La muerte del fiscal Nisman abrió una crisis política. La oposición y en particular el macrismo, tomó la iniciativa y se largó a ganar la dirección de las masas. Un análisis de la movilización echa luz sobre los resultados de esta empresa.
Guido Lissandrello
LAP-CEICS
La muerte del fiscal Alberto Nisman abrió una profunda crisis política a la que el gobierno no ha podido dar respuesta, por más que el Juez Rafecas haya desestimado la imputación de la presidenta. El mismo día en que se conoció la denuncia del fiscal Nisman, se desarrollaron manifestaciones de gran envergadura que pusieron sobre la mesa el hartazgo generalizado y una tendencia a la acción directa por parte de fracciones considerables de la sociedad. Ni lerda ni perezosa, la oposición burguesa buscó capitalizarlas en su favor para desgastar al kirchnerismo en un año electoral y pactar en mejores condiciones al momento de la transición. Aquel 19 de enero se animó a poner un pie en las movilizaciones. Este 18 de febrero dio un paso adelante: junto a un grupo de fiscales y a la burocracia sindical de Moyano, impuso lugar, fecha y consignas. Calibrando correctamente la magnitud de la crisis, la oposición y en particular el macrismo, tomó la iniciativa y se largó a ganar la dirección de las masas. Un análisis de la movilización echa luz sobre los resultados de esta empresa. Veamos.
La convocatoria
La marcha en cuestión fue convocada formalmente el pasado viernes 6 de febrero. Desde las escalinatas de los tribunales de Comodoro Py, los fiscales Guillermo Marijuan, Ricardo Sáenz, Carlos Stornelli y el ya famoso José María Campagnoli, junto al Secretario General de la Unión de Empleados de la Justicia Nacional (UEJN), Julio Piumato, anunciaron para el 19/02 una “marcha del silencio” desde el Congreso hasta Plaza de Mayo, pasando por el edificio donde está ubicada la Unidad Fiscal AMIA, en la que se desempeñaba Nisman. Desde un primer momento se dejó en claro que el objetivo de la acción era rendir homenaje en silencio al fiscal muerto. Para despejar cualquier duda, Marijuán declaró: “No estamos pidiendo Justicia ni mucho menos, nunca tuve esa consigna.”[1]
Rápidamente los figurones de la oposición manifestaron su plena adhesión: Elisa Carrió, Mauricio Macri, Hermes Binner, Sergio Massa, Julio Cobos, Ernesto Sánz, “Pino” Solanas y De la Sota, entre otros tantos. Se sumaron también los representantes de las CGT opositoras, Luis Barrionuevo y Hugo Moyano, la AMIA y la DAIA, y también representantes de las cúpulas de grandes corporaciones como la Unión Industrial Argentina (UIA), la Asociación Empresaria Argentina (AEA) y el Foro de Convergencia. No faltaron los personeros de la derecha más rancia, como Cecilia Pando y el “tata” Yofre, y de los intelectuales conversos como Carlos Altamirano y Sergio Bufano.
La reacción del kirchnerismo no se hizo esperar. María Laura Garrigós de Rébori, titular de la agrupación kirchnerista Justicia Legítima, que responde a Gils Carbó, señaló que la movilización era una reacción frente a las reformas progresistas que el kirchnerismo impulsó en Inteligencia y en el Código Procesal Penal.[2] Jorge Landau, apoderado del Partido Justicialista, fue aún más audaz y amenazó a los fiscales con posibles recusaciones, dada su “politización”. Con todo, la acusación principal fue que la marcha era “golpista”, lo cual no solo es falso sino políticamente muy peligroso para la izquierda y los trabajadores. Es falso porque la oposición hoy en día apuesta a una transición por las urnas, con Cristina pagando el costo del ajuste. Y es peligroso porque sienta un precedente a partir del cual todo el que se moviliza puede ser atacado y tildado de golpista.
Las tres fuerzas del FIT y la CTA de Michelli se mantuvieron al margen de la movilización. En efecto, el 18F tenía un objetivo explícitamente reaccionario: reivindicar a un fiscal que, alineado con el sector de inteligencia que responde a la CIA, fue participe de las maniobras del encubrimiento del caso AMIA, incluso de aquellas que finalmente terminó denunciando. La marcha era un apoyo a la oposición burguesa y al bloque de la embajada yanqui e israelí, a la que Nisman servía. Como veremos a continuación, la asistencia a la marcha nos muestra que, además, allí no estaba el público del FIT.
Los convocados
A pesar de la tormenta que se desató a la hora de la convocatoria, la marcha logró una significativa masividad. Apenas concluyó, comenzó la disputa por las cifras. De un lado, la Policía Federal estimó unos 50 mil asistentes, lo cual es absurdo si se tiene en cuenta que la Plaza de Mayo, colmada durante más de hora y media, tiene por sí sola una capacidad cercana a esa cifra. La Metropolitana de Macri elevó la cifra a 400 mil, mientras que Clarín y La Nación fueron un tanto más moderados y calcularon entre 300 y 350 mil. Considerando que la Plaza estaba llena y también lo estaba buena parte de Avenida de Mayo y sus laterales, una cifra aproximada bien podría rondar los 200 mil asistentes. Este número se eleva en un 50% si se suman los demás puntos del país donde hubo movilizaciones considerables: Olivos, Mar del Plata, La Plata, Córdoba, Santa Fe, Rosario, Río Gallegos, Mendoza, Catamarca, Salta, Posadas, La Rioja, Tucumán, Bahía Blanca y Santa Rosa.
Buscando superar el impresionismo que cree poder encontrar en la apariencia física la pertenencia de clase, que fue dominante en los medios, Razón y Revolución se hizo presente en la marcha con un equipo de encuestadores para poder ofrecer una caracterización científica del asunto. Las encuestas buscaban aportar datos sobre la composición social de la asistencia y su programa político. Veamos lo primero.
Respecto a la composición de clase, nuestra encuesta incluía preguntas en torno a la profesión/oficio, la relación bajo la cual esa profesión se ejerce, máximo nivel de estudios alcanzados y la unidad doméstica. El 50% de los encuestados dijeron ser “empleados”. Esa es la apariencia fenoménica del problema: la mitad de la muestra cobra un sueldo. Pero el carácter asalariado no implica necesariamente pertenencia a la clase obrera. Indagando en la profesión de esta categoría, encontramos que la mayoría se identifica en lo que oscila entre la pequeñoburguesía y la burguesía chica: abogados, comerciantes, arquitectos e ingenieros, entre las más destacadas.
Incorporando otra serie de datos de mayor fiabilidad podemos construir una imagen más exacta de la asistencia. Por un lado, en cuanto a nivel educativo encontramos que el 45,1% de nuestra muestra contaba con universitario completo. Si a ello sumamos que el promedio etario se encuentra en 47,2 años, tenemos que se trata de personas que ingresaron a la Universidad hace unos 25 años aproximadamente. Si bien hoy puede advertirse una mayor presencia obrera en la Universidad, 30 años atrás esta se encontraba abrumadoramente nutrida por la burguesía y la pequeño burguesía. Un segundo dato completa la imagen: el 73,04% de la muestra se compone de propietarios de vivienda. Incluso, el 50,4% de los encuestados reside en barrios donde la propiedad tiene un alto valor: Palermo, Caballito, Almagro, Recoleta, Barrio Norte.
Poniendo sobre la mesa el conjunto de los datos, el panorama se aclara: la movilización se nutrió de contingentes de la burguesía y de la pequeña burguesía. Es esta composición de clase la que explica la menor asistencia en relación a los cacerolazos previos: el 18F fue apenas la quinta parte del mayor de los cacerolazos anti-k. Lo que en esta última movilización estuvo ausente fueron las consignas que movilizaron a los trabajadores: inflación, cepo al dólar e impuesto al salario. No quiere decir que el 18F no hubo obreros, sino que no constituyeron una porción significativa y los que estuvieron no lo hicieron como tales, sino bajo la personificación de “ciudadanos”. Con estos datos parece evidente que Barrionuevo y Moyano lo único que aportaron fue su propia presencia.
El programa
El grueso de la asistencia a la marcha estuvo compuesta por sectores que se encontraban ya en la oposición al kirchnerismo: sólo el 9,86% lo había votado en las elecciones presidenciales de 2011, un 3,81% en las legislativas del 2013 y un 1,74% de los que tenía decidido su voto para 2015 lo tenía como opción. Esto se repite en las opiniones en relación al caso Nisman. Sólo un 1% de los encuestados creyó en la teoría del suicidio, que fue la tesis inicial que manejó el gobierno de la mano de Sergio Berni. Asimismo, consultados por la muerte del fiscal, un 24,5% pudo precisar un culpable, de ese grupo un 71% acusó al kirchnerismo y un 21% encuentra la explicación en una interna entre Inteligencia y el gobierno. Hay que contemplar también un 55% del total de encuestados que corresponde a quienes, sin poder precisar un culpable, creen que fue asesinado, “por su investigación” o “por enfrentar al poder”, todas variantes que comprometen al gobierno al menos como sospechoso.
La movilización, sin embargo, no se mantuvo sólo en el antikirchnerismo. Por el contrario, se manifestaron allí los resultados de una creciente capitalización de la crisis por parte de la oposición, en particular, el macrismo. Consultados acerca de quién dijo lo que considera más acertado sobre el caso, el 18,27% señaló a algún periodista opositor (fundamentalmente del grupo Clarín) y un 13,46% a la oposición política. Entre estos últimos, Macri recogió el 32%. Para despejar dudas: de aquellos que aseguraron tener definido su voto para el 2015 el 59,13% eligió al PRO, seguido muy de lejos por el 12,17% de Sergio Massa.
Así las cosas, estamos ante una movilización electoral antes que golpista. Si la oposición burguesa hubiese tenido esta segunda intención, podría tranquilamente incitar a la Plaza repleta a corear por la salida de Cristina. No lo hizo. Es más, estuvieron completamente ausentes los carteles que, en otros cacerolazos, exigían el fin de su gobierno. Esto estuvo particularmente controlado. El 18F fue una demostración de fuerza de cara a las elecciones, porque ese es el escenario donde la oposición quiere que se resuelva la transición.
¿Dónde está el FIT?
Como ya lo demostramos, la movilización no se nutrió del público del FIT. Esto no justifica la prescindencia política de la izquierda revolucionaria en la crisis política actual. Una crisis fabulosa que se expande al corazón del Estado y ofrece una oportunidad política para la intervención. El FIT debe animarse a pisar la calle movilizando a la clase obrera y ofrecer su propia salida a la crisis. Manteniéndose ajeno a la disputa, e incluso retomando caracterizaciones como la de “golpismo”, parece intentar ganar adherentes de la izquierda del kirchnerismo. Por ahora sólo consiguió que Verbitsky cite a La izquierda Diario. Si sigue así, limitándose a ser espectador del cierre por derecha del bonapartismo, no hace más que facilitar el fortalecimiento de la burguesía.
1http://goo.gl/Q8vlXL
2Para una crítica del supuesto progresismo del código Procesal Penal de la Nación remitimos al lector a Sleiman, Valeria: “En caso de duda… culpable”, en: El Aromo, nº 82, Enero-Febrero de 2015. En relación a la reforma de inteligencia, ver nota en este número.