«El Che era stalinista». Entrevista a Néstor Lavergne, economista y funcionario de la Revolución Cubana

en El Aromo n° 38

Por Juan Kornblihtt – Ingeniero especializado en economía, Néstor Lavergne ocupó diferentes cargos en ministerios de Cuba entre los años 1959 y 1968, entre los cuales se destacó su posición como director de Inversiones del Ministerio de Industria dirigido por el Ernesto “Che” Guevara. Testigo y actor clave de los primeros pasos de la revolución, Lavergne cuenta su experiencia, los debates económicos y políticos que tenía mano a mano con el Che sobre los destinos de la revolución y su balance.

¿Cómo llega al Ministerio de la Industria de Cuba?

Llegué a Cuba en diciembre del ‘59 en representación de la FUA y me contacté rápidamente con el Che. Como era ingeniero y hacían falta profesionales, me ofrecieron quedarme. Yo encantado, porque me pareció interesantísima la revolución cubana.

¿Cuál era la política económica que se llevaba adelante en esos primeros años de la revolución?

El programa, en un principio, era el planteado en La historia me absolverá, que implicaba cierta participación obrera, la baja de los alquileres. Pero lo principal era la Reforma Agraria. El primer gabinete era de coalición y los cargos más importantes los tenía la burguesía. Muchos de los cuales luego pasaron a la contrarrevolución. El programa con el que se había llegado a la revolución era un programa reformista. Este primer programa intentaba aplicar la ley de reforma agraria que daba un límite de casi 400 hectáreas para riego y 1.200 para ganadería. Para un país como Cuba no eran, de ninguna manera, dimensiones de campesinos pobres, sino de empresas. Pero claro, la United Fruit tenía 10 mil hectáreas sólo en la zona de Oriente. Esa ley de principios del ‘59 empezó con mucha fuerza y ocasionó la ruptura entre EE.UU. y Cuba. Eisenhower ordenó, entonces, derrocar a Castro, sin que haya pasado nada, ni una acción socialista en Cuba en ese momento. Hasta ese momento, se estaba cumpliendo con el proyecto del Moncada, menos fuerte que el de Lázaro Cárdenas en México, menos fuerte que el de los laboristas ingleses después de la Guerra. No era comunismo ni mucho menos.

¿El Che impulsaba más hacia el socialismo que Fidel?

Sí, el Che se consideraba comunista, aunque no había militado nunca en el partido. Era comunista, apoyaba a Stalin, apoyaba a la URSS. Hubo una polémica en el medio de la selva, donde el Che dijo que la revolución en la que estaba participando era una revolución liberal, democrática, nacional. Que él estaba de acuerdo, pero que no pasaría de eso y que Cuba necesitaba una revolución socialista, pero que los cubanos no la iban a hacer. Y que cuando él terminase su tarea, se iba a ir de Cuba.

¿Entonces usted ve el pasaje al socialismo más por presión de los EE.UU. que por iniciativa propia de los cubanos?

Sí, el desplazamiento de los conservadores vino de la mano de esta presión de los EE.UU. Se empezó por el desplazamiento del Primer Ministro. Ya el gobierno estaba en una posición de enfrentamiento con los EE.UU. La URSS aparecía como el único aliado para enfrentar a los EE.UU. La política económica a partir de ahí se cayó de maduro. Empezaron las expropiaciones como represalias a las acciones contrarrevolucionarias y se produjo una cadena de golpes y contragolpes. Así, se fue expropiando la gran propiedad, a la cual hubo que manejar. Se creó, entonces, el Ministerio de Industria hacia fines del segundo semestre de 1960.

Usted dijo que el Che era stalinista: ¿se tomaba a la URSS como modelo en el ministerio de Industria?

El Che era stalinista, estaba a favor de la URSS y de Stalin. El Che hasta ese momento era un intelectual que no había hecho política. En su familia había influencia del comunismo y él tenía una afinidad intelectual por el comunismo. Estamos hablando de los años ‘50 donde el comunismo aparecía triunfante. Había triunfado en la Guerra, había lanzado el primer Sputnik. El comunismo aparecía como una fuerza enorme, como el progreso. Gran cantidad de gente se inclinaba en el comunismo.

Desde el Ministerio de Industria, pudieron mejorar la productividad de las empresas, lograron cierto desarrollo de las fuerzas productivas?

Lo que caracterizaba a una revolución como la cubana, toda la vida, aunque en particular durante esos años, era la guerra. La guerra era lo decisivo. Si uno no toma en cuenta esto, no entiende por qué se tomaban una serie de medidas de política económica que eran ineficientes. Hay elementos de falta de experiencia y de voluntarismo, errores de dirección. Pero son demasiado exagerados si no se toma en cuenta el contexto. Muchas de las medidas eran de consolidación social y política para el escenario de enfrentamientos militares y de guerra. Esto tenía consecuencias en la política social que era muy ineficiente. La productividad cayó, la gente no trabajaba. Se cumplía lo que Marx decía en los Manuscritos del ’48: para el hombre de la sociedad clasista el trabajo es un castigo y lo hace por coerción. Si no existiera la coerción, el hombre huiría del trabajo como de la peste. Esto decía Marx. Y efectivamente, en Cuba había una gran cantidad de trabajo que era muy penoso. Yo hice trabajo voluntario en la zafra, y la verdad que cortar caña era muy pesado. No es de ninguna manera una fiesta ir a cortar caña. La pasábamos bien porque eran brigadas revolucionarias. Nos divertíamos porque eran sólo 15 días, pero toda la vida… Sin coerción la cosa no funcionaba. El ejemplo contrario es cuando había una situación de riesgo como en Playa Girón, donde gran cantidad de trabajadores iban a ocupar sus lugares en las milicias. En las fábricas y el campo, quedaba menos gente, pero la producción aumentaba un 100%, con la mitad de la gente, ante el incentivo de la defensa de la Patria. En ese primer año, no hubo desarrollo de las fuerzas productivas, sino al contrario. Se hicieron inversiones, se hicieron veinte cosas. Pero cayó el PBI, cayó la producción agraria, cayó todo. Hubo que implantar el racionamiento. Ya no alcanzaban los alimentos. La escasez era cada vez más fuerte.

¿En el Ministerio se discutía sobre cómo revertir esta situación?

Podría decirse que ahí estaba el principal debate. El Che estaba en contra de basar la recuperación en estímulos económicos. No descartaba que se usaran, él los usaba. Pero consideraba que debía ser accesorio, que no se podía permitir que dominasen la economía de la nueva sociedad. Para él, lo más importante eran los estímulos morales. Y el estímulo moral era que la gente tomara conciencia, y que lo hiciese a partir del ejemplo del Partido y sus dirigentes, de que trabajar era una obligación social, una obligación revolucionaria. De ahí el impulso a las jornadas de trabajo voluntario. Este era el incentivo moral, y es lo que se impulsó como solución en la primera década. Frente a eso había otra opinión que planteaba como problema a la burocracia y la centralización y que lo que había que hacer era buscar formas de organización descentralizada con incentivos materiales. En donde las empresas decidieran qué hacer con una situación de premio económico si tenías éxito.

¿Cuál era su posición al respecto?

 En la práctica eran muy parecidas las dos posiciones: las empresas que trabajaban con incentivo moral y las que trabajaban con inventivo material. Las dos funcionaban mal. Sobre el incentivo material, compartía con el Che que era accesorio, porque no había recursos suficientes para que el incentivo fuese interesante para movilizar a la gente. Diez días de vacaciones en Baradero no podían ser el gran movilizador. Tampoco se podía estimular una sociedad de consumo, porque había escasez: era un comunismo de guerra. En cuanto al incentivo moral, el problema es quién es el dueño de la moral. Quién es el que decide quién hace trabajo voluntario y qué trabajo voluntario. En ese sentido, esto era una cosa que se daba de patadas con el socialismo, que es el ejercicio social de los medios de producción.

¿Su alternativa implicaba descentralizar la economía?

No, no daba para tanto. Yo discutí esto con el Che, y el Che me ganó la discusión. Hablamos él y yo, nada más. El Che era asequible a tener una conversación muy franca. Yo le dije: “Usted está ejerciendo algo que no tiene derecho, usted está decidiendo lo que hace cada industria”. “¿Cómo? Yo soy ministro de Industria”, me contestó. “¿Y quién le dio el poder de ser el dueño de las industrias? Usted no es dueño de las industria”, le plantee yo. “¿Qué me querés decir?”, me contestó. “Que cada grupo social tiene que tener la responsabilidad social que le corresponde. Cada fábrica tiene que decidir qué hacer”, la contesté. “Ah, estás con el incentivo material”, me acusó. “No, no, no digo que le paguen más por eso. Sino que tengan decisión. Usted es el ministro y gana menos que yo porque yo soy ingeniero, y me parece muy bien. Sin embargo, yo no tomo la decisión”, le expliqué. “Es un buen argumento, es un buen argumento”, me dijo el Che. “Entonces en esta fábrica le damos el poder a mengano”, me retrucó. Yo lo conocía y le dije: “No, ese es una bestia. Hay que buscar a otro”. “¿A quién?”, me preguntó. “No sé”, le dije. “Yo sí, no hay nadie”, me dijo.

¿La salida del Che del Ministerio de Industria responde a alguna diferencia política sobre el curso de la revolución?

No, se va por su proyecto de guerra en el Congo y luego en Bolivia.

¿Hay cambios a partir de la salida del Che del Ministerio de Industria?

Sí, se hizo lo que quería el Che elevado a la cuarta. Ya no se cobraba el teléfono, ya no se cobraban los peajes, no se cobraban los espectáculos deportivos. Prácticamente desapareció la escuela de Economía y el sistema de planificación. Fidel resolvía como se le ocurría lo que había que hacer, en base a los objetivos morales. Había que cultivar 10 millones de toneladas de caña. La zafra debía durar 3 meses y se hizo durar todo el año. Pero ni siquiera con eso se llegó a la cifra. Eran decisiones arbitrarias. Así hicieron mierda la producción de todo el país. Se decía que se estaba aplicando la política del Che. Pero no, esto no era así de ninguna manera. El Che era rigurosísimo en la contabilidad en la parte de costos. Cuando se fue, desapareció la contabilidad. Un caos terrible. El incentivo moral, ya en tiempo del Che, era arbitrario. Cuando se fue, lo fue aun más.

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