Por Ianina Harari (Editora responsable)
Las últimas elecciones sorprendieron a muchos. Nadie esperó la escasa diferencia entre Macri y Scioli, quizás porque nadie se vio venir la debacle acelerada del kirchnerismo ni la crisis política que se estaba gestando. El desbarranco fue tal que logró lo que parecía imposible: tras 28 años de cómoda hegemonía, el peronismo perdió la principal provincia del país. Aunque el kirchnerismo ya había perdido en 2013, en elecciones parlamentarias. Por si fuera poco, también fueron destronados barones del Conourbano que parecían inamovibles. Esto confirma la ruptura de buena parte de la clase obrera con el kirchnerismo en particular y con el peronismo en general. Sin embargo, la burguesía no pudo construir un candidato que genere una adhesión de masas. Doce años de bonapartismo no fueron suficientes para cerrar fácilmente las cosas por derecha.
Mariscales
El desbande kirchnerista tras las elecciones muestra hasta qué punto el armado bonapartista se desplomó. Milagros Sala, en Jujuy, amagó con renunciar a sus cargos y Anibal con dar un paso al costado. Sin embargo, no tiene reparos en continuar crispando la interna dentro del FPV. Incluso el ex niño mimado, Randazzo, ya abandonó el barco y se subió al bote opositor. Así y todo, Cristina no parece tener capacidad de echarlo de su cargo. La desesperación que el kirchnerismo ya no oculta tiene una razón. Sabe que es un cadáver político. Habiendo perdido la mayoría en Diputados, la provincia desde donde tenía pensado sostener su aparato y su presión sobre Scioli y las intendencias, a Cristina le queda poco. Si Scioli logra ganar el balotaje, se hará con el PJ y descartar al kirchnerismo será tarea sencilla. Si Macri se impone, en cambio, el PJ le quedará a Massa.
Lo interesante del asunto es que tras doce años de reparto de renta, con el que se logró estatizar a la sobrepoblación relativa, desactivando al movimiento piquetero y regimentando a gran parte de los sindicatos de obreros ocupados, el bonapartismo kirchnerista no logró cimentar una base adepta. El caso de Jujuy es paradigmático en ese sentido. Anibal podrá atribuirle a Lanata y al “fuego amigo” la derrota, pero si con tan poco perdió bastiones históricos, hay por detrás algo más.
¿Derechización?
El triunfo virtual de Macri fue superficialmente leído como un avance de la derecha. Sin embargo, el Pro no hizo campaña por derecha, sino que se tiró a la centroizquierda. Mauricio le prometió a los ocupados en blanco un aumento salarial por la vía de la eliminación del impuesto a las ganancias. La propuesta parece haber sido tan exitosa que, tras las elecciones, Scioli salió a prometer lo mismo. Por el lado de la sobrepoblación relativa, Macri insistió con el slogan “pobreza cero”. Sería difícil explicar su buena elección sin el apoyo de parte de la clase obrera.
Ahora bien, esos votos tienen un límite. En principio, más que mérito propio, obedecen a la crisis política en danza. Son votos de repudio al gobierno. Pero, dado el desbarranque kirchnerista, en medio de la crisis económica, Macri no ha hecho una gran elección. Su segundo puesto, con el 34%, contrasta con lo que obtuvieron otros candidatos que enfrentaban un gobierno en plena crisis: De la Rúa en 1999 (48%), Menem en 1989 (48%) y Alfonsín en 1983 (51,75%). Macri suma votos como candidato de descarte y no con un aparato propio que se postule como dirección de un movimiento masivo. La crisis política es tal que la estrategia de Mauricio fue sacar algo de votos en un contexto en el que nadie sacaba demasiado.
La segunda vuelta tiene, entonces, la función de que el próximo presidente asuma ungido con un porcentaje mayor de votos obligando a las masas a optar por alguno. Sin embargo, es evidente que los números ya están echados. Macri sabe que no tiene una base propia fuera de Capital. Por eso, por más ideas de “derecha” que pueda tener, su política va a tener ese límite. La idea de que puede aplicar cualquier medida, pasa por alto el hecho de que el apoyo que consiguió es muy endeble y él lo sabe.
Sentido de oportunidad
Gane quien gane, la burguesía tiene garantizadas las tareas que necesita llevar adelante. Los resultados de las elecciones fueron bien recibidos por “el mercado”. Sin embargo, como han expresado varios empresarios, tanto Macri como Scioli son garantía de las políticas que esperan. Ambos van a aunar a la burguesía agraria –con la baja de las retenciones y el alivio de las economías regionales- y la burguesía industrial más concentrada –con la devaluación-. Ambos también están dispuestos a arreglar con los fondos buitres para volver a pedir dinero afuera. Si se consigue el dinero necesario –unos 100 mil millones de dólares-, el próximo gobierno podrá emprender la clausura de la crisis económica y política. Macri, buscará poner en pie el aparato que hoy no tiene y Scioli reconstruir el entramado pejotista. Pero ello dependerá del curso de la crisis internacional. Si no se consigue volver a llenar las arcas fiscales, la hecatombe podría dejar al 2001 como un episodio menor. A ese mal mayor le temen.
El problema que debe preocuparnos a nosotros son las posibilidades que tiene la clase obrera frente al panorama que se abre: cómo pertrecharse. En la campaña, el FIT jugó un papel lamentable. En el contexto en que los candidatos prometían mejoras a los obreros (recordemos que Massa levantaba el 82% móvil), las consignas reformistas que lanzó la izquierda no ofrecían una alternativa a los candidatos de la burguesía. Y fueron reformistas en el mejor de los casos, cuando no hubo un retroceso vergonzoso hacia el voto lástima (meter a Solano en el Congreso). Más lamentable fueron los balances exitistas posteriores, sobre todo los del PTS que buscó tapar culpas por haber conducido al FIT a semejante campaña.
El problema del FIT radica en su errada caracterización de la etapa. Convencidos de la supuesta “derechización”, se lanzaron a esa campaña reformista –que hubiera tenido el sentido de delimitarse si efectivamente las consignas de nuestros enemigos hubieran sido reaccionarias-. Para los partidos del Frente, la clase obrera parece estar en un reflujo absoluto. Aunque desencantada del kirchnerismo, el retroceso y la cooptación habrían sido tal que solo mira hacia la derecha. Pasan por alto, la crisis que tienen ante sus ojos. Durante 12 años, la burguesía dio todo lo que podía dar para contener a la clase y, así y todo, no pudo evitar la crisis política y constituir un personal político de recambio que encauce ese descontento y deposite esperanzas en un próximo gobierno. Es decir, reconstituir plenamente su hegemonía. El problema para la burguesía es que el reflujo es relativo y si no se logran encaminar las cuentas públicas para mantener el entramado estatal de contención, las calles van a volver a poblarse de reclamos.
La izquierda, por el contrario, anuncia el ajuste que se viene. Pero parece que esta advertencia no la mueve a construir las armas necesarias. Dejando de lado a quienes ya han claudicado abiertamente frente al kirchnerismo –la triste posición de quienes llaman a votar a los asesinos de sus compañeros-, debiéramos ocuparnos de algo más que la campaña por el voto en blanco. O mejor dicho, esa campaña debiera ir de la mano de un esfuerzo por unificar a la vanguardia revolucionaria y organizarla de cara a lo que se viene. El FIT tendría que estar pensando, alguna vez, en cómo constituirse en la dirección de esa vanguardia. Para ello sería necesaria la convocatoria a un congreso del Frente donde se discuta seriamente la unificación y la orientación a tomar (contra las desviaciones electoralistas y sindicalistas). Como venimos repitiendo, el tiempo es muy valioso. Cada día perdido, es un día menos de preparación. Ese es nuestro mal mayor: la desorganización de la vanguardia impide que la clase obrera cuente con herramientas que le permitan encarar exitosamente la próxima batalla.