La izquierda y el kirchnerismo en la era Macri

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FIT-570x300Paradójicamente, cuando parecía que el kirchnerismo iba a dejar de ser un problema para la izquierda, acorralada durante una década por las ilusiones reformistas de la pequeña burguesía argentina, el régimen derrotado en las urnas por Macri es el responsable de mayores conflictos y contradicciones que antes. Aunque no sabemos si se tratará de una enfermedad temporal o de una de tipo crónico, es necesario aclarar la situación ante el peligro del retorno de un error histórico. Empecemos por plantear el problema.

El pasado de una ilusión

La ilusión más poderosa que recorre las filas de la izquierda argentina hoy es una que ya causó estragos en la historia de quienes pretenden construir otra sociedad en este país. En efecto, la esperanza de los partidos del FIT, del MST, del Nuevo MAS y de casi todo el resto, es la de suceder al kirchnerismo, o si se quiere, heredarlo. Esa perspectiva dominó, otra vez, a casi toda la izquierda durante por lo menos sesenta años. Ya sea que se le declarase terminado por ausencia de su líder exiliado, por un agotamiento «generacional», por el abandono de sus «tareas históricas», o por el deceso de Perón, la izquierda argentina, con escasas y honrosas excepciones (el PRT-ERP, por ejemplo), vivió pensándose no en relación a un programa y unas tareas inmediatas dictadas por la realidad, sino como un apéndice de un movimiento social que dirigía otro. Las variaciones tácticas conformaron un abanico enorme, empezando desde la simple conversión (el peronismo es la revolución), hasta la independencia formal más rabiosa pero expectante (vamos a demostrar que somos más combativos y que recogemos las banderas que el peronismo abandona). En el medio, muchas variantes, desde el entrismo «bajo la disciplina del General Perón», hasta la teoría del «entorno». Todas estas posiciones presuponían que:

  1. El peronismo era un movimiento social vasto y enraizado en la población;
  2. Representaba un programa político adecuado a la situación de su emergencia;
  3. Cualquier transformación social en el país pasaba, necesariamente, por el interior del peronismo;
  4. Los obreros no discuten política, luchan.

El primer presupuesto resultaba discutible en el inicio del fenómeno. En efecto, hasta el mismo Perón se sorprendió de una victoria que incluso en un primer momento pareció estar del otro lado. La idea de que el partido de izquierda más grande de la historia argentina, el PC, un verdadero partido de masas, con una trayectoria de combates de clase de primer nivel y con el respaldo del primer Estado Obrero del mundo, tenía que claudicar ante un coronel recién llegado, es absurda. Es leer la historia anacrónicamente. En ese momento, si Perón tenía o no respaldo de las masas era una incógnita. El error del PC no fue no apoyar a Perón, sino marchar detrás de la Unión Democrática. Dicho de otro modo, aliarse con un partido claramente patronal. Desde una candidatura propia hasta la «prescindencia», había mucho para hacer sin claudicar. Desde un punto de vista trotskista, la política de Frente Popular selló su fortuna. Sin embargo, más determinante fue la errónea lectura de lo que estaba formándose frente a sus ojos: en lugar de observar allí que sus sueños «frentepopulistas» se estaban haciendo realidad (eso y no otra cosa es el peronismo), prefirió ver el ascenso del fascismo (error que no cometieron muchos de sus militantes, que se enlistaron rápidamente en las filas del naciente «justicialismo»). En lugar de percibir una batalla de clase, vio una confrontación «democrática». En el fondo, la pérdida de la perspectiva de independencia de clase conquistada durante la etapa anterior (el período «clase contra clase») arrastró al PC hacia su derrota.

A partir de allí, el peronismo se construyó como un movimiento social «peronista». Es decir, el propio Perón debió conquistarlo para su hegemonía. De allí la represión a las tendencias sindicalistas y a cualquier tipo de oposición interna. El peronismo no nació el 17 de Octubre, sino mucho después. Como sea, desde el inicio de su segundo mandato resultó claro que el peronismo era ya una realidad en las masas, algo que solo la izquierda «gorila» (el Partido Socialista y algunos sectores del anarquismo, entre otros), persistía en negar. El «gorilismo» consistía en eso: en negarle al peronismo una carnadura real en la clase obrera, reducirlo a una fantasmagoría ideológica resultado de la «dádiva» por un lado, y la «ignorancia» por el otro. Perón era un demagogo sin programa y la clase obrera una masa sin cabeza. Rechazando, correctamente, esa perspectiva, el resto de la izquierda (desde el PC hasta el trotskismo, pasando por todas las variantes nacionalistas) se embarcó en una «relectura» del peronismo que desembocó en la creación del «Síndrome del 17 de octubre». Es decir, en la convicción de que la izquierda debía purgar su «error» histórico (el apoyo a la Unión Democrática) con una larga serie de pleitesías y abluciones.

El tiempo pasó y la izquierda argentina vio desaparecer al peronismo delante de sus ojos sin que se produjera ningún «traspaso» histórico. Lo que sí se vio en todos aquellos que «jugaron» al peronismo, fue el resultado contrario: todos terminaron fagocitados por Perón, privando a la clase obrera de una alternativa. El asunto llegó hasta la tragedia: basta pensar en la cantidad de compañeros asesinados «justicialistamente», que gastaron su vida en el «luche y vuelve». Construyeron con su propia actividad a su propio asesino. Parece que de esa experiencia no hemos aprendido nada. La izquierda argentina tiene una debilidad congénita con el bonapartismo.

La vinculación de este proceso con el actual «post-kirchnerismo» es hasta cierto punto exagerada. Lo que vuelve a esta izquierda más ridícula que aquella. Porque el peronismo era un fenómeno social real, no un simple invento desde el aparato del Estado, como La Cámpora. En aquel entonces, competir con el peronismo era hacerlo con un organismo vivo, de combate. Tras la caída de Perón, la «columna vertebral», el movimiento obrero, tuvo siempre un ala conciliadora, burócrata, y una anti-burocrática, combativa. Pero La Cámpora no es más que un conjunto de «militantes» rentados solo unidos por las agencias gubernamentales. No ha combatido nunca. No nació de ninguna lucha. Ni siquiera ha probado ninguna predisposición a luchar, a pesar de que los están expulsando de todos lados. Pretender «heredar» al peronismo era pretender quedarse con un cuerpo combativo, contradictorio, pero combativo, burgués, pero combativo. Pretender «heredar» al kirchnerismo es la farsa de una tragedia. El PTS ya esperaba hacerlo en las PASO y, de hecho, lo consiguió, ganando las internas con los votos de la «combativa» Mendoza. El PO se rindió ante el hecho y, tras prometer una campaña «obrera y socialista» para la primera vuelta, promovió al «joven» Solano como contrapeso de Del Caño. Terminada la demagogia electoral, donde un frente de «trotskistas» no mencionó el socialismo una sola vez, caído el kirchnerismo, uno pensaba que empezaba otra época. Pero no, todo se profundizó para peor: ahora el PTS pone sus medios de comunicación al servicio del kirchnerismo (véase La izquierda diario e Ideas de Izquierda), mientras un PO completamente a la deriva no sale todavía del impasse en la que lo sumió la derrota del «hombre viejo» frente al «niño bonito».

El PTS ya había comenzado su acercamiento al kirchnerismo en provincia de Buenos Aires unos años atrás, cuando se votó la ley de jardines maternales y en la defensa del Plan Fines II. Incluso se diría que antes, al definirlo como un gobierno «reformista». Ahora, pretende enfilar a toda la izquierda en una defensa sin crítica del kirchnerismo frente a la «nueva derecha» macrista. Se llama, solapadamente, a un frente único con La Cámpora, en la esperanza de que cuando quede claro que no está dispuesta a luchar, sus «bases» (a las que nadie ve por ningún lado, salvo que se tome por tal al grupito que sigue a Kiciloff en Parque Centenario) se harán trotskistas. Hay, entonces, que tratarlos bien. El PO no desentona en relación a esta lógica, igual que Izquierda Socialista. El Nuevo MAS se suma ahora a este grupo de «kirchneristas del día después», con pasión renovada, demostrando que de «nuevo» no tiene nada, salvo el hecho de que todos, hoy por hoy, se han vuelto morenistas. En defensa del viejo Moreno, estos son su farsa…

Esta claudicación de la izquierda frente al kirchnerismo tuvo un ejemplo más claro y reciente en las discusiones sobre las acciones a seguir por la libertad de Milagro Sala. El PTS, junto con el NMAS, el MST y la TPR fueron de cabeza a la marcha convocada por el kirchnerismo. Además de ser una muestra de claudicación política, la movilización sirvió para medir el caudal militante de La Cámpora: nulo. Si la izquierda se juntaba toda, en esa ocasión faltó sin aviso el PO, hubieran duplicado las huestes camporistas. El PO dio gala de «independencia» política declarándose incapaz de organizar un acto propio pero criticando a los que fueron. Ahora el partido de Solano se siente más cómodo en la nueva marcha organizada por el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia porque no la convoca el kirchnerismo. Pero las consignas de esta nueva marcha son kirchneristas. No importa que se confluya en un solo espacio, se marche por separado o en un día distinto. La «independencia» política está en las consignas con las que se marcha. Las consignas resumen un programa político. ¿Cuál es el programa político de esta nueva marcha? Igual que la anterior: libertad a Milagro Sala. Es cierto que se agrega que se marcha contra las leyes «represivas» y contra la «criminalización» de la protesta, consignas que no están del todo mal aunque son confusas: todas las leyes son represivas (sería mejor ser más precisos en este punto) y la protesta está ya criminalizada (existen normas que la penalizan, hay que pedir que sean abolidas). Pero sin una delimitación de la política de Milagro Sala, es decir, del kirchnerismo, no existe independencia política, se marche cuando se marche.

En efecto: pedir la libertad de alguien porque se le aplica una norma que puede usarse no solo contra un revolucionario sino contra cualquier honesto luchador, sin aclarar que este no es el caso, es lo mismo que declararlo en tal sentido. Al no decirse que Milagro Sala se dedicó a explotar obreros, engrosó su fortuna personal, reprimió a compañeros, es sospechosa de tener en su organización asesinos de militantes, formó parte del aparato de control y represión del kirchnerismo, se ha proclamado jefa de la barra brava de Gimnasia de Jujuy y se la acusa de relaciones con el narcotráfico, se la está limpiando de todas estas acusaciones y se la reivindica como una compañera de lucha. Y de paso, se está haciendo lo mismo con todo el kirchnerismo. Es solo cuestión de tiempo que la reivindicación se extienda a Aníbal Fernández o a Milani, porque después de todo ya se apela a la conducción de Cristina y Scioli (¿qué otra cosa es, si no, pedirles que se pronuncien?). Por decir esto en el acto organizado por el kirchnerismo, nos agredió el Movimiento Evita. En el Encuentro, se nos rieron en la cara cuando planteamos esto y otras cosas, entre ellas, rechazar las cooperativas y pedir el pase a planta permanente de todos los desocupados, a pesar de que estábamos entre gente supuestamente de izquierda. Esta voluntad de no desmarcarse del kirchnerismo esconde mucho más que un error oportunista.

La continuidad de un déficit programático

Los papelones que hemos visto realizar a los partidos del FIT en este último tiempo, se podrían explicar por remisión al estado de conciencia de la clase obrera. Indudablemente, hay algo de cierto en el asunto, toda vez que una clase que se orientara francamente en sentido revolucionario repudiaría este tipo de conductas y elegiría otra dirección. Pero un razonamiento de ese tipo tiende a hacer inútil no solo al partido sino todo tipo de organización, puesto que cuando la clase «quiera» podrá realizar lo que quiera. Es un presupuesto falso, que tiene, además, la «virtud» de descargar a la izquierda de toda responsabilidad y justificar todas sus miserias. Pero el partido es parte de la clase. Es más, por inútil que sea, es su parte más consciente. De modo que lo que haga o deje de hacer no puede no tener consecuencias. Si la vanguardia está confundida, ¿cómo puede el resto ser responsable?

Por el contrario, creemos que los partidos de izquierda cometen errores y que esos errores tienen consecuencias, desde las más leves a las más graves. Y tales errores no se limitan al «reflejo» de las condiciones de conciencia de las clases. Y aunque así lo fuera, hay que explicitarlos y combatirlos. Formamos parte de una tradición, el marxismo, que se fundó como respuesta al utopismo, defendiendo su carácter científico. Es decir, que otorga a las ideas un lugar en la lucha. Podrían aportarse otras razones y otras fuentes de explicación a las taras de nuestra izquierda revolucionaria, desde las sicológicas a las generacionales, pero en lo que a nosotros nos compete, las que provienen de una equivocada concepción de la realidad son las más importantes.

A nuestro entender, la actual recaída «peronista» de la izquierda argentina, se sustenta en los siguientes errores conceptuales:

 

  1. Nacionalismo
  2. Espontaneísmo
  3. Oportunismo
  4. Anti-intelectualismo
  5. Sindicalismo
  6. Parlamentarismo
  7. Narcisismo

Nacionalismo

Por empezar, la izquierda revolucionaria argentina comparte con el peronismo mucho más de lo que cree. No sería muy difícil argumentar esto frente al guevarismo, al maoísmo o el estalinismo vernáculo, aunque pareciera inapropiado para el trotskismo. En realidad, éste último es tan nacionalista como los anteriores. Heredaron de Trotsky una fórmula que repiten sin pensarla demasiado, según la cual la Argentina es un país semicolonial y dependiente, donde, por lo tanto, no se han completado las tareas nacionales. De modo que hay un déficit de la nación que sería completado por la acción del proletariado en la revolución permanente. Pero la Argentina no es un país donde las tareas nacionales estén inconclusas. Cuando se les pregunta a los trotskistas argentinos cuáles son las tareas pendientes, no saben qué contestar. En el mejor de los casos aluden a las Malvinas, como si ese fuera un problema nacional, es decir, a la altura de la ocupación inglesa de Irlanda y la imposible unidad territorial polaca en el siglo XIX, o la situación de palestinos y kurdos en el siglo XX. Por el contrario, la Argentina no sería distinta de lo que es hoy, con Malvinas o sin Malvinas.

El trotskismo también cree que en la Argentina todavía hay campesinos y que una solución a los problemas del atraso argentino la constituye la reforma agraria. Cree también que en nuestro país no hay una verdadera burguesía, porque la revolución burguesa argentina fracasó. Consecuentemente, todo arrebato nacionalista por parte de alguna fracción burguesa, se le ocurre una oportunidad que vale la pena aprovechar, aunque más no sea para demostrar la inutilidad de la clase dominante y «heredar» el movimiento desarrollado por ella. La condición es que la izquierda demuestre que es más consecuente en la defensa de la «patria» que la propia burguesía. Con este criterio, por ejemplo, casi toda la izquierda argentina marchó detrás de Galtieri a Malvinas.

Espontaneísmo

La «teoría» de la «herencia» propia de la izquierda argentina es finalmente la consecuencia de una concepción espontaneísta de la lucha de clases. El trotskismo cree que la conciencia es un hecho fijo que solo cambia por una catástrofe y sin intervención del partido. De allí que, en espera de ese hecho conmocionante, es preferible mentir al proletariado. Luchar por la vuelta de Perón (o de Cristina) en espera de la «traición» del mentado personaje, que exponga su «verdadera» naturaleza, presupone que el proletariado no entenderá nada de lo que se le diga en contra de su conciencia. El proletariado debe «experimentar» el fracaso para ver la realidad. Mientras tanto, lo único que conseguiremos es alienarlo de nuestras filas. Es indudable que el «Síndrome del 17 de Octubre» está en la raíz de esta concepción, aunque ella llega hasta el fundador de la progenie.

De esta manera, el partido niega su rol fundamental como educador de la clase y su lugar como vanguardia. Contrariamente a lo que se cree, este rechazo de todo «vanguardismo» no es un invento posmoderno. Mucho más fácil de ver en la tradición «morenista» (desde Moreno hasta el PTS, pasando por IS y el MST), esta desvalorización de la función intelectual del partido está presente también en el PO y su concepción liberal de la cultura, derivada de la famosa tesis de Trotsky sobre la libertad al arte. Lo que se pierde, en esta perspectiva, es la lucha política misma: cuando se pide la libertad a Milagro Sala pero no se dice nada sobre su política, se abandona la lucha política. No sea que la conciencia «camporista» se nos enoje…

Anti-intelectualismo

La izquierda argentina considera una pérdida de tiempo detenerse a examinar con detalle los problemas. Prefiere seguir el catálogo de máximas dejado por Trotsky antes que ponerse a estudiar la historia argentina. Hemos preguntado más de una vez, qué, del abundante palabrerío de la izquierda trotskista argentina, equivale a El desarrollo del capitalismo en Rusia. La única respuesta es la escuálida y completamente falsa perspectiva histórica que brota de los tomitos de Milcíades Peña. Incluso en el PTS, todo su desarrollo «intelectual» consiste en una eterna glosa de los textos sagrados. Cuando se aventura más allá, como en un reciente libro sobre la economía kirchnerista, nos encontramos en el reino de los prejuicios burgueses. Se da el caso grave de que militantes sindicales desconocen cuestiones elementales sobre la lucha en su propio gremio (como los compañeros que activan en la docencia y no saben lo que es el Plan Fines II, o defienden el creacionismo en las escuelas); partidos como el PO y el PTS que abandonan a capas obreras completas con el argumento de que son «campesinos» o «población originaria»; que llevan décadas hablando de la «privatización» educativa cuando ella no se verifica en ninguna cifra, mientras omiten denunciar la degradación general de la educación o directamente la promueven (como el PTS con el Plan Fines II); que están dispuestos a otorgar privilegios a la burguesía agraria con el argumento de que los chacareros son campesinos. No se trata solamente de la ausencia de escuelas de cuadros, sino de algo aún peor: un déficit teórico completo en el conocimiento de la realidad.

Oportunismo

Es la consecuencia lógica del punto anterior. En la medida en que el partido procede como un relojero ciego, aún sin la voluntad de hacerlo, actúa de modo puramente empírico, siguiendo más que una evaluación seria de la realidad y una serie de principios, la viveza criolla. Así fue como el PTS destruyó (con la anuencia y la colaboración del PO, por supuesto) el FIT aprovechando la conciencia «camporista» en las PASO, al solo efecto de ganarle a su oponente el primer lugar en la lista presidencial. Un objetivo completamente mezquino produce un desastre político en una construcción de entidad superior.

Sindicalismo

La lucha política de expresiones como el maoísmo y el estalinismo pasa por alianzas con la burguesía «progresista». Esta estrategia las ha llevado virtualmente a la desaparición, sobre todo a éste último. Como consecuencia de la ausencia una estrategia de lucha política, el trotskismo se limita a la lucha sindical. Cuando estalla una crisis política, carece de toda capacidad de intervención, salvo que el epicentro del movimiento se encuentre estrechamente ligado a reivindicaciones sindicales, como sucedió en el 2001 con relación a los desocupados y las fábricas ocupadas, que llevó a la formación de la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Es decir, cuando el manual (el Programa de transición, en este caso), coincide con la realidad. Cuando la crisis no llega hasta ese punto, carece de capacidad de intervención, como sucedió durante el conflicto con el campo en 2008, en el que los partidos del FIT se pronunciaron por el «ni» («ni con el campo ni con el gobierno»). Otra expresión de este sindicalismo es el «anti-burocratismo» y el «democratismo». Consiste en realizar una tarea sindical haciendo eje en la lucha «democrática» en el sindicato, es decir, en la lucha contra la burocracia en nombre del respeto a las «bases». Se trata de un basismo saludable pero corto de miras, cuya consecuencia es la ausencia de lucha política en las comisiones internas. El militante de izquierda que logra hacerse votar por sus compañeros no lo hace en tanto representante de un partido o de un programa, sino por su honestidad y su compromiso en la lucha. El resultado es que el avance sindical no se traduce en avance político. El caso del PTS es muy claro: conquista comisiones internas en muchos lugares, pero luego no puede arrastrar a las comisiones internas ni siquiera a una marcha del 1° de Mayo.

Parlamentarismo

La izquierda argentina se muere por un puesto en el congreso. Se han visto discusiones homéricas, llenas de citas a los clásicos e insultos varios, simplemente por quién encabeza la lista. El ejemplo más patético fue la pelea en las PASO por una candidatura imposible a Presidente y Vice. No está mal conseguir espacios desde los cuales se puede potenciar la lucha en todos los campos. La izquierda debe ir a todas las elecciones posibles a buscar los mejores resultados posibles. Ese no es el problema. Lo cuestionable es que se busque semejante objetivo ocultando el programa que se supone debe propagandizarse. El peor ejemplo, otra vez, lo dieron los partidos del FIT, que se declararon proscriptos porque se les impedía participar de las elecciones si en las PASO no superaban el piso de 1,5%. Amén de que un partido no puede considerarse proscripto porque no lo vota nadie (eso significa no alcanzar el 1,5%), hacer campaña durante casi un año completo sin mencionar una sola vez la palabra socialismo, es simplemente vergonzoso. Como la proscripción es, finalmente, la proscripción de un programa, al elegir ese contenido burgués para la campaña, la izquierda socialista revolucionaria se proscribió sola. En nombre de que la clase obrera «no está preparada» para eso, se hizo campaña con un discurso posmoderno y burgués, humillándose por un voto «democrático» para que la «voz» de la izquierda se escuche en el Congreso. No se sabe para qué es necesario que se escuche una «voz» que no desentona del discurso de una Carrió o una Stolbizer.

Narcisismo

Es innegable que los partidos del FIT poseen una dosis nada despreciable de narcisismo. De auto-enamoramiento, de goce con su propia imagen. De otro modo no se entiende por qué tres partidos que son programáticamente idénticos y que, más allá del ruido mediático y de las chicanas, tienden a actuar de la misma manera en los mismos ámbitos, son incapaces de fusionarse en una sola organización y hasta carecen de habilidad más elemental para mantener una simple coalición electoral estable. Se niegan a la discusión programática, entre otras cosas, porque no hay nada que discutir y quedaría en evidencia que el problema está en otro lado, en las pequeñas ambiciones personales en torno a posiciones de poder minúsculas en espacios que carecen de todo poder real. El aislamiento de las masas, el escaso peso social, explican en parte esta predisposición permanente a mirarse al espejo. Sin embargo, también refleja un enorme temor a la exposición al fracaso, a perder lo construido. Una buena dosis de coraje político podría haber salvado la situación cuando se constituyó el Frente de Izquierda y los Trabajadores. Lamentablemente, el FIT perdió la oportunidad de refundar toda la izquierda argentina para transformarse en un bochornoso sainete permanente.

La izquierda, una vez más, sin política

Todas estas taras se reflejan en las vacilaciones actuales de la izquierda frente al kirchnerismo. Como dijimos más arriba, los partidos del FIT creen que existe una población «vacante», disputable, producto de la desilusión y la desmoralización. Tal fenómeno no se verificó en las elecciones generales, más bien lo contrario: después del magro «tres coma algo» de las primarias, el FIT no pudo retener prácticamente nada cuando ordenó el voto en blanco. Si eso no ocurrió hasta ahora, no hay razón para pensar que pueda suceder hoy. Pero el problema no es ese, el problema es la mimetización con la cual se pretende conseguirlo, es decir, el abandono del programa propio en beneficio de aquel que se quiere combatir. Cómo se va a conquistar para el socialismo a gente a la que se le remarca permanentemente que lo que piensa está bien, que no tiene que abandonar ninguna ilusión, es razonamiento extraño. Así, otra vez, se termina construyendo al enemigo que se quiere derrotar. En este caso, el asunto roza la estupidez, porque el peronismo era una realidad, La Cámpora es un invento. Pero si la izquierda sigue así, terminará por darle un cuerpo, un programa y un conjunto de dirigentes.

La izquierda no solamente no se delimita del kirchnerismo, como lo prueba la carga de la crítica sobre Macri sin señalar que Cristina es la responsable de buena parte de lo que se está sincerando ahora (el endeudamiento, la crisis fiscal, la desocupación, la inflación, etc.). O como hace el PTS en su último documento nacional, que se cuida bien de nombrarla y recarga toda la responsabilidad en Scioli, negando la existencia de un brutal ajuste en pleno gobierno de la «Señora». Y cuando se la nombra, se la deja bien parada en la comparación con Macri, por ejemplo, en el gobierno por decreto, punto en que se pretende que el PRO ha superado a la «señora DNU». La izquierda limpia el pasado kirchnerista al no hablar del narcotráfico, de la corrupción que corrompió camadas enteras de dirigentes populares (desde Hebe de Bonafini hasta la mismísima Milagro Sala), de la venalidad de los intelectuales y periodistas K, de la gran mentira que fue la última década, de su rol de contención y cooptación de las masas (aunque ahora parece descubrir que se trató de un gobierno de «desvío»), de la represión K y del ajuste a través de la inflación. Se copia hasta el lenguaje («CEOcracia», como dice el PTS, citando a Máximo).

Lo peor, sin embargo, no es este silencio cómplice sobre el pasado. Lo peor es la adopción de la estrategia fijada por La Cámpora: la «resistencia». Resistir significa no ir por más, no luchar por una mejora sino reivindicar el statu quo. Reivindicar el statu quo es reivindicar el kirchnerismo. Y pretender que las masas lo acepten como lo mejor para ellas. Así, vemos al FIT reclamar la libertad de Milagro Sala y defender el sistema de cooperativas con las cuales se híper explota a los obreros, en lugar de exigir su transformación en empleados del Estado, en blanco y con todos los derechos de un empleo estatal. Se exige el fin de los despidos, como si no hubiera una masa enorme de desocupados por los que no haría falta pedir nada y como si no hubiera decenas de millones de necesidades insatisfechas que podrían serlo con más empleo público. Se defiende el empleo público sin cuestionar la política punteril de los partidos burgueses, que en lugar de darles a los trabajadores una ubicación socialmente útil los utilizan como parte de la red de control y dominio burgués. O como si la solución pasara por más subsidios a una burguesía inútil y parásita como la de Cresta Roja, en lugar de la estatización bajo control obrero de toda una rama de la producción completamente ineficiente. Se critica la «militarización» de la seguridad, pero no se dice nada acerca de los gravísimos problemas de ese tipo que enfrentan los trabajadores todos los días, por ejemplo, el derecho al control popular de la policía y de la sindicalización de las fuerzas armadas. No existe un plan de lucha integral para la docencia, solo nos preparamos para la paritaria. Se habla de la ley de medios y la «censura» de millonarios como Víctor Hugo o arribistas sin escrúpulos como los de 6, 7, 8 (el «malo» es, por supuesto, Spolski, Cristina y su censura real no tiene nada que ver). En medio de la demagogia pluralista del PRO, el FIT se olvida de exigir para los partidos de izquierda un porcentaje de participación en los medios que coincida al menos con su peso electoral. Parece más importante defender el lugar de los explotadores del pueblo y sus mentidores oficiales que conquistar un lugar para los nuestros. Podríamos seguir así, sumando páginas y páginas. Esta izquierda no supera el horizonte mental del día a día, aunque crea que citando un rosario de medidas que no están en el horizonte real («nacionalización de la banca y el comercio exterior», por ejemplo) escapa a esta falta de imaginación política. Y, por sobre todas las cosas, no se habla de Socialismo. Dicho de otra manera, sindicalismo sin política.

El problema del método

Aunque cada uno de los partidos de izquierda en la Argentina, dentro y fuera del FIT, se considera el partido revolucionario, éste se encuentra disperso en la multitud de organizaciones de todo tipo que pueblan el territorio argentino. Ya nos cansamos de pedir a los que son iguales que pongan límite a la dispersión unificándose. El FIT se ha demostrado un instrumento inútil y, en manos del PTS, que asume ahora de facto su titularidad, va camino a envilecerse como simple sello de campaña, como marca registrada del cretinismo parlamentario. Llegó la hora de ir más allá del FIT. Es necesario organizar un gran encuentro nacional de todas las fuerzas de izquierda, absolutamente de todas, en el que se ponga a debate la experiencia que hemos vivido desde el 2001 hasta aquí, con vistas a una tarea de construcción partidaria amplia, más allá de los Narcisos y su goce autocomplaciente en la marginalidad y la derrota. Para eso hay que superar el método auto-proclamatorio y la resolución de aparato e ir a una discusión amplia, franca y abierta.

Razón y Revolución está organizando, en el marco de sus Jornadas de Investigación, un gran Encuentro Internacional de la Izquierda. Llamamos a todas las organizaciones políticas, grupos de propaganda o de militantes independientes a contactarse con nosotros para co-organizar la experiencia. Grande o pequeña, no dejará de rendir sus frutos y de prepararnos para lo que viene, para superar el sueño peronista de la izquierda argentina y luchar por el Socialismo.

Razón y Revolución

 

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