Peronistas y trotskistas frente a la figura de Rivadavia
El trotskismo reproduce una tradición ensayista y nacionalista, sobre la cual no puede construirse un programa revolucionario. Para ello hay que comprender de primera mano los orígenes del capitalismo argentino, así como el lugar de las clases y sus partidos en la historia.
Por Santiago Rossi Delaney (Grupo de Investigación de la Revolución Burguesa-CEICS)
Como hemos señalado ya numerosas veces, para el conjunto de la izquierda argentina, el proceso revolucionario abierto en 1810 en el Río de la Plata no habría constituido naciones plenamente capitalistas. Una conclusión semejante obedecía a dos déficits elementales: la tradición ensayista (el método) y los vicios nacionalistas (programáticos), que la han llevado a repetir en numerosas ocasiones las opiniones de historiadores peronistas. Se trataría de una historia repleta de “traiciones” personales y egoísmos de una clase parasitaria que dominaría todo el siglo XIX. Ello incluiría tanto a los primeros revolucionarios como a aquellos a los que destinaremos el presente artículo: el unitarismo. Veamos de cerca.
La conspiración foránea
El programa de liberación nacional postula básicamente la necesidad de liberar la nación de las trabas de “imperialismos” foráneos, apoyando a una burguesía nacional. Este aspecto nodal tendría una base histórica, en la cual, los unitarios -con la figura de Rivadavia a la cabeza- serían los principales responsables políticos de realizar la “entrega” del país. Esta premisa del nacionalismo –una oligarquía “entreguista”-, es compartida por el trotskismo. Peor aún, se trata de un análisis donde el progreso del capitalismo es rechazado en pos de la defensa de un romántico atraso, atribuyendo potencialidades a producciones precapitalistas provinciales.
José María Rosa, reconocido historiador peronista, expresaba que las reformas rivadavianas tenían por objetivo “civilizar”, lo que constituía un sinónimo de “importar tradiciones ajenas” favoreciendo el ingreso oculto “del capital y el comercio extranjero”.[1] Toda una defensa de la tradición hispana feudal frente a las fuerzas capitalistas. La dominación extranjera se expresaría a partir de las medidas impulsadas desde el Estado: la creación del Banco de la Provincia de Buenos Aires, el cual habría permitido “que los comerciantes del exterior pudieran llevarse el poco metálico de la plaza en una cantidad hasta entonces inusitada”[2]; el empréstito de Baring Brothers, el cual habría tenido como función favorecer a un consorcio de capitalistas locales, que tomaron un porcentaje del empréstito, y al mismo tiempo, beneficiar a los bonistas ingleses a partir de altos intereses; y por el régimen de enfiteusis, el cual es entendido como un mecanismo para hipotecar la tierra pública en provecho de los intereses de los ingleses, y además, para favorecer a los “especuladores” locales que compraban tierra y se desprenderían de ella rápidamente obteniendo “grandes beneficios”. Los unitarios habrían colaborado en la conformación de una “colonia económica”, es decir, “un mercado para la venta de mercaderías industriales, que provee a su vez materias primas y víveres”.
Del mismo modo lo señalaba Abelardo Ramos fundador del Partido Socialista de la Izquierda Nacional: los unitarios serían representantes de “comerciantes e importadores, apoyados por los ganaderos, interesados en el tráfico con Inglaterra”.[3] Rivadavia se caracterizaría por “su cipayismo, la carencia de todo sentimiento nacional”, producto “del complejo de fuerzas económicas que encarnaba”.
El trotskismo vernáculo no escapó a esta caracterización. Tal es el caso de Liborio Justo, quien batallara en los primeros grupos trotskistas de los años 30 por introducir el Programa de Transición de forma religiosa, justificándolo con una interpretación nacionalista y ensayística de la historia argentina. Es así que para Justo, “Rivadavia representaba al comercio exterior de Buenos Aires, en manos de comerciantes extranjeros y los grupos porteños vinculados a ellos. Una subclase que […] no tenía en cuenta para nada los intereses del país.”[4] Estaríamos en presencia entonces de una clase “parasitaria, alejada de toda producción”, solo preocupada en que su actividad “dejara las mayores ganancias”. De este modo, “se atentaba contra los intereses provinciales que eran nacionales”. Es decir, la nación se crearía sobre la base de regímenes provinciales atrasados, sujetos bajo normas gremiales propias de la noche de los tiempos.
Milcíades Peña tampoco escapa a estas caracterizaciones. Para este autor, el accionar de Rivadavia y los unitarios habría continuado el interés de la burguesía comercial en colaborar con el capital inglés.[5] Los altos intereses del empréstito de 1824 ampliarían la capacidad de penetración política y comercial de los ingleses, propiciando la “descapitalización del país”. El razonamiento llevaría al extremo de señalar que Rivadavia habría sido el primer gobernante en ser “derrocado” por los ingleses.
Para Peña, detrás de cada uno de los grandes proyectos transformadores de Rivadavia existía una empresa británica. El Banco de Buenos Aires no sería más que una institución creada “bajo el dominio del capital financiero inglés” y con la enfiteusis, Rivadavia habría actuado como “agente de los capitales financieros que querían colonizar el país”. Así, el objetivo de los unitarios sería la utilización de los fondos de la Aduana “bajo la hegemonía de Buenos Aires, para hacer de toda la nación un solo mercado donde comprar y vender en beneficio de la burguesía porteña y sus socios ingleses”.
Como vemos, no existen grandes diferencias entre la historiografía peronista y la izquierda. En todos los casos, el rivadavianismo se reduce a un sector vinculado con el capital financiero inglés, sin intereses nacionales.
Un proyecto nacional
Cualquier dato elemental permite poner al descubierto que la realidad es muy distinta y supera estos ensayos. Por un lado, no es cierto que el unitarismo expresaba exclusivamente los intereses de una “oligarquía mercantil”. El análisis de los las listas de unitarios confeccionadas, entre 1830 y 1831, por las Comisarías de campaña y los cuerpos de los Juzgados de Paz de la provincia de Buenos Aires, ejecutadas por orden del gobierno de Rosas, nos muestra que de 780 unitarios un 48% eran “hacendados”, un 28% “labradores” y, por último un 24% comerciantes. Si bien hay una importante cantidad de comerciantes, es evidente que un 76% de los unitarios de la campaña se dedicaban a actividades agrícolas.[6] En el mismo sentido, se constata una importante presencia del unitarismo en amplias fracciones de la población agraria, ya sean hacendados, pulperos, jueces de paz, quienes colaboraron activamente en la construcción del Estado. Incluso se ha señalado la participación de peones rurales, y otros grupos de explotados quienes, naturalmente, engrosaron las filas de los ejércitos de la Liga del Interior dirigida por el general Paz. Es evidente, que ello implicó la construcción de una alianza social mucho más compleja, que da cuenta de una sociedad algo menos simple, y con contradicciones más profundas, de lo que supone una mirada superficial.
También es falso el supuesto carácter antinacional atribuido a las medidas impulsadas por Rivadavia. Desde ya, ninguna porción de tierra se adjudicó en enfiteusis a ningún inglés en carácter de bonista… ni siquiera se puede afirmar que haya implicado un mecanismo que favoreció la “especulación” ya que tan solo un 25% del total de las tierras dadas en enfiteusis se vieron afectadas por transferencias entre particulares. En cuanto a la enfiteusis, el proyecto de la concentración de la tierra es parte de las tareas burguesas, ya que permite aumentar la escala de producción. Este proceso es propio de cualquier desarrollo capitalista y, por lo tanto, parte de la revolución burguesa.
También se conoce que el Banco de la Provincia logró incrementar el monto del empréstito de 1824 en $2,9 millones a $3,4 millones, produciendo una diferencia de $527.618, es decir, un crecimiento del 18%. De haber continuado, habría permitido hacer frente a los intereses establecidos por la casa Baring Brothers.[7] Más allá de los altos intereses, el préstamo resultó un importante aliciente para la caja fiscal hasta que los fondos fueron absorbidos para hacer frente a la guerra del Brasil. Por un lado, el dinero obtenido permitió un aumento de prácticamente el 50% de presupuesto estatal, no se pagaron intereses por más de 40 años, y cuando finalmente se lo hizo a partir de 1862, estos implicaron menos del 5% del presupuesto del Estado. Es decir, los intereses pagados no agotaron al fisco del Estado ni establecieron dependencia alguna.
No podemos tampoco hablar de un gobierno antinacional cuando Rivadavia se jugó el pellejo político y agotó los recursos en gastos militares frente a un Imperio como el de Brasil que competía con su hegemonía del espacio. Incluso, la Tesorería nacional, llegó a quebrarse, sufriendo un duro déficit fiscal de 13.377.749,4 pesos, culminando la experiencia con una caja acuciada y con escasas reservas.
Tampoco se percibe que el conflicto que envuelve al unitarismo exprese una insalvable contradicción Interior (federal y nacional)-Buenos Aires (unitario y antinacional). Por el contrario, la Aduana de Buenos Aires representaba un elemento clave para establecer alianzas interprovinciales en un contexto donde la cuestión nacional permanecía abierta. De este modo, no es casual que en las filas del unitarismo, tuvieran gran presencia burguesías provinciales. Ejemplos sobran: Facundo Quiroga hasta 1825, la Liga Unitaria, el gobierno de Arenales en Salta y siguen las firmas…
Todo conduce a afirmar que, contra las caracterizaciones del nacionalismo, el proyecto rivadaviano expresaba a la necesidad de construir un Estado nacional burgués, sobre la base de la abolición de las aduanas internas y la creación de un aparato financiero nacional sostenido por la Aduana de Buenos Aires. La alianza con el capital inglés no impidió la creación de instituciones propias, por el contrario, coadyuvó en su realización.
El trotskismo, como vemos, reproduce una tradición ensayista y nacionalista, sobre la cual no puede construirse un programa revolucionario. Para ello hay que comprender de primera mano los orígenes del capitalismo argentino, así como el lugar de las clases y sus partidos en la historia. Solo a partir de este método pueden superarse las visiones superficiales a las cuales apela el peronismo para justificar su programa burgués. Esa es la verdadera tarea pendiente.
[1]Rosa, José María: Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, Huemul, Buenos Aires, 1967, p. 73.
[2]Rosa, José María: Rivadavia y el imperialismo financiero, Peña Lillo, Buenos Aires, 1986, p. 55.
[3]Ramos, Abelardo: Revolución y contrarrevolución en la Argentina, Tomo I, Plus Ultra, Buenos Aires, 1965, p. 22.
[4]Justo, Liborio: Nuestra patria vasalla. Historia del coloniaje argentino, Tomo I, Editorial Schapire, Bs. As., 1968, p. 478.
[5]Peña, Milcíades: Historia del pueblo argentino, Emecé, Bs. As., 2012, p.67.
[6]Gelman, Jorge. “Unitarios y federales. Control político y construcción de identidades en el primer gobierno de Rosas”, Anuario IEHS, 19, Tandil, 2004.
[7]Rossi Delaney, Santiago: “¿Quién estafó a quién? El empréstito de la Baring Brothers y la conformación del Estado Argentino”, El Aromo n° 76.