Otra vez, el relato “progresista” vuelve a desnudar su verdadera naturaleza y mostrarse como lo que verdaderamente es: para la burguesía, el arma más eficiente; para los revolucionarios, un pasaje directo al precipicio. Que una izquierda con más de 60 años de historia en la Argentina todavía caiga inocentemente en sus redes es alarmante, y esto que vimos el domingo-lunes es el resultado.
Macri demostró que no es un Sr. Burns con aspiraciones golpistas, un nene de papá sin contacto con las masas y sin ideas políticas, que viene a realizar un ajuste salvaje que solo cierra con represión. Si alguien cree que cualquier imbécil puede manejar el club Boca Jrs durante veinte años sin perder el control, que haga el intento. Pero más importante aún, el hecho de que el personaje en cuestión venga ganando todas las elecciones a las que se presentó (él o sus candidatos) desde 2007 debería hacer reflexionar sobre la veracidad de la imagen con la que machaca Página/12.
En estas PASO, Mauricio se mostró capaz de armar verdaderas topadoras electorales. Logró triunfos aplastantes en grandes distritos (Capital y Córdoba) y desbancar a quienes llevan treinta años de dominación política, como en San Luis y Santa Cruz. En Capital, relegó a su real competidor (Lousteau) y, con ello, marginó a la UCR. En Córdoba, su triunfo le permite no tener la necesidad de negociar la gobernabilidad con el delasotismo, lo que no pudo eludir ni el mismísimo Néstor. En Santa Fe y Provincia de Buenos Aires, preparó el seguro triunfo en octubre. En la primera, porque las listas internas del peronismo no van a votar a Rossi. En la segunda, porque Cristina llegó a un techo y Bullrich a un piso, desde el cual va a recolectar los votos de Massa y de Randazzo. Y lo más importante, ganó con un candidato impresentable contra quien gobernó el país doce años. A nivel nacional obtuvo el 36%, lo que es bastante. Pero hay que entender que es solo un piso. Pasar el 40% nacional en elecciones legislativas (siempre proclives a la oposición), a dos años de gobierno, es un triunfo descomunal e histórico. El macrismo está a punto de conseguirlo.
Si esto fuera poco, ya tiene la sucesión presidencial garantizada en María Eugenia Vidal. Estamos asistiendo a la conformación del primer partido nacional con voluntad hegemónica desde el peronismo, luego del fracaso del “Tercer movimiento histórico” de Alfonsín y la “transversalidad” kirchnerista (que se desintegró en menos de un año con el voto “no positivo”). Eso significa que la burguesía ha encontrado a su personal político y al partido que va a cerrar la crisis del 2001. Para enfrentar la situación, cualquier partido revolucionario debe hacer un análisis serio. Todos los balances triunfalistas y que hablan de “masivo rechazo al ajuste” y una inminente “caída del gobierno” deberían dejar de hacer el ridículo y estudiar mejor el asunto.
Ante todo, hay que preguntarse, qué votó la gente. En concreto, ¿cómo hizo el Gobierno para arrasar en medio de una crisis heredada de la que no se salió y cuando todos los analistas coinciden en que haya recuperación o no, todavía la gente no siente ninguna mejora? Muy sencillo: apeló a la política. Más aún, jugó el papel de “opositor” en una campaña puramente negativa. “Queremos cambiar el país y Cristina no nos deja” fue el mensaje subyacente a todos los spots. Se apeló al voto castigo como si Cristina todavía estuviese gobernando: todos los males son culpa de Ella. Macri logró superar el economicismo de la mayor parte de la clase obrera, cuyo voto suele estar atado a una concesión tangible e inmediata y llevarlo a un reclamo político: para estar mejor, se tiene que ir Cristina. Y las masas le respondieron: que se vaya.
Podemos mostrar la debacle de Cristina desde el punto de vista cuantitativo. Por supuesto: sacó menos votos que Aníbal en 2015 y casi tantos como Insaurralde en 2013 (solo un punto y medio más). Claro que puede decir que sacó dos puntos más que su marido en 2009, cuando perdió con “Alica, alicate…” Del 54% a nivel nacional en 2011 pasó al 37% en 2015 y, ahora, al 16% cifra que puede bajar aún más en octubre si algún dirigente del PJ se le pianta. En dos años, estando en la oposición de un gobierno que no ha enderezado la economía y que enfrentó un escenario sindical complicado, el kirchnerismo no solo no consiguió sumar votos, sino que perdió más de la mitad de los propios. Con estos números, cuesta mucho creer que haya compañeros que todavía crean sinceramente que Cristina representa algo.
Pero, otra vez, la mayor evidencia de la debacle no está en los números, sino en lo que representan, en el contenido de esos votos: Macri ganó por el rechazo a Cristina. Y la medida de su triunfo es la del rechazo popular a lo que se percibe como lo que es: una banda de millonarios, ladrones y asesinos de obreros.
La debacle era fácilmente predecible. Nosotros lo hicimos muchos meses antes de las elecciones (véase intervenciones de Eduardo Sartelli en Frecuencia Zero y la nota de Federico Genera en El Aromo). Habiendo perdido las últimas dos elecciones en la provincia siendo gobierno, sin la caja estatal, revoleando bolsos y pesando dólares delante de la gente, habiendo dejado al país en ruinas y, para colmo, con el apoyo muy condicional de los intendentes, ¿a quién se le podría haber ocurrido que Cristina iba a ganar? Lo que muestra esta elección es que el kirchnerismo es un fenómeno puramente estatal y no hay ningún movimiento de masas detrás. Todo lo que sacó se lo dieron de mala gana los intendentes, que necesitaban una boleta más competitiva que Randazzo para no ser deglutidos por Vidal. Y eso solo en Provincia de Buenos Aires. En el resto, nada. Si la izquierda hubiera tomado nota, se podría haber ahorrado el trabajo de arrastrarse al lodo de Aníbal, Boudou, Milagro Sala y De Vido, para ver si conseguía algún voto.
Pero la suya (la de Cristina) no es la única derrota. Hay que anotar también al PJ disidente, que no pudo armar una coalición nacional y ninguno de sus dirigentes representa la dirección un movimiento de masas. Son solo una vaga alianza de administradores de cajas financiadas por el Estado central. Y, por lo tanto, muy laxa y cambiante. Por lo tanto, el dato más importante de esta elección es la desaparición del peronismo, ya no como movimiento histórico, sino como estructura política.
A esta altura, Cristina se reveló como el mejor cuadro del macrismo. No solo porque le permitió polarizar con ella y canalizar un voto bronca retrospectivo, sino porque ella bloquea cualquier reagrupamiento de la oposición burguesa. No permite que se rearme el PJ tradicional ni puede construir una oposición con un reformismo variable por fuera del partido, al mantener a figuras impresentables (empezando por ella misma). Por el momento, tiene la suficiente fuerza para lo primero y la suficiente debilidad para lo segundo. Si Cristina, Aníbal, De Vido y Milani fueran presos, Massa se quedaría con el PJ y por fuera surgiría algún populista con la intención de canalizar el descontento dentro del sistema. Pero así puestas las cosas, el reformismo está en su momento de mayor debilidad política y la izquierda tiene una formidable oportunidad de barrer con él.
Pero el FIT es incapaz de una cosa así. En estas elecciones, volvió a mostrar su ineficiencia e impericia. Volvió a sacar menos votos que el 2013 y solo sacó un poco más que las paso 2015. A nivel nacional, obtuvo el 3,7% de los votos. Nada. Absolutamente nada. Hace seis años que el FIT existe y no ha pasado del 5,25%. Hizo su máxima elección en el 2013 y desde ese entonces se estancó. Seguramente, para octubre el FIT reciba los votos de los distritos centrales donde el IFS no pudo llegar al piso requerido y seguramente será presentado como un crecimiento basado en los “aciertos” de la campaña. Dos datos son curiosos. El primero, que este estancamiento se produce a en medio de la crisis económica, un ajuste y un descontento generalizado que arranca en 2013. El segundo, que el FIT se estanca en votos justo cuando el PO decide entregarle la dirección del frente al PTS, con la excusa de lograr una mejor estrategia electoral. Justamente, su mejor elección se dio en el marco de un rechazo generalizado al kirchnerismo, sin que la figura de Macri empujara a la izquierda a pegarse a Cristina por miedo a ser tildados de “gorilas”.
De nada sirvió lavar el programa, dejar de hablar de Socialismo, cambiar a Nico de lugar, entregarle todo al PTS, defender a De Vido y marchar con Milani. No se cosechó ningún voto más. Los kirchneristas duros votaron a su Jefa y no a una mala copia. Los que estaban en crisis, votaron a alguna variante burguesa que se mostrara bien diferente. El conjunto de la clase obrera, por su parte, salió a repudiar a Cristina, que en su debacle arrastró a la izquierda que había atado su suerte a la de Ella. Anticiparon mal los resultados porque hicieron una muy mala lectura del humor popular. Es decir, no saben cuál es el estado de la conciencia de la clase obrera. Le hablan a un obrero peronista que no existe más. Así les va…
De cualquier manera, muchos o pocos, esos votos no tienen ningún significado real, porque no son el producto de una apelación revolucionaria. Con una campaña revolucionaria, ¿hubieramos cosechado más votos? No lo sabemos. Y, hasta cierto punto, no importa, porque seguramente esos (sean más o sean menos) iban a ser votos reales. Al final de las elecciones, ¿tenemos más obreros revolucionarios o menos? No lo sabemos, porque les pedimos votar por mejorar el sistema tal cual está o simplemente por quienes “los defienden, siempre”.
Al haberse dedicado a seguir a Cristina (incluso incondicionalmente), la izquierda ató su suerte a la de ella. Utilizada como elemento de tracción de votos oficialistas y de bloqueo a toda oposición, el apoyo de la izquierda a esta figura coloca al FIT como parte (involuntaria, pero real) de la reconstrucción del régimen político en general y del macrismo en particular. En un intento desesperado de no aparecer ligados al macrismo, lo terminaron consolidando. Si hubieran seguido una política independiente, seguramente hubiesen canalizado el descontento contra Cristina y también el que apunta al macrismo, y la debacle cristinista, en lugar de un grillete, sería una oportunidad fabulosa de provocar una crisis de conciencia.
¿Hay más? Sí, hay más. Como si esto fuera poco, los dirigentes del FIT no tuvieron decoro a la hora de hacer un balance. Para Pitrola, la población rechazó a Macri. Tanto, que incluso “la oposición pagó el costo de su complicidad con el ajuste macrista”. ¿Alguien le alcanzó, a esas horas de la noche, algún resultado electoral? ¿Así que las masas votaron contra el ajuste dándole el triunfo al oficialismo en casi todo el país? ¿Cómo se puede faltar el respeto a toda la militancia de esa forma?
El PTS, más osado aún, dijo que las elecciones expresaban una “polarización nacional”, entre Cristina y Macri. Otra vez, ¿hicieron alguna cuenta? Macri obtuvo un piso del 36% y Cristina un techo del 16%. No hace falta un doctorado en estadística para comprenderlo.
Quien mostró una voz disidente es Jorge Altamira, quien explicó que “las victorias de ‘macropejotistas’ como Urtubey en Salta; Morales en Jujuy; la de los socios del macrismo en la Mesopotamia; en La Pampa (en Neuquén fue apuntalado por el MPN)”. Es decir, que entiende que quienes ganaron en las provincias, lo hicieron en consonancia con el oficialismo. Altamira puede tener varios errores, pero al menos lee los diarios antes de opinar. Eso sí, se equivoca cuando caracteriza que el voto a Macri es burgués y a Cristina obrero (“Las urnas han mostrado una polarización social impresionante entre las clases medias y altas, de un lado, y los obreros y sectores empobrecidos, del otro”). Este tipo de opiniones está al servicio de habilitar una alianza más profunda aún con Cristina. Creer que la clase obrera no votó a Macri también es propio de un autismo político serio.
Una dirección que no puede tomarle el pulso a la clase obrera, que desconoce las relaciones de fuerzas políticas más elementales, que conduce a sus bases de derrota en derrota, que obliga a genuflexiones y humillaciones históricas sin ningún resultado real, cuya desorientación la lleva a formar parte de la reconstrucción del régimen y que, para colmo, produce balances infantiles y delirantes, está agotada y es un obstáculo al desarrollo político de la clase obrera. No solo son peronistas encubiertos. Son, además, incompetentes.
Si la vanguardia no crea sus propios mecanismos, va a ser sacrificada en el altar del reformismo. Llamamos a todos los militantes, activistas y luchadores obreros a hacer un balance de la experiencia del FIT, dar un paso al frente y construir un partido revolucionario.
Excelente análisis. Lo comparto por entero. Hace muchos años escribí que la actitud política de la ‘extrema’ izquierda argentina combina tres elementos: matrices teóricas erradas, ultraizquierdismo verbal en la caracterización de los acontecimientos y oportunismo reformista en los posicionamientos políticos. Todo en aras de ‘hacer crecer’ aparatos burocráticos cristalizados. Esta realidad se desnuda, frente al hecho concreto, en el análisis concreto de Ry R. Creo que una vez más las apelaciones a las bases de estos partidos caerán en saco roto. No por ello es menos necesario el llamado a construir desde aquellos compañeros con conciencia crítica y que no se coman el verso que les bajan desde arriba, un partido revolucionario. Es el gran ausente.
Coincido en gran parte. El régimen burgués se ha encargado de degradar a la clase obrera de tal manera que no encuentre salida. Y las direcciones de la izquierda no tienen contacto con la realidad de la clase obrera. Hablan por ella, pero no la expresan.