E.P. THOMPSON: LUCHA DE CLASES Y MATERIALISMO HISTORICO

en Revista RyR n˚ 1

Por David McNally
[Tomado de International Socialism n° 61
Traducido por Carlos Salomone]

Edward Palmer Thompson, el más grande historiador de habla inglesa, murió en Agosto de 1993. Más conocido a partir de su obra maestra La Formación de la Clase Obrera en Inglate­rra, Thompson inició una corriente en la historia marxista que restauró a los explotados y oprimidos en su lugar correcto, como hacedores de la historia. Este énfasis en la autoactivi­dad de la clase obrera no fue meramente un proyecto académico, surgió como parte del compromiso político de Thompson de liberar al marxismo de la terrible distorsión del stalinismo, un compromiso que se libró en la batalla de 1956 dentro del movimiento comunista oficial.

A través de la humareda de Budapest: 1956, la batalla contra el stalinismo

            «El pueblo polaco y húngaro ha escrito su crítica sobre el stalinismo en sus calles y plazas. Haciéndolo, restituyó  el honor al movimiento comunista internacional»[1]. Así escri­bió Thompson en The Reasoner, una revista disidente que él y John Saville sacaron para enfrentar a la dirección del Partido Comunista Británico (PCB). Para Thompson, como para muchos otros comunistas, los alzamientos en Polonia y en Hungría de 1956 contra el stalinismo plantearon un dilema moral y políti­co: sostener a su dirección que defendía la sangrienta repre­sión llevada a cabo por las tropas rusas o bien alinearse con los trabajadores polacos y húngaros que se habían levantado. Para su perdurable buen nombre, Thompson eligió el último camino, e  inició un debate en el PC en un esfuerzo por con­frontar con el legado stalinista del partido. «Es tiempo de que saquemos esto hacia afuera», escribió. «De comienzo a fin nuestra dirección se ha alineado (quizás evasivamente, a veces) con el stalinismo». En contraposición a los crímenes de Stalin, Thompson abogó por un «socialismo de gente libre, y no de lenguaje secreto y policía».[2]

            La experiencia de 1956 dejó una marca indeleble en su forma de ver la política, lo que fue abrumadoramente bueno. Contra un sistema de pensamiento abstracto, mecánico y una política que alardeaba de marxista, Thompson busco restaurar al marxismo en su compromiso con la lucha concreta de los hombres y mujeres reales. Los trabajadores de carne y hueso, su autoactividad, su resistencia a la opresión, sus victorias y derrotas ‑todo eso fue reinstalado como el corazón y el alma de la teoría y la política socialista. Precisamente este punto ‑el compromiso con las luchas reales de la gente‑ fue lo que la política stalinista había enterrado bajo el peso del dogma y los edictos burocráticos: «El stalinismo», opinaba Thompson, «es un teoría socialista y una practica que ha perdido el ingrediente de humanidad». El stalinismo, afirmaba, instala en primer lugar una línea más de acuerdo con los intereses de la dirección burocrática del partido que con un concreto análisis de la realidad social real en la cual la gente vive, trabaja y lucha. Todo se subordina entonces a probar la infalibilidad de esta línea: «En lugar de comenzar con los hechos, la realidad social, la teoría stalinista comienza con la idea, el texto, el axioma: hechos, instituciones, gente deben ser barridas para conformar la idea». Subsiguientemente el stalinismo opera como una suerte de «idealismo mecanicista» donde «los seres humanos son meras marionetas a ser manipuladas de acuerdo con la idea rectora que el partido reclama como la verdad»[3].

            Ocupó un lugar central en el proyecto político y teórico de Thompson la batalla contra las tendencias cosificantes del pensamiento burgués ‑su propensión a reducir a los sujetos, sus relaciones sociales y su experiencia histórica a relacio­nes entre cosas que determinan totalmente la vida social. Como forma de socialismo que ha liquidado «el ingrediente de huma­nidad», el stalinismo perdió de vista el hecho de que, aunque condicionados por circunstancias objetivas, en última instan­cia los sujetos hacen su propia historia.

            La rebelión de Thompson contra el stalinismo fue llevada a cabo bajo la bandera del «comunismo libertario».[4] Y fue esta perspectiva, con su insistencia sobre la lucha de los trabaja­dores por su autoemancipación, lo que decisivamente dio forma a su obra histórica más importante y que hizo de su trabajo una contribución vital a la renovación del marxismo.

La formación de la clase obrera en Inglaterra: Obra Maestra del Marxismo

Ningún lector del la obra más importante de Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, puede dejar de sentirse afectado por la apasionada insistencia del autor en que, construyendo su historia, la clase obrera también se construye a sí misma. Este tema, la acción y autoactividad de la clase obrera, distinguió tajantemente a La formación… de mucho de lo que pasó por análisis histórico marxista durante el período en el que el stalinismo dominó el panorama de la izquierda internacional.[5] Realmente, en el famoso prefacio a este trabajo, Thompson indicó que el singular carácter de su aproximación a la discusión de la clase y la lucha de clases, contrastaba implícitamente con el materialismo mecanicista de la historiografía stalinista.

            Había elegido la «desmañada» noción de la formación de la clase obrera inglesa, explicaba, para describir «un activo proceso que debe tanto a la acción como a los condicionamien­tos». La clase, insistía, no es una estructura o categoría: es «algo que en los hechos ocurre (y puede demostrarse que ocu­rrió) en las relaciones humanas». Relaciones, «siempre corpo­rizadas en sujetos reales dentro de un contexto real».[6] Opo­niéndose a las aproximaciones históricas que resaltan a las «grandes personalidades» o los grandes cambios materiales ‑apertura de rutas comerciales, la construcción de las algodo­neras‑ Thompson buscó enfatizar la actividad de los trabajado­res anónimos como el factor clave del proceso histórico. Al hacerlo, tenía la esperanza de afirmar la dignidad fundamental de las masas que hacen (y han hecho) historia. «Yo vengo a rescatar», escribió en un pasaje memorable, «a los pobres calceteros, a los obreros Luddistas, a los obsoletos tejedores manuales, a los utópicos artesanos, y aun a los alucinados seguidores de Joanna Southcott, de la enorme condescendencia de la posteridad».[7]

            Esta gente era importante, insiste Thompson, porque la clase obrera inglesa no sólo se construyó bajo los patrones de la acumulación del capital y la competencia del mercado, sino también por ideas, aspiraciones y luchas que los trabajadores opusieron a la influencia que condicionaba sus vidas.

            En su esfuerzo por rescatar el sentido de la actividad de la gente común, La formación… regularmente ataca a las tendencias cosificantes de las principales corrientes de análisis históricos. Cuando la historia es presentada como una serie de eventos entrelazados completamente determinados unos por otros, «llegamos a un determinismo post-facto», escribe Thompson. «La dimensión de la acción humana se pierde y el contexto de las relaciones de clase es olvidado». Y, como es muy común, nos da un hermoso ejemplo ilustrativo de como los hechos están con la relaciones sociales de clase:

«El simple hecho ‑una mala cosecha, por ejemplo‑ puede parecer que esta fuera de la elección humana. Pero la forma en que ese hecho se resolvió fue en términos de un complejo particular de relaciones humanas: leyes, propiedad, poder. Cuando encontra­mos alguna sonora frase como «el pesado reflujo y ascenso del ciclo del comercio» debemos ponernos en guardia. Por detrás de este ciclo comercial hay una estructura de relaciones socia­les, se fomentan ciertas formas de apropiación (renta, interés y beneficio) y se proscriben otras (robo, deudas feudales), legitimando ciertos tipos de conflicto (competencia, guerras) e inhibiendo otros (sindicalismo, revuelta por el pan, organi­zación política popular)…»[8]

            El reconocimiento de que esas cuestiones ‑ley, propiedad y poder‑ fueron siempre impugnadas y no meramente dadas es lo que distingue a La formación… como una obra de la historia marxista. Thompson rehúsa caer en el mito de que la clase obrera fue esencialmente pasiva, reaccionando simplemente a hechos externos que determinaron su destino. Aun discutiendo sobre el rol de la religión ‑en este caso el metodismo‑ como apaciguadora y desviadora de la lucha de clases, pone mucho cuidado en no mostrar a los trabajadores como marionetas manipuladas por los lideres religiosos. «ninguna ideología es completamente absorbida por sus adherentes: en la práctica es socavada de mil maneras por la crítica del impulso y la expe­riencia: la comunidad de la clase obrera injertó dentro de las capillas sus propios valores de ayuda mutua, vecindad y soli­daridad», anota.[9]

            El énfasis de Thompson en las ideas, aspiraciones, tradi­ciones y experiencias de la clase trabajadora ha sido descrip­ta por muchos críticos como una suerte de excesivo sentimenta­lismo que glorifica el estado de conciencia existente en la clase obrera. Hay un potencial peligro en esto. Pero La forma­ción... no sucumbe ante él. Mientras presta detallada atención a la tradición política e ideológica de los obreros ingleses, Thompson no vacila en subrayar lo poco avanzado de éstas. En particular, discute las limitaciones del constitucionalismo del movimiento radical, su insistencia en que la ley se dedica a proveer libertades a todos los sujetos y que aquellos que las violan están actuando contra la constitución. También resalta los defectos del radicalismo pequeñoburgués, muy común en el surgimiento del movimiento obrero que, menos que atacar la propiedad capitalista, proyectaba el ideal de una comunidad de pequeños propietarios/ productores independientes intercam­biando equitativamente y viviendo en armonía. En ambos puntos, señala el ambiguo radicalismo de William Cobbett, cuyos escri­tos jugaron un importante rol en el movimiento obrero de comienzos del siglo XIX. Cobbett, aduce Thompson, fracasa como ideólogo de la movilización de la clase obrera porque «reduce el análisis económico a una polémica contra el parasitismo de ciertos intereses dados. No puede permitir una crítica centra­da en la propiedad».[10] En su lugar, los héroes de la investi­gación de Thompson son esos plebeyos radicales, a menudo miembros de organizaciones secretas revolucionarias que lleva­ron adelante «una crítica centrada en la propiedad», una crítica socialista que promovía la idea de la propiedad común de los medios de producción.[11]

            Es valioso subrayar esto último. La formación de la clase obrera en Inglaterra rehabilita el sustrato revolucionario del radicalismo de la clase obrera, extendido desde aproximadamen­te 1790 hasta el período Cartista, cuyos adherentes prepararon una insurrección contra el estado británico. Este rasgo de La formación… que encolerizó a muchos de sus tempranos reviso­res, ha sido olvidado por aquellos críticos que condenaron su afirmado populismo y romanticismo. A través de su trabajo, Thompson se identifica a si mismo con los radicales plebeyos del revolucionarismo subterráneo. Y, al hacerlo, enfrenta a la tradición dominante en la historia británica del trabajo ‑en la cual se acentúa el gradualismo y el constitucionalismo. Thompson insiste en que los revolucionarios no fueron locos conspiradores, ociosos y excéntricos. Por el contrario, aduce que en un conjunto  de ocasiones entre 1790 y 1832 ‑muy espe­cialmente en el otoño de 1831‑ una marea de sentimiento revo­lucionario se infiltró dentro de la clase obrera inglesa.[12] La formación… sobresale, por lo tanto, no sólo porque se centra fundamentalmente en la autoactividad de la clase obre­ra, sino porque también demuestra que las ideas revoluciona­rias y sus organizaciones jugaron un papel vital en el origen del movi­miento obrero británico.

En defensa de la Historia

            Gran parte de los trabajos de Thompson en el período de 15 años posteriores a la aparición de La formación… tomó la forma de una defensa de la práctica histórica materialista contra las tendencias abstractas y esquemáticas dentro del marxismo. En 1965, dos años después de la aparición de su gran trabajo, entró en una violenta discusión con dos de los más influyentes editores de la New Left Review (NLR), Perry Ander­son y Tom Nairn.

            Thompson había fugazmente colaborado con ambos en las

tempranas etapas de la NLR. En la primavera de 1960 el New Reasoner, editado por Thompson y John Saville, se unió con la Universities and Left Review para crear la NLR. En sus comien­zos NLR fue vista como parte de un proyecto político práctico: la Review debería vincularse a los New Left Clubs en un es­fuerzo para construir un nuevo movimiento socialista en Ingla­terra.

            Inevitablemente, diferencias en torno a cuestiones claves como revolución o reforma y la falta de claridad sobre el rol y la naturaleza de una organización socialista llevaron al estancamiento y desaparición de los clubs. En 1962 Perry Anderson llamó a reorganizar la NLR ‑lo que llevó adelante con entusiasmo, en el proceso fueron marginados Thompson y otros fundadores del centro de la vida de la Review.

            El menosprecio de Thompson para la dirección que tomó NLR bajo la tutela de Anderson encontró expresión en un brillante ensayo, «The Peculiarities of the English» (1965), «Peculiari­ties» fue una reacción contra los artículos de Anderson y Nairn que ligaron la crisis del capitalismo británico y la proclamada impotencia del movimiento obrero a la «incompleti­tud» del revolución burguesa en el país. Inglaterra había hecho una transición al capitalismo, explicaban Anderson y Nairn, en el momento en que la burguesía estaba aun económica, política y culturalmente subordinada a la aristocracia. A partir de lo cual, las instituciones políticas británicas no fueron nunca completamente revolucionadas (testimoniado en el mantenimiento de la monarquía y la Cámara de los Lores), y su burguesía fracasó en desarrollar una agresiva y confiada clase capaz de establecer una hegemonía cultural y política en la sociedad. Una burguesía impotente consecuentemente produce un movimiento obrero reformista. Mientras las tradiciones revolu­cionarias de la burguesía francesa dieron forma a la surgente clase obrera en esa país, la ausencia de una genuina revolu­ción burguesa explica las tradiciones no‑revolucionarias de los trabajadores británicos.[13]

            Thompson reaccionó con furia contra estos argumentos. Destruyó el esquematismo de las tesis de Nairn‑Anderson, sometiéndolas a una severísima crítica. Tomando algunos de los hilos de la discusión de Marx en la Parte Octava del primer tomo del Capital, Thompson resalta la proletarización de los productores rurales y la acumulación del capital en la agri­cultura como los momentos claves en la transición al capita­lismo en Inglaterra. El desarrollo del capitalismo inglés, escribió:

 «… fue enormemente complejo y gradual, comenzando (por conveniencia histórica) con los grandes ovejeros monásticos de Domesday, pasando a través la reducción de los barones en las guerras, el desarrollo del ‘trabajo libre’, los cercamientos de los pastores, la división y redistribución de las tierras de la Iglesia, el pillaje del Nuevo Mundo, el despoblamiento del campo, y, entonces, a través de la revolución, a la even­tual aceleración de los cercamientos y la reclamación de tierras yermas».[14]

            Anderson y Nairn no vieron nada de esto, sostiene Thomps­on, porque tienen preparado un esquema previo a la investiga­ción histórica. Para Anderson‑Nairn, el ascenso del capitalis­mo en Inglaterra debe seguir el modelo francés. Si el capita­lismo surgió allí fundamentalmente del comercio urbano y los centros manufactureros, entonces lo mismo debe ocurrir en Inglaterra. El hecho de que el capitalismo inglés tuviera poderosas raíces agrarias se les escapa. Más aun, su esquema­tismo les impide reconocer que el capitalismo agrario e indus­trial, no son, en última instancia, dos especies diferentes. Aunque constituyeron dos grupos diferentes, se fusionaron en un grupo razonablemente unificado como respuesta a la emergen­cia del movimiento obrero en la época de la Revolución France­sa.[15] La burguesía industrial no fue inepta, al contrario, percibió sus intereses comunes con el capitalismo agrario en defensa de la propiedad contra la amenaza que venía desde abajo.

            Atacando a Anderson y Nairn, Thompson no consideró que estaba simplemente corrigiendo interpretaciones erróneas de un proceso histórico. Se vió a sí mismo defendiendo la práctica del materialismo histórico contra el vacío formalismo que caracterizaba a muchos análisis marxistas. «Mentes sedientas de un robusto platonismo muy rápidamente se vuelven impacien­tes con la historia real, sugería. Una década más tarde, su defensa de la «historia real» contra el «marxismo platónico» tomo la forma de un incontenible ataque contra el estructura­lismo marxista de Louis Althusser.

            La crítica de Thompson a Althusser desarrolló aspectos que habían sido planteados por otros autores.[16] Lo que distin­gue su ataque, «Miseria de la Teoría», sin embargo, es su duro tono polémico y su intento de demostrar que la posición de Althusser esta saturada de stalinismo. No es sorprendente que la polémica de Thompson comience con un ataque contra el desdén hacia la historia que caracteriza al proyecto de su adversario. Thompson aporta la asombrosa declaración de dos althusserianos británicos: «El marxismo, como práctica teórica y política, nada gana de su asociación con la investigación y el ensayo histórico. El estudio de la historia no es sólo científica sino también políticamente inútil».[17] Y procede a demostrar que el sistema de Althusser es nada menos que la más salvaje forma de idealismo.

            Central para la posición de Althusser fue la idea de que la ciencia marxista podía ser construida solamente en el nivel filosófico por medio de la pura refinación de conceptos. Ninguna contaminación de la teoría por la historia, ningún intento de bajar los conceptos a la experiencia de vida, que denuncia como «empirismo». A esto sigue que la ciencia marxis­ta debe desarrollarse solo a nivel conceptual, refinando conceptos mediante otros conceptos. Thompson no tenía dudas acerca de la naturaleza acabadamente idealista de esta opera­ción teórica:

«… este procedimiento está totalmente autoconfirmado. Se mueve totalmente dentro del círculo no solo de su propia problemática sino también de su propio proceso de autoperpe­tuación y autoelaboración… Es un sistema cerrado en el cual los conceptos circulan eternamente, reconociéndose e interro­gándose entre ellos.»

            Tal posición no es ni científica ni materialista. Y Thompson no se mosqueó en ponerle un nombre. La empresa teóri­ca de Althusser, escribió:

«es una ruptura de disciplinado autoconocimiento y un salto en la autogeneración de «conocimiento» de acuerdo con sus propios procedimientos teóricos: esto es, un salto del conocimiento a la teología.»[18]

            El tono del espíritu polémico de Thompson ofendió a muchos académicos marxistas. La combinación de sátira y denun­cia con argumentos teóricos no era nada nuevo en la polémica del marxismo con el idealismo ‑sólo hace falta revisar el estilo adoptado por Marx y Engels en un trabajo como «La Sagrada Familia» para comprobar que «Miseria de la Teoría» tiene su lugar ganado en una larga y honorable tradición. Pero el ensayo de Thompson ofendió en gran medida porque contenía una caracterización política y social del Althusserianismo.

            Thompson señala el orígen del trabajo de Althusser: 1956. Y reconoce que ese proyecto fue definido como un intento de mantener a los Partidos Comunistas inmunes a la suerte de criticismo que emanaba desde el comunismo libertario y del socialismo humanista. La forma más sencilla de hacerlo era eliminar a los sujetos del proyecto de ciencia «marxista». Finalmente, Althusser buscó enterrar los conceptos creados por Marx de alienación y cosificación y reconstruir a la ciencia marxista como una filosofía de estructuras. Pero Thompson, curtido en las batallas de 1956, comprendió el carácter polí­tico del proyecto de Althusser. «Podemos observar la emergen­cia del althusserianismo», escribió, «como una manifestación de acción política dentro de la ideología, como el intento de reconstruir el stalinismo a nivel de teoría».[19]

            ¿Como dar cuenta entonces de la popularidad del althusse­rianismo entre los intelectuales de izquierda? Aquí Thompson ofrece meramente un esbozo de argumento, pero no por ello menos ofensivo para muchos académicos marxistas. En su opi­nión, el trabajo de Althusser dio en la tecla por el peculiar elitismo que existe en la «inteligentzia» de clase media. Este grupo «adoctrinado por procedimientos selectivos educacionales para creer que sus propios talentos especializados» eran una garantía de estima y sabiduría, está gustoso de aceptar el rol que les ofrece Althusser, de guardianes filosóficos de la ciencia proletaria. «Aislados en enclaves intelectuales», escribe Thompson, «el drama de la ‘practica teórica’ puede convertirse en el sustituto de un más dificultoso compromiso práctico.» Más aun, como esto se sustenta sobre el mismo tipo de elitismo intelectual que  generalmente domina la vida académica, el althusserianismo es enteramente compatible con el reconocimiento y la promoción dentro del mundo universita­rio; «permite al aspirante académico comprometerse en un inofensivo psicodrama revolucionario, mientras al mismo tiempo persigue una reputada y convencional carrera intelectual.»[20]

            Aquí nos encontramos con uno de los más significativos rasgos del marxismo de Thompson, su hostilidad hacia el acade­micismo. Thompson mismo solamente tuvo una relación episódica y marginal con el sistema universitario británico. Incluso, su insistencia en la autoactividad de la clase obrera lo enfrentó no sólo con el establishment académico sino también con la tradición elitista de la izquierda intelectual, una de las muchas cosas por las cuales merece ser recordado.[21]

Limitaciones: materialismo y moral crítica

            Y sin embargo, hay algo paradójico en este aspecto, ya que el trabajo de Thompson ha recibido en los últimos años un creciente reconocimiento académico. Con toda seguridad, a menudo ello no se deba más que al consumado poder intelectual y emotivo de los trabajos históricos de Thompson. Pero, hay otra razón que debe ser reconocida: contrariamente a las intenciones de su autor, el trabajo de Thompson es susceptible de cierto grado de incorporación dentro de la última moda intelectual «radical», la teoría del discurso.

            Va más allá de los límites de este artículo ocuparse de esta corriente intelectual. Basta decir que desde mediados de los ’70, la tendencia predominante entre los intelectuales radicales ha sido confesadamente antimaterialista. Con la excusa de expulsar el «economicismo» y el «reduccionismo de clase», muchos intelectuales ha llegado a creer en la idea de que la sociedad pivotea principalmente alrededor de «discur­sos» que organizan la forma en que vemos el mundo y actuamos en él.[22] Y algunos de ellos han reivindicado un aliado en E.P. Thompson.

            Esta alianza no deseada se centra en el agudo ataque de Thompson a las nociones de «base» y «superestructura». Para Marx y Engels estos conceptos fueron una suerte de metáfora para describir la forma en que las fuerzas y relaciones de producción en una sociedad ‑y como están expresadas en con­flictos de clase‑ ejercen una determinada influencia en la cultura y las ideologías. Thompson reaccionó con dureza frente a la forma mecanicista en que estas ideas fueron utilizadas por el marxismo stalinizado. El creía que la idea de una base socio‑económica que condiciona una superestructura cultural e ideológica tiende a dar fuerza a la cosificación del pensa­miento, ya que fuerzas materiales ciegas, no humanas, son dotadas de voluntad y aun de conciencia de si mismas. El resultado, argumentaba, es la reducción de la «conciencia humana a una forma de errática e involuntaria respuesta a los talleres y fábricas que están en un proceso espontáneo de surgimiento y crecimiento».[23]

            No se puede acusar severamente a Thompson por su inquie­tud acerca de que la analogía base‑superestructura pueda ser objeto de abuso por quienes están postrados en formas mecáni­cas de pensamiento y acción. Realmente, Engels había advertido contra tales excesos cuando escribió que «la concepción mate­rialista de la historia tiene muchos amigos peligrosos hoy en día, que la usan como una excusa para no estudiar histo­ria».[24] Del mismo modo Trotsky había advertido que «un igno­rante, armado con el materialismo dialéctico … inevita­ble­mente se transforma en un estúpido.»[25]

            Quedan pocas dudas de que muchos «amigos peligrosos» e «ignorantes» asomaron en los trabajos que provinieron del lado stalinista. Pero Thompson hizo algo más que un ataque al uso que tales personas hicieron de la analogía «base‑superestruc­tura». Sostuvo que la analogía en si «es radicalmente defi­ciente. No puede ser reparada. Tiene una tendencia autocons­truida que lleva a la mente hacia el reduccionismo». Y como un correctivo a esta tendencia, insistió en que la clase fue como mucho una formación tanto cultural como económica y que «es imposible dar alguna prioridad teórica a un aspecto sobre el otro.»[26]

            Este argumento fue un presente griego. Aunque pudo ser atrac­tivo durante un período en el cual el materialismo vulgar aparecía preponderantemente como la mayor amenaza al auténtico marxismo, esta particularmente muy mal equipado para responder al nuevo idealismo que disuelve toda la vida social en el lenguaje y el discurso. No significa decir que Thompson pudo haber sostenido alguna vez la idea de los sujetos como entes flotando libremente y adoptando nuevas identidades (o «posi­ciones subjetivas») toda vez que se encuentran atrapados por el lejano llamado de un nuevo discurso. Tal punto de vista es en última instancia extraño al duro reconocimiento intuitivo de Thompson de que la gente nace en relaciones de clase que condicionan pesadamente toda la construcción de sus vidas. En efecto, Thompson nunca dió por superada la idea de que las relaciones de producción ocupan un papel central en la vida social. Aun en su famoso prefacio a La Formación… afirmó que «la experiencia de clase está ampliamente determinada por las relaciones de producción en las cuales los hombres han nacido ‑o ingresado involuntariamente.»[27] Del mismo modo, en el momento más áspero de su ataque a la analogía base‑superes­tructura, insiste en que no esta cuestionada «la centralidad del modo de producción (con sus concurrentes relaciones de poder y propie­dad) para alguna comprensión materialista de la historia.»[28]

            Pero ¿de qué forma se defiende esta insistencia en el modo de producción una vez que hemos abandonado la idea de que algunos aspectos de la existencia humana son más fundacionales que otros? ¿Por qué en una investigación histórica privilegiar la clase por sobre todos los otros aspectos si, las experien­cias que esa clase desarrolla ‑su posición dentro de un siste­ma social de producción‑ no es más esencial que alguna otra cosa para el funcionamiento de una sociedad ? Thompson no tiene respuestas serias a estas cuestiones, Y, esto dado, resulta poco sorprendente que nos encontremos con algunos de sus seguidores arguyendo que «sobre todo no podemos establecer alguna necesidad lógica para la primacía de la producción en la explicación de la vida social.»[29] Con esta concesión, sin embargo, todo el proyecto marxista colapsa ‑la idea de que la lucha de clases es central en la historia registrada tanto como la noción de que la autoactividad de la clase obrera es la clave para echar abajo la sociedad capitalista.

            Nada de esto significa acusar a Thompson de haber conspi­rado para colaborar e incitar a la declinación del materialis­mo histórico y al ascenso de la teoría del discurso. Thompson podría haber reconocido finalmente otro episodio de elitismo burgués en un planteo que eleva al discurso y al pensamiento por sobre la clase trabajadora. Sin embargo, se debe reconocer que, cuestionando la analogía de base‑superestructura y el rol central que Marx acordó a la actividad económica en la vida social, Thompson, sin quererlo, abre la puerta a una corriente antimaterialista en la teoría social contemporánea.[30]

            En particular cuando insiste en que la cultura es tan determinante como la economía ayuda a una corriente que proba­blemente habría repudiado.[31]

            Este punto es resaltado por un historiador marxista norteamericano inspirado en Thompson. Mientras reconoce la importancia del papel jugado por Thompson y su contemporáneo Raymond Williams confrontando con el estructuralismo y el materialismo vulgar, Bryan Palmer acota sin embargo que «algo se ha perdido en la asimilación de la acción y estructura, cultura y materialidad». Y prosigue con que desde fines de los ’70:

«… el reclamo teórico de Thompson y Williams fue muy fácil­mente incorporado en una nueva ortodoxia.. eso cerró su nariz al sucio olor del economicismo sin reflexionar que ello impli­có a su vez, cerrar sus ojos al materialismo. Lo cultural devino en material; lo ideológico devino real».[32]

            Debe reconocerse, en verdad, que Thompson exhibió una tendencia a deslizarse desde el materialismo hacia la crítica moral‑cultural. Me inclino a pensar, en forma irónica, que este desplazamiento debe algo a la naturaleza de su crítica al stalinismo. Con todo su fervor moral y político, hubo algo marcadamente impreciso en su ataque al stalinismo. Thompson se describe como un «crítico moral del stalinismo» y hay mucho para decir sobre ello. Cualquiera sean sus limitaciones, los socialistas revolucionarios no pueden sino aplaudir una críti­ca que se niegue a aprobar los campos de trabajo, las parodias de juicios, los asesinatos en masa, un estado policial de mentiras y crímenes contra los derechos humanos, como auténti­cas formas de socialismo. Pero junto con la vigorosa denuncia moral es preciso formular un análisis claro de la naturaleza del régimen en discusión. Thompson nunca nos lo brindó. Y sus gestos hacia tal análisis sólo pueden calificarse de endebles. Así, en su polémica con Althusser afirmó que «el estado sovié­tico solamente puede ser entendido con la ayuda del concepto de «parasitismo»».[33] Pero al escribir como historiador del radicalismo inglés, Thompson nos había alertado sobre el corto alcance de este término. Discutiendo con William Cobbett en La formación…, por ejemplo, Thompson atacó a su radicalismo por reducir los «análisis económicos a una polémica contra el parasitismo de ciertos intereses ocultos».[34] Pero, en el caso del estado ruso es precisamente lo que Thompson hace. En ninguna parte, él se introduce en el análisis de la economía de Rusia y en cambio, se restringe a hacer una crítica moral del parasitismo.

            Este, me parece, es el mayor defecto de los escritos políticos de Thompson: su predisposición a suplantar el análi­sis materialista con la crítica moral. A menudo estas críticas son apasionadas en extremo; son claros estallidos de indigna­ción. Sin embargo, a menudo carecen del tipo de prueba y análisis sistemático que requieren para ser convincentes y servir como guías para la acción. Un pequeño ejemplo ilustrará este punto.

            A lo largo de los ’70 Thompson comenzó a preocuparse cada vez más por el desarrollo del «estado secreto» en Gran Bretaña y su invasión en el terreno de las libertades civiles. Es comprensible su fastidio con los marxistas que consideraban tales cuestiones como irrelevantes. Pero, con el objetivo de golpear a los que permanecían indiferentes frente a los dere­chos civiles tendió a perder su distancia crítica. Comenzó a alabar las normas de la ley como «un incalificable bien huma­no», como «un logro cultural de significancia universal» sin marcar siquiera un reconocimiento del carácter contradictorio de la ley y del hecho de que, como mínimo, es en parte una expresión de la alienación de las personas con respecto al estado que caracteriza a la sociedad de clases.[35]

            Entonces, en un juicio desaprensivo, Thompson llegó a una conclusión absolutamente pesimista sobre la lucha en defensa de las libertades civiles. El pueblo británico, argumentó, «ha sido narcotizado en un reverencial respeto a la autoridad», no se pone más de pie para defender sus derechos tradiciona­les.[36] De esta forma, la «evidencia» de Thompson para su argumenta­ción implica, no un intento de análisis materialista del balance de la correlación de fuerzas sociales, el estado del movimiento obrero y de la izquierda y otros factores que pueden influir en el nivel de oposición popular a las incur­siones en los derechos civiles. En su lugar, ofrece un comen­tario cultural: «Los britanos nacidos libres han sido criados fuera de la dominación… Una operación se ha hecho en nuestra cultura y la combatividad se ha extirpado».[37] Consecuente­men­te, en un movimiento reminiscente de Cobbett, Thompson levanta el manto del constitucionalismo sugiriendo que él y otros «defen­sores de los libertades civiles están intentando soste­ner en alto la constitución» contra la subversión de «los guardianes de la ley y el orden». Una configuración similar de la crítica moral que reemplaza al análisis materialista ronda los análisis de Thompson sobre el «exterminismo» que identifi­ca la nueva Guerra Fría en los `80.[38]

Conclusión: La perdurable contribución de Thompson

            Existe el peligro de que haciendo estas críticas llegue­mos a la conclusión de que Thompson, si bien fue un marxista de buenas intenciones, tuvo poco que contribuir al futuro del socialismo revolucionario. No quiero sugerir nada de eso. E.P. Thompson fue un gigantesca figura en el desarrollo de la historia marxista. No tengo dudas en sugerir que hasta el momento fue la figura más importante del Grupo de Historiado­res del Partido Comunista Británico cuya lista incluye a Cristopher Hill, George Rudé, Eric Hobsbawm y Rodney Hilton. Y su preponderancia principalmente tiene que ver con el resuelto compromiso político que anima su trabajo: su insistencia en la centralidad de la autoactividad de la clase obrera en el proceso histórico.

            Hay en Thompson una cierta «disposición revolucionaria», una inclinación a buscar la ruptura dentro de las pesadas estructuras de la sociedad que permitan a la acción y la autoactividad hacer girar la historia y determinar una nueva dirección para los hechos. Y esto es lo mejor de su trabajo, cualesquiera que sean sus limites, los maravillosos ejemplos de genuino materialismo histórico que hay en él. Los análisis históricos nunca son simplemente sobre el pasado. Son también sobre la recuperación de las luchas pasadas para forzar y abrir una brecha en la historia que nos permita construir un futuro mejor, en el cual la gloria y el sufrimiento de las luchas pasadas sean redimidas por las futuras victorias de los oprimidos y los explotados.

            Y es por ello que Thompson nos interesa hoy, y por qué debemos lamentar su muerte. Hubo límites en el marxismo de Thompson, algunos de los cuales he abordado en este artícu­lo.[39] Pero esto no cambia el hecho de que él estuvo de nues­tro lado, el lado de aquéllos para los cuales la lucha revolu­cionaria de la clase obrera por su autoemancipación es la causa del presente y del futuro. Las críticas que he reali­zado tienen la intención de superar debilidades en ciertas posicio­nes que adoptó para preservar y extender el esencial impulso de su trabajo. Thompson, pienso, sería el primero en entender que su trabajo fuera tomado y transformado por otros luchado­res de diferentes batallas. «Lo que podemos esperar», escribió una vez, «es que los hombres y mujeres del futuro nos retoma­rán, afirmarán y renovarán nuestra voluntad.»[40] Hay mucho para retomar en los escritos de E.P. Thompson y mucho que merece ser afirmado y renovado.


Notas

    [1]E.P.Thompson, Through the Smoke of Budapest, «The Reaso­ner: A Journal of Discussion, Noviembre de 1956, como reimpre­sión en D.Widgery, The Left in Britain 1956-1968 (Harmondworth 1976) pag. 71.

    [2]Ibid. pags. 67 a 72.

    [3]Ibid. pags. 69 a 70.

    [4]Las referencias a la idea de «comunismo libertario» son una constante en los escritos de Thompson. Véase, por ejemplo, «A Communist Salute» en el último número de The Reasoner (pri­mavera de 1960), como reimpresión en D. Widgery op.cit. pags. 90 a 91; su autorreferencia como un «historiador dentro de una traidición marxista libertaria» en E. P. Thompson, Wri­ting by Candelight, (London, 1980), pag. 166 y su renovada discusión de «comunismo libertario» en Miseria de la Teoría. Por lo general este término se usa indistintamente con el de «huma­nismo socialista».

    [5]En verdad, la excepción a la regla fueron los trabajos que provienen por lo general de la tradición trotzkysta. Un mara­villoso ejemplo es C. L. R. James, The Black Jacobins, prime­ra edición en 1938.

    [6]E. P. Thompson, The Making of the English Working Class (New York 1963) pag. 9.

    [7]Ibid. 12.

    [8]Ibid. pag. 205.

    [9]Ibid. pag. 392

    [10]Ibid. pag. 757.

    [11]Véase, por ejemplo, la discusión de Thompson sobre Thomas Spencer y sus seguidores tanto como su tratamiento de los Owenistas. Más datos sobre estos grupos pueden encontrarse en mis argumentos de Against the Market: Political Economy Market Socialism and the Marxist Critique (London 1993) cap.4.

    [12]Ibid. pags. 808, 816-817.

    [13]Anderson retornó a su tesis 25 años más tarde, en una forma en la cual sus implicaciones reformistas se volvieron mucho más claras. Véase su «The Figures of Descent», New Left Review 161 (Enero-Febrero 1987). Si se desea encontrar críti­cas a este trabajo en su formulación más temprana, ver C. Bar­ker y D. Nicholls (eds), The Development of British Capitalist So­ciety: A Marxist Debate (Manchester 1988); E. M. Wood, The Pristine Culture of Capitalism (London 1991) y A. Callinicos «Exception or Symptom ? The British Crisis and the World System», New Left Review 169 (Mayo-Junio 1988).

    [14]E. P. Thompson, «The Peculiarities of the English», en The Poverty of Theory (op.cit.) pag. 41. Compare esta descrip­ción con la de Marx, Capital, vol 1 (Harmondsworth, 1976), pag. 895.

    [15]Ibid. pag. 45.

    [16]Véase, por ejemplo, N. Geras, «Althusser’s Marxism: An Assessment», y A. Glucksmann, «A Ventriloquist Structuralism», ambos en Western Marxism: A Critical Reader.

    [17]B. Hindess y P. Q. Hirst, Pre-Capitalist Modes of Pro­duc­tion (London 1975), p.132.

    [18]E. P. Thompson, The Poverty of Theory (op.cit.), pags. 204, 225.

    [19]Ibid. pag. 323.

    [20]Ibid. pags. 377, 376-77, 378. Desafortunadamente, la exce­lente argumentación de Thompson se frustra por su subesti­ma­ción de los eventos de 1968 y el impacto que tuvieron en la formación de genuinos revolucionarios en todos el mundo.

    [21]En verdad Thompson produjo una de las mejores caricatu­ras escritas hasta hoy sobre los académicos. En su pequeño libro, Warwick University Ltd; Industry, Management and the Universi­ties (Harmondsworth, 1970), pags. 153-155, provee una maravi­llosa exposición acerca de «la especie Academicus Super­cilio­sus a quien «se infla con autoestima y perpetua auto-congratu­lación como la alta vocación del docente universita­rio». Agradezco a Bryan Palmer por hacerme presente este pasaje.

    [22]Para una útil argumentación sobre la tendencia intelec­tual de la que nos ocupamos ver R.Bradbury «What is Post-Structura­lism ?» International Socialism 41 (Invierno 1988); B. D. Pal­mer, Descent into Discourse: The Reification of Lan­gua­ge and the Writing of Social History (Philadelphia, 1990); y A. Calli­nicos, Against Postmodernism: A Marxist Critique (New York, 1990).

    [23]E. P. Thompson, «Socialist Humanism: An Epistle to the Phi­listines». The New Reasoner: A Quarterly Journal of Socia­list Humanism 1 (Verano 1957), pag. 113-114.

    [24]F. Engels, Letters on Historical Materialism 1890-94 (Moscú 1980) pag. 7.

    [25]L. Trotzky, Notebooks, 1933-35: Writings on Lenin, Dialec­tics,  and Evolutionism (New York 1986), pag. 111.

    [26]E. P. Thompson, Folklore, Anthropology and Social His­tory (Brighton, 1979) pags. 18, 21.

    [27]E. P. Thompson, The Making of the English Working Class (op.cit.) pag. 9.

    [28]E. P. Thompson, Folklore, Anthropology and Social His­tory (op.cit.), pags. 17-18.

    [29]D. Sayer, The Violence of Abstraction: The Analytic Founda­tions of Historical Materialism (Oxford, 1987), pag. 148. Resulta poco sorprendente que Sayer haya adoptado ahora todo el conjunto de puntos de vista de Max Weber y Michel Foucault en su reciente investigación sobre los trabajadores en la sociedad moderna.

    [30]Para encontrar la caracterización de Thompson sobre Marx como culpable de una forma de reduccionismo economicista ver «The Peculiarities of the British» (op.cit.), pag. 83; The Poverty of Theory (op.cit.) pags. 257-60; y Folklore, Anthro­pology and Social History (op.cit.) pag. 19.

    [31]Una formulación de este tipo puede verse en E. P. Thomp­son, Folklore, Anthropology and Social History (op.cit.), pag. 19.

    [32]Palmer (op.cit.) pag. 210. Para ver la grandísima deuda de Palmer con Thompson ver su The Making of E.P.Thompson: Mar­xism, Humanism and History (Toronto, 1988).

    [33]E. P. Thompson, The Poverty of Theory (op.cit.), pag. 241.

    [34]E. P. Thompson, The Making of the English Working Class (op.cit.) pag. 757.

    [35]E. P. Thompson, Whigs and Hunter: The Origin of the Black Act (New York, 1975), pags. 266, 265.

    [36]E. P. Thompson, «The End of an Episode», New Society (13 de diciembre de 1979), pag. 608. Nótese lo irónico de la situa­ción de ver a Thompson refiriéndose a la gente como narcotiza­da cuando lo que caracteriza

    [37]Ibid.

    [38]E. P. Thompson, Writing by Candlelight (op.cit.) pag. 210. Como siempre, los trabajos de Thompson en este área se distin­guieron por su tremenda pasión y entusiasmo. Sin embar­go, su análisis, lanzado en un ensayo titulado «Notes on Exterminism, the Last Stage of Civilisation», New Left Review 121 (Mayo-Junio 1980) vacilan en puntos cruciales. El ensayo muestra una gran descripción de los grandes poderes, como cuando desarro­lla la lógica recíproca que ata a Norteamerica­nos y Rusos en la carrera armamentista. Sin embargo, cerca del final sostiene que el exterminismo en sí no es un «asunto de clase»: es un «asunto humano». En un nivel puramente descrip­tivo esto es obviamente cierto: la devastación nuclear no discriminaría en base a clase. Pero analítica y estratégica­mente esto es come­ter una petición de principios en tanto haya una lógica econó­mica y política en la carrera armamentista que no pueda ser eliminada sin eliminar las prevalecientes rela­ciones de clase de la sociedad.

    [39]Una esclarecedora discusión sobre las raíces de esta debi­lidad se puede ver en D. Hallas «How Can We Move On ?» Socia­list Register 1977, pags. 6-8.

    [40]E. P. Thompson The Poverty of Theory (op.cit.), pag. 234.

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