Editorial: entre el parto y el aborto – Fabián Harari

en El Aromo nº 73

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Fabián Harari
Editor responsable

Desde fines del año pasado, el gobierno ha estado más ocupado en su supervivencia que en la posibilidad de pasar a la ofensiva. Las tan tangibles denuncias (y pruebas) de corrupción que apuntan a la familia gobernante encontró al oficialismo y a sus intelectuales en el más vergonzoso balbuceo. Esa historia, la de Lázaro Báez y Cía, no es nueva. Ya había sido denunciada por Luis Majul hace dos años. A diferencia de lo que cree ese periodista, la novedad no es que lo haya dicho Lanata. La novedad es la existencia de un amplio espectro social que se ha pasado a la oposición y que incluso está dispuesta a movilizarse. Esa base no es producto de Lanata. Lanata (y su rating) es el producto de esa base social. En los ’90, sus programas se emitían en un canal menor (América), con guarismos de rating poco redituables.
Con todo, el caso de corrupción potencialmente más peligroso, hasta el momento, para el gobierno, es el de Jaime. En primer lugar, porque el kirchnerismo ya no domina al sistema judicial. Las disputas por la reforma y los cruces con Lorenzetti son expresiones de que los enfrentamientos entre la burguesía han llegado al seno del Estado (del que la Justicia es parte). Pero el problema no termina allí: alguien del entorno kirchnerista filtró 40.000 correos que delataban el vínculo entre Jaime, las empresas y Néstor. Mientras Jaime estaba prófugo en la ciudad de Buenos Aires, Zanini tuvo que negociar la desestimación de estas pruebas. La oposición, por su parte, está buscando su Bárcenas. Un proceso de ese tipo desencadenaría una sublevación general. No hay que olvidarse que hace unos meses dos millones de personas ganaron las calles. Por ello, se está gestando un acuerdo para que el acusado sea indagado luego de las elecciones.
En cambio, el caso más revelador de la crisis del kirchnerismo es el de César Milani. A nadie se le escapó su prontuario. No obstante, Cristina lo nombró para enfrentar la oposición de los servicios de inteligencia y de las propias fuerzas armadas. La idea del kirchnerismo es armar, como en tiempos de Perón, una corriente militar afín. El asesinato del “Lauchón” se enmarca en este mismo proceso. Es decir, es otro episodio de la crisis del Estado. A lo que se debe sumarse un elemento más. A Milani no lo había denunciado por enriquecimiento ilícito la oposición, ni los medios, sino el mismísimo ministro de Seguridad, Arturo Puriccelli, cuando ocupaba la cartera de Defensa. Esta descomposición de lo que fue la alianza K, puede verse también en los armados electorales.

La madre de todas las batallas

En estas elecciones, el gobierno va a jugar sus últimas cartas. O, más bien, a falta de cartas, deberíamos decir que va a jugar una de sus últimas partidas. Si bien no quedó sola, Cristina ha sufrido el éxodo de importantes dirigentes, en principio, a manos de Massa. No solamente intendentes importantes, como veremos, sino también dirigentes sindicales hasta ayer oficialistas, como Baradel (docentes, principal base de la CTA oficialista) y Héctor Daer (CGT). Consciente de esto, la presidente se puso ella al frente de la campaña y ha puesto en las listas mucho personal de riñón propio, sin vínculo territorial. Del segundo al décimo lugar, siete candidatos son de la administración nacional. Por fuera de este grupo encontramos ocupando el tercer lugar de la lista a Verónica Magario (la hija del tesorero de Montoneros), con algo de peso en La Matanza, pero enfrentada al intendente Espinoza y a la gente de Balestrini. En el puesto 11° se encuentra Oscar Alberto Romero, del SMATA, como candidato puesto por la CGT, lo que nos muestra el poco peso que ha tenido la central en la formación de la lista.
La lista de Massa, por su parte, lleva a gente de la CGT oficialista (Daer), CTA (Baradel), la UIA (De Mendiguren) y cuenta con el apoyo de las entidades agrarias (que saludan la candidatura de Felipe Solá). Lleva, además, a tres legisladores del PRO en los primeros trece lugares. Los intendentes tienen más lugar aquí, al ocupar cuatro de los nueve lugares, detrás de Massa: Almirante Brown, Hurlingham, Escobar y General Villegas.
De acuerdo al conteo de lealtades, el kirchnerismo evalúa que va a perder el primer cordón, pero que puede ganar el tercero. En ese contexto, la batalla más importante de la elección más importante va a dirimirse en el segundo cordón del conurbano. No en vano, los principales candidatos provienen de allí. El principal partido, La Matanza, está dividido y su intendente se ha enfrentado con el gobierno nacional, aunque sin pasarse a otras listas.
En este contexto, a Cristina se le presenta un escenario mucho más adverso que en el 2009. Su lista en la provincia, y el boicot de su propio partido en Capital (que anunció que no pondrá fiscales), muestran su debilidad. No obstante, esta vez, si gana habrá ganado ella y su gente. Si gana, habrá ganado contra todo y contra todos y habrá mostrado que el cristinismo tiene una base social propia. Si gana, entonces, podrá levantar la apuesta. Podrá reinventar su gobierno y pedir una reforma constitucional. Estaremos ante un nuevo ciclo: habrá nacido el “Cristinismo”. Algo parecido a lo que sucedió en 2005, sólo que en aquel entonces Kirchner no hizo sino heredar al duhaldismo. Claro que si pierde, deberá abandonar toda pretensión de perpetuarse o, incluso, de nombrar un sucesor. Será el tiempo de los pactos de impunidad y de dispersión masiva de los, hasta ayer, incondicionales.
Quien crea que una derrota de Cristina redundará en el reinado de la “derecha” estará equivocado. Quienes la enfrentan salieron, en su mayoría, de su propio seno. Todos dicen apoyar “lo bueno”. Es decir, nadie se va a animar a desmontar el aparato de asistencia social sin el cual ningún gobierno puede sostenerse en la Argentina post-Argentinazo. Ningún intendente va a aceptar que le recorten los fondos. Hasta Macri ha montado un sistema asistencial en la ciudad. Nadie va a animarse a gobernar con un presupuesto que no contenga la renta agraria (léase retenciones). ¿Qué otra cosa van a hacer Carrió-Pino o Binner sino exactamente lo mismo, pero “sin corrupción”? Por su parte, es este mismo gobierno quien hace tiempo está lanzando un ajuste sobre la población ocupada y desocupada (la inflación se está devorando los subsidios).

Un voto a la izquierda

En este contexto de crisis, de fin de ciclo, es importante el crecimiento de una alternativa revolucionaria, que pueda disputar la dirección de las masas que han roto con el gobierno. La izquierda “chacarera” (MST-PCR) quedó viuda, cuando Pino la abandonó para irse nada menos que con Carrió y el radicalismo. Constituyen, hoy, un agrupamiento superfluo, porque llevaban las mismas demandas que hoy levanta Pino en el mismo espacio que Prat Gay. Quienes también ocupan un lugar en el espectro reformista es la alianza entre los kirchneristas “críticos” de Marea Popular junto al partido de Lozano que no ha abandonado el FAP. Una curiosa combinación de chavistas con gente que llamó a votar por Capriles….
Delimitadas las posiciones, la clase obrera debe intervenir en estos debates con una política revolucionaria. Más allá de las discusiones que podamos tener en el seno de la izquierda, el crecimiento de la misma implica un desarrollo político del proletariado y su capacidad de disputar la dirección del descontento a las variantes de la burguesía. Por eso, llamamos a votar al Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT). En las elecciones del 2011, la dirección del FIT (PO-PTS-IS) convocó a una Asamblea de Intelectuales. Aunque el objetivo no era otro que sumar adhesiones electorales, se desenvolvieron allí –a contramano de quienes la dirigían- una serie de debates (agitación sindical vs. agitación política, balance de la coyuntura, unificación partidaria). Esos debates, de desarrollarse, habrían potenciado la fuerza de la intervención. En particular, el que se refería a la unificación partidaria. Hoy, un único partido tendría una fuerza más que triplicada para afrontar el desafío del post-kirchnerismo. Aunque seguramente todo se vuelva a deshacer luego de octubre, persistimos en el llamado a la conformación de un espacio de toda la izquierda, que procese esos debates, con el horizonte puesto en una unificación, y determine una intervención común ante los eventos más importantes. La clase obrera no necesita una unidad electoral, sino la una dirección política. Igual que Cristina pero por razones opuestas, el FIT se encuentra entre el parto y el aborto.

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