El acto de ayer mostró por qué la izquierda argentina carece de vocación de dirección real y de voluntad de poder. Sin la caja estatal, el cristinismo se mostró como lo que es: una cáscara sin sustancia ni adhesión popular, un simple aparato de asistencia y punteros conducidos desde y por el Estado. El retroceso político se plasmó en el plano electoral. Los otrora aliados comenzaron a migrar y el espacio implosionó: el Movimiento Evita, Bossio y su gente, el PJ de los gobernadores y hasta Randazzo, que armó su propio partido. En el camino, desaparecen D’Elía y sus satélites. Como si esto fuera poco, apareció Francisco que, de poner una ficha en cada tablero, pasó lentamente a priorizar un movimiento propio: el tridente CTEP, Barrios de Pie, CCC, con algún vínculo con la CGT. El escenario de la oposición no podría mostrar más fracturas, disputas y contradicciones que las que la aquejan por estos días. Obviamente, todo a pedir de Macri. Y de la izquierda.
En efecto, la izquierda no podría haber encontrado un escenario mejor para desarrollarse. Todo lo que tenía que hacer era mostrarse como alternativa. Es decir, delimitarse del kirchnerismo. En la confusión de las filas peronistas, bastaba con una unidad política y claridad en los planteos. En cambio, se caracterizó lo contrario. Definió implícitamente al kirchnerismo como un movimiento de masas progresistas desplazado por fuerzas cuasifascistas y golpistas. Por eso, la izquierda, en los hechos, decidió combatir como el mejor representante de ese espacio, con la esperanza de heredarlo. Lo que realmente hizo fue llenar los actos de Cristina y compañía, evitando una caída más abrupta y bloqueando la incorporación de las masas a una alternativa revolucionaria. La unidad de la intervención de la izquierda le habría dado volumen suficiente para eso. Y esa intervención le hubiera aportado más volumen, en un círculo virtuoso de desarrollo político. Por el contrario, su creencia en su propia incapacidad la lleva en sentido contrario: como cree que no tiene volumen, no se anima a actuar por sí sola; como no actúa por sí sola, pierde volumen. Un círculo vicioso de degradación política.
Durante este tiempo, este error tuvo pocos resultados negativos, en tanto la fuerza que empujaba la debacle kirchnerista parecía imparable. Pero la realidad no permanece quieta. A partir de diciembre, el retroceso en la simpatía popular del gobierno, la inflación y los despidos, se están cobrando el crédito que había acumulado Mauricio en las elecciones en las que pintó el país de amarillo. Es lógico, 2018 no es un año electoral y probablemente se lo gaste todo en un ajuste que le permita llegar a un 2019 más pródigo. El caso es que ese retroceso relativo y la envergadura de la marcha contra la reforma jubilatoria abrieron una oportunidad. La ofensiva judicial contra los Moyano terminó de emblocar a todo el arco reformista.
La movilización fue menor a la del 18 de diciembre, pero fue casi toda con “tropa propia”. El palco reflejó una alianza sindical que ya tiene un horizonte político en el 2019, un horizonte en el cual la fórmula todavía no está clara, pero sí quiénes son los que han decidido que marcharán juntos. Desde el kirchnerismo a la Iglesia, pasando por la CTA Micheli y el clan Moyano, incluyendo los “movimientos sociales” que oscilan entre unos y otros, viejos heridos por Cristina e intendentes no encuadrados por María Eugenia. En los discursos, no faltaron las alusiones a los comicios por venir. Es decir, estamos ante un primer acto de campaña. En el final, la marcha peronista prometía abrir el espacio hacia los gobernadores que, si Macri profundiza su deterioro, tal vez puedan ver en ese frente en formación, una forma de condicionar aún más al presidente.
El desarrollo del acto fue casi una burla para la izquierda, que aceptó una posición de completa marginalidad. Que el único interés de Moyano era presionar por sus causas judiciales puede corroborarse simplemente con escuchar su discurso. Su situación procesal se llevó el grueso de su deshilachada exposición. En la misma sintonía apareció Yasky, defendiendo a Baradel. Se trata de personajes que quieren aparecer como perseguidos políticos cuando se los investiga por haber lucrado con el dinero de sus afiliados. Más allá de la mención demagógica al paro del 8 de marzo, nadie mencionó ningún plan de lucha, ni huelga general. Moyano ni siquiera habló de los conflictos en curso (Posadas, Stockl, INTI, Río Turbio, entre otras…). Una estafa.
La izquierda, otra vez, no supo mostrarse como conducción política ni sindical. No fue conducción política porque no mostró una alternativa al reagrupamiento del kirchnerismo. Su “columna independiente” no logró una delimitación real ni una visibilidad que la justifique. Tampoco sindical, porque permitió que se relegara a los verdaderos luchadores y llevó a la vanguardia como convidados de piedra a la defensa de un ladrón de obreros.
Si hubiesen exigido públicamente la inclusión en el palco, con palabra, a los luchadores de estos meses, habrían forzado a un debate público con el moyanismo y el kirchnerismo. En ese debate, la izquierda tenía mucho para ganar, no solo en el conjunto de trabajadores que no entiende por qué debe defender delincuentes, sino incluso conquistar autoridad moral frente a quienes vienen sosteniendo duras luchas. En caso de que Moyano no accediese a darle lugar a la izquierda y los luchadores, se podría perfectamente haber realizado un acto aparte, con el caudal ganado en la discusión. Número sobraba: Néstor Pitrola declaró que al acto la izquierda aportó la presencia de 10.000 trabajadores. Es más, el caso de Córdoba mostró que era posible. Allí, la izquierda no se sumó al acto de la CGT-CTEP. Pero, en lugar de hacer un acto unificado, el PO realizó una concentración propia en el INTI de la provincia y el PTS, en la fábrica Fadea. Un divisionismo inútil y funcional a Moyano.
El problema es que la izquierda ni siquiera pudo articular una intervención común. Antes de la marcha, se realizaron dos encuentros que competían entre sí: el del Hospital Posadas (con el moyanismo y el kirchnerismo) y el del SUTNA (cooptado por el PO). Así, la columna independiente no fue más que un rejuntado sin criterio. Es decir, inversamente a lo que enseña cualquier manual revolucionario, se realizó un divisionismo hacia el interior de las filas y una unidad con Moyano.
Después de ayer, la mano de Francisco toma una carnadura más real y concreta. El kirchnerismo logra detener su caída y comienza a romper el aislamiento en el que se encuentra. Se conforma un frente político que va a disputar el espacio opositor con un PJ sin votos y con Massa en retirada. La izquierda dejó pasar el tiempo y estas son las consecuencias. Eso no quiere decir que todo está perdido. Puede reagrupar a toda la vanguardia y darle una dirección en una Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Tiene que ser ahora, porque las oportunidades no duran eternamente.