Un balance de la obra de Ernesto Laclau
Ernesto Laclau, recientemente fallecido, dedicó su obra a defender las experiencias populistas, lo que lo llevó a decir muchos disparates y ocultar muchas verdades. De la mano de Néstor Kirchner recibió el título de Doctor Honoris Causa. Presentamos aquí un repaso por los puntos más salientes de su obra.
Por Marina Kabat (TES-CEICS)
Ernesto Laclau, estudió Historia en la UBA y se vinculó al Partido Socialista de la Izquierda Nacional, fundado en 1962 por “el colorado”, Abelardo Ramos, hoy historiador favorito de Cristina Fernández. Fue ayudante de Gino Germani y colaboró con José Luis Romero en la cátedra Historia Social General. Se fue del país tras el Cordobazo. Página/12 dice que “espantado con los altibajos de la democracia argentina, Laclau se quedó a vivir en Inglaterra”.1 Lo cierto es que su viaje lleva el sentido contrario del de los revolucionarios: abandona la Argentina justo cuando la clase obrera se activa (pareciera huir no de la dictadura, sino del Cordobazo) para dirigirse a Inglaterra que entraba en un período de retroceso, marcado por el ascenso del partido conservador, en el gobierno entre 1970-1974. Apadrinado por Eric Hobsbawm, ingresa a Oxford, donde se doctoró en Historia y Sociología. En agosto de 2010, Néstor Kirchner personalmente le entregó el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Juan.
Cero en historia
De acuerdo a la máxima de que nadie es profeta en su tierra, Laclau se presentó como filósofo frente a los historiadores, mientras que intentó enseñarle historia los filósofos. Sin embargo, ningún historiador serio avalaría los disparates que afirma en el primero de sus libros clásicos, Política e ideología en la teoría marxista. En los setenta, al escribirlo, todavía se definía como socialista. No obstante, creía que los “sectores medios” –y no la clase obrera- crecían dentro de la estructura social. Por ello, consideraba que el socialismo necesitaba ganar a estos sectores, incorporando demandas democrático–populares y reivindicaciones nacionales. El socialismo debía volverse populista, es decir apelar a los sectores populares en un sentido amplio frente al bloque de poder. Laclau consideraba al populismo socialista como la cúspide de la política racional.
Según Laclau, en la Argentina del ’30 y el ’40, por su carácter rural, la clase obrera se hallaba circunscripta a pequeños enclaves de las ciudades del litoral y vivía una existencia marginal de los enfrentamientos del “pueblo”. El planteo carece de fundamento: en 1945, la población urbana representaba el 61,6% del total del país.2 A su vez, una fracción de esta minoritaria población rural estaba, compuesta por clase obrera que al igual que su par urbana había desarrollado importantes luchas.3 La clase obrera, lejos de tener una existencia marginal, tenía en su haber importantes gestas: las huelgas de 1902 y 1904, a las huelgas del centenario, la Semana Trágica, la huelga de 1936. Se trata de hechos centrales y constitutivos de la historia argentina.
Para Laclau, los inmigrantes europeos habrían naturalizado al liberalismo y sus instituciones porque les recordaban a la Europa que dejaron atrás. Nuevamente, esto es ridículo: migrantes de países monárquicos y conservadores son presentados como seres nostálgicos por el republicanismo. Además, sus hermanos que quedaron allá protagonizaron gestas revolucionarias contra las cuales el 17 de octubre no pude siquiera medirse.
Laclau desoye razones e insiste: estos gringos emocionalmente atados a su pasado habrían adoptado ideologías obreras liberales. Según el intelectual peronista, tanto el socialismo como el comunismo reproducían la ideología dominante y encerrados en un “reduccionismo clasista” desdeñaban las demandas nacionales y populares, aislándose del pueblo. Esta apreciación es completamente falsa. En la década del ´30, las organizaciones sindicales y políticas, incluyendo el PC, ampliaron sus reivindicaciones democrático-populares y promovieron la conciencia nacionalista.4 Si estas corrientes favorecieron el ascenso del peronismo no fue, precisamente, por haber dejado vacante las reivindicaciones reformistas. Por el contrario, son culpables del pecado inverso: su accionar educó a los obreros en el nacionalismo, favoreciendo su posterior adscripción al peronismo.
En síntesis la clase obrera argentina sería, según Laclau, una fracción minoritaria reducida a los “enclaves” urbanos del litoral (que reúnen en realidad el 60% de la población), marginada de las grandes luchas del pueblo (no sabemos cuáles) y adscripta emotivamente a los valores liberales supuestamente traídos por los migrantes europeos. La ideología de estos sectores habría entrado en crisis con la llegada de migrantes obreros del interior, nacionalistas y ajenos al clasismo. De esta manera, Laclau, al igual que sus mentores – Germani y Abelardo Ramos-, atribuye a los viejos migrantes de origen europeo un sólido credo liberal, mientras que el nacionalismo sería el rasgo notorio de los migrantes internos, supuestamente ajenos al clasismo. Esos migrantes desarticulados e ignorados por el movimiento obrero tradicional serían organizados por Perón. La clase obrera, desorganizada, recluida y automarginada de las grandes gestas populares, se convierte de pronto, por arte y obra del líder, en un actor político de peso. Desde esta perspectiva Perón no buscó encausar dentro del sistema una clase obrera previamente movilizada, sino que su acción fue puramente positiva, construyó y creó allí donde nada había. Esta interpretación, necesariamente, requiere borrar la historia previa de la clase obrera, algo que Laclau hace sin ninguna sutileza.
Del mismo modo, el regreso de Perón en los setenta, en la mirada de Laclau, no está precedido por un crecimiento de la izquierda ni por una tendencia a la acción autónoma de las masas. El Cordobazo sería el mero producto de grupos armados. Ninguna tendencia ajena al peronismo es digna de mencionarse y esto cae solo por sus contradicciones internas y porque en su radicalización lo vuelve intolerable al poder. Siguiendo el razonamiento de Laclau se arriba indefectiblemente a un callejón sin salida que es el que enfrenta la izquierda peronista.
Laclau, reivindica al socialismo, pero no utiliza el término revolución. Parecería confundir socialismo con populismo o creer que el primero sería una mera consecuencia evolutiva del segundo. Precisamente, como Laclau borra del horizonte político a la revolución, considera al populismo como la cumbre de la política de clase. Un régimen que debe potenciar las demandas populares hasta hacerlas intolerables al capitalismo, pero sin intentar destruir este sistema social. Es lógico, entonces, que conduzca a las fuerzas a la derrota, pues se genera el enfrentamiento sin disponerse para el encuentro definitivo.
Con toda su ceguera, en los setenta, Laclau todavía esperaba más del peronismo. Por eso se atrevía a criticarlo. Para él, el peronismo era populista porque radicalizaba las demandas populares, pero también procuraba circunscribirlas dentro del proyecto del capitalismo nacional y articularlas con otros elementos antiliberales, como el militarismo o el catolicismo. Era, entonces, un populismo bonapartista.
La versión posmoderna
Cuando Laclau escribe La razón populista, ya no cree en la existencia de clases sociales. Su vieja teoría de una ampliación de las clases medias ahora es remplazada por la expansión de sectores “marginales” que generan una multitud de puntos de ruptura, sin conexión estructural entre sí. El Laclau que niega las clases es incapaz de reconocer a la clase obrera detrás de todas las manifestaciones superficiales que enumera: jóvenes mileuristas, inmigrantes, etc. Para Laclau, cada una de estas expresiones carece de vínculos con el resto. Si alguien llegara a creer que algún elemento estructural los une, esto sería una mera ilusión (para Laclau la conciencia de clase es falsa conciencia). Según Laclau, todos estos conflictos expresan “nuevos discursos” y “nuevas demandas”, ninguno más trascendente o radical que otro. ¿Cómo se construye un proceso político en este universo donde todas las demandas son igualmente válidas o importantes? De algún modo, un conjunto de demandas insatisfechas se unen aleatoriamente. Ésta es precisamente la función del líder. El líder, al ser investido como tal, pasa a representar la totalidad de esas demandas y en esa operación crea al pueblo. El líder no representa, sino que conforma, puesto que no existe una voluntad del pueblo previa al acto de representación. El líder lo es todo. En una metáfora lacaniana, el líder asume para el pueblo el valor simbólico y emotivo del pecho materno. No es extraño que Laclau defienda la relección indefinida de los líderes latinoamericanos en general y de Cristina Kirchner, en particular. 5 La infantil clase obrera sudaca no puede ser destetada.
La construcción identitaria se reduce a un proceso unidireccional y unitemporal, se trata de una “investidura radical.” Es un hecho aislado que ocurre de una vez y para siempre. No por nada Laclau ha sido acusado de presentar una visión mítica y religiosa de los procesos políticos. En ella no hay pasado histórico ni futuro: lo que la divinidad construye el hombre no habrá de destruir. En el caso, argentino una vez peronista, siempre peronista.
Los populismos realmente existentes
Si Laclau del ’70 reivindicaba los populismos y llamaba a radicalizarlos, en el Siglo XXI nos insta a aceptarlos como son. Su propuesta más radical se limitó proponer un entrismo “de izquierda” al estilo de Sabatella o de La Cámpora. Afirmó que la única izquierda real es el kirchnerismo y que otros grupos son marginales. 6 La juventud, compondría “fuerzas que antes no habían participado del espacio público y que están empezando a hacerlo desde el kirchnerismo.” Para Laclau, los jóvenes piqueteros no existen. Reconoce una nueva protesta social, aunque la acota a “después del 2001” y cree que “esos sectores no consiguen afectar al sistema político global”, hasta que llega Kirchner e intenta “que esa protesta social empiece a tener consecuencias sobre el sistema político”. Esta movilización que logró derribar varios presidentes, para este intelectual no tuvo consecuencias políticas. En cambio, sí las tendría una vez domesticada por Néstor. Para Laclau, el piqueterismo duro “es una forma de la no política, porque no propone ninguna forma de canalización a través del marco institucional existente”. Es decir, es político respetar el marco del Estado capitalista; intentar trascenderlo, no. Por eso, se refiere a un “antagonismo administrado”. Es más, cuando distintos sectores de la clase obrera salen a la calle en contra del ajuste kirchnerista, Laclau llama a “institucionalizar” el conflicto, a resolverlo “en el marco de las elecciones, donde se desenvuelve la lucha ideológica”. Exactamente lo mismo que pidió el Gobierno.
Al igual que en la emergencia del peronismo clásico, el proceso histórico tras el cual surge el kirchnerismo es borrado para presentar al líder populista como el creador del movimiento. Con ello, esconde que se trata, en realidad, de un personal político que emerge en un contexto de paridad de las fuerzas enfrentadas (la fuerza social revolucionaria y las fuerzas del orden), para sostener el sistema capitalista. Cuando esa dirigencia luego intenta quebrar definitivamente el empate y cerrar el proceso por derecha, haciendo el ajuste pendiente, Laclau propone a la clase obrera entregar sus armas, abandonar la calle y canalizar su descontento en las urnas. Difícilmente, otro intelectual haya expresado tan acabadamente los deseos del gobierno actual.
Notas
1 Radar, Página 12, 07/06/2005.
2 Ferreres, Orlando (dir.) Dos siglos de economía argentina, Fundación Norte y Sur, Buenos Aires, 2010, p. 235.
3 Sartelli, Eduardo: La sal de la tierra, Ediciones ryr, Buenos Aires, en prensa.
4 Hiroshi Matsushita, Movimiento obrero argentino, sus proyecciones en los orígenes del peronismo (1930-1945) Buenos Aires, Ediciones ryr, 2014.
5 “La democracia real en América Latina se basa en la reelección indefinida de los líderes”, Página 12, 2/10/11.
6 El país, 2/10/2011.