El reino de la (mala) opinión. Reseña del libro «Estado y marxismo. Un siglo y medio de debates», compilación a cargo de Mabel Thwaites Rey

en El Aromo n° 46

Por Verónica Baudino – El contexto de crisis internacional actualiza los debates acerca de la definición de las tareas políticas a realizar. Comprender el funcionamiento de la realidad es el único camino para cambiarla. Sin embargo, cunde en el ambiente académico aquella perniciosa idea de que leer libros y opinar es “producir conocimiento”. Esta creencia, algo disparatada, se ha desparramado en carreras como Ciencia Política. Se ha olvidado la diferencia entre una fuente y una bibliografía. Se escriben textos que hablan de textos que se refieren a otros textos. En este laberinto, las discusiones nunca pueden saldarse, porque se perdió el referente de la realidad. Así, se entretiene a investigadores y estudiantes en una tarea que es preliminar (en el mejor de los casos) o inútil (en el peor).

La compilación que vamos a examinar es un claro ejemplo de aquello que señalamos. Los autores intentan allí resolver el problema del Estado bajo el capitalismo por la vía de repasar discusiones. A ninguno de los trabajos le interesa explicar las cualidades del Estado en Argentina. Existe, por su parte, en todos los trabajos, una idea articuladora: los clásicos marxistas fueron, en realidad, autonomistas. A fin de poder analizar los textos debidamente, vamos a concentrarnos sólo en algunos artículos, aquellos que juzgamos centrales.

Un empate permanente

Para reseñar los diferentes debates, Thwaites Rey divide las características del Estado en función de diversas “etapas” del desarrollo capitalista. La primera es la del laisser-faire, expresada en el Estado liberal. La segunda, la del capitalismo tardío, maduro o fordismo, ligada al Estado interventor-benefactor keynesiano. Por último, la etapa postfordista y de globalización, correspondiente al Estado neoliberal.

Los trabajos no tienen como fundamento realizar un balance de los clásicos analizados de acuerdo con la necesidad de interpretación de un proceso histórico. Amén de que a simple vista puede parecer un estado de la cuestión sobre el Estado, el objetivo de los artículos no se propone balancear cuál es la teoría más apropiada para explicar una situación concreta. No son presentados como un primer paso para una investigación, sino como una yuxtaposición de corrientes teóricas de la cual no se extraen balances acerca de cuál se postula con mejores condiciones para explicar la realidad.

Un ejemplo de esto es cómo se trata el debate Miliband- Poulantzas, conocido como estructuralismo versus instrumentalismo. El mismo tiene como punto de partida común la “autonomía del Estado”, pero los autores difieren en la determinación de dicha autonomía. Según Poultanzas, la misma estaría dada porque en el modo de producción capitalista el Estado conforma una estructura relativamente independiente de la estructural económica, mientras que para Miliband la autonomía sería consecuencia del poder político que ejerce la burocracia estatal.

Sin embargo, el tratamiento del debate cae en un circulo vicioso ya que no puede zanjarse si no es contrastándolo con la realidad. Es decir, es la historia la que permite determinar qué teoría permite explicarla mejor y no viceversa. De modo contrario se arriba a situaciones estériles, donde la desilusión teórica se encuentra en el centro de la escena en abstracción de la realidad que pretende explicar.

¿Hemos entendido todo tan mal?

Aunque el análisis de los clásicos aparezca en principio como una reivindicación de la teoría marxista, la lectura que se hace de ellos, especialmente de Engels y Gramsci, lejos está de este propósito. El artículo de José Castillo, “Reforma y revolución. A propósito del testamento político de Engels”, analiza la Introducción a La Lucha de clases en Francia, sosteniendo como hipótesis la persistencia de la visión instrumentalista del Estado en Engels, cuando afirma que el momento político-militar es el decisivo. En este sentido, el autor expone lo que serían ciertos errores del último Engels, postulando por un lado “hasta qué punto es decisiva la toma del poder, una vez conquistada la hegemonía en el conjunto de la sociedad civil, e incluso en numerosos espacios estatales” (p. 87). Siguiendo con la tónica planteada “lucha porque en los propios medios de construcción se encuentran contenidos los fines propuestos, siendo el camino por recorrer tan importante como la meta”. (p.88).

Así, ponen sobre el tapete las concepciones “deterministas” que subyacen a ciertos textos marxistas que a su juicio tienden a caer en concepciones burguesas teleológicas, cuando en realidad, según Castillo, “la revolución es una pregunta sin respuesta”. No obstante, a su juicio, el texto tendría sus aciertos: la autocrítica de Engels en su noción de revolución de vanguardia a “participación activa y conciente de las masas”. En este sentido, concluye “las revoluciones efectuadas por minorías esclarecidas han caducado”, en referencia a la formación del partido en términos leninistas.

Esta conclusión parte del desconocimiento de que Engels, en el texto señalado, no hablaba de un cambio de estrategia del proletariado, sino que se refería al ciclo de revoluciones burguesas, a su juicio, caduco. En este sentido, por “minorías” se refería a la burguesía, y sus estrategias carbonarias, no a la vanguardia del proletariado.

En su cruzada contra las concepciones marxistas, el autor critica la concepción instrumentalista, dado que no tendría en cuenta el proceso de construcción política de las masas y que colocaría la toma del poder en primer plano. Sin embargo, en Engels, un problema no excluye a otro, sino que son jerárquicamente diferentes. Es necesaria la politización de las masas, pero para la realización de sus intereses históricos es necesaria la toma del Estado.2 Dado el carácter de clase del Estado, y su función de reproductor de los intereses del sector dominante, no puede emprenderse el camino al socialismo sin hacerse con este instrumento central.

El análisis que Mabel Thwaites Rey hace de Gramsci contiene la misma intención de tomar parcialmente los textos para transformar al revolucionario italiano en autonomista. La autora parte de la definición de Estado como un lugar donde la clase dominante se unifica y constituye no solamente mediante la fuerza, sino por medio de mecanismos para garantizar el consentimiento, lo que implicaría un alejamiento de las concepciones que clasifican al Estado como un mero instrumento. Así, introduce el concepto de Estado ampliado, que implica que la dominación no sólo se da mediante el aparato estatal, sino por una red de instituciones en el seno de la sociedad civil (que organizan el consenso de las clases subalternas). Trabaja los conceptos de hegemonía, haciendo hincapié en la necesidad de que se asiente en un sustento material (el desarrollo de las fuerzas productivas y la elevación relativa del nivel de vida de las masas), diferenciándose de Perry Anderson, para quien lo esencial es la fortaleza del Estado, mientras que lo material es circunstancial. En este sentido Rey reivindica la lucha “contrahegemónica” en Gramsci, que transforme la relación existente entre estructura y superestructura, conformando un nuevo bloque histórico. La lucha ideológica se haría necesaria para desarticular a la burguesía en este campo. Así, la autora retoma a Lenin para el cual es necesario que “el proletariado conquiste la hegemonía aún antes de la toma del poder” (p.158).

En realidad, la construcción contrahegemónica en Gramsci no apunta a la conformación de una sociedad paralela que termine evolutivamente con el poder de la clase dominante. En primer lugar, porque la hegemonía implica coerción y consenso, razón por la cuál la clase obrera no puede conquistar la hegemonía sin hacerse con el poder estatal. En este sentido, la lucha contra la ideología de la burguesía, mediante la conformación de un partido orgánico de la clase es el medio de politización creciente de la clase y la adhesión al partido revolucionario. Es la preparación necesaria para la toma del poder, no el sustituto de ésta. Asimismo, la tesis de Lenin retomada por Rey se refiere a la necesidad del partido de conquistar la hegemonía del proletariado. Por otra parte, la estrategia no surge talmúdicamente, sino que depende del tiempo y lugar donde se desarrollará, lo que conlleva la necesidad de estudiar el paño para plantear tácticas y estrategias adecuadas. No se resuelven con citas de autoridad.

Es cuanto a Gramsci, muchas palabras de sus Cuadernos de la cárcel fueron escritas en medio de la censura. Cuando hablaba de un Estado que interfiere en la “sociedad civil” y que la clase debe recuperarlos, se estaba refiriendo al contexto de un régimen fascista. Allí, organismos no estatales como los sindicatos o los partidos, estaban intervenidos. Éstos debían ser defendidos por los trabajadores, como primera medida, antes que plantearse la toma del poder en un contexto sumamente adverso. En este sentido, urge aun más tomar las ideas de un autor en el marco de su pensamiento general y no recortar conceptos y utilizarlos en función de una teoría ajena.

Ni cambiar el mundo ni tomar el poder

La pregunta que recorre el libro es qué hacer. La respuesta que dan los autores es el autonomismo. Los clásicos marxistas son puestos como citas de autoridad. Su conclusión es que el Estado en la actualidad abarca cada vez mayores esferas de la sociedad y que por eso la tarea el ir conquistando la “sociedad civil” hasta hacerse con la totalidad de sus instituciones. Su “complejidad” ya no permite que se lo caracterice como un instrumento de clase.

Sin embargo, por un lado, que el Estado crezca en extensión no implica que modifique su esencia. Por otro lado, aunque intenten relacionar las particularidades del Estado con los ciclos de acumulación, no pueden ver que las injerencias del Estado se debilitan, y no se refuerzan, en los momentos de crisis de acumulación como en la actualidad. En este sentido, proponen cambiar la sociedad sin tomar el poder estatal, algo que deberían demostrar dando como ejemplo alguna experiencia histórica exitosa. De manera contraria, se ofrecen alternativas inviables para situaciones acuciantes.

Otra pregunta del texto es qué sujeto llevará adelante esta supuesta transformación social. Thwaites Rey arriesga en uno de sus artículos: “la cuestión no pasa por sumar sectores autónomos y subordinarlos a la visión del proletariado como clase fundamental, sino de producir una síntesis superadora de los intereses del conjunto de las víctimas del capitalismo sin que se anulen cada uno de los sectores sustantivos” (p.159). Esta frase aclara una de las ideas que recorren los textos: a diferencia de Marx, Lenin, Engels y Gramsci, el sujeto que porta las potencialidades de cambio social no es el proletariado, sino la “masa”. Pero nuestra autora se niega a definir qué debe entenderse con ese término ciertamente ambiguo. Así que, fuera del proletariado, podríamos deducir que se deberían incorporar también las reivindicaciones de diferentes fracciones burguesas.

La compilación nos ofrecía “conocimiento” a partir de lectura de libros (es decir “conocimiento” de otros). Afuera quedaba la realidad. Leer y opinar no está mal, siempre que sea un primer paso y se haga correctamente. Pero, en estas lecturas, los autores segmentan los textos para transformar a clásicos marxistas en reciclados autonomistas. Así, un Engels póstumo habría caído en la cuenta de que vivió equivocado y Gramsci nunca quiso tomar el poder. Es más, los clásicos del marxismo se equivocaron de nuevo al convocar a la clase obrera. Nada de esto es imposible y puede que todos hayamos vivido equivocados hasta la llegada de Thwaites Rey y sus amigos. Sin embargo, la ausencia de investigación real y la mala lectura de los clásicos que los autores de la compilación exhiben, alienta a creer que el error está en otro lado.


Notas

*Thwaites Rey, Mabel (compiladora): Estado y marxismo. Un siglo y medio de debates, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2007.
2Véase Antidüring, Ed. Cartago, Buenos Aires, 1992, cap. “Socialismo”.

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