LAS COORDINADORAS INTER-FABRILES DE CAPITAL FEDERAL Y GRAN BUENOS AIRES, 1975-1976

en Revista RyR n˚ 4

En la discusión sobre la existencia o no de una situación revolucionaria en la Argentina de los `70, las coordinadoras ocupan un lugar central: ¿significaron un viraje cualitativo en el corazón del núcleo mismo del proletariado industrial argentino o, por el contrario, continuaron una línea de acción en consonancia con tradiciones anteriores?. Los dos textos siguientes dan respuesta a esta pregunta en tono polémico.

Por Yolanda Raquel Colom y Alicia Salomone (Historiadoras de la Universidad de Buenos Aires)

«Nadie ha considerado nunca un hecho revolucionario la constitución local o nacional de sindicatos o una central sindical. Por el contrario, nadie ha dejado nunca de considerar un hecho revolucionario la constitución de una federación local o nacional de consejos de fábrica o la formación de un consejo central de delegados de consejos de fábrica»
Adolfo Gilly, «Los consejos de fábrica en Argentina,
 Bolivia e Italia» (1978)

Introducción:

El objetivo de este trabajo está centrado en el análisis de las Coordinadoras Interfabriles de Capital y Gran Buenos Aires, desde el momento de su emergencia en junio de 1975 hasta el golpe militar de marzo de 1976.

Es un período breve pero de importante significación pues, en nuestra opinión, las Cordinadoras jugaron un papel relevante en la convocatoria y movilización contra el plan económico de Isabel Perón y su ministro Celestino Rodrigo, que culminó en las grandes huelgas de junio y julio del ’75. En estas jornadas, la dirigencia sindical oficial es sorprendida y rebasada por un movimiento que surge desde las bases, desde los lugares de trabajo, desde las zonas donde comienzan a coordinarse las comisiones internas, delegados y activistas de distintos establecimientos, y que busca canales propios de expresión de la protesta ante una dirigencia sindical que asume una actitud ambigua frente a la política de Rodrigo e Isabel.

Las movilizaciones de junio-julio de 1975 tuvieron un impacto decisivo en la escena política nacional, cuya consecuencia manifiesta fue la homologación de los convenios colectivos y el alejamiento de López Rega y Rodrigo. Por otro lado, reafirman la confianza del movimiento obrero en sus propias fuerzas a la vez que evidencian la incapacidad de la burocracia para controlar las bases. En efecto, ésta había dejado de ser el marco de contención de una protesta obrera que comenzaba a recorrer canales organizativos y formas de conciencia autónomos.

Hay testimonios de que las Coordinadoras Interfabriles continuaron existiendo y desarrollando una actividad en los meses que siguieron a la huelga general. Su acción se centró, por un lado, en la continuación de la lucha reivindicativa por salarios y en contra de la desocupación en las fábricas y zonas donde se hallaban insertas. Por otro, siguieron llevando a cabo enfrentamientos antiburocráticos, acciones de solidaridad y de lucha contra la represión. En marzo de 1976 el Plan Mondelli generó una nueva ola de protesta y movilización en cuyo marco vuelve a crecer la actividad de las Coordinadoras, desarrollo que fue interrumpido por el golpe militar.

Las luchas que impulsan las Coordinadoras tienen siempre un doble carácter: son antipatronales y antiburocráticas. Además, su emergencia durante un gobierno peronista marca una fractura a nivel político-ideológico: el inicio de una transición hacia nuevas formas de conciencia y organización obrera, caracterizadas por la pérdida efectiva del control de las bases por parte de la burocracia sindical, y el comienzo de la ruptura ideológica de las mismas con el peronismo.

El golpe militar interrumpe este proceso. Para las clases dominantes, agotada la experiencia populista, se reafirma la necesidad de intentar otra vía para llevar a cabo la transformación estructural que pretendían para la Argentina. Esta exigía, como prerrequisito indispensable, el aniquilamiento de la «subversión» en todas sus expresiones sociales, fundamentalmente, en la esfera de la producción.

Notas para una caracterización del ciclo histórico

El fenómeno que vamos a analizar coincide con el cierre del ciclo histórico abierto en 1930, centrado en un modelo de crecimiento hacia dentro por la vía de la industrialización sustitutiva. En lo político, la característica peculiar que este ciclo asume en la Argentina es la permanente crisis de hegemonía, que se genera tras el derrocamiento de Perón y alcanza su punto más alto a partir del Cordobazo. El Cordobazo y el proceso de levantamientos urbanos que lo suceden, abren una nueva etapa en la lucha social en Argentina. Esta se caracteriza por un proceso global de ascenso en la conciencia de las masas por canales no tradicionales. El Cordobazo es punto de partida, pero a la vez culminación de las luchas del movimiento obrero. Marca un corte, pero no nace de la nada. Recoge lo más rico de las experiencias de lucha de la clase obrera (Resistencia, CGTA). Lo novedoso es la confluencia del proletariado y de los sectores medios, fundamentalmente universitarios, que hasta 1966 habían transitado por veredas opuestas.

Mayo del ’69 inaugura una etapa en la que se va conformando un proceso contra-hegemónico donde la clase obrera toma la iniciativa política que mantiene, con avances y retrocesos, hasta la sangrienta derrota de 1976. La iniciativa política de la clase se va traduciendo en movilizaciones independientes, tanto de las cúpulas sindicales como de los partidos tradicionales, y conlleva una radicalización política expresada en reivindicaciones y programas cada vez más avanzados. Esta tendencia tiene su pico más alto en el ’75. Ese año la movilización independiente de las bases va a ir plasmándose en organización, que era precisamente lo que le había faltado al Cordobazo y las Coordinadoras buscaban lograr. A la vez, en amplios sectores del movimiento obrero se profundizaban los cuestionamientos en el interior y hacia el exterior de las fábricas, a los ritmos, organización de producción y ganancia de la patronal. En definitiva, se empezaba a cuestionar el sistema. Si bien no estaba en juego el poder de la burguesía, era una situación donde «todo era posible». Tenía esa dualidad: no había una orientación clara pero todo era posible de hacer. Eso es visualizado por la burguesía que decide lanzar una ofensiva brutal sobre el movimiento obrero y, sobre ella, impulsar la reestructuración de nuestro país.

La coyuntura nacional y el surgimiento de las Coordinadoras

Las Coordinadoras Interfabriles de Capital y Gran Buenos Aires surgen en 1975 como instancia de representación obrera autónoma respecto de los organismos de la estructura sindical oficial (CGT-sindicatos). Esta experiencia está inserta dentro de la eclosión del movimiento sindical combativo que se da, en primer término, en el interior del país como consecuencia de las movilizaciones obreras y populares de fines de los 50 y se expande hacia Buenos Aires a partir de 1973. En Capital y Gran Buenos Aires, cobra un gran empuje a partir del triunfo peronista de marzo de 1973 y hace eje en dos aspectos: la recuperación del control sobre los organismos de representación de la clase (Cuerpos de Delegados y Comisiones Internas) y sobre el proceso y condiciones de producción. Ello da origen al surgimiento de nuevas conducciones representativas a nivel de base. Entre los casos más destacables se cuentan: Astilleros Astarsa, Ford, Indiel, Philips, Bagley, General Electric, Molinos Río de la Plata, Zárate-Brazo Largo, Petroquímica Mosconi, Frigorífico Minguillón, General Motors, etc. Estos conflictos hunden sus raíces en el combate de clase, lo que los vuelve menos encuadrables bajo las directivas del movimiento peronista.

La firma del Pacto Social de junio de 1973, que pone un freno objetivo a la lucha salarial, no implica, sin embargo, la finalización de los conflictos que pasan a expresarse a través de demandas por mejoras en las condiciones de trabajo, reincorporación de despedidos y por la legitimación de las nuevas instancias de representación.

Este desarrollo se produce al margen o enfrentando a la conducción sindical oficial que, a cambio de su compromiso de respetar por dos años la tregua impuesta por el Pacto Social, en noviembre de 1973 obtiene la sanción de una Ley de Asociaciones Profesionales, destinada a reforzar las posiciones de la burocracia cuestionada por la oposición que surgía y se organizaba desde las bases. Esta ley establecía, entre otras cosas, el no reconocimiento de más de un sindicato por rama de actividad, ilegalizando los sindicatos por empresa, facultando la intervención de filiales y seccionales y otorgando al sindicato poder para hacer caducar el mandato de las Comisiones Internas de fábrica. Además, se ampliaba el mandato de los dirigentes sindicales de dos a cuatro años, y se extendían los fueros sindicales. (J. C. TORRE, 1989) Por otro lado, desde fines de los 60, el clasismo había logrado conquistar la dirección de una serie de importantes sindicatos (SMATA y Luz y Fuerza de Córdoba, Federación Gráfica, UOM de Villa Constitución, etc). Pero, entre mediados de 1974 y mayo de 1975, ya sea por efecto de la aplicación de la Ley de Asociaciones Profesionales, de la ley de Seguridad o el puro y simple matonaje, no queda en pie casi ningún gremio combativo en el país.

Las paritarias, el Rodrigazo y la huelga general

Creyendo tener controlada la situación en el movimiento obrero, a partir de febrero de 1975 la burocracia inicia negociaciones con el gobierno para lograr la reapertura de las paritarias que habían quedado suspendidas durante los dos años de vigencia del Pacto Social. Para los trabajadores las paritarias eran fundamentales pues permitían legalizar las conquistas obtenidas en los dos primeros años del gobierno peronista y centralizar los reclamos gremio por gremio, elaborando un pliego de reivindicaciones que comenzó a discutirse en las fábricas, así como la representación obrera en las paritarias. El movimiento obrero tenía por primera vez en mucho tiempo un eje de centralización de sus luchas y una posibilidad de proyectarlas al plano nacional.

En los meses siguientes las negociaciones no avanzan. El 12 de mayo se definen las posiciones: el ministro Gómez Morales pone un límite del 25% a los aumentos; los sindicalistas piden el 40% y semanas después acuerdan el 38%. Pero Isabel y su entorno pensaban otra cosa: no intentaban reeditar la política de Pacto Social que habían impulsado Gelbard y Perón desde 1973. Su proyecto tenía por objeto concertar nuevas alianzas con el capital transnacional y la gran burguesía, desplazando a los sectores hasta entonces beneficiados con el Plan Trienal, para lo cual se proponían lanzar un plan de estabilización. Fracasado el intento gradualista de Gómez Morales, el 2 de Junio se produce la asunción de Celestino Rodrigo y se anuncia su programa de shock.

El Rodrigazo consistió en una fuerte devaluación y aumentos en las tarifas y combustibles y en la liberación de precios, lo cual produjo una brutal escalada inflacionaria. Inmediatamente se produce la paralización de las paritarias y se formula una oferta salarial que es rechazada por la CGT. La dirigencia sindical inicia negociaciones con el gobierno y obtiene la reanudación de las paritarias el 14 de junio, logrando aumentos que oscilan alrededor del 100%. Pero el gobierno demoraba la homologación de los convenios y para el 25 de junio había trascendido que no los iba a ratificar.

Desde comienzos del mes de junio, mientras se desarrollaban estas negociaciones en la superestructura, comenzaba una intensa agitación en las plantas industriales de todo el país. En Capital y Gran Buenos Aires este estado de inquietud se tradujo en distintas modalidades de lucha: asambleas y paros, tomas, abandonos de fábricas y movilizaciones hacia los sindicatos, la CGT o la Casa Rosada. Incluso, experiencias de asambleas callejeras espontáneas que aglutinaban a trabajadores de más de una empresa, lo cual estimulaba la coordinación y solidaridad dentro de cada zona. Un ejemplo de este tipo de experiencia se dio el 17 de junio en Puente Pueyrredón, donde obreros de General Motors de Barracas y San Martín auxiliaron a los de Chrysler de Monte Chingolo a quienes la policía intentaba impedir el acceso a Capital para dirigirse a la CGT.

En este contexto, el 24 de junio la dirigencia sindical de UOM convoca a una movilización a Plaza de Mayo con el objetivo de presionar a Isabel por la homologación de los convenios y, al mismo tiempo, de preservar su figura ante el pueblo, presentándola como separada de la conducción económica y el lopezrreguismo, en una nueva versión de la «teoría del cerco». Esta operación política fracasa. Con su creciente movilización, las bases no sólo desbordan a la dirigencia; comienzan a estructurar rápidamente formas organizativas de representación y coordinación paralela para garantizar el éxito de la lucha por la homologación de los convenios y evitar que esta se viera desvirtuada por las maniobras de la cúpula. Buscando legitimarse ante la clase y, al mismo tiempo, utilizar su movilización para presionar sobre el gobierno, la CGT llama a un paro y movilización para el 27 de Junio en Plaza de Mayo.

El surgimiento de las Coordinadoras Interfabriles en Capital y Gran Buenos Aires.

El surgimiento de Coordinadoras Interfabriles asume, en la etapa que estamos analizando, características propias. No obstante, desde mucho tiempo antes se verifican experiencias puntuales de coordinación de luchas en determinados sectores (ferroviarios, telefónicos, estatales, docentes de CTERA, etc.). Este fenómeno se relaciona con la naturaleza de la burocracia sindical en la Argentina y con la forma en que estaba limitada la participación de los sindicatos. La dirigencia sindical da espacio para la lucha siempre y cuando ésta no desborde la estructura sindical. Cuando ello ocurre, cierra el espacio y la militancia debe moverse por fuera de las estructuras.

En 1974 hubo un intento de formar una Coordinadora a nivel nacional, a partir de ciertos sindicatos como Luz y Fuerza y SMATA de Córdoba, Federación Gráfica Bonaerense, la CGT clasista de Salta, ATE Rosario, FOTIA de Tucumán y diversos cuerpos de delegados y con el impulso de los dirigentes históricos del movimiento sindical combativo. Este intento no llegó a cristalizar y, al menos en Capital y Gran Buenos Aires, no hay una filiación directa entre esta Coordinadora y la del ’75. Sin embargo, esta experiencia quedó y resurgió nuevamente desde las fábricas, desde los sectores donde se expresaría en ese año la continuidad en la lucha. Fundamentalmente, las Comisiones Internas, los Cuerpos de Delegados, las Comisiones de Reclamos, los activistas y militantes de base. Dos testimonios ejemplifican la vinculación entre el surgimiento de representaciones democráticas de las bases y el emerger de las Coordinadoras del ’75:

«En la Zona Oeste se destacó la fábrica metalúrgica Martín Amato, que se constituyó en un referente antiburocrático por su combatividad, alto grado de organización y relevancia política. En 1972 se formó el primer cuerpo de delegados combativo, quienes más adelante, junto a otros delegados de la zona, constituyeron la Coordinadora Metalúrgica de La Matanza, opositora a la dirigencia oficial y antecedente directo de la futura Coordinadora de la Zona Oeste. Por el año ’74 logra estabilizarse la organización de la fábrica tras el triunfo de los trabajadores sobre la patronal, a raíz del despido de 75 compañeros (…) Una gran democracia interna reinaba en las fábricas para esa época, donde todas las decisiones internas y externas se definían únicamente en asamblea y a mano alzada. El activismo superaba con creces los 200 compañeros (sobre un total aproximado de 1800 obreros), agrupados en el Comité de Lucha de Indiel, verdadero organismo de poder dentro de la fábrica que empezaba a discutirle a la patronal el control sobre la producción y las ganancias, con serios estudios sobre costos y ganancias que eran expuestos en carteleras para la vista de todos los compañeros. (…) A la par del avance en esta fábrica, la Coordinadora Metalúrgica crecía y se transformaba en la Coordinadora de Gremios en Lucha de la Zona Oeste, nucleando a trabajadores de Martín Amato, Santa Rosa, ROURA, Siam, Mancuso y Rossi, Adams, MAN, Mercedes Benz, numerosas textiles y otros gremios. (MIGUEL, 1985).»

Francisco Gutiérrez, ex delegado de la metalúrgica Saiar y actual Secretario General de la UOM Quilmes, relata el panorama de Zona Sur:

«Para el ’73, cuando gana Cámpora, nos hicimos cargo de todo. (…) Estuvimos en todas las movilizaciones, participamos en las Coordinadoras de Gremios en Lucha, con compañeros de base de Rigolleau, Massuh, Aceros Johnson, Peugeot. En el segundo semestre de 1975, junto con los delegados de la UTA de la Zona Sur realizamos la máxima movilización por las paritarias, y cortamos el Puente Avellaneda con 300 colectivos. En la fábrica, las condiciones internas cambiaron: dejó de despedirse y suspenderse por cualquier cosa, logramos imponer respeto, conseguimos que se terminara el comedor, las viviendas, etc., llegamos a tener 18 delegados, con oficina propia, y todas las reivindicaciones que estaban en la ley se las exigíamos.» (VALE TODO, Página 12, 5/5/91).

La zona norte, por su parte, fue escenario de importantes luchas a partir de 1973, fundamentalmente en relación a condiciones de trabajo y renovación de comisiones internas. Los casos más destacables son Ford, Philips, Astilleros Astarsa y Mestrina, del Carlo, Terrabusi, etc. Para junio de 1975 se vivía allí un intenso clima de agitación y movilización. Desde el día en que Isabel iba a realizar los anuncios de aumento (7.6), los trabajadores de Terrabusi y Wobron de Gral. Pacheco esperaron las noticias con paros y asambleas en el interior de las fábricas. Lo mismo ocurría en Ford y en los Astilleros Astarsa, Mestrina y Forte, de Tigre. El 17 de junio 4000 operarios de Ford marcharon hacia Capital y al día siguiente se reunieron en Asamblea. El 3 de Julio una manifestación de más de 15.000 trabajadores, convocada por la ya constituída Coordinadora Interfabril de Zona Norte e integrada por obreros de Fanacoa, Ford, Terrabusi, Matarazzo, Astarsa, Mestrina y otros astilleros de Tigre y San Fernando, Siderca, Squibb, y otras empresas, avanzó por Panamericana con intención de llegar a la Capital. En el Acceso Norte fue interceptada por la Policía Provincial quien, a pesar de tener órdenes de reprimir, no lo hizo.

En síntesis, a lo largo del mes de junio se vivía un clima de profunda agitación y enfrentamiento a la política gubernamental y un rebasamiento de hecho de las conducciones sindicales. Esto fue creando el espacio político social que dio origen al surgimiento de nuevas formas organizativas de la clase, independientes de sus conducciones tradicionales y basadas en los principios de la democracia obrera y en una potenciada solidaridad de clase.

En Capital Federal y Gran Buenos Aires, el 28 de junio, al día siguiente del paro general decretado por la dirigencia sindical, se realizó el Primer Plenario de Gremios, Comisiones Internas y Cuerpos de Delegados en Lucha, convocatoria que se canalizó a través de un conjunto de comisiones internas representativas de diferentes zonas (Capital, Norte, Oeste y Sur). Ese encuentro tenía previsto tratar tres temas: el análisis de las paritarias por gremio, la defensa del salario y la recuperación de los gremios para los trabajadores. Pero, el anuncio del decreto de no homologación de los convenios difundidos ese el mismo día, determinó que se pasara directamente a la discusión de un plan de lucha consistente en: 1) asambleas en los lugares de trabajo para informar sobre la formación de las Coordinadoras y el Plan de Lucha; 2) exigir la realización de Asambleas Generales a los respectivos gremios y plantear el Plan de Lucha; 3) exigir a la CGT la convocatoria de un paro general; 4) pedir la renuncia de todos los dirigentes que apoyan el «decretazo»; 5) por la defensa de la ley 14250  6) contra el decretazo; 7) por la defensa de lo acordado por las paritarias y por un aumento de salarios a los gremios que quedaron postergados; 8) por un sueldo mínimo de 650.000$; 9) por la defensa y recuperación de los sindicatos y la CGT para los trabajadores; 10) por la vigencia de la democracia sindical; 11) por la libertad de Piccinini, Ongaro y todos los presos políticos, gremiales y estudiantiles.

«Los dos primeros puntos del plan de lucha se cumplieron en los lugares donde la Coordinadora estaba representada, pero también en casi todos los establecimientos en que contaba con representación. Y esto ocurrió porque la presión de las bases forzó a ciertos compañeros delegados vacilantes y/o verticalistas. Fue así que hubo un paro no declarado a partir del lunes 30 de junio, con movilizaciones a la CGT central y a las regionales o asambleas permanentes en los lugares de trabajo. De esta manera se fue gestando la movilización del jueves 3 de julio. Y ese día la represión nos frenó a la entrada de la Capital Federal. De todos modos, las concentraciones se convirtieron en asambleas multitudinarias en plena calle. Fue este contínuo estado de asamblea y movilización lo que llevó a la cúpula sindical a decretar el paro del 7 y 8 de julio y así tratar de acallar el reclamo popular.» (COORD. VOL. 2)

Esta evaluación de la Coordinadora, formulada el 17 de julio, está corroborada por la información periodística, que da cuenta de los abandonos de fábrica y las movilizaciones hacia la CGT, exigiendo la declaración de paro general y las renuncias de Rodrigo y López Rega. Entre los gremios que se movilizan se encontraban Sanidad, Textiles, Metalúrgicos, Navales, Madereros, Alimentación, Ceramistas y Bancarios. Además, estaban totalmente paralizados los establecimientos textiles del partido de San Martín y los metalúrgicos de Matanza. En Pacheco, unos 7.500 operarios de Ford permanecían en paro dentro de la planta, y lo mismo ocurría en los astilleros de Tigre y San Fernando.

Pese a las sucesivas exhortaciones de la Juventud Sindical de retornar a la fábrica para organizar desde allí la lucha por la homologación de los convenios, las movilizaciones se suceden una tras otra a lo largo de todo el día 30. Esa misma noche, la CGT y las 62 Organizaciones emiten una declaración fustigando a los enemigos ideológicos, «quienes pretenden aprovechar una difícil situación para agudizar los problemas que afligen al país, acusándolos de responder a intereses que no son los de la patria ni de los asalariados». (CRON. COM. 1/7/85)

El primero de julio abandonaron sus tareas los obreros de Ford Pacheco, Astilleros Navales de Tigre y San Fernando, COMETARSA y Dálmine Siderca de Campana. En Mercedes Benz de Isidro Casanova, General Motors de San Martín y Capital. Chrysler de San Justo y Monte Chingolo, Fiat de Caseros y Citröen de Capital, los obreros entraron a la fábrica pero no trabajaron. Una manifestación de obreros de Propulsora Siderúrgica de Ensenada, que se dirigía a La Plata, fue instada a disolverse por la Policía, pero los manifestantes se reagruparon en sedes de la UOCRA. El día 3 de julio, se produjo en Panamericana la manifestación de 15.000 trabajadores convocada por la Coordinadora Interfabril de Zona Norte, que mencionamos más arriba. En la Zona Sur, un grupo de 3.000 manifestantes y una caravana de ómnibus convocados por la Coordinadora de Gremios y Comisiones Internas de Lucha fue detenida en el Puente Pueyrredón por la Policía Federal, cuyas fuerzas dispararon sobre los neumáticos de los colectivos. Se generó de inmediato un paro de transporte en esa área y los conductores abandonaron sus unidades cruzadas en las calles.(CRON.COM. 4.7.91). Diversos testimonios indican que sucesos semejantes se producian en la zona de La Plata. En Capital Federal, el 4 de Julio hubo paros parciales de bancarios, judiciales y de subterráneos linea A. Este último fué dirigido por la Coordinadora de Capital Federal de Transportes Automotor y Subterráneos, que en un comunicado denunció la detención de 120 trabajadores. (CRON. COM. 5.7.75)

En un intento por desmovilizar a la clase obrera y descomprimir la situación, la CGT Regional Norte y las 62, declararon el cese de tareas el día viernes 4. Con ello se buscaba dificultar la concurrencia de los obreros a las fábricas, impidiendo la deliberación y la organización. Ese mismo día, la CGT. nacional, con similares intenciones, anunció el paro sin movilización, de 48 horas, a cumplirse desde el lunes 7, dándole al gobierno un plazo de 48 horas (sábado y domingo) para encontrar una salida decorosa que no fuese producto de la huelga obrera. Ese fue el esfuerzo desesperado de la burocracia: lograr que la homologación no fuera el resultado de la lucha de los obreros. Los gremios que contituyen el nervio de todas esta movilizaciones son los mismos que, a través de conducciones surgidas desde las bases, Comisiones Internas, Cuerpos de Delegados, Comisiones de Reclamos, o a través de activistas organizados, integran las Coordinadoras, tal como surge de la confrontación de los datos periodísticos con las listas de asistentes a los dos primeros plenarios.

Evaluación de las luchas de junio y julio del 75

            En el Segundo Plenario de las Coordinadoras de Capital y Gran Buenos Aires, realizado el 20 de julio del 75, se analizó el resultado de las movilizaciones masivas sucedidas entre el 27 de junio y el 8 de julio, como «una fuerte derrota para la política antinacional y antiobrera del gobierno de Isabel Martínez, derrota que se manifestó en la homologación de  los convenios y en la renuncia de Rodrigo y López Rega». Sin embargo, evaluaban que la derrota había sido parcial ya que una gran cantidad de gremios habían quedado postergados en sus reclamos y además los responsables de la crisis continuaban en sus sillones.

Las resoluciones de este Segundo Plenario evidencian la creciente politización de las luchas, expresadas en las demandas de renuncia del gobierno de Isabel Martinez y en octubre, las reiteran con el pedido de convocatoria a elecciones en un plazo de tres meses. Otras exigencias reiteradas se refieren al esclarecimiento de las acciones de la Triple A, la derogación de la legislación represiva y la liberación de presos gremiales y estudiantiles. Sin embargo, si bien se caracteriza que las huelgas llevaron a una «derrota parcial» a la politica de Isabel, no hay una clara evaluación politica de ese resultado. En nuestra opinión las huelgas de junio y julio representaron un triunfo de la clase obrera que logra imponer, con su movilización, en forma autónoma, la homologación de los convenios, lo cual implicó la quiebra del Plan Rodrigo. Pero, además, los trabajadores forzaron el alejamiento de Rodrigo y López Rega. La burocracia necesitaba de la homologación de los convenios para no quedar totalmente descolocada frente a las bases y para fortalecer su posición relativa dentro de un gobierno que permanentemente intentaba marginarla. Sin embrago, quería obtener su tajada de poder sin romper con el gobierno ni denunciar su plan antipopular.

Cuando la fuerza de la movilización llevó a la dirigencia a enfrentarse a López Rega y Rodrigo, el último y desesperado esfuerzo se conventró en descomprimir la iniciativa popular y preservar la figura de Isabel, evitando que el coapso de la camarilla llevara a la caída del gobierno. Cabe preguntarse cuál es el saldo que obtuvo la burocracia. En primer lugar, logró impedir la caída de Isabel. Por otra parte, si bien consiguió descomprimir la situación de crisis no pudo retomar totalmente el control del movimiento obrero, ni volver a la situación anterior. Las experiencias de junio-julio habían representado un salto cualitativo en los niveles de conciencia y organización de amplios sectores de la base obrera.

De hecho, en muchas fábricas que participaban de las Coordinadoras. durante todo julio continuaron los paros y reclamos por motivos diversos. Algunos, en espera de la homologación (Matarazzo, Pradimar, Ford, etc.), otros, por disconformidad con la actuación de los delegados paritarios y los aumentos negociados por ellos (Ford, transporte automotor y subterráneos, integrados a la Coordinadora de Autotransporte, empresas tabacaleras nucleadas en la Coordinadora de Trabajadores del Tabaco, telefónicos de Capital). También hubo paros en contra de acciones terroristas de la derecha (General Motors y direcciones de base surgidas de elecciones democráticas (Ford y General Motors).

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, pasado el momento de auge, una vez contenida la crisis con el alejamiento de Rodrigo y López Rega, la inercia movilizadora continúa sólo un tiempo más. Al cabo, los trabajadores vuelven a sus lugares de trabajo y comienza un reflujo al desaparecer el elemento unificador que representaba la lucha por las paritarias.

En los meses posteriores a junio-julio, comienzan a aparecer con mucha frecuencia en el discurso de militares, empresarios, sindicalistas y políticos, las apelaciones a la lucha contra la «guerrilla fabril», «las huelgas salvajes» y los «ïnfiltrados en el movimiento obrero». Militares y empresarios que parecían haber asistido pasivamente a las grandes huelgas (los militares aclarando expresamente que sólo intervendrían en caso de desbordes y, los segundos, acatando los acuerdos salariales suscriptos). unifican conceptos y formas de expresarse en contra de este estado de cosas.

Ahora bien, por que la burocracia se hace eco de estas calificaciones. Para la dirigaencia sindical las huelgas de junio-julio marcaron un punto de inflexión decisivo. Quedó a la vista de toda la sociedad su falta de capacidad para controlar la movilización de los trabajadores. Ante esta situación comenzó a operarse un viraje en la burguesía y las Fuerzas Armadas. Lo que comenzaba a denominarse despectivamente «el poder sindical» ya no garantizaba a las clases dominantes la misma seguridad que había brindado en el pasado y comenzaba a resultar un aliado no deseable.

Por su parte, la dirigencia sindical no se resignaba a quedar fuera de la estructura de poder yu se esforzaba por aparecer, ante patronales y Fuerzas Armadas, como defensora de los intereses del sistema. Esta nueva situación queda clara en el caso de la Ford donde José Rodríguez y el presidente de la empresa coincidieron en pedir a los resposables de la seguridad nacional las «máximas medidas contra los activistas que estaban haciendo subversión en la Ford» (CRON. COM. 14.7.75).

La incapacidad de la burocracia para contener los paros y movilizaciones espontáneos también explica el proyecto del Ministerio de Trabajo consistente en suspender por 180 días el derecho de huelga y otorgar exclusivamente a los sindicatos con personería gremial la facultad para decretar medidas de acción directa. Ruckauf, ministro de Trabajo, coincidía con López Aufranc, para quien la salida a la situación imperante pasaba por la «prohibición del derecho de huelga y el despido de todos los activistas de fábrica» (COORD. Bol.5. octubre 1975).

Entre agosto y diciembre de 1975, a la vez que se profundiza la crisis económica y política, se agudiza la represión a sectores obreros, a gran escala en ciertas zonas del interior del país (SIC, HIPASAM, Sierra Grande), y en forma continuada pero selectiva en Capital y Gran Buenos Aires. En esta zona la represión de la Triple A y las fuerzas conjuntas, con el amparo y complicidad de la burocracia, se dio sobre la fábrica y sectores laborales con dirigencias de base combativas, la mayoría de las cuales participaban en las Coordinadoras. Sin embargo, la acción represiva no tiene por único objetivo atacar a los sectores de vanguardia, sino que por el contrario, golpeando sobre estos lo que finalmente se perseguía era desmovilizar a las bases que estos representaban. En nuestra opinión, hay una gran preocupación de las clases dominantes por la emergencia de un proceso incipiente pero real de ruptura de un importante sector de las masas obreras con su dirección política y sindical peronista, que comenzaba a expresarse a través de canales organizativos autónomos y formas ideológicas que operaban síntesis originales entre el peronismo radicalizado y la izquierda, fundamentalmente el clasismo.

En las Coordinadoras funcionaba una forma avanzada de democracia obrera. En los Plenarios regionales y zonales todos tenían voz (militantes sindicales, representantes de partidos políticos, estudiantes y activistas de las más diversas tendencias). Pero sólo tenían derecho a voto aquellos delegados o activistas que asistiesen con mandato de sus bases.

Hay que destacar que estas prácticas no estaban disociadas de la realidad de las fábricas. El testimonio de Miguel, de Martín Amato, destaca el espíritu que imperaba en ese establecimiento ya en 1974: «Una gran democracia interna reinaba en fábrica en esa época, donde todas las decisiones internas y externas se decidían exclusivamente en asamblea y a mano alzada (MIGUEL, 1987). Por su parte, Daniel S., delegado de Propulsora Siderúrgica entre 1973 y 1975, comenta que «(julio del ’75) era un momento de fuerte sentimiento democrático en las bases (democracia sindical). Todos se alineaban o simpatizaban con algún partido político o con la política del conjunto. En la movilización del 3 de julio del ’75 se estaba discutiendo de política y a nadie le parecía mal. La lucha se eleva del nivel sindical al político en forma natural». (DANIEL, 26.3.1990)

Estas prácticas democráticas tendían a romper los mecanismos de delegación de poder en la gestión de la lucha. Por eso, las Coordinadoras no se planteaban constituirse en una estructura paralela a las oficiales. De lo que se trataba era de recuperar las estructuras sindicales para los trabajadores. Si actuaban por fuera era porque no tenían espacio dentro, pero cada vez que se presentaba una oportunidad de lograr ese espacio intentaban aprovecharlo (sic, Lista Naranja de Subterráneos, canillitas, etc.).

Hacia el golpe de marzo del ’76

La crisis de junio/julio no llegó a provocar la caída del gobierno, que finalmente logró contener la situación nombrando un nuevo ministro de Economía, Antonio Cafiero, apoyado por la cúpula sindical. En los últimos meses de 1975, sus intentos por recomponer una alianza compatibilizando intereses entre el empresariado y la cúpula de los trabajadores fracasaron. La profundización de la crisis económica y la falta de un marco político obstaculizaron ese intento. Hasta Gómez Morales el proyecto de un frente entre empresarios y trabajadores había funcionado por algún tiempo. Pero la confluencia entre el impacto de la crisis mundial, que agudizó los problemas del sector externo, y la profundización de la crisis interna (inflación, caída del salario real, dificultades financieras de las empresas), se constituyeron en limitaciones insalvables para delinear una política de ingresos concertada entre trabajadores y empresarios. El modelo populista estaba agotado económica y políticamente. Los sectores empresarios encabezados por la Sociedad Rural, que separándose de la CGE comienzan a agruparse en torno de la APEGE, clarifican posiciones de enfrentamiento al gobierno a través de una sistemática campaña de acción psicológica pro-golpista a través de los medios de difusión que complementan, a lo largo del verano del ’76, con medidas de acción directa como lock-outs y desabastecimiento.

Por su parte, las Fuerzas Armadas reestructuran sus mandos desde mediados de 1975 y se legitiman ante la opinión pública presentándes como los salvadores del país frente a la violencia y la corrupción. El golpe del brigadier Capellini, de mediados de diciembre, termina de homogeneizarlas internamente, a la vez que pone de manifiesto la casi nula respuesta popular y gubernamental ante un hecho de este tipo. Isabel intenta salvar a su gobierno ofreciendo a la gran burguesía ejecutar ella misma sus planes. Cafiero deja su puesto a Mondelli, continuador de Rodrigo y precursor de Martínez de Hoz.

El plan Mondelli, anunciado a mediados de marzo del ’76 y al que la burocracia sindical no opone resistencia, genera reacciones en la base y un nuevo desarrollo en las Coordinadoras. En este mes se repiten, aunque en menor grado, los sucesos de junio/julio. Hay abandonos de fábrica y marchas hacia las regionales de la CGT impulsados por las interfabriles. La inminencia del golpe y el terror desatado en los meses anteriores por el accionar de la Triple A y los operativos conjuntos de las Fuerzas Armadas, tal vez hayan sido un freno a las reacciones aunque no pudieron impedirlas del todo. Sin embargo, la solución Mondelli tampoco resulta. La reestructuración, una verdadera «refundación estructural de la Argentina» (ASPIAZU y otros, 1985) que el capital busca imponer para recomponer tanto su tasa de ganancia como su derecho a organizar sin interferencia la producción dentro de las fábricas necesitaba del disciplinamiento de la clase obrera y del conjunto de la sociedad por el terror dictatorial. Este se abate mayoritariamente sobre los trabajadores que, dado el desarrrollo de los niveles de conciencia y organización alcanzados en esta etapa eran quienes podían oponer un freno objetivo a ese plan. Que la represión fue dirigida centralmente sobre el movimiento obrero y el conjunto de los trabajadores es un hecho que surge en forma clara de los casos de desaparición registrados en el informe de la CONADEP. De ellos, el 30,2% eran obreros fabriles y, si agregamos el 17% compuesto por empleados, el 5,7% de docentes y el 1,6% de periodistas, llegamos a que el 54,5% del total eran asalariados.

Conclusiones:

A lo largo de este trabajo formulamos una primera aproximación al análisis de las Coordinadoras Interfabriles en Capital Federal y Gran Buenos Aires, las condiciones sociales y políticas que posibilitan su emergencia, y el rol que desempeñaron desde las jornadas de junio/julio de 1975 hasta el golpe de marzo de 1976.

Intentamos vincular este fenómeno con las luchas que se venían desarrollando en la zona a partir de 1973 y hacían eje en la recuperación de los organismos de representación obrera y en el cuestionamiento a los mecanismos de gestión patronal sobre la fuerza de trabajo. Precisamente fueron aquellas fábricas donde se dio este proceso de recuperación de las instancias de representación democrática de las bases las que se convirtieron en pilares de la conformación de las Coordinadoras en cada zona. Creemos haber dejado en claro que las Coordinadoras jugaron un rol fundamental en las movilizaciones de junio/julio, donde la burocracia fue efectivamente rebasada por un movimiento que surge desde los lugares de trabajo expresando las aspiraciones de las bases. De acuerdo con los datos con que contamos hasta ahora, las Coordinadoras no lograron cristalizar en una organización permanente. Lograda la homologación de los convenios, ya no hay un referente que unifique las luchas a nivel nacional. En este contexto se produce un reflujo con la vuelta de los trabajadores a sus lugares de trabajo. A partir de ese momento la actividad de las Coordinadoras tiende a decrecer aun cuando continúan impulsando luchas reivindicativas y de solidaridad a nivel zonal. En marzo de 1976 el anuncio del Plan Mondelli, al que no se oponen ni la CGT ni el grueso de la burocracia sindical, genera una nueva oleada de protestas obreras y una reactivación del accionar de las Coordinadoras que vuelven a cobrar protagonismo impulsando estas luchas.

En cuanto a la caracterización de las Coordinadoras podemos afirmar que se trataron de verdaderos organismos de representación directa de las bases, asentados sobre un patrón de organización zonal, donde confluyen distintas fábricas y ramas de actividad con un funcionamiento basado en una amplia democracia obrera. En ellas se expresaban los sectores de avanzada de la clase, provenientes de diversas expresiones políticas (fundamentalmente del peronismo revolucionario, la izquierda marxista, de sectores del activismo independiente, etc.) que planteaban no sólo cuestiones reivindicativas sino que unían estas a propuestas políticas que cuestionaban al sistema y a sus representantes. De ahí que las luchas que impulsan las Coordinadoras asuman un caracter antipatronal, antiburocrático y antiestatal.

Ahora bien, quedan una serie de interrogantes a partir de los cuales puede proseguirse la investigación: ¿las Coordinadoras fueron una creación espontánea de la clase o fueron creación de una o varias corrientes político-sindicales? ¿Cuál era la relación e influencia que tenían en ella las distintas corrientes? Finalmente, ¿las Coordinadoras constituían o no el embrión de algo nuevo, el inicio de una transición hacia una perspectiva socialista? Y si lo eran, ¿de qué modo? Estas cuestiones y varias otras quedan por responder.


Bibliografía:

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Miguel: Martín Amato: Multinacional de la metalurgia y de la explotación, Cuadernos para la discusión política, Ed. Militancia Socialista, junio de 1987. Buenos Aires.

Fuentes:

Documentos de las Coordinadoras, en archivo privado.

El Cronista Comercial, años 1975 y 1976 (hasta el mes de abril).

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