Acerca de la política del PTS para los llamados “pueblos originarios”.
La revista del PTS, Ideas de Izquierda, dedicó un dossier a analizar a los llamados pueblos originarios en Argentina. Aunque no lo crea, para el PTS, cada uno de los componentes de ese conjunto difuso constituiría una nación oprimida.
Por Roberto Muñoz (TES – CEICS)
La revista del PTS, Ideas de Izquierda, dedicó su dossier del número de mayo de 2014 a analizar a los llamados Pueblos Originarios en Argentina1. El mismo se compone de dos artículos. Uno presenta un rápido recorrido histórico sobre la situación de las comunidades indígenas hasta la actualidad. El otro, pretende inscribir la problemática de estas comunidades dentro de la cuestión nacional para, en base a ello, plasmar la estrategia revolucionaria que mejor se ajustaría a esa caracterización. Por último, el dossier se completa con tres entrevistas a referentes indígenas, Relmu Ñancu y Martín Maliqueo, de la Confederación Mapuche, y Félix Díaz.
El trabajo estuvo a cargo de Azúl Picón y Laura “Xiwe” Santillán. De la primera, sólo se consigna que es socióloga. De la segunda, en cambio, creyeron conveniente, para reforzar la “investigación”, hacer saber al lector que además de profesora de filosofía es, por sobre todas las cosas, “Mapuche”. No es un detalle menor, adelanta la perspectiva teórica centrada en la “identidad”, que relega a un segundo plano las relaciones de clase, que adopta el PTS para entender la inserción social de esta población. Coherente con este sesgo, ese partido no vio mejor opción que abordar la temática apelando a una voz de autoridad, la de una compañera que sería fundamentalmente “indígena”. Veamos los resultados.
Todos fuimos, todos somos, todos podemos ser….
El artículo central del dossier, “Los pueblos Originarios frente a la barbarie capitalista”, comienza resaltando la importancia numérica de la población que se identifica como indígena en Argentina. Para eso, reproducen datos del Indec, según los cuales habría poco más de 600 mil personas que “se reconocen como parte de estos pueblos o descendientes”. No obstante, plantean que esa cantidad es aún mayor, porque los referentes de las comunidades dicen que no se tuvo en cuenta “a la población indígena que migra a las ciudades”. Pero las compañeras quieren ser rigurosas, no se limitan a repetir las elucubraciones de los dirigentes indígenas y entonces agregan que un “estudio del CONICET” (sic), que no consideraron necesario citar, sostiene que más del 60% de la población actual del país sería descendiente de aborígenes.
En su posmodernismo, no definen qué entienden por “indígena” sino que aceptan que se es tal si uno así lo cree. Con estos datos superficiales a las autoras les alcanza para no tener dudas acerca de la pertinencia de hablar de una “cuestión indígena” en la Argentina. Decimos superficiales porque pasan por alto los endebles criterios metodológicos con los que fueron construidos. En el Censo Nacional de Población de 2001 se propuso medir a esta población a partir de la auto-identificación del censado. Básicamente, lo que se hizo fue incorporar una pregunta que interrogaba al mismo si se reconocía como indígena y si podía indicar su pertenencia étnica. A este relevamiento se sumó en 2004 la Encuesta Complementaria sobre Pueblos Indígenas. De esta manera, se llegó al número de 600.329 personas. Sobre ese total, las autoras pasan por alto que un 24% no se reconoció como indígena sino que sólo respondió afirmativamente descender de algún “pueblo indígena”. Además, es falso que no se haya tenido en cuenta “la migración a la ciudades”. Por el contrario, habría una sobrerrepresentación de “indígenas urbanos”, desde el momento que sólo el 30% de los censados reside en lo que se conoce como comunidades en espacios rurales. Por lo tanto, si tiene algún sentido plantear la existencia de una “cuestión indígena”, hay que decir que sería una cuestión predominantemente urbana y dispersa entre los cientos de asentamientos de las ciudades como Resistencia, Rosario o Buenos Aires, entre otras. En principio, el PTS pareciera no desconocer este hecho, pero insiste con que la condición étnica sigue siendo determinante:
“el problema indio tiene raíces económicas y sociales […] que hoy se articulan con los problemas de una sociedad más intensamente capitalista y predominantemente urbana, donde se produce una mayor imbricación de los problemas nacionales y culturales con los de clase al interior de los pueblos indígenas, ya que muchos originarios son parte del proletariado agrícola y urbano.”
Esto no lleva a las autoras a postular la hipótesis más realista, de que la cuestión indígena no tiene ningún asidero y que se trata de sujetos plenamente proletarizados. Por el contrario, van a insistir con el problema, poniendo el foco en la relativamente escasa población que todavía vive en las denominadas “comunidades”. Así, el artículo deriva en un rápido racconto de masacres desde “la consolidación de los estados nacionales [que] trajo consigo la oficialización de una identidad nacional única, […] invisibilizando identidades territoriales e idiosincrasias ancestrales”, hasta llegar a la actualidad. Doscientos años de historia en donde el carácter del enfrentamiento se habría mantenido inmutable. No habría ninguna variación cualitativa entre los conflictos contemporáneos que protagoniza esta masa de población plenamente incorporada al sistema en tanto población sobrante para el capital, con las avanzadas militares del siglo XIX y principios del XX, que permitieron la ocupación definitiva de las regiones que todavía seguían en manos de diferentes comunidades indígena, la destrucción de su economía y su incorporación como fuerza de trabajo asalariada, completando así las tareas necesarias para permitir el desarrollo capitalista en la zona. Es decir, se elimina la cuestión central de este proceso histórico: la proletarización de esos indígenas. Haciendo propia la perspectiva neopopulista de gente como Svampa o Giarracca, la contradicción central estaría dada por la forma de relacionarse con la naturaleza. De esta manera, hoy el kirchnerismo sería un “modelo” basado en el desarrollo del “extractivismo” (neologismo para referirse al avance de la soja, la minería a cielo abierto y la producción petrolera). En este marco, lo que la dirigencia indigenista fija como la lucha central, al PTS le parece razonable: “poner freno a la extracción intensiva de recursos naturales y/o para recuperar sus territorios”. Se plantea, así, desechar el desarrollo de las fuerzas productivas para vivir en una sociedad de de agricultores de subsistencia, que no podrían garantizar la alimentación de las millones de personas que viven en el país.
Las mil y una naciones
El segundo artículo del dossier, “La cuestión nacional”, viene a establecer los lineamientos programáticos del PTS para los “pueblos originarios”, en base a la caracterización que reseñamos más arriba.
Si hasta aquí el trabajo de las autoras consistió en reproducir la ideología indigenista, ahora de lo que se trata es de extrapolar lo que dijo Trotsky sobre las naciones oprimidas bajo el imperio zarista a la realidad actual de América Latina y, en particular, de Argentina. La tarea es sencilla y delirante. Al igual que la Rusia anterior a 1917, los países latinoamericanos se habrían constituido no como Estados Nacionales, sino como estados de nacionalidades, profundizando la opresión sobre las diversas “naciones indígenas” que habitan en esta región. Dicho de otra manera, para el PTS cada uno de los componentes de ese conjunto difuso denominado “pueblos originarios”, constituiría una nación oprimida. Tenemos así a la nación Qom, la nación Wichi, la Kolla, la Mapuche, etc. Siendo así, la supuesta relevancia de la “cuestión nacional” les resulta obvia, y se expresaría en la opresión de estas comunidades. El avance del capitalismo, argumentan, “no suprimió sino que amplió el alcance de la cuestión indígena: millones de aymaras, quechuas, mayas, etc., dejaron de ser campesinos y son ahora maestros, obreros e incluso burgueses, que siguen siendo discriminados racial y culturalmente”.
Las compañeras no ven que el concepto “indígena” no tiene ninguna validez en términos científicos, desde el momento que bajo el mismo pueden quedar englobados “indígenas” explotadores e “indígenas” explotados. ¿Cuáles son las relaciones sociales que contiene lo “indígena”? Ya lo explicamos en otra oportunidad: antes de ser colonizados por los españoles, los “indígenas” no constituían un todo armónico.2 Por el contrario, existían distintas comunidades con diferente grado de desarrollo económico y político, desde cazadores recolectores hasta sociedades estatales. La dominación y la opresión entre distintos pueblos era una realidad en ese mundo pre-colonial. Los compañeros pueden dejar el criterio de organización social (ya no digamos de clase), argumentar la “unidad cultural” y abandonar todo materialismo. Están en su derecho. Pero incluso en estos términos idealistas, tampoco existió un “indígena”: pueblos con diferentes lenguas, con diverso grado de desarrollo cultural no pueden ser englobados bajo la misma categoría. ¿Qué variable les queda entonces para englobar a todo ese universo? La racial: lo sepan o no, las compañeras distinguen a su objeto por los rasgos físicos, suponiendo que hay una “raza indígena” (en realidad, no la hay). Esa teoría que utilizan se llama, científicamente, racismo.
Esta caracterización de las comunidades por criterios culturales y raciales reproduce la visión europea que crearon los españoles cuando buscaron imponer su dominio. Al no poder entender las relaciones económicas que se establecían en las comunidades, los españoles creyeron que la unidad de las mismas estaba dada por una cuestión lingüística y cultural. Sin embargo, los “originarios” establecían los criterios de pertenencia según relaciones económicas: la tributación. En Perú, la Corona se dio cuenta de eso en 1570, luego de un proceso de investigación. El PTS todavía no llegó a tales conclusiones. Podrían leer algo de historia antes de hablar de lo que no saben y de intervenir sobre lo que no conocen.
De todas formas, las compañeras aclaran que no tendría “la misma magnitud en los diferentes países de Latinoamérica. […] En Argentina, debido a los genocidios y la homogeneización cultural, la cantidad de población indígena es comparativamente menor”. Sin embargo, su mayor concentración en la región NEA y la Patagonia “confirman la vigencia que la cuestión nacional tiene en estas provincias”. Es decir, sería una cuestión central a resolver, pero, al mismo tiempo, sólo acotada a cuatro o cinco provincias periféricas del país.
Con esto, concluyen que la consigna que mejor interpretaría las aspiraciones de estas “naciones” sería el derecho a la autodeterminación. Ello contempla la posibilidad de formar un Estado separado, aunque en América Latina los “pueblos indígenas” sólo exigen, dicen las autoras, “ciertos grados de autogobierno, gestión territorial, cultural, social y económica”. Menos mal, de lo contrario, para el caso argentino tendríamos que barajar la posibilidad de crear por lo menos tres estados independientes sólo en el reducido espacio territorial que abarcan las provincias de Chaco y Formosa. Según el PTS, los obreros indígenas tienen más intereses en común con los burgueses indígenas que con el resto de los obreros. Pareciera que para las compañeras habría algo así como una cuestión nacional adentro de otra cuestión nacional: por un lado, la opresión de las potencias imperialistas sobre Argentina y, por otro, la opresión de ésta última sobre las “naciones indígenas”. Las compañeras reducen el término “nación” a la acepción medieval: grupo lingüístico. Hace tiempo que la ciencia explicó que las naciones son un producto de la revolución burguesa.3
Ahora bien, si hay “naciones”, el PTS debería comprobar la existencia de una burguesía indígena con intereses propios, que establece un dominio sobre un espacio de acumulación específico. De lo contrario, sin burguesía nacional no hay cuestión nacional.4
Sin detenerse a pensar en las consecuencias lógicas de su razonamiento, concluyen, naturalmente, que estaríamos ante una tarea democrática que sólo podría ser efectivamente resuelta dentro de la fórmula de la revolución permanente, hegemonizada “por el proletariado en alianza con los indígenas y todos los sectores oprimidos”. Creyendo tener la sensibilidad necesaria para interpretar las necesidades de las “naciones indígenas”, en realidad subestiman a esta población al negarle el papel protagónico, en tanto obreros, dentro de la estrategia revolucionaria. Su concepción estrecha de la clase obrera, reducida casi exclusivamente a los operarios de fábricas, no les permite ver la plena inserción social de estos sujetos en el sistema capitalista como una de las capas más pauperizadas del proletariado argentino. En ese sentido, la consigna de la autodeterminación sólo puede hundirlos aún más en la miseria. A su vez, el hecho de colocar en un nivel superior de determinación a las cuestiones étnicas por sobre las de clase, les devuelve una imagen idealizada de las comunidades, en donde reinarían relaciones armónicas entre ellas y la naturaleza. No darle importancia a las fracturas de clase obrera en su interior, lleva al PTS a dejar en manos de la dirigencia burguesa indigenista la organización de estos compañeros.
Notas
1 Disponible en: http://goo.gl/9gmrzJ.
2 Véase Flores, Juan, “Mito, plagio y desprecio. Acerca del libro La revolución clausurada, de Cristian Rath y Andrés Roldán”, en El Aromo, n° 73, julio-agosto de 2013.
3 Véase AA.VV.: La Segunda Intenacional y el problema nacional y colonial, Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, México, 1973, vol II.
4 Véase Harari, Fabián, “Miseria del nacionalismo”, Prólogo a La izquierda y la Guerra de Malvinas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2012.