A esta altura, no hace falta explicar la profundidad de la crisis, ni resaltar que estamos ante un gobierno que le ha declarado la guerra a la clase obrera. El gobierno de Cristina, Alberto y Massa duplicó la devaluación de Macri y sus niveles de inflación. Llevó los índices sociales a cifras cercanas al 2001 y solo la aceleración inflacionaria se interpone entre el peso y las cuasimonedas de un estado quebrado.
Tampoco hace falta explicar que el conjunto de representantes de la burguesía se prepara para resolver la desorganización económica y la crisis fiscal profundizando este ajuste y apelando a una degradación de la vida social desconocida hasta ahora. Eso que llamamos el “consenso liberal” y que cruza al arco que va desde La Cámpora a Milei.
Lo que parece que todavía no se ha comprendido es la profundidad de la crisis política, verdadera llave de salida. La abstención electoral (corroborada en una provincia “próspera” como Neuquén), la crisis de los dos grandes partidos, la trompada a Berni y la adhesión que produce el enojo (y no el programa) de Milei son solo síntomas de una sociedad rechaza el statu quo. Todo rechazo, por supuesto, abre una pregunta sobre cómo seguir.
La burguesía tomó nota. Sus grandes estrategas (De Pablo, Melconián, Pagni, Fraga) lo han dicho claramente: no hay mucho para discutir en términos económicos. Todos saben lo que hay que hacer. El problema es político: cómo recomponer el liderazgo necesario para las tareas que se vienen. Para resolverlo, crea foros donde todos sus representantes políticos y económicos van a debatir una salida en común: kirchneristas, peronistas no K, el PRO, la UCR y hasta Milei pasaron por Llao Llao o, en su momento IDEA, entre otras.
¿Y nosotros? Dispersos, cada uno lucha solo. ¿Y qué discutimos? La “resistencia”, la oposición al ajuste, tal o cual conflicto sindical o territorial. Toda nuestra valiosa energía se nos va en luchas parciales (o peor aún, en trifulcas de cartel por la fórmula electoral) mientras el país se derrumba. Una política revolucionaria se demuestra en momentos como estos, de profundas crisis políticas y de conciencia de aquellos a los que apelamos constantemente. Si pretendemos que la clase obrera no se entregue a su enemigo tenemos que intervenir y abandonar la dispersión y el derroche de fuerzas. La dispersión organizativa y la dispersión programática.
El primer paso es convocar a un congreso obrero, una asamblea para organizar la lucha en un comando unificado. Pero también, para discutir un diagnóstico, una salida y un programa de gobierno. Que quede bien claro quiénes son los que verdaderamente quieren cambiar todo. Pero, también, que quede claro hacia dónde vamos y qué proponemos para lo más inmediato: cómo vamos a resolver la inflación, la desocupación, la inseguridad, la degradación educativa, la vivienda… Tenemos que mostrar que no solo sabemos protestar, sino también gobernar.
Todas las organizaciones tenemos que discutir una salida, sumar nuestras fuerzas y golpear juntos. Todo compañero hastiado debe tener una referencia real. Llamamos, entonces, a todas las organizaciones obreras a una gran asamblea nacional de trabajadores ocupados y desocupados, que delibere y vote un plan de lucha y un programa socialista de gobierno.
Razón y Revolución / Vía Socialista