Debe haber pocos términos tan usados ligeramente como fascismo. La palabra “facho” es bastante común: se la adjudicamos a los taxistas que escuchan Radio 10, a periodistas como Feinmann, que critican fervientemente los cortes de calle, y a todo gobierno que ataque más o menos a la clase obrera –como si hubiera gobiernos burgueses que no lo hicieran-. Así, personajes del más diverso pensamiento ideológico se agrupan bajo esta etiqueta. El problema es que muchos suponen que “fascismo” es una actitud política. Así, cualquier pensamiento más o menos conservador tiene un origen psicológico “facho”.
El caso de Bolsonaro en Brasil lo expresa muy bien. Un ex militar que se declara contra los gays y las mujeres, que hace comentarios explosivos, que va a ajustar y reprimir, que usa armas, ya sería por sí mismo, un “fascista”. No importa si tiene liberales atrás (liberalismo y fascismo son irreconciliables), si no tiene una base social militarizada y movilizada, si va a ejecutar un ajuste que ya comenzó con los anteriores gobiernos… Nada de eso importa.
Sin embargo, el fascismo es un tipo de régimen político. Ya vimos qué es un régimen (LHS nº5). Repasemos: es la forma en que se ordena el poder del Estado. Y tiene mucho que ver con el estado en que se encuentran las relaciones entre las clases sociales. El fascismo no es cualquier tipo de régimen. Es uno contrarrevolucionario de excepción. ¿Qué significa esto? Que solo toma lugar cuando la dominación capitalista se ve profundamente amenazada por la Revolución socialista. Solo en esos contextos surgió el fascismo. Precisamente, porque a la burguesía internacional no le quedaba otra: amenazando los revolucionarios rusos el orden capitalista en el siglo XX, Italia y Alemania recurrieron al fascismo y el nazismo. Además, con eso impulsaron una política expansiva que amplió su base de acumulación a nuevos territorios con invasiones militares.
Para eso, la gran burguesía se alió a la pequeño burguesía (eso que muchas veces llamamos “clases medias”) y a sectores de la clase obrera. Pero no lo hacía de cualquier manera: en el fascismo, habían masas movilizada “desde abajo”, dispuestas a tomar represalias directas contra los revolucionarios. Pensemos en las camisas negras de Mussolini, por ejemplo. Así, el fascismo se nutre de esa fuerza y asciende al poder político del Estado. Una vez ahí, el Estado asume algo así como una fuerza propia. En el caso alemán e italiano, lo hizo además desmontando el viejo sistema democrático en crisis y terminando con los derechos democráticos.
De este modo, el Estado puede no responder directamente a los burgueses de turno, aun cuando el fascismo busca asegurar el orden capitalista. Es más, los regímenes fascistas puede tomar decisiones que afecten a algunos capitalistas en particular: por ejemplo, expropiar y nacionalizar empresas o pasárselas a empresarios amigos. Por eso, la burguesía no quiere necesariamente el fascismo, a menos que haya demasiado en juego y no tenga más opción para asegurar la continuidad del capitalismo.
El fascismo arrastra además a la ideología nacionalista y puede asumir contenidos xenófobos y reaccionarios. Sin embargo, esto no lo define como tal. Se puede ser xenófobo y nacionalista sin ser fascista. Algunos también dijeron que el fascismo es una forma de “totalitarismo”. ¿Qué significa? Que sería un régimen que concentra la totalidad del poder del Estado. Y así, se lo iguala con el stalinismo o el maoísmo. Para los que dicen esta barbaridad, no importa que éstos últimos fueran revolucionarios (burocráticos o no), son lo mismo que el fascismo. Es una forma de decir “contra todo esto, la democracia”. “Contra Stalin y Hitler, opongamos a Roosevelt” –el presidente que está en las monedas de diez centavos norteamericanas-. Pero también lo vimos: la democracia que nos rige es burguesa. Por lo tanto, tiene más en común con el fascismo, que las experiencias soviéticas o chinas.
En definitiva, no cualquier cosa es fascismo. Bolsonaro puede ser el presidente más reaccionario, leer Mi Lucha de Hitler, ponerse un bigotito y levantar el brazo derecho para saludar, que aun así, no va a encabezar un régimen fascista. Será otro gobierno burgués que ajuste y reprima. Esta vez en un contexto de crisis del sistema político. Hay que tenerlo claro, para no correr detrás del ala de los mismos que ya fueron repudiados por la población en general.
Entonces Eduardo se equivocó en decirle Fascista al liberal fan de Pinochet en el debate sobre la etica y moral del Capitalismo?
Algunos equivocadamente piensan que represión es igual a fascismo. El fascismo se debe analizar en lo ideológico, político y orgánico. En lo ideológico son eclécticos, en o político niegan la democracia liberal, se traen abajo el parlamento y toda institución que defienda el derecho garantista, en lo orgánico aplican el corporativismo. Y si vamos al aspecto económico, negaría y serían opuestos al neoliberalismo y globalización.