En guardia. A propósito de la participación de De la guarda en los festejos del Bicentenario

en El Aromo nº 55

Imagen 438Iván Moschner
Colaborador

En 1983, igual que en los últimos años, en las sedes gubernamentales (desde la Casa Rosada hasta las más pequeñas municipalidades), se hicieron sistemáticamente recitales de música, exposiciones de plástica y otras muestras artísticas, con el objetivo de reconstituir la autoridad del Estado perdida luego del recambio de régimen de dictadura a democracia. En efecto, mientras la burguesía pugnaba por imponer su “teoría de los dos demonios”, cuyo emblema nacional fue la película La historia oficial, en Córdoba se organizó un festival internacional de teatro. Hasta allí llegaron los artistas españoles de “La fura dels baus”. Para presenciar los espectáculos viajaron allí estudiantes de teatro de todo el país, entre ellos alumnos de la Escuela Nacional de Arte Dramático, algunos, integrantes de una agrupación estudiantil llamada “La organización negra” (todos vestían de negro). Estos noveles artistas se imbuyeron de métodos y formas de trabajo de “La fura…” y tomaron este modelo para desarrollar su producción hasta el día de hoy. Algo de eso se pudo ver en desfile del Bicentenario.

En aquella época la Escuela Nacional de Arte Dramático era de nivel terciario y la mayoría de las agrupaciones estudiantiles peleaban, junto con el reclamo de ingreso irrestricto y becas, porque se elevara a nivel universitario el plan de estudios y sus objetivos. Así, con los años, se llegó a lo que es hoy el IUNA. Por esos días, los integrantes de “La organización negra” se presentaron a elecciones, creando confusión con propaganda despolitizante y ganaron dos bancas en el Centro de Estudiantes. Bancas que abandonaron inmediatamente, en nombre del rechazo a participar de “instituciones caretas”.  Sin embargo este “apoliticismo” no les impidió, años más tarde, firmar documentos apoyando a De la Rua, de la mano de Cecilia Felgueras, en el velódromo municipal de Buenos Aires.

Ya para entonces tenían el nombre de De la guarda. “La organización negra” había sido dejada atrás y empezaba la diáspora de armado de espectáculos clonados para vender por el mundo. “La negra” había presentado también, en la misma época, otro espectáculo llamado La tirolesa, cuyo escenario fue el obelisco, cerca de la Plaza de Mayo. Con “De la guarda” armaron el períodoVilla Villa, en La Recoleta y de ahí al mundo, con epicentro en Nueva York, clonándolo para venderlo a otras ciudades. Este recorrido era conocido por  el empresario teatral Javier Grossman, Coordinador de los festejos del Bicentenario y siempre cercano a grandes presupuestos, que habría sido quien los contrató para armar el desfile de cierre.

Desde el punto de vista artístico la contundencia conmovedora de las imágenes armadas producen este efecto al ser presentadas por primera vez ante grandes masas. Sin embargo, habiendo seguido de cerca la producción artística del grupo, este desfile está por detrás de imágenes clave presentadas, por ejemplo, en Villa Villa, cuyas estructuras fueron usadas aquí pero sin la contrapartida de espejo que allí tenían. Así, fue elogiado el carro de la fábrica de autos y heladeras “Siam”, “Las madres…”, pero si se hubiera sido consecuente con una línea de trabajo debería, por ejemplo, estar también la camioneta 4×4 de Varizat en Santa Cruz, con sangre de maestras en el capot, un signo de este presente histórico que vivimos. Consecuentemente, el espectáculo toma un giro de ícono folclórico al ver cercenada su libertad de creación. Cierra el desfile con un carro de visión casi fascista, en una burbuja; presentan “al futuro como la educación”, con maestras, maestros y niños, en paz, igualados por el guardapolvo blanco; todo bajo la teoría de la “Unidad Nacional” en la que somos “todos argentinos”, “unidos” sin diferencias sociales.

El del grupo se suma a los otros espectáculos, los de la Avenida 9 de Julio, no sólo para ocultar o al menos distraer temporalmente a las masas de lo obvio (el saqueo a los fondos de los jubilados, el apresamiento de luchadores, la inflación que se come al salario), sino también para ocultar las voces que se dieron en el mismo escenario del Bicentenario, en el epicentro de los festejos. Junto al Cabildo, en esos mismos días, se levantó con hidalguía revolucionaria la tribuna del Partido Obrero, con las voces de Nestor Pitrola y Jorge Altamira disputando a la burguesía el carácter de la fiesta. Allí se denunció lo que aquella revolución que se festejaba tiene de revolucionario hoy, por la situación del mundo, para la clase obrera argentina.

Ya se anuncia en los diarios que el carro inicial de aquel desfile se está recuperando para usarlo en los próximos festejos del 9 de Julio, esta vez en una provincia. Considerando que para los de mayo se distrajeron veinticinco millones de dólares de los planes sociales, este folklore naciente de “teatro nacionalista” ingresa a la vida pública con olor a podrido.

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