Cerca de cumplirse los cien primeros días de gobierno, Macri no sorprendió. Sus primeras medidas fueron en el sentido de lo que habían prometido los principales candidatos: avanzar con el ajuste de manera gradual. Como reconoció recientemente, aún no pudo desplegar todo lo que tiene planificado. Quizás está esperando que el acuerdo con los buitres habilite un financiamiento externo que permita continuar por la vía del ajuste gradual (que sigue siendo ajuste, es decir, destrucción de las condiciones actuales de existencia obrera, por más que sea en «cuotas»). De todas formas, lo que hemos visto hasta ahora deja en claro que ha comenzado una batalla cuyo resultado determinará el próximo ciclo de la lucha de clases. Tras el derrumbe de los precios de la soja, el Estado argentino carece de recursos para seguir conteniendo la enorme masa de sobrepoblación relativa que el capitalismo ha generado. Como hemos advertido en estas páginas, esto implica que la burguesía argentina necesita desarmar el régimen político que creó: el bonapartismo. Pero ello no puede suceder sin que medie una derrota histórica de la clase obrera argentina, es decir, poner fin a la situación de empate nacida del 2001, que el kirchnerismo no logró revertir del todo. Esta era la tarea que tenía por delante el sucesor de Cristina, fuera del signo político que fuera.
El trapecista
Los primeros meses del gobierno de Mauricio generaron controversia entre algunos sus aliados. Dentro de Cambiemos, Carrió le reclamó al Presidente por la quita de retenciones a las mineras y por el insuficiente nuevo piso de ganancias. Para contentarla, Macri anunció el proyecto de Lilita sobre el ingreso universal a la niñez. Moyano, su aliado sindical más importante, esperó pacientemente el anuncio de ganancias. Pero la farsa del aumento del mínimo no imponible crispó al camionero, que amenazó con la posibilidad de un paro. Los aumentos de tarifas generaron controversias en la UIA, que sin embargo celebró el acuerdo con los holdouts. Incluso han salido a la luz diferencias en el interior de su gabinete. Con todo, nada de esto ha pasado a mayores y el Presidente no ha tenido que enfrentar ninguna pelea seria.
Como contracara, Macri logró acercar a parte del PJ y fracturar el FPV, sobre todo a partir de la negociación con los gobernadores e intendentes del Conurbano, desesperados por fondos de la Nación y la Provincia. La propia Carrió denunció que la quita de retenciones a las mineras fue parte de un acuerdo con Gioja. También alcanzó un acuerdo con Massa, incorporando gente del Frente Renovador en cargos nacionales y provinciales. El Presidente pretende influir en las elecciones del PJ apoyando la candidatura del tigrense.
Uno de los principales objetivos políticos del gobierno en este momento parece ser la liquidación de los vestigios del kirchnerismo. La activación de los casos judiciales que involucran ex funcionarios kirchneristas o dirigentes como Milagro Sala, y hasta la propia Cristina, entre ellos el de Nisman, amenazan el sueño del retorno triunfal en 2019 (o antes). La “resistencia con aguante” no pasa de muestras cada vez más evidentes de que el aparato político kirchnerista está desmoronándose. Cristina pretende bloquear el acuerdo con los buitres en el Congreso porque, según ella, esto es lo que le permitirá a Macri mantenerse en el poder por 12 años.
En su embestida contra el bonapartismo, la burguesía espera liquidar al personal político que lo encarnó y que ha perdido apoyo social, no solo en Argentina, sino también en el resto de Latinoamérica (Lula y Dilma, Morales y Maduro). Frente a ello, lo que quedó claro es que la base obrera que había sido cooptada por estos regímenes no salió masivamente en su defensa. La sangría que sufrió la Tupac Amaru tras el encarcelamiento de Sala es solo un ejemplo.
En dudosa batalla
Entre la clase obrera, Macri tiene sus principales defensores en Venegas y Barrionuevo. Como dijimos, Moyano ya salió a criticar los cambios en ganancias, su principal preocupación, sin mencionar los despidos ni preocuparse demasiado por las paritarias. Sin embargo, entre los otrora oficialistas, Macri encontró inesperados aliados. Caló apenas insinuó una crítica edulcorada, pero no ha dicho palabra sobre la ola de despidos que también afecta a su sindicato. UPCN solo se pronunció por los despidos para atacar a ATE, dejando en claro que las cesantías no eran su problema. ATE, por su parte, se viene tomando con sorprendente paciencia la situación, convocando a un paro dos meses después de iniciados los despidos y sin anunciar un plan de lucha. La CGT marcha hacia la reunificación y en la CTA hay movimientos en ese sentido, aunque en el paro de estatales del 24 finalmente se realizaron dos marchas.
Si no había mucho que esperar de la burocracia, al menos quedaba alguna esperanza en la izquierda. Pero una vez más, esta mostró su incapacidad para conformar una dirección unificada para enfrentar esta batalla y evitar la dispersión. El fracaso del encuentro sindical que se había anunciado es un mojón más de una trayectoria decadente. El FIT ya mostró su inutilidad como herramienta política de aglutinamiento de la vanguardia. Ahora los partidos que lo conforman también muestran su impotencia para al menos construir una corriente sindical unificada. Nuevamente, las disputas facciosas se imponen sobre la necesidad de encauzar la lucha. Pitrola, si no consecuente, al menos fue muy claro: “La izquierda demostró que no está a la altura de las tareas que tiene planteadas el movimiento obrero”. 1
Si la izquierda no quiere contribuir a que la burguesía gane esta batalla, debe ponerse a la altura. La crisis en la que está sumergida la izquierda deja a la clase obrera huérfana de dirección propia y a la vanguardia en completa desorganización. La clase obrera parece marchar hacia una actitud pasiva y descreída, lo que atenta contra las posibilidades de éxito. Para frenar esta tendencia, es urgente la convocatoria a un Congreso de Obreros Ocupados y Desocupados. Lo que está en juego no es solo la ocupación y el salario, sino la organización de la clase que quedó en pie tras el Argentinazo. Esto es lo que parece perder de vista la izquierda entre tanta mezquindad.
Notas