Hemos escogido este texto de Guillermo Parson, coordinador del Club de Amigos de la Dialéctica, para acompañar la invitación a esta nueva actividad de RyR. Creemos que a la vez éste resume muchas de nuestras premisas. Como ya lo dijéramos una vez, RyR busca ser una revista de productores, de investigadores de los problemas de la sociedad en que les toca vivir. Con ese objetivo buscamos recrear el marxismo como proyecto de investigación, como herramienta para conocer la realidad. La teoría no es la excusa para divagaciones metafísicas, que esconden su irrelevancia tras un lenguaje abstruso y erudito, sino la llave para la comprensión profunda, que un estilo claro y asequible expresa mejor.
Por Guillermo Parson (historiador, egresado de la UBA, y miembro de RYR)
“El Gato pudo ser hijo mío. La polémica no me interesa. Ambos seguimos nuestros respectivos caminos, yo en el que creo verdadero. De todas maneras, lo quiero y porqué no, lo extraño mucho”.
El Gordo
“Si no fuera por el Gordo, yo no estaría aquí”.
El Gato
“La esencia del tango es el cambio mismo. El porteño, el tango – diría Heráclito – no son, devienen. El devenir es su sustancia”
J. Gobello
I – “Es la dialéctica, estúpido”
¿Será necesario comenzar este artículo con referencias filosóficas, a las cuáles se las podría tachar de seudo-intelectuales? ¿Existe alguna relación entre éstas y la música, y más aún, con el tango y dos de sus cultores más significativos? Tajantemente opinamos que sí. No sólo es necesario, sino crucialmente imprescindible. Veremos por qué.
Los griegos (cuando no) fueron los primeros en siglos tan remotos como el séptimo antes de Cristo, en pretender sistematizar el conocimiento y las formas que éste adopta para comprender la realidad en su conjunto: desde las lejanas constelaciones, pasando por las instituciones políticas, hasta llegar al mismísimo arte, incluidas las propias musas pentagramadas. Vulgarizando la explicación, podemos decir que producto de ello es el surgimiento de la lógica formal: aquella que está estrechamente ligada al sentido común. Algo que el genial Cantinflas y el más prosaico Panigassi graficaron mejor que nadie al inmortalizar la frase “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”. Ahí nacen entre otros, el principio de identidad y de no contradicción, junto al de tercero excluido (A es A y no puede ser NO A, A es igual a B y excluye a C, etc). Esto, insistimos, representó un avance enorme para el género humano, aunque al mismo tiempo terminó siendo fuente y origen de muchos errores, no sólo en el árido terreno de las artes y las ciencias, sino, peor aún, en el de la propia vida cotidiana.
Sin dudas el mayor inconveniente de lo que venimos relatando, se hallaba en que, para que sus reglas fuesen siempre válidas, se debería contar con un universo estático y fijo, en donde nada se modifique, ningún fenómeno se comunique con otro, en el cual no tenga cabida lo nuevo y todo sea un cíclico repetir mecánico. Claro que hubo excepciones: la realidad obviamente no se comportaba así, y un habitante de Efeso (Heráclito para más datos) trató de desmentir la supuesta inmutabilidad de las cosas al sostener “que nadie se baña dos veces en las aguas del mismo río”. Ya allí aparece esa cosa llamada dialéctica, que no casualmente procede de “diálogo”, que, como todos sabemos, para que ocurra se necesitan por lo menos dos.
Entonces la dialéctica no sólo vendría a mostrar las limitaciones de la lógica formal (al mismo tiempo que le reconocía sus elementales aspectos de verdad) sino que trataba de expresar al mundo de un modo mucho más correcto. Uno de esos tipos que se encargan de estudiar filosofía y otras yerbas más enrevesadas aún como la gnoseología y la epistemología, la definió así: “Dialéctica es únicamente la realidad que se comprende a sí misma”.
Y así llegamos al meollo del problema. En la vida, entonces, las cosas no son “siempre las mismas” sino que sufren cambios por los cuales dejan de ser lo que eran. No hay tampoco muros tapiados que impidan que esas cosas se conecten entre sí. Por el contrario, la realidad es un conjunto de relaciones en donde los hombres, la propia naturaleza y todo lo creado por ellos se mueven producto de contradicciones, choques y hasta rupturas bruscas, en una permanente acción recíproca que da como resultado el nacimiento de fenómenos nuevos que tampoco permanecerán impasibles y a su vez reiniciarán el plástico proceso. Un pensador allá por el lejano 1812, lo expresaba con términos en donde mezclaba la zoología y la poesía: “… la pequeña oruga prefigura la crisálida y ésta a su vez lleva inmersa la próxima y radiante mariposa”.
Otras perlitas más: la denominada esencia de las cosas, también es algo transitorio y por ende histórico. Fluye. Y al hacerlo puede presentar diversas apariencias, que siempre van a conservar elementos que las identifican y las hacen comunes, o sea algo que permanece: unidad en la diversidad, identidad en la diferencia. Nada pues es enteramente novedoso. Es el resultado de un proceso previo que conservó lo mejor de éste (lo verdadero, en tanto que necesario) y logró así su superación, una síntesis más compleja y rica, que a su vez (oh, maldita dialéctica) es el punto de partida de otro ciclo tan vital y enriquecedor como aquel.
Como anunciamos, creemos que toda esta “cháchara” tiene una importancia decisiva para entender la ligazón, la continuidad en la ruptura que el Gordo y el Gato representan en esa música tan cosmopolita como lo es el tango. Demás está decir que éste (al igual que cualquier expresión artística) requiere de buenos sentidos (oídos, visión), de eso difícil de aprehender con el mero intelecto que son las “razones del corazón”, pero también de esa “cosa” llamada dialéctica. Aunque claro está, ni los propios Gordo y Gato así lo entiendan, aunque mejor sería decir que a ésta última la conocen, pero no la reconocen.
II – “Y ahora que las aguas van más calmas… recuerde, sueñe y viva, Gordo lindo, amado por nosotros, por nosotros”
El Gordo es de por sí una verdadera síntesis y también (Gobello dixit) una necesidad del tango. En sus orquestas confluyen por igual las tres expresiones clásicas de dicho género artístico: la danza, el canto y la música para escuchar. Si las denominadas Guardias Vieja y Nueva marcan una impronta fundamental en el desarrollo tanguístico, la irrupción del Gordo al englobarlas, no sólo las subsume, sino que las supera abriendo una etapa que aún es la nuestra.
En él, el arte logra el encuentro tan ansiado entre la profundidad y sensibilidad de sus notas y la identificación popular, no menos reconocida. Ninguno de los cantores que transitaran por sus orquestas presentó picos bajos o pecó de afectación disimulada. ¿Sería presuntuoso decir que por ellas pasaron las mejores voces pos Gardel, y que la mano del Gordo tuvo mucho que ver en esto? Ya sólo con ello tendríamos en su figura un punto altísimo en la historia de nuestra música ciudadana. Pero hay más, y no es menor.
Sensibilidad para tocar y transmitir emociones únicas con su “fueye”, maestro de cantores, director magistral, entendiendo como tal a aquel que logra la armonía justa entre sus integrantes y la ubicación exacta de cada instrumento conformando una miscelánea arquitectónica. A ello se suma las dotes de compositor monumental, dicho sin dirimitarlo alguno. En un medio de grandes autores y composiciones brillantes, ¿podemos menos que denominar así a obras como “Sur”, “La última curda”, “Garúa” (por citar sólo unas pocas de las cantadas y tomando tres letristas distintos), o a “Responso”, “A la Guardia Nueva” y esa milonga inmensa que es “La trampera”, entre las instrumentales?
El año 1946 marca un hito que creemos fundacional en nuestro tango, pues allí se abre una desembocadura en donde van a reunirse diversos “ríos” musicales que terminarán formando caudales que ganan en extensión y profundidad. El primero de ellos, Osvaldo Pugliese, lleva al disco una composición suya que ya venía interpretando desde hace casi un lustro. Por supuesto que nos referimos a “La Yumba” esa especie de big bang compositivo del cual muchas obras posteriores parecerán eternas variaciones.
El otro suceso tiene que ver con el Gordo: graba el viejo tema de Delfino “Recuerdos de Bohemia”, con arreglos de Argentino Galván y la voz (en un estribillo) de Alberto Marino. Pequeña joya musical, rompe con los moldes establecidos en los cánones clásicos del género, tanto en tiempo, forma y construcción. Y como si esto fuese poco, el Gato (discípulo confeso pero ecléctico del Gordo, bandoneonista de su orquesta un poco por azar y potencial arreglador disruptivo de aquel) inicia la aventura de formar su propia orquesta, interpretando clásicos y algunas de sus primeras creaciones (“Villeguita”, “Se armó”) con la inclusión como primer vocalista del propio Fiore, producto (en el mejor sentido de la palabra) del Gordo.
III – “Todos somos el Gato”
Aquí comienza otra historia que no es ajena a la anterior, así como ésta tampoco había surgido de la nada: allí están entre otros muchos Arolas, Cobián y fundamentalmente De Caro para atestiguarlo. Las vanguardias, “el no tango”, “la música para músicos” serán algunos de los epítetos que el Gato deberá soportar. Si uno es realmente honesto (y se limpia las orejas y afina el corazón) debería reconocer que esas primeras grabaciones de su orquesta, no son otra cosa que un “Gordo en pequeño” con una veta investigativa y “voladora” que tiene sus raíces en su propia formación musical y en esa Yumba de un autor también de Conservatorio.
Lo demás es más conocido. Su viaje a Francia (crisis existencial, acorde a las luces parisinas de pos guerra) y el encuentro con Boulanger, la formación del revolucionario Octeto, la etapa norteamericana, los Quintetos, la nueva Orquesta, el Noneto y su postrer periplo italiano. Pero detrás de todas esas “apariencias” (oh de nuevo, maldita dialéctica) su esencia tiene la sustancia del Gordo, renovada, entreverada como en un espiral infinito, pero presente tanto molecular como torrencialmente. ¿Qué hubiese sido del Gato, eximio instrumentista, excelso compositor, músico de alta escuela, si no hubiese contado con el corazón, la energía y el sentimiento del Gordo respirando en cada compás? ¿Es qué esas expresiones de consustanciación profunda con el bandoneón, esas poses casi sacadas de experiencias místicas que tanto el Gordo como el Gato poseen, no son el propio ADN de su génesis unívoca que por ser precisamente así, acepta e incorpora la diferencia como la flor al capullo?
En 1951 ambos confluyen en la creación de ese himno que es Contrabajeando. Por si las palabras resultarán pequeñas, allí están las grabaciones para comprobarlo. Que el Gato rompe y continúa al Gordo, queda dicho en las notas de “Bandoneón” y “Zita”; en las melopeas graves de “El Gordo Triste” y hasta en las más heterodoxas de “Fuga y Misterio” o cualquiera de las Estaciones. Y que el Gordo a modo de “los precursores de Kafka” también lleva la impronta de su discípulo, porque (dialécticamente) éstos marcan a su vez a sus maestros, se siente en sus versiones de “Adios Nonino” o “Lo que vendrá” y en toda la estructura de sus últimas interpretaciones instrumentales (Tango for export de RCA incluido).
El Gordo en una charla con Julián Centeya, confiaba en que con su obra no culminaba ninguna evolución y que nuevos artistas están y estarán creando nuevos desarrollos para esa esencia musical que él como nadie supo representar. El Gato no perdía ocasión de señalar que si poseía algún mérito, éste era el de renegar del pensamiento fosilizado que algunos tangueros profesaban y que no hacían otra cosa que esclerosarlo, que es sencillamente matarlo.
Quizás una de las mejores definiciones sobre todo lo que tratamos de reseñar la acaba de dar alguien que de esto algo sabe, siendo además partícipe directo de dicho proceso. Atilio Stampone afirmó: “Ya en el 40 estaban las bases de lo que vendría después. El Piazzolla del 46 tenía ritmo troileano. Después Astor se desarrolló, pero siguió siendo un continuador de Troilo con un idioma distinto. Creo que Leopoldo Federico, Salgán y yo también somos continuadores de Troilo. El tango moderno nace con Troilo”.
Porque forma parte de la realidad misma y pertenece al conjunto de las expresiones más genuinas del arte de la humanidad, el tango permanece más exultante y vivo que nunca: abierto a nuevas texturas armónicas y a todo un abanico poético de moderna raigambre. Y qué duda cabe, como intentó demostrar este artículo, mucho en eso tuvieron y tienen que ver el Gordo, el Gato … y la dialéctica.