Antonio Gramsci
(1891-1937)
El problema de la desocupación es el que debe reclamar mayormente la atención de los comunistas militantes en la organización. El fenómeno de la desocupación es el fenómeno típico de la esclavitud proletaria en el régimen capitalista; se manifiesta violentamente al surgir el régimen, al aplicarse el proceso de elaboración mecánica, acompaña como un mal crónico su desarrollo y estalla con la fatalidad de una irreparable epidemia en la crisis de disolución final. Los caracteres de la desocupación actual se hallan tan estrechamente ligados a la crisis de la devastada economía mundial, que resulta natural establecer esta verdad: el más importante problema concreto que se presenta como campo de acción de los sindicatos es a la vez el problema de toda la economía mundial, el problema cuyas dos soluciones son: dictadura burguesa o revolución proletaria. Como la economía burguesa no encuentra ni puede encontrar la posibilidad de un equilibrio, las oscilaciones en los cuadros de la producción que ella dirige seguirán hasta el infinito, y a cada una de las mismas corresponderá un desplazamiento en los cuadros de la mano de obra, y por lo tanto un nuevo afluir de desocupados.
Muchos funcionarios sindicales utilizan con sentido peyorativo la palabra “político”. Pero afirmar la necesidad de que los sindicatos empleen todas sus fuerzas para la preparación de la revolución no es encontrar un sucedáneo de carácter “político” a la fallida solución técnica del problema de la desocupación: es reconocer que no existe una solución técnica en el sentido estricto de la palabra, o bien que la solución “técnica” es tal que, para elevarse a todo el plano de la organización económica mundial, tiene alcance y realidad verdaderamente políticos, vale decir se identifica con la revolución. Resulta necesario afirmar con insistencia, incansablemente, que el problema de la desocupación, problema “típico”, repetimos, de la clase obrera de este “final de reinado”, no tiene solución posible salvo en la Internacional de los trabajadores. Ello constituye el elemento esencial del carácter “concreto” con que debe ser considerado el problema; no hay acción posible que no parta de esa consideración, y esa consideración, a su vez, no debe quedar oculta detrás de la acción o como un marco decorativo, como una coartada a la que se recurre para justificar de vez en cuando las derrotas parciales. Ella se reduce a un trivial lugar común, aceptado aun por los socialdemócratas y hasta por los “reconstructores”, que no inspira verdaderamente la acción cotidiana concreta empujándola hacia su lógica salida y planteando al mismo tiempo críticamente sus límites.
El fenómeno de la desocupación está tan ligado a la crisis del régimen capitalista que ha conmovido de modo hoy acaso irreparable las bases mismas de los sindicatos, surgidos en el seno de ese régimen y que se han desarrollado en función de ese régimen. Cuando el empleo de la mano de obra se vuelve inestable como en el actual período, y estos márgenes de inestabilidad se agitan alrededor de una imponente masa que ha perdido definitivamente toda posibilidad de volver a un trabajo cualquiera, el sindicato pierde su función característica, su razón de ser tradicional y es afectado mortalmente si no reconoce de inmediato la situación que le ha sido creada orientándose hacia nuevas posiciones. Hoy el sindicato está en condiciones de ofrecer a sus adherentes muy pocas ventajas inmediatas; su función es utilísima en la medida en que consigue impedir que las masas se desbanden, agrupándolas sobre un terreno posible de lucha y dándoles la sensación de la posibilidad de una salida para la terrible situación que se les endilga. Toda la acción de asistencia menuda de tipo contractual es útil y debe ser continuada, pero evidentemente ya no ofrece a los sindicatos una base suficiente, no digamos de desarrollo, sino de simple conservación. La prueba más evidente está dada por el hecho de que las organizaciones sindicales guiadas por los reformistas ven como único campo de acción el parlamento y las combinaciones ministeriales: lo cual se confirma en la orden del día Dugoni, votada por el último Consejo Directivo de la Confederación General del Trabajo. Esto explica por qué los sindicatos pierden cada día más terreno en el campo contractual; por qué los obreros no se sienten ya protegidos en su existencia, y las cuestiones del horario, del salario, de los reglamentos terminan perdiendo ante sus ojos todo valor; porque el mejor de los contratos no los salva de sufrir sin atenuantes el contragolpe de la crisis capitalista.
La asistencia a los desocupados y la acción en defensa de los mismos es estrictamente clasista, porque tiende a impedir el aislamiento del obrero y del campesino, su alejamiento de los compañeros que tienen la suerte de trabajar. He aquí las exigencias presentadas por los comunistas como esenciales para la acción sindical: mantener la ligazón entre desocupados y quienes no lo son; buscar que en el terreno de la oferta de la mano de obra no se libre sólo una serie de duelos “singulares” entre el individuo desesperado y el hambre, sino que el desocupado sienta que el órgano tradicional de defensa de sus intereses, el sindicato, sigue siendo “suyo”. Si los sindicatos obreros consiguen llevar su acción al terreno concreto de la defensa del obrero desocupado, se mantendrán en pie; en caso contrario, caerán como frutos podridos. Los comunistas tienen el deber de impulsar a la organización sindical hacia ese terreno, porque la vida y la fuerza de los sindicatos está condicionada por la medida en que ellos respondan a la que es la necesidad esencial de la vida obrera en este período. Renunciar a dicho objetivo, significaría perder el contacto con la vida obrera en todo lo que ella tiene hoy de más expresivo, de más trágico, de más sentido.
No debe creerse que la ayuda eventualmente dada al desocupado pueda atenuar la gravedad de la situación económica y transformar entonces a los rebeldes en resignados: por todo lo eficaz que sea la acción desarrollada en este sentido, no se obtendrán resultados “prácticos” demasiado sensibles, no se podrán modificar sustancialmente los aspectos más dolorosos de la condición de los obreros. Esa acción valdrá sobre todo por el hecho de poner en movimiento las energías del sindicato en un campo donde él, ciertamente, tiene a su alrededor a las masas, las masas con sus necesidades, las masas plasmadas por la presión implacable de la situación de crisis.
No son los resultados de beneficencia los que nos interesan, porque sabemos qué escasos son sus frutos. Nos interesan los resultados “sindicales”, es decir la reanudación de una actividad de carácter general de parte de las organizaciones obreras sobre un terreno donde nos enfrentamos con los aspectos más pasivos, más escandalosos, más insoportables de la gestión burguesa. En consecuencia, nosotros no reprochamos a los reformistas que se ocupen del examen de los medios para atenuar la desocupación, examen obligado y legítimo. Les reprochamos que olviden valorizar la acción sindical para una acción de más vasto alcance que, conquistado el poder estatal, lo utilice como resorte en las manos de las clases trabajadoras hacia el logro de sus fines, que por otro lado son los de la casi totalidad de los hombres. Los reformistas consideran al desocupado como el objeto de una acción de asistencia y de beneficencia, objeto al que se dirigen con mayor o menor celo, pero olvidando considerarlo como sujeto de acción política sindical. Los desocupados no son solamente materia de medidas legislativas, sino que pueden y deben volverse actores, propulsores de un ordenamiento social que los libere de su triste situación.
Además, como la desocupación no golpea ya a los individuos particulares, sino a las masas del movimiento sindical, volviendo su actividad a este campo, debe convertirse en movimiento de masas, según un concepto sostenido varias veces en el pasado por los comunistas, un concepto que había inspirado, respecto de los sindicatos, la lucha por los consejos obreros. Al convertir en objeto principal de su actividad la defensa de los desocupados, los sindicatos deben despojarse de cualquier espíritu particularista. El desocupado no paga las cuotas, es el obrero “pobre” por definición; la acción que debe encontrar en él su base se vuelve naturalmente una acción democrática, de conjunto, ya porque debe tener en cuenta los intereses de grandes masas, ya porque estos intereses envuelven a toda la estructura económica capitalista.
La resistencia de los empleadores al régimen de subsidios se explica por la voluntad de tener a su disposición una mano de obra absolutamente indefensa y, por lo tanto, a merced de sus intereses. Pero debe recordarse que el régimen de subsidios, especialmente si es prolongado y si se establece en la medida dispuesta por la legislación italiana vigente, termina por aplazar sólo en poco aquella condición de agotamiento y de desesperación a que los empleadores quieren arrastrar a los obreros, con la finalidad de precipitar las condiciones del mercado de trabajo. Porque si ese mercado no existiera, sería necesario que pudiera imponerse la propuesta de los comunistas de llevar el subsidio hacia el límite del salario integral. Pero insertar el derecho a la vida del obrero en el balance de la economía burguesa es introducir un elemento contradictorio, es crear una situación revolucionaria por el contraste de dos elementos en conflicto; y del predominio de uno u otro depende la vida y la muerte del régimen.
A través de todo lo que hará elevar el subsidio a los desocupados, nos acercaremos a este estado de cosas. Pero los comunistas no deben ilusionarse ni ilusionar: la burguesía no se avendrá a permitir que el caballo de Troya entre a su propia fortaleza y seguirá con el cuentagotas de los subsidios insignificantes. Entonces, el problema permanece inalterado, y los patrones podrán continuar otorgando subsidios, repetirnos, porque ello no impedirá el derrumbe del mercado de trabajo. Los desocupados tienen hoy una única garantía de no caer presa del capitalismo. Y ella no está en los subsidios, ni en esta o aquella medida de carácter particular, sino en la fuerza del sindicato que desarrolla su acción para arrancar las medidas mismas.
Es por esto que las medidas particulares no sólo no se oponen a la naturaleza de nuestros postulados, sino que son perfectamente congruentes con ellos, cuando se perciben como fruto de la acción del sindicato que los impone, que los controla, que hace sentir su presencia a través de ellos.
Notas
*Gramsci, Antonio: El partido comunista y los sindicatos (1922). Resolución propuesta por el Comité central para el II Congreso del Partido Comunista de Italia.