Termina el 2020 y no se puede negar que este año nos hizo presenciar cosas que no imaginábamos, o que imaginábamos de otras formas, con otros contornos. Es probable que este comienzo lleve a pensar en la aparición del coronavirus. Pero no es así, o no es tan así. Lo infrecuente y maravilloso, este año, es otra cosa. Una maravilla desperdiciada, una acción masiva y coordinada pocas veces se puede presenciar y protagonizar. O al menos no así. Porque salir muchos a las calles es una acción impactante, pero que no salga casi nadie también lo es.
Ricardo Maldonado
El último día del verano, el gobierno anunció lo que estaba en la cabeza de casi toda la clase trabajadora: tenemos que cuidarnos porque en la endeblez del sistema sanitario argentino, si nos agarra una epidemia así, crepamos todos. Inmediatamente, sin despliegue de fuerzas represivas, sin dar tiempo a la insistencia en los medios masivos, los que tuvimos que ir a trabajar como esenciales descubrimos una ciudad digna de la ciencia ficción, vacía, cerrada, plantada ante el coronavirus. Sólo un mensaje televiso tardío y fuera de contexto (hasta ese momento el gobierno minimizaba el problema) desató una movilización autónoma de decenas de millones de trabajadores en todo el país, en función de la propia salud y del bien común. Los que nos tocaba trabajar, generalmente, éramos apoyados por los que se guardaban en sus casas.
A pesar de la inacción del ministerio de salud al respecto, que hizo que a Ginés lo escondieran por largo tiempo, a pesar del progresismo paranoico cobarde, que denunciaba la falsedad del virus con el barbijo puesto, a pesar del debut ajustador del gobierno metiendo la mano en el bolsillo de los jubilados (y volviendo a meterla otra vez ahora) a pesar de todo eso, la masa de la población realizó una acción masiva y ordenada. A tal punto que los desórdenes los provocó otra vez el propio gobierno, por ejemplo, al des-organizar el cobro bancario de los jubilados. La prueba de esta solidez colectiva está en que a meses de ese momento podemos recordar los nombres de algunos infractores notorios por lo escaso de su número: el surfer, la señora paqueta que tomaba sol en plaza Las Heras, uno de los dueños de Vicentín en su yate Champagne….
La maravilla de ver a una clase trabajadora devastada y empobrecida, a jubilados llevados a niveles de miseria infrahumana, a estudiantes postergando sus sueños, a abuelos dejando para más adelante conocer a sus nietos, todos juntos enfrentando al virus, impactó. Al punto que los dirigentes burgueses representaron en las alturas y a manera de farsa, lo que en los barrios se urdía para enfrentar la tragedia. La unidad de la clase trabajadora contra la enfermedad se reflejaba en esos primeros días en las apariciones de Alberto, Axel y Horacio, sonrientes y de acuerdo. No habían forjado el movimiento (ninguno preparó o anticipó la medida) pero entendían que quien sacaba los pies del plato de la movilización general sanitaria quedaba aislado. Párrafo aparte para Cristina que, al no encontrar el hueco para presionar por sus mezquinos intereses (librarse de sus causas) no tenía nada que decir y prefirió el silencio.
El mísero apoyo del gobierno peronista a esta batalla es medible. Un cuarto de la población argentina, carente de algún otro ingreso, recibió $128.- por día por familia durante el ASPO. Esa avaricia burguesa explica la catástrofe sanitaria. Todo el esfuerzo lo realizó la clase trabajadora, con sus ahorros, con su solidaridad, acogiendo a otros o vendiendo sus cosas, para mantener el aislamiento. Y cuando los que eran esenciales siguieron ateniéndose a los cuidados, y los precarizados y no esenciales salieron a laburar y presionaron para la apertura (porque daba lo mismo morir infectado que de hambre) cuando para no poner guita, los gobiernos burgueses abandonaron el barco, se desató el desastre. Desastre también medible, en los 40 mil fallecidos en sólo 5 meses. Alcanzando y superando a los gobiernos que también habían hecho todo mal, como Bolsonaro, Añez, López Obrador o Piñera. La decadencia de la conducción burguesa del país, se puede percibir en que el tono épico con el que se anunciaban logros de “nuestros” científicos (a los que se simultáneamente con esos anuncios se somete a salarios de hambre) se dedica ahora a la partida de un avión. Antes sonaban trompetas para vender humo con descubrimientos de vanguardia mundial, ahora para anunciar la partida de un flete a buscar logros ajenos. Esta épica del rastrojero, mide la estatura real de la clase dominante en el país.
Fracturada la clase trabajadora por la miseria y la dirigencia enemiga, el quiebre por abajo hizo innecesaria la pantomima arriba. Como hienas que son, viendo el desastre, los dirigentes burgueses comenzaron a tirarse tarascones para apropiarse de los restos del desastre, de la carroña. Por supuesto, que ese fue el momento de Cristina, no de aportar soluciones, sino de imponer su agenda: reforma judicial para salvarse, desalojos para disciplinar y factoría china para reprimarizar la economía. Se acabaron las filminas y las sonrisas, y volvieron a escenificar la grieta. Pero esta vez es imposible creerles porque Morales está más cerca del Alberto que Axel. Cristina y Berni más cerca de Bullrich que de Sabrina Frederic, el jefe de los senadores de kirchneristas más cerca de Bergoglio y los celestes, que Pichetto. Y todos más cerca del ajuste que de las necesidades de los trabajadores. Las crisis son como un terremoto, se trata de tomar lo mas importante que se tenga a mano y escapar. Sobrevivir hasta el momento inmediatamente siguiente. Así se puede ver a la burguesía argentina, sin proyecto genérico y cada uno agarrando lo que puede para salvarse. El país está quebrado y los burgueses actúan en consecuencia.
El sentido de las fiestas es fraguar un momento de unidad en las sociedades divididas que no la tienen. Deliberadamente o no, una fiesta en una sociedad de clases es siempre una mascarada, un carnaval. Una unidad momentánea y ficcional, que suspende la división estructural entre los dueños de la riqueza y los que somos explotados por ellos. Pero este año pudimos ver la maravilla de una unidad masiva, la de la clase trabajadora. Su corta duración sólo tiene una causa: no haber podido seguir actuando con independencia de nuestros enemigos: la conducción burguesa de la situación nos costó, ya, esos 40 mil muertos.
Nuestro problema, y nuestra tarea, como clase trabajadora consiste en adueñarnos, en nuestra conciencia, de esta potencia real. Los políticos burgueses insisten en presentar su fracaso como resultado de la desunión por abajo (la grieta) entre trabajadores (runners contra médicos, manteros contra jubilados, los que se quieren cuidar contra los que necesitan trabajar) cuando en verdad es el efecto de la conducción burguesa. Nos tenemos que proponer trasmitir que la amenaza del virus, que nos unió de manera casi instantánea para afrontarlo, es menor, aun en toda su gravedad, que la amenaza de la disgregación capitalista. Como el virus, las relaciones sociales capitalistas son invisibles, pero al igual que con el virus, la ciencia permite detectar su presencia, y señalar los síntomas más evidentes. Si la falta de olfato y gusto es una señal de una alta probabilidad de encontrarnos frente a al Covid, la presencia simultánea de un océano de miseria creciente junto a la acumulación cada vez mayor y mas concentrada, es un síntoma de esas relaciones burguesas de las que tenemos que curarnos. Que se sobreimpriman a las caras de miedo y angustia de millones de trabajadores bajo amenaza en el mundo, las sonrisas satisfechas de los Kirill Dmitriev de RFPI (el fondo de inversión directa de Rusia que financia la Sputnik V), Jeff Bezos de Amazon o Albert Bourla de Pfizer, es el síntoma más notable del capitalismo en decadencia, el crecimiento simultáneo de la acumulación y la miseria. La convivencia de lo mejor de la humanidad (el logro de una vacuna en menos de un año) con lo peor (el interés por la ganancia como mecanismo regulador de esas maravillas)
Esa es la enfermedad, ese es el problema. Los políticos burgueses trabajan a favor de la enfermedad que nos aqueja, sobre todo convenciéndonos que nada podemos hacer sin ellos. Que si hay algo que hacer, se debe realizar dentro del parlamento, presentando un proyecto y dejando testimonio de la oposición. Y que nada hay más allá de esta enfermedad llamada capitalismo. Este año hicimos una experiencia contraria; lo que pudimos hacer fue a pesar de ellos, de los burgueses, sus políticos y sus sindicalistas. Y se arruinó por no haber podido tomar más firmemente las decisiones en nuestras manos, en las manos de los trabajadores. Lo que logramos lo logramos fuera de las instituciones burguesas, y se arruinó porque esas instituciones y sus políticos, fueron un obstáculo. Por ejemplo en su negativa a aumentar y universalizar la ayuda social, para que se sostengan las medidas sanitarias.
El fracaso del gobierno se siente no sólo en la cantidad de muertos de la pandemia, sino en los bolsillos de todos los trabajadores, en la fragilidad del empleo, en la falta de vivienda, salud, educación. Tibiamente se cocina la respuesta. Lo que nos falta son herramientas. Sobre todo, una que nuclee a toda esa bronca contenida contra esta situación. Una herramienta que se proponga crecer fuera de las instituciones del enemigo. Una gran asamblea de trabajadores de todo tipo, una organización de la combatividad naciente, en la que, ocupados y desocupados, precarizados y registrados, nacidos aquí o allá, mujeres u hombres, nos unamos como al comenzar la cuarentena. Pero esta vez no para evitar salir y cuidarnos de los contagios y la enfermedad, sino para salir y contagiar la confianza en nuestras fuerzas, la viabilidad de una sociedad sin patrones. Sin los patrones exitosos, ni los patrones fracasados. Unos porque son los que se llevan nuestro esfuerzo, los otros porque se llevaron nuestro esfuerzo mientras pudieron hacerlo y sólo piden la escupidera para recuperarse y volver a explotarnos. La izquierda tiene colocar su energía en esta tarea, incluso las declaraciones parlamentarias, que ahora la ocupan, deben subordinarse a ella.
Nos ha tocado la desgracia de un virus tremendo, respondimos con un arma poderosa, la unidad de los trabajadores, y con una conducción infame, el peronismo secundado por Cambiemos. Que otros hagan balances sobre los resultados de la lotería (lo que nos tocó en suerte), elijamos nosotros hacerlos sobre nuestras acciones. Comprobamos la potencia de nuestras fuerzas, pero le entregamos la batuta a un director sordo a nuestros intereses. El balance del año es ese. Y si así concluye un año muy especial, así comienza otro que puede serlo en mayor medida. Intentemos estar a la altura de las exigencias. Y empujar, sostener y acrecentar, una Asamblea Nacional de Trabajadores ocupados y desocupados, para acoger a todos los que enfrentaron (en 2020) con valor, y vigor al virus. Para que ahora enfrentemos con vigor y mucho más valor a los enemigos de nuestra unidad y nuestra vida. Comenzando por el gobierno de miserables burgueses que tiró a la basura todos nuestros esfuerzos. Para dejar de resistir y aguantar. Una organización para pasar a la ofensiva en la lucha por una sociedad mejor, por una nueva sociedad, para avanzar hacia el socialismo.