La pandemia del Coronavirus no está superada. Todo lo contrario, atravesamos el peor momento. Hace semanas que los contagios diarios se ubican en las cinco cifras y los muertos por centenas. Ya se acumulan más de medio millón de infectados y más de 10.000 fallecidos. El frágil sistema sanitario nacional está saturado y colapsado. Provincias como Jujuy, que hace meses atrás se mostraban como el ejemplo a seguir y hasta amenazaban con volver a las aulas, ahora viven una verdadera catástrofe que ya empieza a producir muertes completamente evitables.
Cuando todo indica que hay que volver lo más estricta posible la cuarentena, porque toda la primera etapa no se aprovechó para reforzar el sistema de salud, la respuesta de Alberto y todos los gobernadores es flexibilizarlo todo. Con la ficción de “protocolos serios”, que ningún laburante discutió, nos mandan a trabajar con un gran riesgo de contagio. Los motivos son claros y ya los explicamos varias veces: en el capitalismo la vida se rige por la ganancia, lo que significa en realidad que nos morimos por el bolsillo de unos pocos parásitos.
A pesar de que la pandemia se encuentra en pleno ascenso, al mismo tiempo ya empezó la pospandemia. El ajuste que Alberto inició en la hora cero de su gobierno, afanándole a los jubilados en una magnitud que ni Macri soñó, se acelera a pasos agigantados. Buena parte de las paritarias están cerradas. Las ramas que tuvieron negociaciones salariales, no obtuvieron gran cosa. La línea de continuidad Néstor-Cristina-Macri-Alberto es clara: la degradación acelerada de las condiciones de vida de los trabajadores.
Sin embargo, el panorama no es completamente oscuro. Así como el ajuste sigue su curso, la rebelión asoma. Empezó quizás por un sector de la clase obrera que el sentido común izquierdista no esperaba ni reconoce como obrero: el de las fuerzas de seguridad. La policía protagonizó esta semana una huelga de perspectivas nacionales para luchar contra los salarios de miseria, que se ubican por debajo de los $ 30.000. El resultado: conquistaron un aumento del orden del 26% en el básico y una triplicación del valor de las horas extras.
La lección es clara: la lucha paga. Pero el valor de lo sucedido esta semana no está solo allí. La huelga policial contagia. Lo que empieza a asomar es una rebelión de los trabajadores, que comienza a despertarse, por ahora, en todos aquellos que tienen al Estado como patronal. Personal de la salud, docentes y estatales vuelven a la carga con sus planes de lucha, ahora con un impulso mayor: si el Estado le dio aumento a la policía, ¿por qué no a ellos? La fisura que se acaba de generar puede quebrar por completo los planes de ajuste del gobierno y profundizar la crisis política. No hay que olvidar que el cuadro se completa con las múltiples tomas de tierra a lo largo y ancho del país, protagonizadas por las fracciones más sumergidas de la clase obrera, que empiezan a resolver el urgente problema de la vivienda, con sus propias manos.
La huelga policial también dejó en claro cómo el gobierno piensa golpear a las próximas luchas de los trabajadores. Se desempolvó el viejo argumento de la década ganada: “desestabilizadores” y “golpistas”. Se refuerza así el ataque que ya venían sufriendo quienes se movilizaban contra el hambre y los salarios de pobreza en estos meses: “anticuarentenas”. Alberto, que nos manda al matadero día a día, se da el lujo de decirnos a nosotros que somos anticuarentena. Ahora, además, nos va a decir que “le hacemos el juego a la derecha”, por reclamar lo que es nuestro.
La etapa que está comenzando, esa pospandemia en pandemia, está evidentemente marcada por la lucha de los trabajadores. El camino de rebelión que se empieza a recorrer estos días solo puede llegar a buen puerto si lo transitamos organizados, con un programa claro y una dirección. El primer paso para construir todo eso, es agruparnos y discutirlo. Es necesario, hoy más que nunca, y ya, una Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Allí tenemos que construir un verdadero plan de lucha para quebrar el ajuste y los planes del gobierno. Pero ese es solo el comienzo. La única forma de dejar de ser el pato de la boda, es construyendo una nueva sociedad en la que las necesidades humanas sean la prioridad y los parásitos no existan. El Socialismo.
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