Las consecuencias de la negación del trabajo intelectual. Respuesta a Pablo Rieznik

en El Aromo n° 46

“La concepción materialista de la historia… tiene hoy muchos amigos
a quienes sirve como una excusa para no estudiar historia.”

Federico Engels

Por Eduardo Sartelli – Invitado como panelista a la presentación de Patrones en la ruta, en el IPS, junto con otros representantes de la izquierda argentina (Christian Castillo, del PTS, Gustavo Giménez, del MST y Héctor Heberling, del MAS), Pablo Rieznik desarrolló una serie de críticas que reforzó en un breve artículo en Prensa Obrera.1 Contestaremos aquí lo que se pueda.

No sé cómo decirlo, para no faltar a la verdad y, al mismo tiempo, no ofender a una persona a la que estimo particularmente. Pero tengo toda la sospecha que Pablo no leyó el libro que comenta, más allá de la parte que habla del PO. Ni siquiera leyó la tapa, donde queda claro que el libro, siendo de factura colectiva, es del conjunto de los autores. No hay “otro autor”. El que Fabián Harari haya escrito esa parte en El Aromo, no significa, ni que el resto no asuma lo que dice, ni que lo haya escrito solo. A diferencia de otras organizaciones, donde lo que escriben o hacen sus artistas e intelectuales son cosas personales y nadie se siente aludido, en Razón y Revolución todo el mundo se hace cargo de lo que escribe todo el mundo. Digo que no lo leyó, porque si lo hubiese hecho, en especial el capítulo sobre la historia agraria pampeana, se hubiera evitado unas cuantas burradas propias de alguien que no conoce el asunto. Sostener que un agro que no tiene un Estado capaz de abrirle mercados a cañonazos, ni una industria capaz de sostenerlo con insumos, no es el más productivo del mundo a pesar de dominar renglones enteros de la exportación mundial, no es ya un exabrupto, es ignorancia pura. Sostener que el agro pampeano se encuentra en tal posición simplemente por la fertilidad de la tierra, es ya falta de temor al ridículo. Afirmar que el agro está “tercerizado”, es decir, que es “explotado” desde afuera, transformando a Grobocopatel en un campesino oprimido por Cargill y a Luciano Miguens en un pobre infeliz, ya revela una temeridad fuera de toda medida. Rieznik cree que las semillas se tiran al voleo y alguien pasa a buscarlas luego, bailando displicentemente al estilo de un videoclip de Miranda.

En el debate se notó más la falta de argumentos, suplidos por una indudable maestría histriónica. Pararse, elevar el tono, adoptar pose paternal, gestos estilo “a mí me la vas a contar”, relatar historias graciosas, ejemplificar con absurdos, pueden servir para engatuzar a un público demasiado obsecuente o incauto. Pero lo que importa es el fondo del asunto: Rieznik no refutó ninguna de las observaciones del libro a las posiciones del PO en el conflicto agrario. Por empezar, la idea de que la del campo fue una movilización “popular”. Rieznik no demostró que es capaz de distinguir entre movilizaciones numerosas, incluso de masas, y “populares”, confundiendo el número con la calidad. En el conflicto del campo no se movió la clase obrera ni buena parte la pequeña burguesía, en especial la “cacerolera”. Si le damos algún sentido a la palabra “pueblo”, unidad de las clases subalternas (Gramsci) o de pequeña burguesía (campesinado) y clase obrera (Lenin), el “campo” está muy lejos de tal caracterización. Como Rieznik se cansó de negar la importancia de la ciencia y reivindicar un vitalismo intuitivo cercano al irracionalismo (la “vida”), no puede entender lo que pasa más allá del impresionismo más elemental. No refutó tampoco la existencia de tres caracterizaciones distintas del hecho en las posiciones del PO, prueba de un evidente desconcierto. Menos pudo refutar la disparatada idea de volver a Sarmiento y Alberdi y “poblar” el campo. Es más, la reforzó reproduciendo las caracterizaciones del agro pampeano del PC de los años ’30 y de escritores filo chacareros como Gastón Gori. De paso, revitalizando un programa que no es otro que el de Juan B. Justo.

En efecto. Pablo cree que hay una vía privilegiada de desarrollo capitalista, la vía farmer, y que el país que la sigue es candidato a potencia. Ni Canadá ni Australia son Estados Unidos y tuvieron sus farmers. La potencia que dominó el mundo durante tres siglos, Inglaterra, se caracterizó por vaciar por completo el campo y concentrar la propiedad en unos cuantos terratenientes. La potencia que le disputó el dominio, Alemania, llegó al máximo desarrollo industrial con una “vía” exactamente inversa a la farmer. No hay ninguna relación directa entre “vía” y desarrollo económico. Hace rato que tal concepto debería haber sido eliminado del análisis científico. Pablo cree que la Argentina no tuvo un mercado interno importante porque no hubo pequeña propiedad agraria. Si recorriéramos la historia norteamericana, veríamos que el farmer no ocupó el lugar que se le asigna y que el agro yanqui se desarrolló expulsando pequeños propietarios todo el tiempo, por una razón sencilla: la pequeña propiedad es un estorbo al desarrollo de la acumulación a gran escala. Que no conozca la historia de otros países, puede ser. Lo que es imperdonable es que no conozca la del suyo: la Argentina era el principal importador mundial de tecnología agrícola en los años ’30. Que ese mercado interno fuera aprovechado por otros, es asunto de otro cantar. Pero que el mercado interno existía, no cabe la menor duda. La imagen de un agro despoblado desde la enfiteusis de Rivadavia es tan absurda como todo lo anterior: ni la enfiteusis determinó la estructura agraria pampeana, ni el campo está “vacío”. La Argentina es, junto con EE.UU. uno de los países de mayor afluencia inmigratoria mundial. ¿Dónde se cree que iba a parar toda esa gente? Si la imagen de un campo despoblado fuera correcta, que alguien explique de dónde salieron los chacareros que, cien años después y a pesar de varias oleadas expropiatorias, todavía hoy cortan rutas. Basta ver un mapa de las provincias litorales para tener la respuesta. Suponer que un puñado de terratenientes malos azotaban a chacareros buenos no sólo es falsa, sino la mejor forma de asumir como propia la ideología con la cual los representados por la FAA agraria han ocultado sistemáticamente su tamaño real y su carácter de explotadores. Los chacareros pampeanos no compraron la tierra porque no quisieron: ¿para qué inmovilizar capital en comprar la tierra si por una fracción del precio se la arrienda y se destina el resto a la acumulación de capital? Que no conozca el agro pampeano es ya bastante criminal, tratándose de la figura pública de un partido revolucionario. Pero que no haya leído ni siquiera a Kautsky… Si Rieznik quiere debatir, sería bueno que entre primero en tema y se empape de algunas cosas elementales.

Rieznik cree que en el campo no hay obreros y que el socialismo se construye en un solo país. Repite las tonterías de Milcíades Peña de modo religioso, porque justo cuando el historiador morenista acierta una, la rechaza. Nunca negamos al proletariado industrial. Es más: si hubiera leído el libro, aunque sea la conclusión o al menos su versión concentrada, “El convidado de piedra”, sabría que para nosotros el proletariado rural no tiene capacidad para realizar la tarea esencial de la revolución (expropiar el capital agrario), que sólo puede llevar adelante la clase obrera “urbana”. Por eso es importante enseñarle a ésta última que el “campo” es su problema, en lugar de diluir su importancia. El problema de la construcción del socialismo en la Argentina no puede resolverse en la Argentina. ¿Cuál es el sentido, si no, de la consigna de los Estados Unidos Socialistas de América Latina? El desarrollo de las fuerzas productivas sólo puede resolverse en ese contexto: la pampa argentina, la industria de San Pablo, el petróleo de Venezuela, etc., etc. Lo mismo sucede con el asunto de la “crisis del régimen”. No cuestionamos que el PO hablara de una crisis tal, sino que la fundamentara de modo incoherente: si se trataba sólo de una pelea entre facciones con el mismo contenido social, no se entiende por qué hay una crisis del régimen. Para que una cosa tal se produzca se necesita bastante más que eso. Este muestrario de incoherencias e ignorancias no agota el asunto. En realidad, resta aún lo más importante. Porque Rieznik oculta una serie de afirmaciones que hizo en su momento y no recuerda ahora. Por ejemplo, que si la FAA no hubiera marchado con la Sociedad Rural, la habría acompañado, porque se trata de defender a los “débiles” contra los “fuertes”. Ejemplificó incluso con la defensa del “comunismo primitivo” frente al imperialismo, transformando a De Ángeli en un zulú en pelotas y a Buzzi en un swahili bailarín. El programa del PO, por boca de Rieznik, resulta ser, entonces, el mismo que el del MST, del PCR y del PC. Para peor, asumido vergonzantemente, porque se lo enuncia pero no se lo realiza: si los chacareros se “confundieron” de alianza pero representan socialmente un aliado necesario, el deber del partido era disputar su dirección. Eso es lo que, consecuentemente, hicieron los partidos mencionados. Curiosamente, durante los ’90, cuando la FAA intervino contra el menemismo en varias ocasiones repudiando la expropiación de campos, cuando el PCR formó el Movimiento de Mujeres Agrarias en Lucha, el PO no sólo no hizo nada, sino que criticó al PC por integrar en sus listas a empresarios pyme. Supongo que a partir de ahora veremos al PO defender a las pequeñas y medianas empresas, exigiendo subsidios indirectos a las multinacionales a costa de mayor explotación del trabajo (en esto consiste subsidiar al pequeño capital). No se entiende por qué, entonces, critica al PTS por haber defendido retenciones diferenciales. Supongo también, que será tarea del partido evitar la expropiación de los supermercados por los hipermercados y defender a las estaciones de servicio de bandera blanca contra los “monopolios” como ESSO, Repsol y Shell, como hace Castells.

Esta última cuestión nos permite volver al comienzo, porque Rieznik oculta también que sostuvo, muy alegremente, que la ciencia no es necesaria, que Lenin ya lo dijo todo y que no hay que discutir sobre la Argentina. Una posición coherente con la reivindicación del oportunismo que significa aliarse con tal o cual no por lo que es sino por lo que dice (si la FAA dijera “no al pago de la deuda…”). Una posición que, de ser asumida coherentemente, arrastraría a un partido revolucionario a la reivindicación de una clase de parásitos, condenándolo a perder toda posibilidad de inserción en el proletariado por ellos explotado. El Partido Obrero debería reflexionar seriamente si Rieznik tiene razón y, si ese es el caso, atreverse a parecer lo que se es.


Notas

1“Un debate sobre la cuestión agraria”, en Prensa Obrera, n° 1067, 11/12/08

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