Platón, la dialéctica y los sofistas. La lucha de clases en la filosofía griega

en El Aromo n° 38

Por Julieta Paulos Jones – Las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante, dijo Marx. Esa verdad se extiende de unos opresores a otros y explica su profunda solidaridad a través del tiempo. Si hay un campo en el que esta verdad se verifica, es en el de la filosofía: la condena, al mismo tiempo moral y gnoseológica, que Platón lanzó sobre los sofistas hace 2.400 años, resuena todavía tanto en los manuales de filosofía elemental, como en los textos más académicos. ¿Eran, en definitiva, Protágoras, Gorgias y los suyos, una simple caterva de sinvergüenzas y charlatanes a sueldo, como se desprende del canon platónico? ¿O tienen algo mucho más interesante para decirnos que el mismo Platón? Veamos.

Platón, la dialéctica y la reacción política

En la República, Platón explica dos analogías, la del sol y la de la “línea dividida”. La República tiene como tema central la justicia, del individuo y de la pólis. Allí Platón pretende establecer un modelo de ciudad cuya estabilidad esté asegurada por la especialización de las funciones sociales, repartidas a cada uno según su cualidad. Habrá funciones propias de la clase dominante y otras para el “hombre común”. Platón traza una diferencia tajante entre dos modos de saber y sus respectivos objetos: el conocimiento y la opinión. El primero es propio del filósofo y el segundo, del “filódoxo”. El filósofo, según Platón, es el único que capta la naturaleza en sí, que es una y única, y por ello se encuentra en condición de “despierto”, ya que tiene conocimiento y advierte la diferencia ontológica que existe entre la Idea y las copias sensibles. El filódoxo, por el contrario, capta la naturaleza múltiple y se encuentra en condición de “dormido”, en tanto que está sumido en la opinión y confunde el original (la Idea, el caballo) con las copias (las cosas sensibles, estos caballos concretos que pacen por el campo). Platón elimina la relatividad, con relación al tiempo, al lugar y al observador, de la Idea. Cuando dice que la Idea es lo que es absolutamente, lo que está diciendo es que no depende de ninguna circunstancia ni punto de vista y encarna perfectamente la propiedad de que trata. Con la imagen del sol, Platón intenta presentar la estructura de la realidad inteligible (del ámbito de las Ideas), para mostrarla a la luz del fundamento último, que es la Idea del Bien. El contexto de la imagen del sol es la tesis del “rey filósofo”, la cual, además de postular el gobierno del filósofo como condición de la justicia en la pólis, incluye la relación entre éste y el conocimiento más elevado, que es la ciencia del Bien. La imagen de la “línea dividida”, a partir de la diferenciación entre los grados de realidad y los grados de saber, explica el método propio del dialéctico, que se basa en la postulación de un principio nohipotético, la idea del Bien, principio último del ámbito inteligible. Los grados de realidad se distinguen entre el ámbito de lo visible (objetos sensibles), donde habita lo opinable, cuyos objetos son los seres vivos, los objetos artificiales y las imágenes, y el ámbito de lo inteligible (objetos inteligibles), donde habita lo cognoscible, cuyos objetos son las Ideas. Además de esa línea que divide los grados de realidad, Platón da cuenta de una diferencia entre grados de saber, es decir, entre opinión (dóxa) y conocimiento (epistéme) a través de una subdivisión de la línea en cuatro segmentos. Dentro del ámbito de lo visible, a donde pertenece la opinión, el segmento más bajo toma como objeto a las sombras e imágenes y se caracteriza por la conjetura (eikasía), y el otro toma a los seres vivos y objetos artificiales y se caracteriza por la creencia (pístis). Dentro del ámbito de lo inteligible, ambos saberes toman como objeto a las Ideas, pero se abren dos métodos; el más bajo es el pensamiento discursivo (diánoia) y el más alto es la intelección (nóesis). Los dos saberes que se corresponden con el ámbito inteligible tienen características diferentes. El pensamiento discursivo parte de hipótesis y deriva de ellas conclusiones, realiza un camino descendente. La intelección, en cambio, toma como punto de partida a las hipótesis pero las utiliza como escalones para arribar a un principio no-hipotético. De esta manera, según Platón, se obtiene, a través de la destrucción del carácter hipotético de lo que había sido utilizado para el ascenso, la fundamentación de una serie de verdades, a partir del principio nohipotético alcanzado. La “línea dividida” se propone, de esta manera, completar lo que dice la analogía del sol. Platón aquí pone en relación los dos ámbitos que habían sido diferenciados, es decir, su propósito ya no es metafísico sino más bien gnoseológico. En esta analogía queda establecida la concepción de Platón acerca de la dialéctica y del lugar del dialéctico. ¿Cuál es la función de la dialéctica y el lugar del dialéctico? El objetivo del dialéctico es arribar al Bien y la dialéctica es el método del que se sirve, que debe llegar a captar la naturaleza en sí, sin la utilización del apoyo del ámbito sensible y por medio de la sola razón. Dialéctica refiere, de esta manera, a un método, que es propio del filósofo. Este método habita en el segmento superior de la línea, el de la intelección. En Platón, pues, “dialéctica” podría considerarse sinónimo de conocimiento o filosofía. En este punto podemos resumir la estrategia platónica: lo que se ve no es lo real; sólo sobre lo real se puede establecer conocimiento cierto; sólo el filósofo puede alcanzarlo. Luego, la ciudad perfecta es la que resulta de una dictadura filosófica. A partir de esta caracterización, podemos entender la razón de la inquina platónica hacia los sofistas.

La Grecia clásica y la lucha de clases

 La Grecia de los siglos V y IV vive grandes transformaciones económicas y, por ende, políticas, marcadas por el ascenso y la caída del imperio ateniense.1 El eje político del período es la oposición entre la democracia y la oligarquía. Ste. Croix señala que los siglos V y IV fueron la “gran época de la democracia griega”, caracterizada por el establecimiento de diversas constituciones que reemplazaron a los regímenes oligárquicos de ricos”.2 La demokratia ateniense, caracterizada por el voto mayoritario de todos los ciudadanos (varones adultos), fue el centro del desprecio de la oligarquía. Así, “Platón, uno de los enemigos más decididos y peligrosos que tuvo nunca la libertad, se burla de la democracia…”.3 Cuando la clase propietaria lograba instalar una oligarquía, “con unos derechos de ciudadanía que dependían de unos requisitos de propiedad”, afirma Ste. Croix, la consecuencia directa era la privación de la masa de ciudadanos pobres (trabajadores libres) de todo poder constitucional y su sometimiento a una explotación cada vez más aguda por parte de los ricos.

Los sofistas: la actividad revolucionaria en la decadencia ateniense

La historia de los sofistas ha sido contada a partir de los diálogos platónicos. No extraña entonces que nuestra mirada sobre su intervención histórica sea la de la aristocracia ateniense, rescatada por las sucesivas clases dominantes que han preferido echar sombras sobre la sofística, probablemente por las mismas razones que Platón. Alfredo Llanos distingue bajo la denominación de sofistas “a un grupo peculiar de intelectuales que aparecen en el ámbito cultural helénico” realizando “una profunda ofensiva iluminista llamada a remover la conciencia pública hasta provocar cambios verdaderamente revolucionarios en el modo de pensar y en las costumbres de la comunidad”.4 Como lo plantea Llanos, el movimiento sofístico, se caracteriza por “la toma de conciencia del hombre frente a la historia y la sociedad y la afirmación de su tarea (…) de dominar el saber para triunfar sobre los hechos ciegos de la naturaleza y la propia ineptitud del individuo tiranizado por la ignorancia, el hábito y la autoridad”.5 El análisis de las circunstancias sociales que atravesaron Platón y los sofistas permite entender la proyección de sus filosofías en el plano político. Expresión de la nueva democracia, la aparición de los sofistas atentará contra los intereses políticos de la oligarquía. George Novack explica que “en la juventud de esta revolución democrática (…) nació la filosofía; las doctrinas de los atomistas y los sofistas fueron los productos filosóficos característicos de su madurez”.6 Al respecto, Novack indica que, “al hacer más vastos el concepto de aprendizaje y los programas de estudio, estos pioneros de la educación occidental abrieron las puertas al conocimiento, hasta entonces monopolizado por la aristocracia, a sectores más amplios de la población”.7 A diferencia del viejo ideal educativo, que se basaba en el entrenamiento de una élite militar, Novack explica que: “Los sofistas introdujeron un tipo de educación más adaptado a las necesidades y características de las repúblicas democráticas. Ponían el acento en el desarrollo del conocimiento, en el entrenamiento para el pensamiento lógico, en mejorar el lenguaje, en la participación en la discusión política”.8

Protágoras y Gorgias: dos tipos audaces

Protágoras de Abdera (480 a.C.), fue miembro de la élite intelectual que rodeó a Pericles en Atenas, en el apogeo de la democracia. Según Llanos, sería “el “iniciador del primer movimiento humanista surgido en tierra griega”, posición que habría quedado sellada con la célebre afirmación que se le atribuye: “el hombre es la medida de todas las cosas”. El diálogo en el que Platón reproduce la tesis del homo mensura y la ridiculiza, es el Teeteto. Allí hace una interpretación excesivamente subjetivista, identificando la tesis con un relativismo individual. Por el contrario, Protágoras era un materialista opuesto a la inmutabilidad parmenídea y al idealismo platónico. Como lo explica Llanos, “No hay un ser fijo e inmutable dado de una vez para siempre, como pretendía Parménides. Hay un mundo que deviene y en el terreno de la praxis social la única realidad existente que actúa por impulsos teleológicos, el hombre, tiene necesidad de ubicarse en ella con toda su inteligencia y capacidad interpretativa no ya simplemente para comprender ese proceso, sino también para dominarlo y utilizarlo a favor de la comunidad”.9 Gorgias de Leontini, 485 a.C., fue discípulo de Empédocles. Llanos afirma que, en particular, “Su oratoria de estilo persuasivo y rica en matices causó verdadera sensación entre los griegos”. Reconocido como orador, fue un verdadero jefe de escuela e influyó en hombres célebres, como Isócrates y Tucídides. Su obra más conocida, Sobre el No ser o Sobre la Naturaleza, ha sido interpretada como “un sistema nihilista, que se basaría en las tres proposiciones siguientes: Nada existe; si algo existe es incomprensible; si algo existiera y pudiera ser comprendido sería incomunicable”10. En realidad, según Llanos, el proyecto gorgiano parecería estar orientado, en lugar de al nihilismo, a la formulación de una filosofía del lenguaje preocupada por la pregunta acerca de cómo es posible transmitir el conocimiento, en tanto el discurso no puede identificarse con lo existente. Esta filosofía del lenguaje gorgiana partiría de una dialéctica objetiva solidaria con el postulado fundamental del materialismo científico, “según el cual la conciencia –para un griego, el alma, la psijéno es la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”. Protágoras y Gorgias, los sofistas, materialistas y cuestionadores, expresaron la potencia crítica de la liberación humana, aún bajo la forma limitada de la democracia esclavista. Se opusieron al elitismo filosófico platónico, fundamento de la dictadura y del dominio de clase. Reivindicaron la acción humana y la importancia del cambio y la transformación. Merecerían hoy, sin duda, el honorable título de maestros piqueteros.


Notas

1Austin, Michel; Vidal-Naquet, Pierre: Economía y sociedad en la antigua Grecia, Paidós, Barcelona, 1986, p. 123

2Ste. Croix, Geoffrey Ernest Maurice:: La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Crítica, Barcelona, 1988, p. 333.

3Idem, p. 335.

4Llanos, Alfredo: Los presocráticos y sus fragmentos. Desde los milesios hasta los sofistas del siglo V, Juárez Editor, Bs. As., 1953, p. 263.

5Idem, p. 54.

6Novack, George: Los orígenes del materialismo, Pluma, Buenos. Aires, 1975, p. 145.

7Idem, p. 147.

8Ibidem, p. 147/8.

9Llanos, Alfredo.: Los viejos sofistas y el humanismo, Juárez Editor, Buenos Aires, 1969, pp. 33-34. 10Idem, p. 271.

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