Por Pablo Rieznik[1]
(1949-2015)
El ocio recreado
Hasta aquí, el elogio al ocio de Lafargue aparece, entonces, como una especie de tensión con la tradición que, desde el fin de la Edad Media, coloca al trabajo como la fuente misma de lo humano y de la humanidad. Es el trabajo de la sociedad burguesa, el que dota al hombre de la posibilidad de elevarse por encima de la dependencia primitiva de la naturaleza y lo dota de una universalidad propia y esencial. El ensanchamiento de su mundo, es decir, de aquello que es su propia construcción, alcanza la dimensión de un conjunto gigantesco de relaciones sociales que adquieren la forma de una totalidad concreta, el todo de un sistema planetario, la realidad de un mercado mundial y de una interconexión material entre los hombres que no cesa de deslumbrar en su vastedad inagotable. ¿Cuál es el lugar, en este mundo, de la pereza, del reclamo de un ocio incompatible con el “dogma del trabajo”?
Para responder tal interrogante es necesario precisar: estamos hablando, no del trabajo en general, sino del trabajo en su expresión concreta y contradictoria en la sociedad capitalista. Lafargue no se refiere al trabajo como potencia social genérica sino a su oposición/contradicción con el trabajo impotente del propio trabajador, del trabajo explotado, del trabajo que se presenta como mercancía, del trabajo cuya sustancia es expropiada del productor directo para pasar al control de sus poseedor, del capitalista, del propietario de las medios de producción. Es, en consecuencia, el trabajo desprovisto de las condiciones del propio trabajo, puesto que la clase trabajadora moderna lo es a partir de su separación de los medios de producción y de su apropiación por parte de los que no trabajan: el capital es una relación social establecida, precisamente, en este antagonismo fundante entre poseedores y desposeídos.
Este fue, precisamente, el punto de partida de la elaboración crítica de Marx, admirablemente expuesta en sus famosos Manuscritos económico-filosóficos y que nos ocupáramos de analizar en un texto reciente, referido al 150 aniversario del Manifiesto Comunista.[2] El trabajo, en consecuencia, es trabajo alienado.
Mediante el trabajo alienado, el trabajo se deshumaniza, se vuelve simple actividad mecánica y pura animalidad, fuerza y desperdicio; el trabajador se convierte en un “puro apéndice de la máquina” desprovisto de todo aquello que no sea rutina, repetición, engranaje, sin alma ni vida. Es trabajo esclavo moderno. En el comienzo del capítulo de su obra –De l’alienation…, relativo al problema del ocio y el gozo Naville cita a Simone Weil[3]: “Nadie aceptaría ser esclavo dos horas; la esclavitud, para ser aceptada, debe durar lo suficiente, cada día como para quebrar algo elemental en el hombre”. El trabajo como tarea compulsiva, forzada por la obligación del proletario de vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, debe extenderse cotidianamente lo necesario para confundirse con la existencia misma de la esclavitud asalariada, sin tiempo para considerar otra alternativa.
Que haya demasiado tiempo libre, fuera del trabajo, es incompatible con su cualidad de labor alienada y explotada. Desde este punto de vista, la antítesis del trabajo, no es el trabajo mejorado, valorizado, “humanizado”; es el no-trabajo, la órbita de las actividades libres. Cantidad y calidad: el tiempo “libre” entre jornadas extensas, apenas como reposo imprescindible para el mantenimiento de la fuerza de trabajo, es la continuidad de la esclavitud. La forma social del trabajo y del no-trabajo forman una suerte de par unívoco. Por eso existe el ocio alienado, el consumo compulsivo, la explotación del “tiempo libre”. La conquista real del ocio y del gozo es incompatible con el trabajo enajenado. La superación de tal enajenación sólo muy parcialmente tiene que ver con un cambio en las condiciones “latu sensu” del propio trabajo, en el sentido de convertirlo en una actividad más agradable y compatible con un menor desgaste físico, es decir, con la preservación del propio trabajador. Este es apenas, un medio, un recurso del movimiento actuante de los trabajadores contra la explotación, por un límite a su extenuación física y moral.
La superación del trabajo alienado, del trabajo que “usa” al trabajador para valorizar al capital, es un orden nuevo de la sociedad. Un orden en el cual, por un lado, el trabajador colectivo se apropia del carácter social de su propio trabajo y lo desenvuelve de un modo conciente, por lo tanto, como individuo social. Por otro lado, es la posibilidad de que el trabajo y el no-trabajo formen un todo armónico, más allá de los límites de la pura necesidad de reproducción vital, de la exigencia material de la tarea penosa y compulsiva que es propia de la lucha por la vida, de la estrechez de recursos, de la miseria del desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad.
La crítica del trabajo
De un modo general, sin embargo, el punto de vista marxista trasciende la visión de todo el socialismo y los utopistas que lo anteceden. Estos últimos consideraban al trabajo como la medida misma del hombre, en oposición a la ociosidad característica del orden precapitalista. Para Marx, en cambio, la “emancipación de los trabajadores”, es el punto de arranque de la “emancipación del hombre del propio trabajo”, como trascendencia de su ámbito de vida, más allá de la restricción propia de la necesidad. En este caso, Marx sustituyó el deseo y la voluntad abstractamente concebida, sea por un trabajo agradable, sea por un ocio creativo, por el análisis concreto del capital, de la potencia material que éste creaba como requisito ineludible para la conquista de la “libertad”. La conquista de un mundo humano por el hombre se presenta, entonces, como consecuencia de la metamorfosis del trabajo (y el no- trabajo social), derivado de la superación de las relaciones de explotación propias del capitalismo.
La pereza enaltecida por Lafargue nada tiene que ver, en consecuencia con la no-actividad, comprendida como sinónimo del no-trabajo. La inactividad pura es lo opuesto a la existencia vital. El organismo vivo, al contrario se identifica con los intercambios activos y constantes con el medio del cual forma parte. El no-trabajo no es la inactividad sino la actividad que no tiene precio; es, en ese sentido la “jouissance”, el disfrute de la vida, el gozo. La eliminación del carácter mercantil, de la compra y venta de trabajo y, por lo tanto, la transformación del propio trabajo en una actividad “libre”, no determinada externamente por el mercado cambia totalmente el significado del trabajo mismo.
El punto de partida de Marx no fue la revalorización genérica del trabajo como artífice de la construcción de una sociedad en la cual la producción adquirió el vuelo propio de su constructor y el mundo la forma de una obra humana social y colectiva, inimaginable en cualquier época del pasado. Esta es herencia de los mejores pensadores que lo antecedieron y cuya “crítica”, esto es, cuya asimilación y superación, es el principio de la actividad teórica-práctica del marxismo. El trabajo para mí y no para otro, tal es la condición de la reconstrucción de un mundo humano que está puesto cabeza para abajo. En la medida en que desaparece la relación de amo y esclavo, que el trabajo para mí es el trabajo social, no para otro sino con los otros, como parte de los otros, en la armonía de lo mío y lo del otro; en esa misma medida el antagonismo entre el trabajo y el trabajador, entre el trabajo privado y el trabajo para la sociedad, entre el tiempo libre (fuera del trabajo) en el cual vivo y el trabajo en el cual no vivo; en resumen el antagonismo propio de la alienación tiende a desaparecer. Trabajo social no enajenado que, entonces sí, es la expresión vital no negada del propio hombre, por un lado, y extensión del tiempo libre como resultado de la extraordinaria productividad el trabajo empleado en la producción inmediata, por otro. Son los dos polos de la “emancipación del trabajo”.
El mérito de El derecho a la pereza es haber expresado esto bajo la forma de un auténtico manifiesto: “En ninguna parte mejor que en el texto de Lafargue, están expuestas las articulaciones del análisis marxista”.[4] Anticipándose a la conocida obra de Veblen,[5] Lafargue transforma la crítica al ocio, de los pensadores de la sociedad burguesa en ascenso, en un ataque al ocio, la improductividad y el derroche propio de una etapa superior de acumulación de la propia sociedad capitalista: “Para poder cumplir con su doble función social de no productor y superconsumidor, el burgués debió no solamente violentar sus gustos modestos, perder sus costumbres laboriosas de hace dos siglos y entregarse al lujo desenfrenado, a las indigestiones atiborradas y sifilíticas, sino también sustraer al trabajo productivo una masa enorme de hombres, a fin de procurarse ayuda…”. Las diatribas furibundas de Lafargue “contra el trabajo” no son la vindicación pura del no-trabajo frente a su opuesto; uno y otro son categorías históricas, incomprensibles fuera del espacio y del tiempo.
En realidad, el yerno de Marx, al atacar el “trabajo” cuestiona aquello que el mismo contiene de “no-trabajo”; critica la negación del trabajo por el capital y critica el “no trabajo”, sea por su carácter íntimamente vinculado a las cadenas del propio trabajo, sea por su contenido específico en el caso del ocio capitalista. En primer lugar, porque el “trabajo” propiamente dicho, bajo el dominio del capital, es la explotación vital del obrero y, por lo tanto, “no trabajo”, la negación del trabajo como auténtica actividad de desdoblamiento del hombre en su obra, como expresión de sí. En segundo lugar porque el “no trabajo”, en la medida en que es funcional al “trabajo” asalariado, es condición y continuación de la misma explotación del trabajo y se niega como esfera propia de la libertad. En tercer lugar porque el “no trabajo” de los propietarios de los medios de producción, como atributo derivado del propio desarrollo del capital, manifiesta su existencia en el consumo y en la vida improductiva del burgués sobreproductor y derrochador.
La pereza, el “no trabajo”, en su connotación más sustantiva es, por lo tanto, la perspectiva de una nueva historia del hombre en la cual, parafraseando al Manifiesto Comunista, “el desarrollo de cada hombre sea la condición para el desarrollo de la humanidad entera”. Es decir, es la perspectiva de una humanidad social en la cual la personalidad humana, el individuo y la sociedad se estructuren como unidad desprovista de la explotación secular del hombre por el propio hombre.
[1]Fragmento del artículo publicado en Sartelli, Eduardo (comp): Contra la cultura del trabajo, Ediciones ryr, Bs. As., 2007.
[2]Rieznik, Pablo: “La dictadura del proletariado como un acto de cordura (y una referencia al amor)” en En defensa del marxismo, nº 24, abril 1998.
[3]Naville, Pierre: De l’alienation a la jouissance, Edit. Librairie Marcel Riviere, Paris, 1957.
[4]Lanfant, Marie Françoise : Sociología del ocio, Ediciones Península, Barcelona, 1978.
[5]Veblen, Th.: Teoría de la clase ociosa, FCE, México, 1966.
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