Elogio de la derrota. Reseña de «Los compañeros. Trabajadores, izquierda y peronismo, 1955-1973», de Alejandro Schneider

en El Aromo n° 35

Por Julieta Pacheco – Durante los primeros días del 2006, la editorial Imago Mundi sacó a la venta Los compañeros. Trabajadores, izquierda y peronismo 1955- 1973 de Alejandro Schneider. Este libro se sumó a una importante cantidad de producción bibliográfica sobre el período, vinculada al aniversario de los 30 años del golpe militar que evidencian la necesidad de entender el proceso. En este sentido, Schneider nos propone el estudio de la cultura cotidiana obrera, como forma de entender el accionar de un sector muy importante de la sociedad.

Schneider argumenta que la experiencia de la clase obrera, como sujeto colectivo, se inicia en los primeros asentamientos ocurridos en la zona analizada: el norte del Gran Buenos Aires. Desde esos remotos orígenes, todos habrían pasado por experiencias similares en las cuales sólo habrían contado con el compañerismo de un igual. Para el autor, este es un punto importante, porque a partir de estas prácticas e identidades se conformaría una subcultura obrera, que resultaría determinante.1 Luego, comienza un recorrido en el cual describirá las diferentes manifestaciones obreras durante todo el período 1955- 1973.2 En este proceso, destaca las vivencias acaecidas en los enfrentamientos y la adquisición de experiencia que ellos significaron, más allá de sus victorias o derrotas.3 En este recorrido, el trabajo marca una serie de etapas diferentes: la Resistencia Peronista, la represión a los trabajadores en el frigorífico Lisandro de la Torre en el `59, la consolidación del “vandorismo” y la creación de las 62 Organizaciones. Un punto central que atraviesa todas estas etapas es la paulatina consolidación de la utilización del método de acción directa como la toma de fábrica con rehenes y la puesta en marcha de la producción por parte de los obreros.4

Una conciencia “desde abajo”

Schneider profundiza en la idea de que la organización de las masas responde a la constitución de una identidad obrera que articula y unifica a los trabajadores. Esta identidad se construiría constantemente, a partir de la experiencia concreta en la vida cotidiana en los ámbitos de sociabilidad de los sujetos colectivos, como por ejemplo, entidades formales como juntas vecinales, clubes, sociedades de fomento, etc. y las no formales como el picado en el potrero, las plazas, bares, partidos de bochas o truco. Este último será considerado un elemento importante, en tanto se convierte en una correa de transmisión entre las experiencias vividas dentro y fuera de las fábricas, ya que se juega en ambos ámbitos. 5 Estas experiencias estarían denotando una tendencia a asociarse en diferentes entidades barriales o laborales, lo que demostraría el grado de madurez alcanzado por la clase obrera urbana y la homogeneización de su conciencia.6 Esa “conciencia práctica”, en palabras de Raymond Williams, sería más importante que las lealtades políticas o los valores ajenos a su clase.7 De aquí, la crítica a Daniel James, un autor clásico conocido por haber sostenido dos hipótesis fuertes. La primera es que las experiencias de la resistencia y de la integración son prácticas inherentes a los trabajadores.8 La segunda es que todos los obreros que participan de la Resistencia, lo hacen bajo la adscripción peronista. Para Schneider, por el contrario, no sólo no todos los peronistas resistieron, sino que muchos de los luchadores eran peronistas. En este sentido, la resistencia iría más allá de la ideología de la clase obrera. Y, así, las expresiones surgidas luego de los ‘70 demostrarían que la clase obrera escaparía al chaleco ideológico del justicialismo y del marxismo. La solidaridad, según Schneider, se habría expresado en un lenguaje que manifestaría una serie de conceptos y valores éticos con fuerte contenido clasista: el “compañerismo” y el “no compañerismo”. Todas estas identidades culturales habrían sido transmitidas como herencia inmaterial. Este proceso se complementaría con la internalización de la experiencia que habría permitido una buena organización como clase en los momentos de conflicto. 9 Por su parte, la burocracia sindical y el peronismo tendrían sus propios conflictos en los que no siempre se estarían expresados los intereses que decían representar. Desde esta perspectiva, aparecen dotados de lógicas propias contrarias y externas a la de la clase obrera, la cual se organizaría por fuera de estas estructuras.

Para Schneider, los intereses de la clase obrera serían aquellos expresados a través de una identidad que estaría constituida por la sumatoria de valores intrínsicos a los trabajadores, construidos a través de la práctica y de la experiencia. De este modo, en los sindicatos –como producto de la puja diaria y de las contradicciones materiales- se irían conformando una identidad y una conciencia de clase10: “la participación de los trabajadores en las asociaciones profesionales permitió –en diversas situaciones- superar el marco reivindicativo para proponer alternativas y propuestas de poder”.11 En su texto, se delimita de Trotsky quien sostendría que los sindicatos no poseen un programa político revolucionario acabado. Para Schneider, esto no significaría que los sindicatos no sean uno de los escalones necesarios que los trabajadores deben atravesar, en función de avanzar en la comprensión subjetiva12 de la tarea histórica que le plantea su situación objetiva. 13 Es decir, la clase obrera asumiría conciencia revolucionaria, se convertiría en clase para sí, sin necesidad de superar la lucha sindical.

Schneider, llega a esta particular visión del proceso de constitución de la clase obrera en clase para sí, planteando un análisis que separa a dicha clase y al conjunto de de las masas del resto de la historia. Por eso, si bien señala la existencia de estructuras políticas y sindicales, considera que ellas sobreviven por fuera de dichas masas. Niega la influencia real que tales estructuras ejercieron y desdeña la interrelación entre ellas y el pueblo. Con esta perspectiva, pasa superficialmente sobre acontecimientos determinantes. Por ejemplo, las consecuencias nefastas para los trabajadores de la consolidación de una burocracia sindical que los condujo a la pérdida de las conquistas obtenidas en años de lucha. Tampoco ve la injerencia directa del aparato del partido justicialista. Aquí, apenas señalaremos tres ejemplos. En primer lugar, en las elecciones para elegir Constituyentes de 1957, Perón, desde Madrid, ordenó votar en blanco y venció. En segundo, su mandato al voto en blanco también logró una aplastante victoria en 1963. Por último, en 1973, Perón ganó de forma abrumadora con más del 60% de los votos, demostrando la vitalidad de su estructura partidaria, a pesar de 17 años de proscripción. De este modo, el autor es incapaz de medir las consecuencias que imprimieron estas variables sobre la clase obrera. Fundamentalmente, como límites para el desarrollo y la constitución de una organización que exprese, de manera independiente, sus propios intereses.

La cárcel del sindicato

La burguesía ha diseñado políticas específicas para contender las reivindicaciones de los trabajadores. Entre ellas, el diseño de un amplio espectro de reformas que tendieron a incluir intereses secundarios del proletariado. Esto significó, en el ámbito económico, una mejora en las condiciones en la que se vende la fuerza de trabajo. Y, en el político, la participación de la en el gobierno a través de su participación en alianza con otras fracciones de clase. En Argentina, el peronismo constituye uno de los ejemplos más exitosos de reformismo. Nada de esto implica o supone un avance sustancial por parte de los trabajadores en la clarificación de cuales son sus verdaderos intereses históricos.

Desde una perspectiva marxista, el proceso de constitución de la conciencia es más complejo y atraviesa más etapas de las que Schneider plantea en su trabajo. Lenin explicó que el espontaneísmo es la forma embrionaria de lo conciente, el momento en el cual el obrero siente la necesidad de oponer una resistencia colectiva. Este sería el caso de los motines. Un momento más avanzado de la conciencia, sería la discusión, de antemano, de cómo sería llevado a cabo el enfrentamiento, lo que daría lugar al planeamiento y ejecución de huelgas sistemáticas. Este segundo momento representaría embriones de la lucha de clases y señalaría el despertar de un antagonismo de clases. Frente a los límites que el movimiento obrero encuentra, y para la conservación de sus reivindicaciones económicas, pasa a defender intereses más generales como clase, por ejemplo, la defensa de sus representantes. Sin embargo, imbuido en la lucha sindical, es incapaz de percibir el carácter político del enfrentamiento que lleva adelante y de comprender que la única manera de defender todos sus intereses es ir a una confrontación directa con el Estado. Los avances en esta última etapa sólo son posibles mediante la intervención de cuadros externos a la lucha sindical, es decir, a través de la participación de militantes de un partido revolucionario. Cuya tarea, principal, es combatir la espontaneidad propia de la lucha sindical. El abandono de esta tercera etapa de la lucha, equivale a fortalecer la ideología burguesa en el seno de la clase obrera, ya que librado a su desarrollo espontáneo el movimiento obrero marcha hacia su subordinación de la ideología burguesa.14

Al desdeñar esta perspectiva, Schneider termina abonando el campo enemigo, en tanto niega la necesidad de realizar un trabajo político al interior de las masas. De este modo, abandona el campo de lucha en manos de una fracción de la burguesía, expresada mayoritariamente en el peronismo. En definitiva, el trabajo no cumple con la principal premisa de cualquier estudio científico: dar una explicación a los grandes acontecimientos. En este caso, explicar una derrota muy particular, que costó numerosas vidas y un retroceso político pocas veces visto. Schneider no lo hace porque es incapaz de ver los límites de las acciones por él estudiadas. Y no se toma ese trabajo porque no cree que los trabajadores puedan hacer algo mejor de lo que hicieron a lo largo de la historia argentina. Esa concepción aparece como populismo, pero, en realidad, encierra un profundo desprecio por la clase obrera y un fuerte escepticismo sobre su capacidad de aprendizaje.


Notas

1Schneider, Alejandro, Los compañeros. Trabajadores, izquierda y peronismo 1955-1973, Ed. Imago Mundi, Buenos Aires, 2006, pp. 31-70
2“La debilidad fundamental radico en el proyecto político asociado al clasismo […] propósito que sus bases no compartieron […] para la mayor parte de las bases el rasgo principal del nuevo movimiento no residía […] en la teoría del sindicalismo de liberación ni el meta de la sociedad socialista, sino […] en una combatividad del sindicato u en una dirección honesta”. En este mismo sentido los dirigentes clasistas fueron apoyados por cuestiones “independientes, en gran medida, de un compromiso con los detalles de una ideología política de extrema izquierda”, James, Daniel: Resistencia e Integración, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1988. pp. 308-309.
3En el ‘61 los obreros ferroviarios se enfrentaron al plan Larkin. El conflicto habría tenido autonomía gremial. Al finalizar la huelga los despedidos no fueron reintegrados y cientos de kilómetros de vías fueron levantados.
4El hecho más importante fue la toma de Kaiser en Córdoba con rehenes en 1964.
5Shneider, Alejandro: op. cit., p. 367
6Idem, p. 360.
7Ibidem, p. 22
8“Resulta claramente que esa vitalidad y resistencia no excluían la desmovilización, la pasividad y la aceptación de la necesidad, así fuera temporariamente, de alcanzar una integración al sistema según lo que dictaran las circunstancias y la experiencia. La legitimidad de la dirección y la estructura sindicales se derivo de la capacidad para expresar y reflejar ambos aspectos de esa experiencia y esa conciencia de la clase obrero” James, Daniel: op. cit., p. 343
9Shneider, Alejandro: op. cit., p. 381.
10Idem, p. 27
11Ibidem, p. 27
12Cita textual de Trotsky en Schneider, Alejandro: op. cit, p. 27.
13Idem, p. 27
14Véase Lenin, Vladimir Illch: ¿Qué hacer?, Nuestra América, Buenos Aires, 2004, pp. 66-100.

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