En torno a las movilizaciones recientes de cosecheros de yerba mate en la provincia de Misiones

en Revista RyR n˚ 9

El trabajo estacional y la dispersión geográfica dificultaron la organización de los cosecheros de la yerba mate. No obstante, en los últimos años una serie de factores permiten la superación de estos obstáculos y surgen distintas modalidades de lucha. El autor detalla aquí este proceso y analiza el grado de conciencia e independencia de clase alcanzado.

El presente trabajo se basa en resultados del estudio sobre “Transformaciones en el Mercado de Trabajo y nuevas Condiciones para la Protesta de los Asalariados Agrícolas”, desarrollada en el marco del Programa CLACSO-Asdi para Investigadores Jóvenes de América Latina y el Caribe 2000-2002.

Por Victor Rau (sociólogo y docente de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo)

Con suficiente razón se dice de los asalariados agrícolas que son “obreros invisibles”. Antes se percibe al proletariado industrial o, en el agro, a los campesinos y otros productores propietarios. Como señalan diversos estudios, los propios censos nacionales subregistran a los obreros agrícolas (Aparicio y Benencia, 1999: p. 31-37), mientras la historiografía olvida sus luchas (Ansaldi, 1993; Alfaro, 1997) e incluso, en ocasiones, tiende a ocultarse parte de lo que su trabajo aporta a la creación de valor (Sartelli, 1994). Pero, en la situación que afecta a esta fracción del proletaria-do, aún más importante resultan los aspectos relativos a su invisibilidad social: sus lugares de trabajo y de residencia los alejan de esos centros de información y comunicación -sedes de la “opinión pública”- que son las ciudades, y los distribuye dispersos por inmensos territorios (Kautsky, 1989: pp. 407-459 ). Al menos ésta es una de las situaciones más frecuentes en que la separación respecto a los núcleos urbanos se combina con el aislamiento de los obreros entre sí. De una parte, esa escasez de relaciones mutuas, ya sea favorecida por las distancias físicas, por la transitoriedad del empleo, la estacionalidad de la demanda o por el bajo desarrollo de la cooperación en el proceso de trabajo agrícola, restringe sustancialmente sus posibilidades de organización. De la otra parte, aquella pobreza de vínculos con la población urbana los vuelve más vulnerables en los conflictos y tiende a confinar sus luchas a las formas más elementales y espontáneas.[1] Entre otros obstáculos para la organización independiente, también se cuenta la frecuente existencia de relaciones paternalistas con los empleadores. En ocasiones además la proveniencia de familias campesinas, la posesión de una pequeña parcela de cultivo o las aspiraciones de acceso a la tierra impide la plena identificación como asalariados, tiñe campesinamente sus demandas y formas de protestar e interfiere en la visualización de diferencias sociales con respecto a pequeños y medianos productores (Boege, 1977).

No obstante lo dicho, en el caso que nos ocupa, centenares de obreros cosecheros de yerba mate, identificados como tales, sin tierra ni demandas por ella o similares; se han hecho, de cierto modo, “más visibles” en algunas ciudades misioneras: en varias ocasiones durante los dos últimos años, los así llamados tareferos[2] han venido protagonizando concentraciones, marchas urbanas, carpas de protesta, ollas populares y cortes de ruta en varios puntos de la provincia. La primera irrupción del fenómeno se produjo en abril-mayo de 2000, en el marco de un prolongado paro agrario, con movilización en las rutas y boicot a la industria, impulsado por la pequeña burguesía agraria productora de yerba mate. A favor o en contra de la medida, según distintas localidades, también los cosecheros se volcaron a las rutas para denunciar su situación y defender sus propios intereses inmediatos. Esa imprevista movilización obrera, gravitó decisivamente en la evolución de la medida de fuerza, representando un componente inédito en la historia de los paros agrarios provinciales. La elaboración de tales experiencias de movilización posibilitaría la puesta en práctica, a fines del mismo año y durante el año 2001, de una sucesión de protestas autónomas por parte del elemento proletario.

Aunque resulta poco probable que los cosecheros de yerba mate hayan podido extraer de allí sustanciales experiencias, vale mencionar que también los obreros rurales de la compañía forestal Pino Camby, en la localidad misionera de San Vicente, si bien como parte de un conflicto de otra índole, habían apelado a la autoorganización por fuera del sindicato “oficial” y, en varias ocasiones desde 1999, a formas de protesta semejantes a las que con posterioridad implementaron también los trabajadores yerbateros.

Aspectos estratégicos y estructurales

Dispensar atención a este tipo de fenómenos sociales de emergencia local o zonal e inscriptos en problemáticas regionales específicas, acaso contribuya a agudizar las miradas que se tienden actualmente sobre el panorama de luchas sociales que ofrece nuestro país. Cualquier revisión hemerográfica o trabajo de campo en el interior del territorio nacional revela, del mismo modo, que aquellos hechos de protesta localizados en áreas lejanas, a diferencia de los que acontecen en Buenos Aires y alrededores, casi nunca se incluyen entre la información proporcionada por los medios periodísticos nacionales. La carencia de información, en este sentido, no es más que un aspecto del aislamiento general que afecta a muy diversos sectores movilizados en conflictos particulares. Superarlo constituye, desde luego, la condición primaria para una mayor unificación de las fuerzas populares, para la generalización de intereses específicos y para la coordinación de luchas. Quizá también pueda contribuir a ello, el conocimiento preciso sobre las situaciones concretas que afectan a los diversos sujetos sociales actualmente en lucha o con disposición a la protesta.

Los cosecheros de yerba mate conforman, dentro del proletariado provincial, una de la fracciones más numerosas definidas por oficio. La necesidad de atender a ciertas características de la disposición objetiva de fuerzas al interior de un área geográfica determinada, proviene de la importancia atribuible, cuando se trata de la conflictividad social, al aspecto territorial de las luchas. En conjunto, la estructura económico social constituida por la evolución del capitalismo en la región, si se la compara con otras áreas de la Argentina, exhibe un desarrollo urbano e industrial relativamente limitado. Es así como, a la inversa, el peso de la población con residencia en el campo y de la población ocupada en la agricultura, en Misiones, se halla entre los más elevados del país (INDEC, 1991). La producción agrícola y forestal ocupa a 123.000 personas, mientras que la industria emplea el trabajo de sólo 42.000 individuos (Tentorio, 1997). Tomando en cuenta este tipo de características, algunos autores han definido a la estructura económico social misionera como de “pequeña producción mercantil, principalmente en el campo” (Iñigo Carrera, Podestá y Cotarelo, 1999).

            La yerba mate es el cultivo más tradicional de la región. También es el más difundido, hallándose presente en el 60% de las explotaciones agrícolas de la provincia (INDEC, 1988). La producción de yerba mate, especialmente su cosecha, genera, además, la mayor demanda de mano de obra asalariada del sector agrícola, empleando en forma anual un contingente de entre 10.000 y 23.000 obreros -según diferentes estimaciones- (Cardozo, s/f).

Si bien la larga historia de los trabajadores de la yerba mate no carece de acciones de resistencia y lucha social, la serie de movilizaciones que han venido protagonizando durante los años recientes puede considerarse, en su conjunto peculiar de características, como un fenómeno novedoso. A semejanza de lo que sucede en otros puntos del país, estas protestas generalmente se localizan en la periferia de las ciudades, siendo su principal escenario las rutas. Además, aunque en ocasiones recibiera el apoyo de organizaciones preexistentes, la disposición a la protesta se manifestó efectivamente más allá de esa intervención.

La urbanización de los obreros rurales

Para el conjunto de Latinoamérica se ha señalado (Klein, 1985) el mismo proceso que algunos autores identificaron en la Argentina (Aparicio, Giarracca y Teubal, 1992), y con formas más acentuadas en la región Nordeste (Neiman y Bardomás, 2001). El aumento de la residencia urbana de los trabajadores agrícolas, en la provincia de Misiones, se manifiesta claramente, y hasta de un modo bastante abrupto en algunas de sus localidades. Este es el caso preciso de aquellos lugares donde se registraron con mayor frecuencia las movilizaciones de tareferos. En ciudades como Oberá y Jardín América, los nuevos asentamientos periféricos han venido expandiéndose notablemente durante la última media década. La gran mayoría de sus habitantes hombres, como también algunas mujeres y niños, trabajan corrientemente en la cosecha yerbatera.

            Incrementando el flujo ordinario de población rural a las ciudades, existe en la actualidad una tendencia a la eliminación de puestos de trabajo permanentes en las explotaciones agrícolas misioneras, y un proceso de migración de esa mano de obra a las áreas periféricas de algunas ciudades provinciales. Muchos productores prefieren recurrir ahora a los contratistas de mano de obra y sus cuadrillas para la cosecha. Cuando en Misiones se habla de la “crisis” que atraviesa parte del agro, con frecuencia se alude al mencionado proceso migratorio, el cual preocupa especialmente a las clases medias urbanas por cuanto supone la continuidad de la fuerte expansión experimentada por las llamadas “villas”.[3] En efecto, un tanto inesperadamente, las barriadas obreras tomaron en los últimos tiempos dimensiones desconocidas para la región.

La desaceleración del crecimiento en el conjunto de la economía argentina ha contribuido a incrementar el desempleo abierto de la capacidad laboral en todo el territorio nacional. Un proceso de expulsión de trabajadores del ámbito rural como el que acontece en Misiones, supone que la superpoblación relativa del campo sale del estado latente que le es propio y pasa a hacerse visible. Pero, hallándose cerrados, sin embargo, los canales de desagüe hacia los grandes centros industriales del país o hacia otras sedes de demanda laboral -actualmente inexistentes-, esta superpoblación ha tendido a estancarse en la periferia de las pequeñas ciudades provinciales, elaborando allí sus estrategias de supervivencia.

De otra parte, cada vez más, año tras año el capital agrario recluta entre esta superpoblación relativa estancada, a los miembros del ejército obrero activo que, luego de ser empleado en la cosecha, pasará nuevamente a la reserva. Por sus características propias, y al no haberse mecanizado, la cosecha yerbatera continúa siendo mano de obra intensiva. Casi todos los tareferos que pueblan aquellas barriadas periurbanas alcanzan a trabajar, más o menos constantemente, en la zafra de la yerba mate durante el invierno. En esos casos, mayoritariamente, la contratación de trabajadores corre por cuenta de agentes intermediarios, contratistas de mano de obra y, asimismo, predomina la organización del trabajo en cuadrillas de veinticinco o treinta cosecheros cada una.

Condiciones para la acción colectiva

Con aquel cambio en que la residencia de numerosas familias obreras se traslada del medio rural para concentrarse en áreas urbanas, resultan parcialmente removidos varios obstáculos que existían previamente para la organización de acciones colectivas. Básicamente, disminuye el aislamiento recíproco que supone la dispersión de los asalariados residentes en el medio rural, obreros territorialmente dispersos, con escasos medios de comunicación, imposibilitados de mantener lazos directos entre sí. En segundo lugar, se atenúan los efectos del aislamiento con respecto a los propios centros urbanos, condición que contribuye a los bajos niveles de instrucción, la marginación respecto de la información y la cultura, la falta de reconocimiento social, la vulnerabilidad frente a poderes extralegales[4]; al mismo tiempo que tiende a aumentar el conocimiento de experiencias de lucha de sectores sociales afines y las posibilidades de establecer vínculos con sus organizaciones.

Otro factor que contribuye al incremento y al estrechamiento de las relaciones mutuas es la organización del trabajo en cuadrillas. Aunque, por la naturaleza de la producción agrícola, los lugares de trabajo cambien continuamente, las cuadrillas de cosecheros constituyen no obstante unidades de cooperación de carácter bastante permanente. Por lo demás, empleadas por contratistas, su actividad tiende a asumir mayor constancia y no es extraño que la base de su composición perdure de un año a otro, es decir, aún atravesando períodos de inactividad.

Algunas características de las recientes movilizaciones, pueden interpretarse como embrionarios elementos de sindicalismo. Así, en ellas se emprenden luchas de carácter económico –pan, trabajo, mejor precio para la yerba, comienzo de la cosecha- a partir de la identidad que otorga un oficio –el de tarefero-, aún cuando las movilizaciones no hayan cristalizado en organizaciones corporativas permanentes, ni predomine en sus contenidos el enfrentamiento con la patronal. Respecto a estos dos últimos puntos debe considerarse lo siguiente: en primer lugar, que existe en Misiones una organización sindical de orientación legalista, conciliadora y poco partidaria de las acciones directas: la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE) –entidad de alcance nacional alineada en la CGT “disidente”. En segundo término, en cuanto al enfrentamiento laboral corporativo, debe considerarse que se trata de asalariados transitorios, es decir, sometidos al cambio constante de empleadores, y que la intermediación del vínculo laboral mediante agentes contratistas tiende a dificultar todavía más la identificación del adversario, y a tornarlo “huidizo”, en la disputa laboral.

A ello se suma, actualmente, la depresión en que se mantiene el precio de venta de la hoja de yerba mate. Los empleadores presentan, entonces, los valores de hambre que abonan por el destajo, como la equitativa e inapelable traducción de imposiciones objetivas del mercado que afectan igualmente a los productores. Además, desde luego, durante la época de cosecha, también aquí intervienen la especulación con la necesidad extrema y la amenaza del desempleo como instrumento de chantaje.

Estos últimos condicionantes coadyuvan a determinar aspectos de las protestas que plantean ciertos problemas analíticos. Puntualmente: que las protestas de mayor magnitud se producen luego de finalizada la cosecha yerbatera; y que en esos momentos predomina la demanda de “pan y trabajo”[5]. En base a semejantes elementos podría concluirse que, en realidad, se trata sencillamente de protestas de trabajadores desocupados; si no fuera, por ejemplo, porque los manifestantes aún entonces se identifican como tareferos, y porque, como tales, también participan en el conflicto abierto entre la pequeña burguesía agraria y la burguesía industrial yerbatera.

¿Tareferos o desocupados?

Tareferos casi siempre. Desocupados en determinado momento. En determinado momento ocupados. Desocupados y ocupados a la vez -estructuralmente y en tanto tareferos. Hay que partir de reconocer la complejidad, hasta cierto punto irreductible, del fenómeno en cuestión. Su caracterización unilateral violentaría el análisis, pues en el sujeto de estas protestas arraiga una dualidad específica.

Pero no por ello debe concluirse en la indeterminación conceptual. Por lo demás, situaciones de características semejantes no son extrañas a los estudios sobre asalariados rurales, con ocupaciones estacionalmente delimitadas por los ciclos productivos agrícolas. Así, por ejemplo, resulta conocida la situación de los obreros que cambian regularmente de empleo, trasladándose de producción en producción, de cosecha en cosecha, a lo largo del ciclo anual.[6] Con frecuencia consiguen, de esta forma, permanecer asalarizados la mayor parte del año. Existe también otra conocida situación que combina la condición obrera con la campesina. Se trata de los trabajadores miembros de unidades domésticas campesinas, que temporariamente se asalarizan en tareas estacionales para terceros, pero que durante el resto del año tienden a emplear en su propia unidad productiva la capacidad laboral doméstica disponible[7].

También en la situación de los cosecheros de yerba mate con residencia urbana gravita aquella estacionalidad que arraiga en el proceso productivo agrícola y se imprime sobre el empleo. Pero, a diferencia de las situaciones que mencionamos anteriormente, estos tareferos no poseen tierra de cultivo ni otros medios de producción, y carecen prácticamente de empleo durante el período contraestacional a la zafra. Afinando una definición del tipo social que representan, debe además señalarse que ellos tampoco llegan a adquirir, durante la temporada de empleo en la cosecha, un ingreso que permita reproducir su fuerza de trabajo durante el resto del año. Así resulta que, juntamente con la alternancia anual de la condición de ocupación del trabajador, se producen sensibles cambios en el nivel de vida de sus familias. Y es, finalmente, el carácter acusado y regular que asumen anualmente los cambios en aquella condición de ocupación/desocupación y en estas condiciones de vida, lo que define la dualidad específica que se manifiesta en el sujeto de las protestas. Si identificamos la denominación de “semiocupados” con este conjunto de características, llegamos a disponer de una categoría representativa de los elementos del proletariado agrícola yerbatero que han venido movilizándose en Misiones.

Semiocupados. En un mismo año ocupados y desocupados. Estructuralmente, y en tanto tareferos, ambas cosas a la vez.[8]

El ciclo agrícola y los semiocupados de la yerba mate

Veamos el caso con más detalle. En la producción de yerba mate, se realizan algunos tipos de “cortes” o “podas” a la planta a partir del mes de enero, sin embargo, el grueso de la cosecha comienza en abril y se extiende hasta agosto. Por tanto, podemos afirmar que la demanda laboral proveniente de la zafra, se mantiene a lo largo de una porción importante del año –entre 5 y 8 meses. Por mucho que algunos de estos cosecheros consigan desarrollar otras actividades durante los meses de la contraestación -generalmente sólo se trata de “changas”-,[9] la mayoría de ellos vuelve a integrarse año tras año, a lo largo de su vida, al trabajo “en la tarefa”. Cuando termina la zafra yerbatera, queda disponible una gran cantidad de trabajadores desempleados en los barrios obreros de varias localidades. Pero, esa masa de trabajadores se encuentra en una condición muy diferente respecto de otro tipo de desocupados: aquellos que perdieron un empleo estable, los que poseen inciertas posibilidades de reinsertarse en la actividad laboral, los que no pueden predecir el tiempo que les llevará acceder nuevamente a un salario. En cambio, los cosecheros, en primer lugar, no han perdido nada que se parezca a un empleo estable; en segundo término, saben aproximadamente en qué momento se reanudará la cosecha y aumentará la demanda de su fuerza de trabajo en el mercado. Su estado de semiocupación involucra dos condiciones de actividad que se suceden alternativamente, esto es, una situación de ocupación y una de desempleo que se hallan delimitadas en el tiempo con bastante claridad y se repiten regularmente como las dos partes de un mismo ciclo anual de reproducción. En la vida de los obreros, este ciclo aparece, por ello, dividido en sendas situaciones. En una parte del mismo, su supervivencia se halla medianamente garantizada a través de los ingresos provenientes de la asalarización. En la otra parte, sencillamente, no.[10] Durante varios meses una importante cantidad de trabajadores permanece en situación de paro forzoso y enfrenta graves dificultades para alimentar a su familia; aunque hacia atrás y hacia delante, en su horizonte vital, el trabajo se encuentra todavía presente y cercano. Y se trata de un oficio específico. De ahí que, en las protestas realizadas durante estos períodos de desocupación masiva, pueda aparecer también una identificación y demandas relacionadas con la actividad laboral yerbatera, a pesar de que, inmediatamente, ninguno de los manifestantes se halle empleado en ella.

Procesos de la experiencia en dos ciclos de protesta

            A tal punto las protestas exhiben su impronta yerbatera, que las épocas de su activación se corresponden con determinados momentos estacionales del ciclo agrícola. Al menos es lo que ha venido sucediendo desde la aparición del fenómeno: durante los últimos dos años las movilizaciones de tareferos se registraron en torno al mes de mayo y al mes de octubre. En octubre finaliza la zafra, de golpe se acaba el trabajo y para los obreros sobreviene la miseria. Que en octubre de 2000 y octubre de 2001 se hayan registrado las mayores movilizaciones de cosecheros -con el “pan y trabajo” como su principal demanda- no debe sorprender, entonces, demasiado. Pero ¿qué sucede antes, en el mes de mayo, época en la cual, paradójicamente, debe comenzar el grueso de la zafra y, por lo tanto, la demanda laboral tendería a adquirir su mayor intensidad?.

Sucede que ese momento, en el que los propietarios del cultivo yerbatero deben comenzar a vender el grueso de su producción, se ha convertido, durante los últimos años, en el momento de las luchas por el precio. Son luchas impulsadas por los productores primarios de yerba mate, quienes mantienen actualmente un conflicto abierto con la burguesía industrial molinera -compradora de la materia prima. En este momento, pues, el carácter estacional de la producción influye de modo indirecto para la movilización de los cosecheros, es decir, sólo a través de la acción de los productores. En torno a mayo de 2000 y mayo de 2001, los propietarios del cultivo yerbatero intentaron retener la producción e impedir el abastecimiento de los molinos, para negociar corporativamente los términos de venta de la materia prima -reclamaban, al mismo tiempo, la intervención del Estado en la fijación de un precio mínimo, la regulación de la producción o el otorgamiento de subsidios. Los productores suspendieron, por lo tanto, el trabajo en sus explotaciones e instalaron “carpas verdes” de protesta en las rutas, donde se concentraban para bloquear el tránsito de yerba mate, forzar al paro total de la cosecha y garantizar el boicot a la industria. Los llamados “colonos” de Misiones, cuentan con arraigadas experiencias históricas en ese tipo de medidas de fuerza.[11]Pero en esta oportunidad, en gran parte debido a las condiciones impuestas por el mencionado proceso de urbanización de asalariados y ampliación del sector semiocupado, los productores debieron lidiar con un nuevo factor: la movilización obrera.

Dos elementos involucran a los tareferos en el conflicto agrario. Por una parte, aquella interrupción “artificial” de la cosecha, significaba para ellos nuevamente el paro forzoso y el mismo pantano de las carencias básicas que intentaban dejar atrás. Pero, por la otra, ellos experimentaban también como propio el reclamo de los productores por el aumento del precio de la yerba mate[12].

En mayo de 2000, los productores de Jardín América ganaron el apoyo de los obreros locales. Habilitaron para los cosecheros parados y sus familias la olla popular que funcionaba en su carpa y los incentivaron a sumarse a la protesta. La afluencia fue masiva superando abrumadoramente a la de los propios productores; Jardín América se convirtió en la localidad más movilizada de la provincia, en el punto más infranqueable para el tránsito de yerba mate y en el centro mismo de la protesta agraria por el precio. Los tareferos encabezaban la detención de camiones, la resistencia a las fuerzas represivas y los cortes de ruta. Las actas de asamblea se firmaban como “Colonos y Tareferos Autoconvocados”. Pero fue el único lugar donde el fenómeno se dio en esa forma.

En otras localidades los productores se desentendían de la situación obrera, marginando a los tareferos en la organización de la protesta. Pronto, no obstante, los cosecheros parados de la ciudad de Oberá imitaron a los productores locales e instalaron su propia “carpa negra”, en este caso para exigir la inmediata reanudación de la zafra -es decir, su intervención tomó, respecto del paro agrario, un sentido inverso a la de los cosecheros de Jardín América. También los tareferos de Campo Viera, Aristóbulo del Valle y otros poblados cercanos acabaron movilizándose por el mismo objetivo, y en algunos lugares llegaron a “tomar” las carpas de los productores.[13]

            Estas fueron las experiencias de organización independiente que los tareferos reactualizaron en forma ampliada en octubre de ese año, es decir, cuando finalizó como siempre la cosecha yerbatera. En distintas localidades de la misma zona, al costado de las rutas, instalaron entonces numerosas “carpas negras” con ollas populares y se concentraron en ellas manifestando su reclamo. Si en mayo demandaban que comenzara la cosecha, en octubre el contenido de la protesta no era muy diferente: reclamaban pan y trabajo. Pero en ambas ocasiones, al mismo tiempo, los tareferos también se manifestaron, igual que en Jardín América, por un aumento en el precio de la yerba mate.

            Con respecto al segundo ciclo, en mayo del año siguiente –2001- el paro agrario no prosperó. Los productores pronto lo dieron por finalizado, sin que llegara a extenderse. En cambio, apelaron en todas partes a los cortes de ruta. Focalizando sus demandas en la intervención del Estado, realizaron “tractorazos” sobre la Capital provincial e instalaron durante semanas su protesta frente a la Gobernación. Mucho más pequeña que el año anterior fue, por tanto, la movilización de cosecheros. Se dio en Jardín América, nuevamente junto a los productores; y en Oberá, nuevamente de forma autónoma. Pero así como, en esa ocasión, los productores implementaron el método de los cortes de ruta y la protesta frente a la Gobernación provincial; en torno a octubre de este mismo año, también los tareferos cortaron rutas en la zona de Oberá, se trasladaron a la Capital de la provincia e instalaron su protesta frente a la Gobernación; fenómeno en el que se puso de manifiesto, una vez más, los subterráneos procesos de asimilación y producción de experiencias que se desarrollan en la subjetividad obrera. Por lo demás, para esas fechas, en la misma región que el año anterior volvieron a instalarse numerosas “carpas negras”, en Jardín América se registraron ahora pequeñas concentraciones urbanas, y también en San Vicente los tareferos protagonizaron una marcha hasta la Municipalidad local.

Anotaciones finales

            Si reconocemos, en términos muy generales, que el elemento espontáneo de las luchas obreras tiende a conservar mayor presencia en el agro que en la industria y que el elemento consciente abunda en las ciudades más que en el campo; podríamos suponer, en el mismo sentido general, que la urbanización de los obreros agrícolas conlleva mejores condiciones para acciones sistemáticas y formas de lo consciente –en el sentido clasista (Lenin, 1975). Creemos que los acontecimientos de protesta identificados en el apartado anterior pueden ser considerados desde ésta óptica. Pero, al mismo tiempo, el modo en que aquellos acontecimientos han surgido y se han desplegado, ilustra acerca de la importancia atribuible al proceso de apropiación, por parte de los tareferos, de aquellos conocimientos y experiencias que portan y manifiestan otros sujetos sociales. En este caso el acceso a tales conocimientos y experiencias ha resultado, fundamentalmente, del contacto directo con acciones de lucha bastante sistemáticas, como las que, en los últimos dos años –y después de mucho tiempo-, protagonizaron los llamados “colonos” misioneros. Pero, representando a una pequeña burguesía y burguesía media de base agraria -que lucha, fundamentalmente, por conservar sus posibilidades de acumulación-, el sujeto “colono” no constituye un elemento demasiado afín a los intereses obreros.

Por su situación respecto de las actuales necesidades de valorización del capital, estos últimos pertenecen, en cambio, a la sobrepoblación proletaria relativa o ejército industrial de reserva. Y a partir de la peculiar dualidad del ciclo al que se encuentra sometida su existencia, su situación se acerca alternativamente, en una de sus fases, a la de los obreros ocupados y, en la otra, a la de los desocupados. Puede afirmarse, finalmente, que la superación o no del aislamiento actual respecto de aquellos elementos sociales que comparten sus mismos intereses de clase, no podrá menos que influir, en el futuro, sobre la capacidad de lucha de esta especial fracción tarefera.

“La esperanza fraudulenta es uno de los mayores malhechores y enervantes del género humano, mientras que la esperanza concreta y auténtica es su más serio benefactor.”

E. Bloch, El principio esperanza.

Bibliografía citada:

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Notas

1973; Rocha, 1991; Forni y Neiman, 1993). Ello no obsta, sin embargo, para que esta fracción del proletariado pudiera desempeñar, en la lucha de clases en el campo, el significativo papel que le asignaron, por ejemplo, Lenin (1975: p. 13), Trotsky (1997: p. 76) o Mao (1973: p. 17), en situaciones revolucionarias específicas.

[2] En la región se conoce como “tareferos” a los obreros que trabajan en la cosecha de yerba mate. Esta voz deriva del vocablo “tarefa”, denominación aplicada a la cosecha de la yerba mate -en portugués significa “tarea, obra que se debe concluir en tiempo determinado, trabajo que se hace por empresa o a destajo”.

[3] Aclaremos que no solamente las desfavorables perspectivas de acumulación de los productores generan el fenómeno. Del mismo modo que lo hace el descenso de la diversificación por abandono de algunas producciones, también la generalizada introducción de insumos industriales –como los herbicidas químicos- disminuyen el total de los requerimientos y estacionalizan la demanda de fuerza de trabajo en las explotaciones agrícolas.

[4] Allí donde existieron, también tienden a diluirse los vínculos paternalistas y de dependencia con los patrones, facilitados por la residencia en el mismo predio de las explotaciones agrarias. Algo similar sucede con la asimilación cultural respecto de los pequeños y medianos productores, determinados por la misma causa o por una efectiva cercanía social, en el caso de los asalariados de extracción campesina.

[5] En ocasiones, también aquí el gobierno apeló a la “ayuda alimentaria” y los Planes Laborales.

[6] De ese modo su trabajo se despliega en los denominados “ciclos ocupacionales”. Algunos asalariados alternan el trabajo agrícola con el empleo en otras actividades estacionales como las derivadas del turismo; o en ciertas actividades urbanas con demandas laborales discontinuas y bajos requerimientos de calificación, como la construcción, entre otras. Cuando los ciclos ocupacionales involucran la separación de los trabajadores respecto a su lugar de residencia y el desplazamiento estacional a través de grandes distancias geográficas, estos asalariados describen “circuitos migratorios”; y en ellos puede reconocerse a los llamados “obreros golondrina” -especie de infantería ligera del capital.

[7] Por su condición social, generalmente pertenecen a la capa de campesinos que forma parte del semiproletariado, es decir, a tipos de campesinos “semiproletarios” -en términos de Mao (1973: p. 12-14) esta capa incluye tanto al tipo de “campesinos semipropietarios” como al de los “campesinos pobres”.

[8] Extrajimos el término “semiocupado” del Capítulo XXIII de El Capital, donde “desocupados” y “semiocupados” son presentados como los dos componentes de la sobrepoblación obrera relativa (Marx, 1994: pp. 788, 797). En los Apartados e) y f) del Punto 5 Marx ilustra la dinámica social que desarrolla esta superpoblación relativa, abordando ampliamente el caso del proletariado agrícola en Gran Bretaña e Irlanda. Resulta preciso aclarar que, en un sentido general, la categoría del obrero semiocupado no involucra necesariamente el cambio acusado y regular en la condición de ocupación y las condiciones de vida; aunque estas características sí definen el tipo identificado en nuestro caso.

[9] Estas pequeñas labores realizadas por encargo de particulares, a las que los trabajadores atribuyen poco valor, generalmente son aceptadas como trabajos de espera (hasta que comience la cosecha).

[10] Al respecto debe resaltarse la unidad real del ciclo, y hacerse notar que aún en ausencia de empleos contraestacionales a la cosecha de yerba mate, la interrupción transitoria de la demanda de fuerza de trabajo no tendría porqué empujar a las familias obreras al pantano del pauperismo, siempre que los niveles salariales vigentes durante la zafra aportaran un ingreso suficiente para asegurar la reproducción de esa fuerza de trabajo; en términos de la economía política, siempre que la capacidad laboral, usada y usufructuada por el capital agrario, se pagara a su valor (Marx, 1994).

[11] Considérese, fundamentalmente, el desarrollo que tuvieron las Ligas Agrarias y la historia del Movimiento Agrario Misionero en esa provincia (Roze, 1992).

[12] Al respecto ya señalaba Marx (1994: p. 681) para los asalariados que cobran por cantidades, que con frecuencia “el obrero toma en serio la apariencia del pago a destajo, como si se le pagara su producto y no su fuerza de trabajo, y se rebela por tanto contra una rebaja de salarios a la que no corresponde una rebaja en el precio de venta de la mercancía”. En nuestro caso opera de un modo específico la misma relación: los cosecheros se manifiestan por un aumento en el precio de la yerba mate que posibilite un aumento en el precio del destajo. Hemos desarrollado con mayor detalle algunos aspectos de la cuestión en Dimensiones del deterioro en las condiciones de venta de la fuerza de trabajo (Rau, 2000).

[13] En Yerba Mate: El “Paro Verde” (Rau, 2001) hemos realizado una primera aproximación al conflicto, desarrollando más extensamente la descripción de algunos aspectos que refieren a lo acontecido en Misiones durante abril/mayo de 2000.


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