De la primera hora – Por Marina Kabat

en El Aromo nº 78

marina kabat image 78Un balance de la obra de Ernesto Laclau

Ernesto Laclau, recientemente fallecido, dedicó su obra a defender las experiencias populistas, lo que lo llevó a decir muchos disparates y ocultar muchas verdades. De la mano de Néstor Kirchner recibió el título de Doctor Honoris Causa. Presentamos aquí un repaso por los puntos más salientes de su obra.

Por Marina Kabat (TES-CEICS)

Ernesto Laclau, estudió Historia en la UBA y se vinculó al Partido Socialista de la Izquier­da Nacional, fundado en 1962 por “el colora­do”, Abelardo Ramos, hoy historiador favorito de Cristina Fernández. Fue ayudante de Gino Germani y colaboró con José Luis Romero en la cátedra Historia Social General. Se fue del país tras el Cordobazo. Página/12 dice que “es­pantado con los altibajos de la democracia ar­gentina, Laclau se quedó a vivir en Inglaterra”.1 Lo cierto es que su viaje lleva el sentido con­trario del de los revolucionarios: abandona la Argentina justo cuando la clase obrera se acti­va (pareciera huir no de la dictadura, sino del Cordobazo) para dirigirse a Inglaterra que en­traba en un período de retroceso, marcado por el ascenso del partido conservador, en el go­bierno entre 1970-1974. Apadrinado por Eric Hobsbawm, ingresa a Oxford, donde se docto­ró en Historia y Sociología. En agosto de 2010, Néstor Kirchner personalmente le entregó el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Juan.

Cero en historia

De acuerdo a la máxima de que nadie es pro­feta en su tierra, Laclau se presentó como fi­lósofo frente a los historiadores, mientras que intentó enseñarle historia los filósofos. Sin em­bargo, ningún historiador serio avalaría los dis­parates que afirma en el primero de sus libros clásicos, Política e ideología en la teoría marxis­ta. En los setenta, al escribirlo, todavía se defi­nía como socialista. No obstante, creía que los “sectores medios” –y no la clase obrera- crecían dentro de la estructura social. Por ello, consi­deraba que el socialismo necesitaba ganar a es­tos sectores, incorporando demandas democrá­tico–populares y reivindicaciones nacionales. El socialismo debía volverse populista, es decir apelar a los sectores populares en un sentido amplio frente al bloque de poder. Laclau consi­deraba al populismo socialista como la cúspide de la política racional.

Según Laclau, en la Argentina del ’30 y el ’40, por su carácter rural, la clase obrera se hallaba circunscripta a pequeños enclaves de las ciuda­des del litoral y vivía una existencia marginal de los enfrentamientos del “pueblo”. El plan­teo carece de fundamento: en 1945, la pobla­ción urbana representaba el 61,6% del total del país.2 A su vez, una fracción de esta minorita­ria población rural estaba, compuesta por clase obrera que al igual que su par urbana había de­sarrollado importantes luchas.3 La clase obre­ra, lejos de tener una existencia marginal, te­nía en su haber importantes gestas: las huelgas de 1902 y 1904, a las huelgas del centenario, la Semana Trágica, la huelga de 1936. Se trata de hechos centrales y constitutivos de la histo­ria argentina.

Para Laclau, los inmigrantes europeos habrían naturalizado al liberalismo y sus instituciones porque les recordaban a la Europa que dejaron atrás. Nuevamente, esto es ridículo: migran­tes de países monárquicos y conservadores son presentados como seres nostálgicos por el repu­blicanismo. Además, sus hermanos que queda­ron allá protagonizaron gestas revolucionarias contra las cuales el 17 de octubre no pude si­quiera medirse.

Laclau desoye razones e insiste: estos gringos emocionalmente atados a su pasado habrían adoptado ideologías obreras liberales. Según el intelectual peronista, tanto el socialismo como el comunismo reproducían la ideología dominante y encerrados en un “reduccionis­mo clasista” desdeñaban las demandas nacio­nales y populares, aislándose del pueblo. Esta apreciación es completamente falsa. En la dé­cada del ´30, las organizaciones sindicales y políticas, incluyendo el PC, ampliaron sus rei­vindicaciones democrático-populares y promo­vieron la conciencia nacionalista.4 Si estas co­rrientes favorecieron el ascenso del peronismo no fue, precisamente, por haber dejado vacan­te las reivindicaciones reformistas. Por el con­trario, son culpables del pecado inverso: su accionar educó a los obreros en el nacionalis­mo, favoreciendo su posterior adscripción al peronismo.

En síntesis la clase obrera argentina sería, según Laclau, una fracción minoritaria reducida a los “enclaves” urbanos del litoral (que reúnen en realidad el 60% de la población), marginada de las grandes luchas del pueblo (no sabemos cuáles) y adscripta emotivamente a los valo­res liberales supuestamente traídos por los mi­grantes europeos. La ideología de estos secto­res habría entrado en crisis con la llegada de migrantes obreros del interior, nacionalistas y ajenos al clasismo. De esta manera, Laclau, al igual que sus mentores – Germani y Abelardo Ramos-, atribuye a los viejos migrantes de ori­gen europeo un sólido credo liberal, mientras que el nacionalismo sería el rasgo notorio de los migrantes internos, supuestamente ajenos al clasismo. Esos migrantes desarticulados e ig­norados por el movimiento obrero tradicional serían organizados por Perón. La clase obrera, desorganizada, recluida y automarginada de las grandes gestas populares, se convierte de pron­to, por arte y obra del líder, en un actor político de peso. Desde esta perspectiva Perón no bus­có encausar dentro del sistema una clase obre­ra previamente movilizada, sino que su acción fue puramente positiva, construyó y creó allí donde nada había. Esta interpretación, necesa­riamente, requiere borrar la historia previa de la clase obrera, algo que Laclau hace sin nin­guna sutileza.

Del mismo modo, el regreso de Perón en los setenta, en la mirada de Laclau, no está prece­dido por un crecimiento de la izquierda ni por una tendencia a la acción autónoma de las ma­sas. El Cordobazo sería el mero producto de grupos armados. Ninguna tendencia ajena al peronismo es digna de mencionarse y esto cae solo por sus contradicciones internas y porque en su radicalización lo vuelve intolerable al po­der. Siguiendo el razonamiento de Laclau se arriba indefectiblemente a un callejón sin sali­da que es el que enfrenta la izquierda peronista.

Laclau, reivindica al socialismo, pero no utiliza el término revolución. Parecería confundir so­cialismo con populismo o creer que el primero sería una mera consecuencia evolutiva del se­gundo. Precisamente, como Laclau borra del horizonte político a la revolución, considera al populismo como la cumbre de la política de clase. Un régimen que debe potenciar las de­mandas populares hasta hacerlas intolerables al capitalismo, pero sin intentar destruir este sis­tema social. Es lógico, entonces, que conduzca a las fuerzas a la derrota, pues se genera el en­frentamiento sin disponerse para el encuentro definitivo.

Con toda su ceguera, en los setenta, Laclau to­davía esperaba más del peronismo. Por eso se atrevía a criticarlo. Para él, el peronismo era populista porque radicalizaba las demandas populares, pero también procuraba circunscri­birlas dentro del proyecto del capitalismo na­cional y articularlas con otros elementos anti­liberales, como el militarismo o el catolicismo. Era, entonces, un populismo bonapartista.

La versión posmoderna

Cuando Laclau escribe La razón populista, ya no cree en la existencia de clases sociales. Su vieja teoría de una ampliación de las clases me­dias ahora es remplazada por la expansión de sectores “marginales” que generan una multi­tud de puntos de ruptura, sin conexión estruc­tural entre sí. El Laclau que niega las clases es incapaz de reconocer a la clase obrera detrás de todas las manifestaciones superficiales que enumera: jóvenes mileuristas, inmigrantes, etc. Para Laclau, cada una de estas expresiones ca­rece de vínculos con el resto. Si alguien llega­ra a creer que algún elemento estructural los une, esto sería una mera ilusión (para Laclau la conciencia de clase es falsa conciencia). Según Laclau, todos estos conflictos expresan “nue­vos discursos” y “nuevas demandas”, ninguno más trascendente o radical que otro. ¿Cómo se construye un proceso político en este universo donde todas las demandas son igualmente vá­lidas o importantes? De algún modo, un con­junto de demandas insatisfechas se unen alea­toriamente. Ésta es precisamente la función del líder. El líder, al ser investido como tal, pasa a representar la totalidad de esas demandas y en esa operación crea al pueblo. El líder no repre­senta, sino que conforma, puesto que no existe una voluntad del pueblo previa al acto de re­presentación. El líder lo es todo. En una me­táfora lacaniana, el líder asume para el pueblo el valor simbólico y emotivo del pecho mater­no. No es extraño que Laclau defienda la relec­ción indefinida de los líderes latinoamericanos en general y de Cristina Kirchner, en particu­lar. 5 La infantil clase obrera sudaca no puede ser destetada.

La construcción identitaria se reduce a un pro­ceso unidireccional y unitemporal, se trata de una “investidura radical.” Es un hecho aislado que ocurre de una vez y para siempre. No por nada Laclau ha sido acusado de presentar una visión mítica y religiosa de los procesos políti­cos. En ella no hay pasado histórico ni futuro: lo que la divinidad construye el hombre no ha­brá de destruir. En el caso, argentino una vez peronista, siempre peronista.

Los populismos realmente existentes

Si Laclau del ’70 reivindicaba los populis­mos y llamaba a radicalizarlos, en el Siglo XXI nos insta a aceptarlos como son. Su propues­ta más radical se limitó proponer un entris­mo “de izquierda” al estilo de Sabatella o de La Cámpora. Afirmó que la única izquierda real es el kirchnerismo y que otros grupos son margi­nales. 6 La juventud, compondría “fuerzas que antes no habían participado del espacio públi­co y que están empezando a hacerlo desde el kirchnerismo.” Para Laclau, los jóvenes pique­teros no existen. Reconoce una nueva protesta social, aunque la acota a “después del 2001” y cree que “esos sectores no consiguen afectar al sistema político global”, hasta que llega Kirch­ner e intenta “que esa protesta social empiece a tener consecuencias sobre el sistema políti­co”. Esta movilización que logró derribar va­rios presidentes, para este intelectual no tuvo consecuencias políticas. En cambio, sí las ten­dría una vez domesticada por Néstor. Para La­clau, el piqueterismo duro “es una forma de la no política, porque no propone ninguna forma de canalización a través del marco institucional existente”. Es decir, es político respetar el mar­co del Estado capitalista; intentar trascenderlo, no. Por eso, se refiere a un “antagonismo ad­ministrado”. Es más, cuando distintos sectores de la clase obrera salen a la calle en contra del ajuste kirchnerista, Laclau llama a “institucio­nalizar” el conflicto, a resolverlo “en el marco de las elecciones, donde se desenvuelve la lucha ideológica”. Exactamente lo mismo que pidió el Gobierno.

Al igual que en la emergencia del peronismo clásico, el proceso histórico tras el cual surge el kirchnerismo es borrado para presentar al lí­der populista como el creador del movimien­to. Con ello, esconde que se trata, en realidad, de un personal político que emerge en un con­texto de paridad de las fuerzas enfrentadas (la fuerza social revolucionaria y las fuerzas del or­den), para sostener el sistema capitalista. Cuan­do esa dirigencia luego intenta quebrar defini­tivamente el empate y cerrar el proceso por derecha, haciendo el ajuste pendiente, Laclau propone a la clase obrera entregar sus armas, abandonar la calle y canalizar su desconten­to en las urnas. Difícilmente, otro intelectual haya expresado tan acabadamente los deseos del gobierno actual.

Notas

1 Radar, Página 12, 07/06/2005.

2 Ferreres, Orlando (dir.) Dos siglos de economía argentina, Fundación Norte y Sur, Buenos Ai­res, 2010, p. 235.

3 Sartelli, Eduardo: La sal de la tierra, Ediciones ryr, Buenos Aires, en prensa.

4 Hiroshi Matsushita, Movimiento obrero ar­gentino, sus proyecciones en los orígenes del peronismo (1930-1945) Buenos Aires, Edicio­nes ryr, 2014.

5 “La democracia real en América Latina se basa en la reelección indefinida de los líderes”, Pági­na 12, 2/10/11.

6 El país, 2/10/2011.

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