Los unitarios en los documentales de canal Encuentro
¿Usted cree que el gobierno kirchnerista está llevando adelante algún tipo de “revolución cultural”, luchando contra las viejas visiones de la Historia divulgadas por los antiguos jerarcas de la Academia? Entonces lea esta nota. Y, si recuerda los manuales con los que estudió de niño, se llevará una sorpresa…
Por Santiago Rossi Delaney (GIRM-CEICS)
Desde que llegó al poder para frenar el Argentinazo, el kirchnerismo hizo todo lo posible por mostrarse como un gobierno de izquierda. En esa difícil tarea, ha sido uno de sus argumentos más defendidos el supuesto hecho de haber llevado adelante un proyecto educativo comunicacional revolucionario, en donde el Canal Encuentro tuvo un papel destacado como dinamizador de ideas renovadoras y progresistas.
Aunque ya hemos insistido en que el “giro cultural” fue más un gesto que una realidad, es llamativo que aún existan sectores que piensen que estamos frente a un cambio de “paradigma historiográfico”, en tanto Néstor, primero, y Cristina después, serían los padrinos de la vuelta a la palestra del revisionismo histórico, listo a despuntar su espada contra la academia mitrista. Una mirada a la forma en que son presentados los unitarios, en el canal Encuentro, bastará para que el lector juzgue por sí mismo cuán profunda ha sido la transformación historiográfica oficialista.[1]
La historiografía estilo revista Caras
Como el lector sabrá, cuando hablamos de unitarios indefectiblemente debemos referirnos al papel de Bernardino Rivadavia. El ciclo Presidentes Argentinos, dedica uno de sus programas al “primer presidente”. Sin embargo, lejos de explicarnos sus orígenes sociales, su participación en el proceso revolucionario de Mayo de 1810 (fue uno de los responsables de cortarle la cabeza a la contrarrevolución realista, nada menos…), y dedicar un tiempo prudencial a explicar la naturaleza capitalista de su programa político, el documental prefiere hacer foco en aspectos de carácter subjetivo, completamente aleatorios y carentes de todo rigor.
Se caracteriza, entonces, a Rivadavia como “ambicioso” y “soñador”, dado que pretendía transformar desde Buenos Aires al conjunto del país. Se nos dice que la situación de su familia era “holgada”, y se desgaja completamente su actuación política de la Revolución de 1810, como si se tratara de procesos diferentes, con el objetivo de mostrar que Rivadavia no fue parte de la misma generación de revolucionarios, como Moreno y San Martín. Por el contrario, se lo muestra como a un mero oportunista, dado que el relato señala que “en general buscaba figurar en primera plana” (¿y entonces por qué nunca figuró en los primeros puestos del poder hasta la década de 1820?). Su intento por transformar la estructura rioplatense en capitalista, se reemplaza por un “afán modernizador” (¿es lo mismo construir un nuevo sistema que alumbrar las calles?), y su lucha por construir una Estado Nación, en una vocación centralista. Asimismo, su programa “liberal” proviene, antes que de su ligazón orgánica con la burguesía agraria y el capital mercantil porteño, de la influencia de intelectuales liberales europeos. Aunque se afirma que la reforma electoral de la tercera década del siglo XIX “permitía solo a los propietarios ser candidatos”, no se establece una relación entre la construcción de ese “Estado moderno” con la burguesía a la que el mismo Rivadavia pertenecía y representaba, describiendo sus acciones como parte de una carrera individual más que como la condensación de intereses colectivos. En ese sentido, el ciclo Los Proyectos de Nación muestra lo más lejos que puede llegar esta historiografía oficial en la filiación social de Rivadavia, adscribiendo su derrotero (las famosas reformas rivadavianas) con los intereses de los “grupos sociales dominantes” (¿Y qué eran? ¿Señores feudales? ¿Burgueses?).
No obstante que los documentales obvian elementos fundamentales de la historia, no olvidan departir entre los personajes los papeles de “malos” y “buenos”, tan caros a las telenovelas y las revistas del corazón. Es así como Rivadavia queda a como el “fundador de la deuda externa” (a partir de la contratación del famoso empréstito con la financiera inglesa Baring Brothers)[2], como si eso fuera una marca propia de la miserabilidad de su carácter, y no de una necesidad endémica de la economía argentina, que hasta el “marxista” Kiciloff rinde pleitesías. Si bien se justifica el préstamo por la falta de fondos, con el objetivo de invertirlo en obras públicas, se ve como negativo el hecho de que haya sido destinado finalmente a solventar los gastos de la Guerra con el Brasil, como si dicha empresa no hubiese jugado un papel central a la hora de consolidar al Estado en formación.[3] En ese relato, el préstamo “impagable” viene a reemplazar una explicación científica de los límites del capitalismo argentino, incluso desde sus propios orígenes.
Crónicas de hombres solos
En lo que respecta al conflicto entre unitarios y federales, el cual tomó forma en el marco del Congreso Constituyente de 1826, los documentales reproducen pensamientos propios del sentido común: se nos dice que la lucha que se desata a partir del intento de Rivadavia de colocar a la ciudad de Buenos Aires como capital “causará, en poco tiempo, la lucha entre dos sectores, el interior contra Buenos Aires”. Dicho planteo es el mismo que, en la década del ’60, utilizaban los viejos manuales de Astolfi e Ibáñez:
“La aprobación del proyecto (la ley de capitalización) hizo surgir nuevamente una de las causas de la guerra civil que había azotado el país, es decir, el predominio de Buenos Aires -que se convertía en capital unitaria- sobre las provincias.”[4]
Como se observa, los “profesionales académicos” del CONICET, en esencia, no se diferencian de sus antecesores, a quienes juraban reemplazar.
En el mismo sentido, Marcela Ternavasio nos dice que los actores que se reúnen en el Congreso Constituyente son los respectivos “estados provinciales”… los cuales “estaban en un pie de mayor poder para poder negociar este nuevo pacto constitucional” frente a Buenos Aires.
Respecto a esto, ¿qué decían los manuales?:
“Las provincias rechazan la Constitución. […] Los unitarios, insistían en organizar el país bajo un régimen centralizado […] los federales se opusieron a sancionar una Constitución que no conciliaba los intereses de todo el país […]”[5]
¿Tantos años de investigación para volver a afirmar que el siglo XIX fue testigo del enfrentamiento entre el interior y el puerto? ¿Qué fracciones y clases sociales se esconden detrás de la categoría “estado provincial”, “unitario” o “federal”? ¿Quiénes efectivamente dinamizaron los enfrentamientos de aquel entonces? Nada de eso se dice, dado que al kirchnerismo, como a la Academia, le espanta la idea de que la sociedad argentina abrigue clases sociales antagónicas, y que todo su proyecto político se asiente sobre una falacia: “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. Frase que se vuelve completamente vacía de contenido a partir del estudio más somero de cualquier aspecto de la historia nacional.
El único intento de explicación social en torno al conflicto que podemos encontrar gira en torno a la ley de capitalización promovida por Rivadavia. Respecto a esto, se nos dice que
“La ley generaba simpatías en algunos representantes del interior porque abría la posibilidad de compartir las rentas aduaneras del puerto bonaerense. Pero esto no era suficiente para contrarrestar el descontento de varios grupos de Buenos Aires, entre ellos, los sectores económicos dominantes, a quienes la ley privaba de la exclusividad de los ingresos aduaneros”.
Quien vea esto como un avance, debe tener en cuenta que la única virtud del documental es repetir una idea esbozada hace más de un siglo, por el lúcido Juan Álvarez.[6] No obstante, el eje de la argumentación no tiene como base este aspecto, sino la resistencia federal a ver “atropellada las autonomías provinciales” debido a la “prepotencia de los unitarios”. Una vez más, se privilegia como motor de la historia a los sentimientos y las actitudes, antes que los intereses concretos en pugna. Y cuándo la economía hace su aparición, lo hace a partir de presupuestos teóricos abiertamente liberales: la escasa dotación de factores de producción (recordemos que la teoría subjetiva del valor considera que la ganancia proviene del aporte de factores y no de la explotación) es la que explica el “atraso” latinoamericano. Explicación que no llega de la mano de ningún intelectual nacional y popular, sino de la figura más preponderante de la institución académica más importante del país, el Dr. Jorge Gelman, Director del Instituto Ravignani de la UBA, quien asegura que las dificultades a la hora de acelerar la construcción del Estado provienen de la caída la producción de las minas de Potosí, la debilidad de la expansión ganadera y de la “escases de enorme de capitales”. En síntesis, Encuentro repite la misma historia socialdemócrata del gobierno radical, que señala que el siglo XIX no fue de combate y construcción, sino más bien la “larga espera” del desarrollo económico.
Cambiar algo, para que nada cambie
El análisis del contenido y la forma artística de los documentales kirchneristas es una tarea importante para todo intelectual (fundamentalmente, investigadores y docentes) preocupado por los resultados políticos de su intervención. Consciente de la importancia de la lucha cultural, el Gobierno lleva adelante un sinfín de productos dirigidos a la cabeza de nuestros jóvenes, con el objetivo de fomentar en ellos un programa nacionalista. Particularmente, los documentales de Encuentro, que tienen como destinatarios al público en general, pero buscan convertirse fundamentalmente en herramientas de trabajo en las aulas, donde son vistos por millones de niños y jóvenes, lo que agrega un plus a la necesidad de su crítica.
Como muestra nuestro artículo, es evidente que los documentales históricos que por allí desfilan no implican transformación historiográfica alguna, sino que tienden a reproducir los viejos prejuicios teóricos de la historiografía más tradicional y rancia. El conflicto entre el “revisionismo histórico” como corriente interpretativa reivindicada por el gobierno (Instituto Dorrego), y los principales miembros de la academia (CONICET) no es más que una apariencia, similar a la orquestada en otros ámbitos de la vida social: mientras que pretende descolgar los cuadros de la historiografía académica, el Gobierno continúa dejando a cargo del ejército de investigadores profesionales que sostienen una mirada similar o idéntica a la de los dinosaurios que tuvimos que leer en la lejana infancia.
[1]Véanse las series Presidentes Argentinos, Historia de los Partidos Políticos, y XIX: Proyectos de Nación (conducido por Gabriel Di Meglio), en http://www.encuentro.gov.ar/.
[2]Rossi Delaney, Santiago: “¿Quién estafó a quién? El empréstito de la Baring Brothers y la conformación del Estado argentino” En El Aromo N° 77, enero de 2014.
[3]Rossi Delaney, Santiago: “El pecho a las balas. La Guerra del Brasil y la cuestión nacional”, El Aromo, N° 78, marzo de 2014.
[4]Cosmelli Ibáñez, José: Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Troquel, p. 323.
[5]Ibíd., p. 326.
[6]Álvarez, Juan: Las guerras civiles argentinas, Buenos Aires, Eudeba, 1966.