Cristina ha declarado a Jorge Abelardo Ramos como su historiador favorito, a quien incluso votó en 1973. El autor fue reivindicado por el propio Hugo Chávez. El nuevo Instituto Manuel Dorrego creó un premio con su nombre. Si quiere conocer a este inspirador del kirchnerismo, lea esta nota.
Juan Flores y Santiago Rossi Delaney
Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo – CEICS
La reciente creación del Instituto Dorrego actualiza el debate en torno al denominado “revisionismo histórico”. Pese a que surgió como una corriente historiográfica conservadora, desde mediados del siglo XX se ha desarrollado un ala “antiimperialista”, más vinculada con tradiciones de izquierda. El kirchnerismo ha elegido filiarse con esta última, lo que se expresa en el nombre de los premios que otorgará el Instituto: el “José María Rosa” y el “Jorge Abelardo Ramos”. El gobierno atraviesa un idilio con Abelardo Ramos: el Secretario de Cultura Jorge Coscia llevó al documental televisivo la Historia de la Nación Latinoamericana, Miguel Ángel Pichetto reeditó en el Senado sus principales obras y Cristina y Chávez lo llaman “intelectual revolucionario” públicamente. Evaluemos los motivos de esta defensa.
El lamento de no haber sido
La hipótesis principal de Ramos es que América Latina es dependiente y subdesarrollada debido al proceso de fragmentación política (balcanización) que vivió a lo largo del siglo XIX. Los culpables: la herencia de una España atrasada y las oligarquías traidoras, aliadas con el imperialismo (fundamentalmente el inglés y el norteamericano). En su interpretación, la derrota del ala jacobina de las revoluciones de independencia latinoamericanas (Moreno, en el Río de la Plata, Artigas, en Montevideo, y San Martín y Bolívar, a escala continental), expresaron el inicio de la contrarrevolución, llevando a América a una nueva situación (semi) colonial.
Para Ramos, el problema fue que la burguesía porteña no hizo lo que tenía que hacer. Su posición privilegiada respecto al puerto podría haber permitido utilizar los recursos rentísticos para sostener la empresa de unificación y acelerar la independencia eliminando el foco realista en el Perú. Sin embargo, les retaceó los recursos a los ejércitos en combate y abandonó el proyecto sanmartiniano, provocando la destrucción de la unidad sudamericana y habilitando la segregación de la Banda Oriental y el Alto Perú. ¿Qué triunfaría aquí en nuestro país? La alianza contradictoria entre una burguesía comercial librecambista y probritánica (expresada por la línea política Saavedra-Rivadavia-Mitre) y una burguesía ganadera, generadora de relaciones capitalistas agrarias (representada transitoriamente por Rosas).
El resultado sería la creación de una serie de estados incapaces de parir un “capitalismo autónomo”, limitados a promover un desarrollo a medias, mercantil y agrario, en ausencia de una burguesía industrial a la altura de las circunstancias.
El método “copiar y pegar”
La metodología empleada por Ramos para construir su historia es muy similar a la que utilizan los alumnos del colegio secundario con sus computadoras y a la que ya vimos de la mayoría de partidos de la izquierda local: copiar y pegar. El historiador evita el desgastante trabajo que implica leer él mismo los documentos históricos, y prefiere tomarlos de segunda mano, citando un poco de aquí, otro poco de allá. Así construyó sus obras de mayor “profundidad política y científica”, como las calificó uno de los integrantes del nuevo Instituto Dorrego. Una forma particular de hacer ciencia, que evita el arduo trabajo que implica comprobar las hipótesis en la realidad, y que prefiere recortar según su conveniencia, al estilo 6-7-8.
Algo similar ocurre con la utilización de las categorías de análisis y los conceptos históricos. En lugar de una clara definición de los conceptos, Ramos amontona sinónimos, llamando a lo mismo de una u otra forma: “burguesía porteña” es lo mismo que “clase dirigente”, que equivale a “oligarquía” o “patriciado”.
Ramos se equivoca al negar que América Latina fuera feudal. Si hay algo que ya se sabía cuando él escribió es que un sistema social debe analizarse observando las relaciones de producción y no focalizando en las relaciones mercantiles. Hacerlo “a la revisionista” conduce a varios errores. Primero: equiparar sistemas comerciales completamente diferentes, como el que dinamizaba el Imperio español (ruta Potosí-Buenos Aires-Cádiz para extraer plata), con el que comenzó a construirse durante el siglo XIX (Región pampeana – Londres para llevar cuero e importar mercancías manufacturadas). Segundo: considerar que la Revolución de Mayo no cambió nada. Como Buenos Aires se sigue apropiando de la renta del puerto, como ocurría en bajo el régimen colonial, todo habría seguido igual. En este esquema, se elimina el elemento central de la transformación del siglo XIX: las relaciones sociales de producción. La clave del poder porteño no debemos buscarla solamente en el puerto, sino en la vitalidad de su producción agraria, que Ramos menosprecia. Tan extraño le resulta esto que hasta llega a defender al monopolio español porque habría permitido (a diferencia del “librecambio” con Inglaterra) que “las industrias argentinas florecieran”. Pero no dice que la ley española prohibía que las “industrias” coloniales compitiesen con las españolas, y que las pocas que lograron “florecer” no tenían mucho futuro, dado que no podían competir con las europeas. En su defensa del monopolio, Ramos critica los bajos precios de los ponchos ingleses, que destruyeron a la producción local, pero olvida los enormes sobreprecios que imponían los comerciantes españoles. Tanto admiraba Ramos a la España feudal que retoma el exabrupto de Levene (historiador “oficialista” si los hay) al asegurar que “las Indias no eran colonias”.
Asimismo, Ramos desconoce a los sujetos que intenta analizar. Llama “aristocracia mercantil” al conjunto de los comerciantes rioplatenses. Plantea la existencia de un “patriciado comercial o ganadero”, que uno no sabe bien qué es. La mezcla que hace de clases y fracciones es muy similar a la de los historiadores académicos, que unifican, bajo el concepto de “élite”, realidades muy diferentes. Del mismo modo, Ramos también anticipa otro de los tópicos preferidos de la actual “historia oficial”: hace prevalecer el apellido por sobre la clase social. Por citar un caso que conocemos particularmente bien, no es cierto que “los Agüero” eran probritánicos y defensores de la burguesía comercial porteña. Ramos se refiere a Julián Segundo de Agüero, pero desconoce completamente que era el hijo de un viejo españolista y el primo del Apoderado del Consulado de Cádiz en el Río de la Plata.
Es decir, Ramos no sólo no realiza un análisis de clase de la historia argentina, sino que también anticipa algunos de los tópicos preferidos de la Academia. Lo mismo ocurre cuando asegura, copiando a Alberdi, que “la existencia histórica de los americanos del sur” arranca con la Revolución española. Lo mismo que dice Halperín Donghi. Y no se queda atrás de la posmoderna Noemí Goldman: teniendo en cuenta que escribió hace más de cincuenta años, es todo un adelanto que haya anticipado la corriente los “discursos”, las “prácticas” y las “representaciones” por sobre los determinantes materiales, las estrategias y las tácticas de las fuerzas sociales en lucha.
Por último, desconoce los hechos elementales del proceso y la naturaleza social de los sujetos, lo que sirve para crear estereotipos, pero no para conocer la realidad. Por ejemplo, considera que Saavedra y Rivadavia son los grandes traidores de la Revolución, como representantes políticos de la burguesía comercial porteña. ¿Cómo hace Ramos para vincular a Saavedra con los comerciantes? Solamente porque lo dice él, como hacen varios compañeros. No se tomó el trabajo de ir a ver qué dice la realidad misma. Si lo hubiera hecho, habría constatado que este dirigente se encontraba entre los más destacados hacendados. La misma operación realiza para ocultar su lugar dirigente en la Revolución, como líder de los Patricios. En el caso de Rivadavia, la forma de demonizarlo es ocultar que impulsó el golpe definitivo a la contrarrevolución españolista en 1812, liquidando a la Conspiración de Álzaga. Tampoco dice que Rivadavia puso en práctica el “Plan de Operaciones” de Moreno, al profundizar el proceso de expropiaciones a los españoles enemigos de la Revolución. Pero para darse cuenta de esto debería haberse acercado al Archivo General de la Nación y tendría que haber leído algunos de las cientos de expedientes de “Pertenencias Extrañas” que describen el proceso, en vez de imaginar la historia que le convenía.
Revisionismo y hegemonía
El gobierno recupera la historia de Ramos porque poseen el mismo objetivo político: construir un capitalismo “en serio” (como si hubiera uno en broma). El problema de la Argentina no provendría del sistema de dominación vigente, sino de su falta de desarrollo. El remedio, naturalmente, no es el socialismo (ni el nacional ni ningún otro) sino más y mejor capitalismo. Incluso a escala ampliada, proponiendo el desarrollo de experiencias como el MERCOSUR. No es casual que, en momentos en que el gobierno gira bruscamente a la derecha, salga a la palestra una historia que justifique sus planes. En este sentido, Cristina sigue un sendero ya trazado: del reformismo a la contrarrevolución menemista, la etapa madura de su estrategia.