Crisis financiera y de la integración regional capitalista

en El Aromo nº 55

aromo55_ome_reginaOsvaldo Regina
Colaborador

Los capitalistas de las economías más débiles de la Unión Europea tienen sus negocios en caída libre por la crisis financiera, con una fuerte caída del producto interno bruto desde mediados de 2008 que no se revierte por el momento (ver gráfico). Capitalistas y funcionarios estatales temen ser expulsados del paraíso burgués de la moneda común, mientras ruegan por más préstamos gubernamentales con los que poder cancelar otros privados anteriores que se usaron para financiar orgías de ganancias al capital y de éxitos fáciles en política económica. Se acabó el derroche que en España, Grecia, Portugal e Irlanda permitió brevemente la entrada oficial de estos capitalistas y burócratas de segunda en el primer mundo. Ahora buscan quien pague la cuenta.

Igual que las ganancias y el consumo en la Argentina de los años noventa, los rezagados se financiaron con “entrada de capitales”, es decir, con dinero ajeno. En Argentina, eso terminó no antes de que Bush negara su auxilio financiero antes de la depresión de 2002, cuando se llegó a un enorme desempleo, superior al 20% de la población activa, y un feroz ataque al salario real mediante la depreciación alentada por Duhalde y la inflación subsiguiente. Igual que el gobierno De la Rúa, en Europa se ensaya el ajuste fiscal con la ilusión de que un superávit daría confianza y se podría, por ese camino. contraer más y más deudas.

Como es de rigor bajo el capitalismo, incluida su versión “posmoderna” del Estado europeo de Bienestar, los costos del ajuste capitalista supranacional no lo van a pagar capitalistas ni funcionarios sino asalariados. De hecho, ya comenzó la devaluación del Euro frente al Dólar (cayó 21% desde 1,51 dólares en diciembre pasado a 1,19 a principios de junio) y hace meses que están en danza los planes de reducción del gasto estatal social y salarial. A pesar de que Alemania, Francia y otros ya aceptaron ser prestamistas de última instancia en el caso de Grecia y también, se supone, en los demás casos de incapacidad de pago que surjan (España, Irlanda, Portugal…), se espera, sin gran disimulo, que los trabajadores pagarán la cuenta de las exclusivas festicholas del capital.

El violento aumento del desempleo (ver gráfico) crea condiciones económicas favorables al ataque contra los trabajadores, aumenta la competencia en la clase y facilita la rebaja del salario real. Sin embargo, con el ejemplo de ya varias huelgas generales en Grecia, las condiciones subjetivas del proletariado europeo tienen buena base para una resistencia sólida contra la reestructuración social y política en marcha.

El nivel de endeudamiento estatal del primer mundo es enorme y sigue creciendo, tanto en Europa como en EE.UU. y Japón. El Estado japonés debe 2 veces su PBI, Italia y Grecia más del doble, Francia, Alemania y Portugal cerca del 80%, el Estado yankee, muy cerca del promedio mundial, debe algo más de la mitad de su PBI. Ese endeudamiento es seguramente impagable salvo que medie una gran licuación o una quita, como la deuda de países periféricos como el nuestro. Esto no niega que la banca les siga prestando mientras el negocio de la deuda parezca viable a corto y mediano plazo. Pero implica incubar una próxima crisis fiscal y financiera. Es decir, posterga y prepara futuras crisis fiscales y bancarias.

No es una paradoja, desde Marx y su teoría del Estado, que las burocracias políticas que desde mediados del siglo XX controlan los estados capitalistas más poderosos pudieran sobreponerse a las crisis cíclicas más profundas manipulando al mercado con el herramental keynesiano y, sin embargo, labran su propio desastre hipotecándose para rescatar a capitalistas en bancarrota por la crisis. Los salvatajes compensan y así permiten conservar la relación de fuerzas entre sectores necesaria para la continuidad del sistema. No menos importante, legalizan el acceso a un mayor control económico y político de los funcionarios estatales sobre la sociedad y las empresas. Las medidas de salvataje consolidan y acrecientan el enorme poder y riquezas que ya controlan las burocracias políticas. Consolidan y acrecientan también la corrupción y la creciente autonomía y tendencia al bonapartismo en los regímenes políticos. Pero hay que tomar debida nota del hecho de que estas burocracias, que siguen siendo burguesas por su base social y económica, hipotecan ciegamente la estabilidad futura del sistema: cuanto más garantizan la propiedad privada en medio de la crisis, más debilitan al aparato estatal para prevenir futuras crisis. Esta conducta irresponsable amenaza las bases políticas de su control del Estado porque atenta contra la continuidad de los regímenes democráticos y las condiciones materiales de existencia de las masas y favorece una intervención independiente de los explotados.

La crisis financiera europea está dando cátedra acerca de la debilidad económica y política de la unión capitalista de estados independientes, unión a su vez originada en la incapacidad de los estados nacionales para regular los efectos corrosivos del mercado sobre sus instituciones. Sin embargo, el antiguo proyecto de una Europa unida pacíficamente mediante la integración regional se convierte en recurso legal para la dominación política y financiera de los estados más débiles y su encuadramiento bajo la tutela de Alemania con la anuencia de Francia. En este camino, el Euro termina siendo un disfraz del Marco. La crisis del Euro significaría el fin para una supremacía Alemana en Europa sin recurrir a la guerra. Las políticas de ajuste que se exigen, por ejemplo en Grecia, ponen necesariamente a los gobiernos en contra de los justos reclamos populares. Se quitan así herramientas antirecesivas, con el consiguiente debilitamiento político y social y favoreciendo la injerencia de Alemania como tutor o protector de los estados en crisis.

Ante la crisis griega, los trabajadores en lucha cuestionaron esta forma actual recién descrita de integración europea. Pero difícilmente los asalariados europeos, políticamente conscientes de sus intereses de clase, vayan a sostener el reaccionario fraccionamiento nacional que los condena a su atomización como clase y siempre fuera motivo de tantas masacres fratricidas a lo largo de la historia de Europa.

Pero si estas asimetrías suceden a países mucho más ricos que los latinoamericanos y frente a un poder político y económico de magnitud inferior a la de EE.UU., ¿qué se podrá esperar de la integración continental en América, en el patio trasero de la primera potencia capitalista mundial y con el sustancial retraso técnico y productivo de los latinoamericanos?

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