Por Eduardo Sartelli
¿Qué pasa en la izquierda? Un proceso de dispersión propia de una estructura incapaz de enfrentar la crisis. Nos vamos acercando a un nuevo 2001 y, lejos de estructurarse con más solidez, la izquierda se dispersa, se desorganiza, se desorienta y, sobre todas las cosas, se corrompe, políticamente hablando.
La crisis del PO fue solo la primera parte de una crisis más general. La izquierda que domina el escenario, la izquierda trotskista, se dispersa en toda la geografía política, desde los bordes del macrismo hasta el patio trasero del kirchnerismo. En efecto, desde un MST que supo hacer acuerdo con Luis Juez, hasta el Partido Piquetero, lamebotas K, el trotskismo ocupa todo el arco ideológico posible. ¿De dónde salió esta izquierda tan ubicua?
Simplificando mucho, el trotskismo nace en la Argentina entre los ’30 y los ’40 bajo la forma de pequeños grupos, sobre todo, intelectuales. Dejando de lado la experiencia posadista, el «trotskismo de masas» es un invento de Nahuel Moreno. El morenismo nace bajo la impronta propia de toda la izquierda argentina marcada por el ascenso del peronismo: el síndrome 17 de octubre. El peronismo es el continente del «pueblo», cuando no, de la clase obrera. Hay que estar allí o, al menos, no chocar de frente. Paralelismo, entrismo y otros ismos, fueron estrategias para lidiar con ese supuesto problema: como acercarse sin diluirse. Todos fracasaron y todos esos fracasos tenían una explicación simple: la traición de la burocracia y del nacionalismo burgués, hasta que, al final, Milcíades Peña, le dio forma a su excusa típica: el problema es la propia clase obrera, que es «quietista» y «conservadora».
Esta izquierda trotskista, con ese planteo en la cabeza, no podía ser el continente adecuado para lo que se venía. Consecuentemente, en los ’70, el trotskismo tuvo poco que ver con el proceso revolucionario. Posiblemente por eso mismo, sería la única orientación capaz de sobrevivir a la contrarrevolución. Quienes tuvieron un protagonismo real, fueron masacrados, de modo que el «triunfo» del trotskismo posterior a 1983, que ha consistido, básicamente en ocupar el centro de la escena política de la izquierda, no tiene mucho que ver con sus virtudes, sino más bien con el vacío dejado por otros. Fue aprovechando ese vacío, que el trotskismo argentino se transformó en «la» izquierda argentina.
Las cuatro décadas que han pasado desde la caída del gobierno militar fueron ocupadas por un internismo interminable entre las diversas «corrientes» trotskistas, cuyas diferencias programáticas son inexistentes, porque en última instancia, el trotskismo carece de programa. El reverenciar documentos de época como el Programa de Transición o la Revolución permanente no equivale a tener un programa revolucionario para la Argentina y poder cumplir con la fórmula famosa de Trotsky según la cual, la revolución es nacional por su forma, internacional por su contenido. El trotskismo, carente de todo programa, se ve liberado al oportunismo más amplio y a la lucha de aparatos. La aparición, en el proceso que culmina en el 2001, de algunas fracciones de la clase obrera que encuentran en estos partidos algún tipo de referencia y, por lo tanto, le dan cierto volumen, ha creado una nueva complejidad, que se mezcla con el mecanismo pergeñado por la burguesía para resolver su propia dispersión, las PASO. Las PASO han tenido un doble efecto: por empezar, liquida el viejo juego de las elecciones para establecer jerarquías en el interior del trotskismo, porque si no se supera el piso del 1,5, se acabó el juego; por otro, porque crea posibilidades objetivas para conquistar un lugar en el Congreso. Las PASO catalizan algo que estaba dormido en el trotskismo, su pasión parlamentarista. El FIT es, entonces, el punto de llegada de esta conjunción oportunista que encuentra el medio idóneo para desplegarse. Lo que vemos hoy es la crisis de esta perspectiva. El trotskismo no tiene éxito ni siquiera electoralmente.
La crisis del PO fue la expresión temprana de esta situación actual. Paradójicamente, uno de los resultados de esa crisis, la aparición de la Tendencia, pareció hacerle creer a muchos de la masa crecientemente harta con esta izquierda, que era posible reconstruir el trotskismo «verdadero». Como si Nahuel Moreno volviera a la vida y se dispusiera a recomponer la unidad y la pureza de su corriente, Altamira proclamó un «venid a mí, trotskistas», que mucha gente creyó. El lamentable espectáculo que ofrece la Tendencia por estos días, aliada a lo peor de lo que criticaba, al solo efecto de poder presentarse a elecciones, su electoralismo feroz, al punto de poner a todos sus militantes a juntar firmas en medio de una catástrofe social, es decir, la reproducción de todo lo que caracteriza al trotskismo, demuestra dos cosas: 1. que Altamira no mentía cuando convocaba a los trotskistas; 2. que el trotskismo es esto. Dicho de otro modo, la única conclusión productiva para la vanguardia honesta y con ganas de militar, es que el problema es el trotskismo mismo y que romper con cuatro décadas de fracaso sistemático, es romper con el trotskismo.
Salvo que suceda algo que cambie el rumbo actual de la militancia de izquierda, la crisis va a seguir el mismo derrotero que sigue siempre en estos casos: 1. una parte se proclamará el «trotskismo verdadero de verdad verdaderamente trotskista» y creará nuevos agrupamientos para reproducir la misma historia; 2. otra parte, probablemente la mayoritaria, se fundirá y se irá a su casa, no sin algún que otro invento «teórico» de por medio; 3. otra sacará la conclusión de que el problema son los «partidos», sin distinción de programa ni de historia, etapa que es normalmente un momento de pasaje para la opción 2; 4. otra conformará nuevos nucleamientos de inútiles autonomistas seudo-anarquistas que se prometen reconstruir todo desde cero sin tomarse el tiempo y el trabajo de investigar la realidad, cuya agitación termina siempre en nada, no sin antes destruir cualquier intento serio de organización. Por lo general, estos agrupamientos, cuando presentan alguna idea seria, es porque la han robado a quienes se han tomado el trabajo de producirla. Esta historia ya la vimos y es consecuencia de suponer, de dar por sentado, que trotskismo e izquierda son sinónimos, que trotskismo y partido son sinónimos. Y no. Lo que vemos es la debacle de una experiencia histórica. No sacar las conclusiones de esta experiencia es condenarse a repetirla.
El trotskismo no es toda la izquierda. No solo porque hay comunistas, guevaristas, maoístas y varios más. Sino porque hay quienes, en lugar de comprar un programa llave en mano, lo han construido en un terco y tedioso proceso de investigación y estudio sistemático de la realidad. Hay un agrupamiento que sacó esta conclusión hace 20 años, que tomó la decisión de construir un programa para la Argentina y de construir un partido para ese programa. Se entiende que quienes se pasaron todos estos años en que RyR fue señalando este proceso de debacle, insultándonos, tomándonos a broma, ninguneándonos, no tengan ahora la capacidad para reconocer que teníamos razón. Se entiende que quienes no se tomaron en serio el tema, suponiendo que un concejal en Palpalá es un gran triunfo, no estén hoy en condiciones de iniciar ningún proceso de discusión serio con quienes acertaron en señalar las causas, las etapas y las consecuencias de esta crisis. Se entiende que quienes no quieren militar sino simplemente satisfacer su ego robando ideas ajenas, no vean en RyR un continente adecuado. Esa gente no es recuperable, en su mayoría. Pero aquellos que realmente están interesados en la militancia honesta, tienen una oportunidad para sacar conclusiones de la experiencia y ampliar la mirada. El problema es el trotskismo. Pero el trotskismo no es toda la izquierda. Los que no se miran eternamente la cara en el espejo, como narcisos de las redes, los que no se disponen a un acto simplemente payasesco para justificar su fundición, los que no quieren repetir la eterna historia del autonomismo inútil y conservador, tienen mucho para mirar fuera del trotskismo. Tienen a otras variantes de la misma izquierda, por supuesto. Y tienen a RyR.
38 años de ejercicio democratico y los pensadores socialistas no superan el discurso victimista. Se acodan a dar soluciones a la conduccion de las vidas de toda una nacion y no resuelven meras diferencias de un mismo proposito ideológico… Por qué sera que en estos años de ejercicio democratico no crecen mas allas del 3 o 5 % de la masa electoral, cuando las condiciones socio economicas que fertilizan su expansión estuvieron siempre dadas?… La respuesta estaría dada quizas en que cada facción se cree perfecta y proyectan la imperfección de si midmos que no saben (no que no pueden) ver en las otras facciones… La puerta abierta del cooperativismo que siempre existió, como bicicleta con rueditas, para practicar el socialismo, fue famélicamente aprovechada… El tiempo seguirá viendolos con la simpatía que mira a los club de autos discontinuos…