, el verano anterior, el doctor Tomás Stockmann (Luis Brandoni) a raíz de una minuciosa investigación llega a una conclusión inquietante: las aguas, lejos de curar, enferman. Quien debería enterarse y hacer algo al respecto es el comisario y alcalde de la ciudad: Pedro Stockmann, el hermano de Tomás.

En un primer momento, Tomás intenta comentar los resultados de las investigaciones con su hermano. A su vez, es convencido por el redactor del diario La voz del pueblo, Billing (Sergio Boris), para que ese revelador informe sea publicado en su diario. Pero Pedro se opone a que se divulgue la noticia. En su argumentación, hace hincapié en las necesidades prácticas e inmediatas: esto traerá la ruina del pueblo. Al mismo tiempo, de realizarse las modificaciones necesarias, aumentarían los impuestos a la población. Acusa al doctor de no ver el problema sino a través de las anteojeras de su idealismo extremo: “No sos dios, sos un hombre”, le dice. Tomás le responde que es su “deber” comunicar a la población de los males que provocan las aguas.

Como no logra convencer a su hermano de clausurar el balneario, Tomás decide entregar la información al diario para que sea divulgada. En el transcurso, el alcalde se acerca a la redacción de La voz del pueblo y consigue persuadir a su director de no publicarla. Su argumento es que ante la negativa de los accionistas, las reformas necesarias para sanear el balneario implicarían una “contribución” impositiva de la que la imprenta no estaría exenta. El doctor Stockmann resuelve entonces dar una conferencia a todo el pueblo, en el puerto. Todo parece preparado. Sin embargo, antes de comenzar, Pedro y una masa adicta convierten el escenario en una asamblea en la que -por la votación de la mayoría- se le quita a Tomás el derecho a referirse al balneario. En consecuencia, el doctor es derrotado en sus intentos de esclarecer el problema y se gana el rechazo absoluto del pueblo. Como resultado –también por mayoría- se lo declara su enemigo. El único que lo apoya es un militar, el Capitán Horster (Marcos Woinski). En medio de la asamblea, llega un borracho preguntando “¿dónde hay que votar?”. A pesar del repudio de todos sus habitantes (salvo su familia y el capitán, que lo acompañan hasta el final), Tomás no apela a la huida sino que decide quedarse allí para, a través de la educación de los niños pobres, cambiar gradualmente a esta sociedad enferma que no lo comprende.

Un régimen perimido

La obra ha sido reseñada en varios medios. La Nación, a través de las entrevistas a sus protagonistas, hizo hincapié, por un lado, en la contradicción planteada entre el hombre de principios (Tomás) y el hombre práctico (Pedro) donde anclaría el dilema ético–moral.3 Perfil, por su parte, se detuvo en los aspectos formales de la obra (vestuario, música y escenografía).4 La lectura contemporánea de su director, y la clara decisión de acercar la obra al público, sólo está marcada por el cambio de temporalidad interna: de fines del XIX a mediados de los ’50, con personajes que visten y hablan como argentinos. Se observa que la obra está claramente dividida en dos partes: la primera más narrativa, la segunda más retórica, “en la que el texto se vuelve, tal vez, un poco más anacrónico no en su contenido sino en su forma, extremadamente explícita y, por ende, en el límite de la ingenuidad pedagógica”.5

Veintitrés realizó una crítica similar con respecto a la puesta que “opta por claridad casi didáctica antes que por destacar con fidelidad la excelencia literal del dramaturgo realista”.6 Remarcó, también, la coincidencia con el conflicto de las pasteras y señaló la puesta en cuestión que realiza la pieza en torno a la democracia: “[Sergio Renán] nos aproxima a esa crisis de ideas llevando tácitamente la acción a los años ’50, y subraya los procedimientos autoritarios gubernamentales, el eterno opuesto individuo-colectividad, el peligro de que la democracia pueda degenerar en demagogia. Esto plasma con eficacia en la solución en planos contrastados de la crucial escena de la asamblea; protagonistas conscientes del drama versus barra instigadora de la comparsa. Un enemigo vuelve a inquietar la conciencia cívica, arrebatándonos la confianza de que ‘bien común’, ‘razón’ y ‘verdad’ son equiparables”.

La revista Teatro, del CTBA, hace hincapié en la actualidad de la obra: “La culpa podría ser de algunas sociedades que no logran satisfacer sus sueños, que no consiguen producir en su seno los cambios creativos necesarios para instalar los valores que se expresan en la obra”.7 Así también ocurrió en la puesta de 1972, en adaptación de Arthur Miller. Allí, los argentinos esperaban la vuelta de Perón como una salida del gobierno de facto: “la consagración de la justicia y de la libertad se sintetizaban en las representaciones de Un enemigo del pueblo, en la adhesión a los alegatos principistas del protagonista, en el rechazo a veces estentóreo de las diatribas inescrupulosas del alcalde”.

A simple vista, la vinculación con el conflicto de las pasteras del Río Uruguay parece ser la clave de lectura más correcta y lineal para comprender la obra. Sin embargo, nos parece que esta nueva puesta en escena de Un enemigo del pueblo obedece a razones más profundas. La obra plantea dos momentos: el primero, cuando el doctor Stockmann debe enfrentarse contra los intereses económicos de los accionistas del balneario: el alcalde, entonces, funciona como mero ejecutor de esos intereses. Lo mismo ocurre en el caso de la prensa: cuando sus intereses económicos están en juego, el dueño de La voz del pueblo decide no publicar el informe. Desde la óptica del doctor, el funcionario público no está actuando por el bien común, está traicionando al pueblo que lo eligió. Se trata de una crítica a la democracia, parece estar desnudando los verdaderos intereses que se esconden detrás de ella: sirve para garantizar que los intereses económicos burgueses sean respetados. Para el caso de la prensa vale el mismo juicio.

El segundo momento es el enfrentamiento con el pueblo: la asamblea del puerto. Allí se nos muestra cómo ese mismo funcionario público convence a una amplia mayoría de que el balneario debe ser sostenido en virtud de los beneficios que trae. Aquí también se expone una aparente contradicción de la democracia: el pueblo bien puede ser convencido de acciones que van en su perjuicio. Es decir, la retórica demagógica del alcalde es más fuerte que la evidencia científica incontrastable del doctor que finalmente queda solo y aislado: “Las raíces de nuestra sociedad están podridas”, diagnostica Tomás durante la asamblea.

Vemos así el desarrollo de un sujeto que va de la ingenuidad más absoluta (“mi hermano va a entender, tiene que entender”) a la intuición de que el sistema social (la democracia burguesa) no sirve a los intereses de la mayoría sino de una pequeña minoría. Hasta aquí, podemos decir que no se trata sino del reconocimiento de que la sociedad, así como es, está mal. Sin embargo, Tomás adolece de los límites propios de toda conciencia reformista: creer que no es el sistema en su conjunto el que debería ser transformado sino las personas las que deberían cambiar. De ahí que desee quedarse para reeducar a los niños, a las nuevas generaciones “no enfermas todavía”.

Dos veces vista: una explicación miserable

A pesar de todo, el problema planteado en torno a la democracia adquiere un nuevo matiz en esta puesta: ¿por qué adaptar una obra en una época determinada, los años cincuenta, sino porque esa época representa algo? No es arriesgado pensar que la crítica al populismo peronista de ayer es la crítica al populismo kirchnerista de hoy, se trata del segundo momento que señalamos más arriba: Pedro arengando al pueblo en una retórica demagógica más fuerte que los argumentos científicamente comprobados por Tomás. La crítica al populismo demagógico de Pedro es la crítica al pueblo: un conjunto de sujetos incapaces de reconocer cuándo se los está engañando. Un planteo miserabilista que encuentra en el ataque a las (equivocadas) decisiones de la mayoría, una vía para escapar a la crítica profunda a la democracia burguesa. Si bien es claro que la mayoría puede equivocarse, lo que la obra deja en pie es la idea de que la democracia burguesa es el mejor sistema de gobierno posible, descartando toda posibilidad de enjuiciamiento: el problema son las personas y no el sistema.

Así las cosas, Un enemigo del pueblo adquiere un nuevo cariz en el contexto político argentino de hoy: nos referimos al rearme de la oposición K que encuentra su expresión en la colocación de Macri en la jefatura de gobierno. Una salida por derecha al inconformismo por las tareas que el Argentinazo no terminó de llevar adelante: la pequeña burguesía que logró la renuncia de un presidente en el 2001 y que luego se ilusionó con la salida bonapartista de Kirchner, hoy define su apoyo por la liquidación del populismo dado que no conformó las ilusiones despertadas. Una crítica “militar” a la democracia burguesa, aunque no al régimen capitalista. No resulta casual que el único que realmente entiende razones y no se deja corromper es el capitán. El único militar que aparece en la obra. Pero también, una apuesta a la educación de los pobres. Es decir, una apelación, bajo una denominación fenoménica, a la clase obrera, al “nuevo hombre”, auque más no sea por la vía del “adoctrinamiento” juanbejustista. Por lo que la obra conserva toda la ambigüedad de un reformista decepcionado.

Todo el espectro anti K se puede encontrar en la obra: desde la ética y la moral de Carrió hasta la salida reaccionaria por la vía Macri. Si vinculamos la obra con el teatro de tesis, el planteo se refuerza: lo que le ocurre a Tomás sería “lo que no debe ocurrir”, es decir, el triunfo de las decisiones equivocadas del pueblo. Algo con lo que hasta Filmus ha venido a coincidir, demostrando hasta qué punto todos se unen en una ideología profundamente reaccionaria.


Notas

1Escrita en 1882, corresponde al período realista del dramaturgo noruego, de filiación socialista. Esta obra se inscribe en la línea del teatro de tesis. El propósito de este tipo de teatro es provocar en sus espectadores el debate al plantear conflictos sociales contemporáneos. Perseguían un objetivo claramente pedagógico. Henrik Ibsen fue su representante más destacado, logrando clara influencia tanto en Europa como en Argentina.
2Sala Martín Coronado, de miércoles a domingos a las 20 hs. Platea $ 20.
3Pacheco, Carlos,: “Un enemigo del pueblo”, en La Nación, edición digital www.lanacion.com, 15 de abril de 2007, sección espectáculos, página 12.
4Weinschelbaum, Violeta: “Pedagogía ética y política”, en Perfil, Año III, nº 173, 22 de abril de 2007, página 15.
5Idem.
6Mazas, Luis: “Como escrito ayer”, en Veintitrés, Año IX, nº 460, 26 de abril de 2007, página 14. 7Staiff, Kive: “35 años después”, en Teatro, Año XXVIII, nº 88, abril de 2007, Gobierno de Buenos Aires, Ministerio de cultura.

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