Del Altiplano al abismo. Sobreexplotación de trabajadores bolivianos en Argentina

en El Aromo nº 64

a64_tes_julia¿Qué les depara nuestro país a los trabajadores bolivianos? ¿En qué condiciones trabajan? Este artículo le describirá el infierno que recorren los compañeros para ganarse unos pesos. Incluso, poniendo en juego su salud. Si todavía guarda prejuicios a nuestros hermanos de clase, lea esta nota.

Julia Egan
TES-CEICS

La población boliviana en Argentina alcanza aproximadamente las 350 mil personas, constituyendo el grupo migratorio más importante después del paraguayo. Los trabajadores del altiplano llegan a nuestro país en busca de mejores salarios que les permitan poder ayudar al resto de la familia y esperando volver con una mejor situación económica. Sin embargo, y a pesar de las peores condiciones de trabajo que imperan en el país vecino, la burguesía argentina (de origen porteño o boliviano) no suele cumplir con las expectativas de progreso que portan los obreros migrantes. Para el año 2003, sólo en Capital Federal y Gran Buenos Aires, residían aproximadamente 64 mil bolivianos mayores de 14 años, de los cuales 29.202 se ocupaban en actividades terciarias (excluyendo el servicio doméstico),14.576 en actividades manufactureras, 11.500 en la construcción y 7.764 en servicio doméstico.1  Como veremos, la única perspectiva posible para ellos es la sobreexplotación “criolla”, pero también “paisana”.

Mucha tela por cortar…

Se estima que anualmente, las remesas enviadas desde talleres bolivianos hacia Bolivia alcanzan los 700 millones de dólares, cifra que explicaría aproximadamente el 20% del PBI del país andino.2  Esto da cuenta, en parte, de la importante presencia de la colectividad boliviana en la actividad local. Sin embargo, hay que discernir entre quienes son obreros (cuyo único medio de vida es la venta de su fuerza de trabajo en las fábricas o talleres) y los dueños de los talleres, quienes proveen a los costureros de sus medios de trabajo.

En Argentina, el rubro de la confección presenta una tasa de empleo no registrado cercano al 40% (515 mil trabajadores), explicando el 13,8% del empleo no registrado para la rama manufacturera. Sin embargo, en 2008 el actual presidente de la UIA, Ignacio de Mendiguren afirmó frente al ex Ministro de Economía, Martín Losteau, que la cifra alcanzaba al 78% de los trabajadores del sector.3  Se estima que en la Ciudad de Buenos Aires hay cinco mil talleres, mientas que a nivel nacional se encuentran registrados tan sólo dos mil. De acuerdo con esto, entre el 80% y el 90% del trabajo se realiza en talleres clandestinos.

Partiendo de esta base, observamos que la fragilidad de las condiciones de trabajo se extiende a otras problemáticas. Según un trabajador que entrevistamos, la jornada de trabajo supera ampliamente la legal, alcanzando las 13 horas diarias. Todo “depende (de) como te desenvuelves en el trabajo, porque si eres rápido tienes más producción y de acuerdo con eso te pagan más”.4  Esto sucede porque los costureros se ven presionados por la presencia del pago a destajo, que los obliga a continuar su labor en la máquina para poder alcanzar un mejor salario.

La calidad del ingreso, por su parte, es paupérrima. En general, el costurero comienza a trabajar con la tela ya cortada, la que es provista por el cliente al cual el tallerista le vende el producto final. El pago por pieza depende del tipo de costura que se realice. Por ejemplo, para un overlockista el pago es de 0,30 y 0,40 pesos por prendas ligeras (musculosas y remeras, respectivamente) y llega a producir aproximadamente 500 por día. Esto depende del grado de detalle de las prendas, ya que las más elaboradas toman más tiempo y en consecuencia se pagan alrededor de 0,50 pesos por pieza. Para el caso de los rectictas, que se dedican a hacer uniones, el pago es por porcentaje, porque no se realiza una prenda completa. Se paga, como mucho, el 10% de la prenda finalizada (0,03 pesos). Por estas mismas prendas, el dueño del taller suele cobrar tres pesos. A esto se suma que el pago suele retrasarse debido a que los dueños de los negocios y los grandes talleres pagan a contraentrega y en general demoran unos días, por lo cual los costureros deben esperar a que los locales a los que provee su patrón realicen el pago. Por otra parte, los costureros suelen colaborar en el armado de los paquetes para la entrega, sumando otra labor por la cual no se les paga. A pesar de las condiciones desfavorables de los trabajadores no registrados, los que están en blanco no se encuentran en una mejor posición, ya que afirman que, aun trabajando en grandes fábricas e incorporando premios, no llegan a reunir 1500 pesos mensuales.5  Actualmente, el convenio firmado por el Sindicato Obrero de la Industria del Vestido y Afines (SOIVA) estipula para la categoría “Medio Oficial de Costura” (costurero capaz de manejar una máquina para la realización de remeras o chombas, entre otras) una remuneración diaria de 97,65 pesos, que apenas permite alcanzar un salario bruto de 1900 pesos, al cual hay que restarle los correspondientes aportes. Vale aclarar que este monto se encuentra muy por debajo del salario mínimo, vital y móvil, estipulado en 2300 pesos. Sin embargo, los salarios de la actividad son tan bajos que en el propio convenio firmado este año lo blanquea, al establecer que “cualquiera fueran los valores resultantes del presente convenio por aplicación de sus escalas salariales”, la remuneración no podrá ser inferior al mínimo establecido.6

Los productos elaborados en los talleres tienen como destino habitual los negocios de la calle Avellaneda en el barrio de Flores o ferias como La Salada. En general, los negocios tienen talleres propios donde emplean unos pocos trabajadores en blanco para encubrir el origen clandestino de la ropa que venden. Allí se elaboran los productos más sencillos mientras que en los talleres de trabajadores bolivianos se realizan los más elaborados. Por otra parte, entre los mismos talleres ilegales se genera una alta competencia para acaparar clientes y, debido a esto, muchas veces se aceptan precios irrisorios. La mayor parte de ellos está emplazado en las villas 1-11-14, la 20, la 21 de Parque Patricios, la 31 de Retiro y Ciudad Oculta.7  Según el entrevistado, dentro de Capital Federal, los talleres que proveen a La Salada se ubican cercanos a la villa Cildañez, en Parque Avellaneda. En ellos, se incluye en el proceso la tarea del cortado de tela, incorporando nuevas tareas al proceso de trabajo.

Por otra parte, los costureros bolivianos se encuentran crecientemente expuestos a una enfermedad característica de las condiciones de vida de principios de siglo XX: la tuberculosis. Sumada a las frecuentes anemias, la tuberculosis se ha vuelto un cuadro usual en estos trabajadores debido a las condiciones de hacinamiento, malnutrición, falta de acceso a los servicios de salud y las condiciones sanitarias de los barrios donde viven. Según los especialistas, en algunos barrios de la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires las tasas son comparables con algunas regiones de África. Durante 2008, se atendieron 2.155 enfermos en la Red de Tuberculosis del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires,  de los cuales 1.089 vivían en la Ciudad y de ellos el 37% correspondía al área de influencia del Hospital Piñeiro. Esta abarca 35 kilómetros cuadrados que equivalen a un quinto de la superficie de la Ciudad y corresponden a los distritos de Flores, Floresta, Villa Soldati, y parte de Villa Luro y Lugano, barrios donde suelen emplazarse los talleres clandestinos. Se estima que allí 141 personas de cada 100 mil habitantes padecen tuberculosis, mientras que en 1999 la tasa alcanzaba a 33 personas por cien mil habitantes, cuatro veces menos que en la actualidad. Otra enfermedad que comienza a propagarse es la silicosis, que provoca el endurecimiento de los pulmones y está asociada al tratamiento que reciben los jeans.8

Obreros bolivianos, obreros argentinos

Esta situación es posible en la medida en que la explotación capitalista se intensifica continuamente. En particular, los obreros bolivianos que trabajan en nuestro país aparecen como una masa disponible para ser explotada en condiciones peores a las que rigen normalmente, ya que conforman aquella fracción de la clase que hemos caracterizado como población sobrante para el capital.

A esta determinación, se suma la falta de organización corporativa y política de estos trabajadores. En general, se ha privilegiado la formación de agrupaciones en torno al carácter étnico o nacional, generando falsas divisiones al interior de la clase obrera, en detrimento de la determinación de mayor jerarquía: la pertenencia de clase. Este obstáculo se ve profundizado por la presencia del trabajo a domicilio, que históricamente dificultó la organización sindical y el control del proceso de trabajo, aunque no la impidió, como lo comprueba la lucha de los mismos obreros de la confección y del calzado a inicios del siglo XX.9  Por lo tanto, la tarea que se plantea es la organización de estos obreros junto con sus pares argentinos y la lucha contra el nacionalismo que, difundiendo la cooperación entre clases, representa la ideología burguesa en el seno de los trabajadores.

Notas

1 Población limítrofe de 14 años y más ocupada por rama de actividad agrupada. Jurisdicciones seleccionadas. Años 2002- 2003. INDEC.
2 D’ Ovidio, María y otros: “Quién es quién en la cadena de valor del sector de indumentaria textil”. Documento Fundación El Otro, Oxfam, Holanda, Mayo de 2007, p. 38.
3 Véase http://parlamentario.com/noticia-13177.html.
4 Entrevista realizada a José, en poder de la autora.
5 Noticias Urbanas, 26/2/2011, www.noticiasurbanas.com.ar
6 Convenio Colectivo de Trabajo CCT 626/11
7 Véase www.comunidadboliviana.com.ar/shop/detallenot.asp?notid=933.
8 BAE, 10/4/2011.
9 Ver Pascucci, Silvina: Costureras, monjas y anarquistas. Trabajo femenino, Iglesia y lucha de clases en la industria del vestido (Bs. As. 1890-1940), Buenos Aires, Ediciones ryr, 2007.

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