La razón y la pasión: Stephen Jay Gould (1941-2002)

en Revista RyR n˚ 9

            Me ha fascinado siempre la capacidad para hablar clara y contundentemente. Tanto como esa no menos fascinante capacidad de develar las conexiones secretas entre ámbitos aparentemente distantes de la realidad. Es por eso, creo, que soy científico. Y es por eso que admiro a los grandes científicos. La ciencia es la creación humana por excelencia. No entiendo cómo alguien puede hablar con expresiones tales como «frialdad científica». La ciencia requiere de pasión, porque la vida es pasión. Por eso me gustan las personas apasionadas, las capaces de apasionar a los demás. Seguro que es por eso que me apasionan Jay Gould y sus libros. Mi primer encuentro con su obra fue en su defensa de Engels y la tesis de la postura erecta como clave del proceso de hominización (publicada en RyR no2). Lo que Stephen (me gusta sentirlo de este lado de la vida en que están mis amigos, así que puedo tutearlo) defendía allí era, no tanto la certeza con la que Engels reivindicaba «el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre», sino la explicación que él daba acerca de por qué los científicos más brillantes preferían la tesis contraria, la de la primacía del desarrollo del cerebro: en una sociedad donde los que dominan no trabajan, adjudicar al trabajo semejante capacidad creadora era peligroso.

            Sus libros son sorprendentes. De los «serios», (Ontogeny and Phylogeny y The Structure of Evolutionary Theory) no puedo hablar. El primero, dicen, abrió nuevos campos en la biología. El segundo es considerado su obra más importante sobre la evolución. Sí devoré los de divulgación. Encontré allí a un maestro en el arte de llamar la atención del lector con títulos que encierran el secreto de lo que se está por leer y que causan tal extrañeza que uno no puede resistirse a mirar. Al final, uno descubre que, como sucede con todo buen mago, la moneda siempre estuvo en su mano. La mayoría de sus libros «populares» (El pulgar del panda, La sonrisa del flamenco, Dientes de gallina y dedos de caballo, Aux racines du temps -perdón, lo encontré en francés, qué va a ser…- Un dinosaurio en un pajar y otros) son la recopilación de las columnas que escribía regularmente para la revista Natural History. Algunos títulos memorables preguntan cosas como «¿Eran tontos los dinosaurios?». A mí me gustan mucho «Sombreros anchos y mentes estrechas» y «¿Qué es, si es que es algo, una cebra?». El primero es una divagación sobre Cuvier, la inteligencia y el tamaño del cerebro, un ataque al racismo, al sexismo y a toda utilización de la biología para sostener las injusticias sociales. El segundo, una forma de explicar los problemas de la teoría de la evolución partiendo de una pregunta absurda: ¿las cebras son animales blancos con rayas negras o negros con rayas blancas? En otro artículo discute el carácter azaroso de la evolución (y por lo tanto lo ridículo de una expresión tal como «sabiduría de la naturaleza») a partir de una pregunta no menos absurda: ¿por qué los animales no tienen ruedas? El libro más emocionante es, para mí, Milenio. No se lo cuento, léalo.

            Su reconocimiento como científico provino sobre todo de su teoría del equilibrio puntuado, con la cual se explica que la evolución funciona a saltos y no en una lenta gradación de formas. Dicen que era uno de los mayores biólogos después de Darwin. A mí me gusta más pensar en su optimismo vital. Gould murió de cáncer, a los 60 años. Ya había padecido cáncer cuasi terminal veinte años atrás, pero se recuperó sin dejar nunca de trabajar. El niño que decidió ser paleontólogo ante el impacto de la visión de un esqueleto de Tyranosaurio, decía años después cosas como la siguiente: «En un mundo invadido por el misticismo al estilo de la New Age y por un ubicuo antiintelectualismo a la vieja usanza, puede que sea un tópico decir que la salvación requiere hoy en día del racionalismo más que nunca. No es menos obvio que estas actitudes saludables han de encarnarse en personas que las sientan con pasión y puedan convencer a los demás…» La razón y la pasión. Vale. Razón y Revolución, agrego yo.

Eduardo Sartelli

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