Bariloche: la cuarentena de los sin techo

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El problema de la vivienda es un problema del conjunto de los trabajadores. Pero en las condiciones que impone la pandemia y la cuarentena, el asunto se vuelve más acuciante. En Bariloche la situación es desastrosa, porque la infraestructura que pone a disposición el gobierno es insuficiente y peligrosa.

El Hogar Emaús está destinado a alojar a trabajadores desocupados y sin techo. Funciona hace trece años y la pandemia expuso con claridad lo inútil de la política de los gobiernos de turno.

Desde marzo, el Hogar da refugio a 30 obreros que no cuentan con las condiciones básicas para vivir y no tienen a nadie más. Muchos de los que allí pernoctaban, en épocas normales, salían durante el día a changuear. Debido a la pandemia, está situación se modificó por temor a los contagios y a un brote del COVID-19 en el lugar.

Hay que remarcar que algunos de los trabajadores que vivían en el Hogar, previo a la cuarentena, tuvieron que hospedarse en casa de familiares o amigos para priorizar a los desocupados que viven en la calle, durante la pandemia. La desocupación de los obreros no es producto de la pandemia. No se trata de “nuevos sin techo”. Lo que sucede es que ahora la pandemia los visibilizó.

El Hogar tiene como función la contención. Sin embargo, el municipio no tiene una política para los desocupados más allá de eso. Toda su política en esta materia fue gestionar junto a Cáritas, un espacio más para aislar a la población de riesgo. Se trata de lo mínimo que puede hacer la gestión municipal, separar en dos grupos a los que allí residen para evitar los contagios de la población en riesgo. De mejorar la situación de los desocupados, ni una palabra. El IFE de $10.000, pagado por ahora en dos oportunidades, no alcanza para nada, menos en una ciudad como la nuestra, donde el costo de vida es tan alto.

Hay que remarcar que al Hogar se incorporaron, durante la cuarentena, casos de los más variados. Además de los laburantes desocupados, hay obreros que han sido expulsados del hogar donde vivían o que ya no pueden pagar el alquiler por la falta de ayuda estatal o porque la crisis económica, que recae sobre el bolsillo de los trabajadores, les impide afrontar una serie de gastos. Otros se incorporaron porque llegaron de otras provincias con promesa de trabajo, que la pandemia paralizó y no pueden retomar a sus hogares porque no cuentan con los recursos para hacerlo.

Esta última situación se extendió no sólo a los obreros, sino también a sus familias. Como el Hogar Emaús solo recibe varones, las familias deben separarse y buscar alternativas. No hay tampoco, en la ciudad, un refugio de este estilo para las mujeres en situación de calle, algo de por sí alarmante.

Frente a esta situación, se improvisó, poniendo a disposición de las familias “varadas”, sin empleo y sin ayuda estatal, las instalaciones de la Iglesia Metodista Pentecostal. Imposibilitados de volver a sus provincias por la falta de trabajo o asistencia, encuentran en la localidad la misma situación de angustia y desesperación. La situación de la Iglesia Metodista Pentecostal no es mejor que la del Emaús. En un principio, se fijó un límite de 10 personas para refugiar, debido a los espacios, para respetar el distanciamiento obligatorio y no hacinar a la gente. Sin embargo, luego se duplicó, llegando a 20 personas que, obviamente, no pueden estar distanciadas de la misma manera que si fueran la mitad. Aquí, además como diferencia al Emaús, los albergados pueden salir a changuear durante el día, poniendo en riesgo no sólo sus vidas, sino las de todos los que allí pernoctan. Esto devela la política criminal del Jefe Comunal.

Lo curioso, además, es que el municipio, en vez de resolver el problema apelando incluso al gobierno provincial o nacional, solicitó la asistencia al Consejo Pastoral de la ciudad, para que ayude a los “sin techo”. La respuesta fue contundente. Los lugares dónde se podía alojar a los trabajadores ya estaban desbordados y no contaban con más espacio. El municipio, otra vez, se llamó a silencio. Esto llevó a un cuestionamiento por parte del Consejo, por dejarlos solos, sin ningún tipo de ayuda. Como Gennuso solo aportó algunas raciones de comida en cuatro oportunidades, tuvieron que recurrir a la solidaridad obrera. Solidaridad que se fue deteriorando al calor del deterioro general de sus condiciones de vida.

Ante la falta de respuestas contundentes, Gennuso volvió a dar una respuesta miserable frente a los que menos tienen. En lugar de elaborar políticas públicas destinadas a los más necesitados, consignó el Centro Comunitario Ruca Che, un centro destinado a la realización de talleres, para albergar a 30 “sin techo”, que se sumaban al resto, a medida que avanzaba la pandemia.

Como la improvisación del gobierno durante la cuarentena está a la orden del día, acá nuevamente salió a flote. El Centro Comunitario no contaba ni con duchas ni con agua caliente, en pleno invierno. Por lo tanto, en lugar de readecuar el espacio para evitar contagios, la municipalidad puso a disposición unas combis para trasladar a los “sin techo” al gimnasio municipal 1, que tiene agua caliente. Es decir, en plena pandemia, no sólo se deja a la población más vulnerable en una situación crítica, sino que también se la expone a un posible contagio, porque se la alberga en lugares insalubres, que no cuentan con las mínimas condiciones de higiene como es el agua caliente, en un lugar como Bariloche y en uno de los inviernos más fríos de los últimos 20 años. Desidia e improvisación pura. A esta situación se suma que la única política que dispuso Gennuso para que descienda el número de hospedados fue la flexibilización de la cuarentena. Esto significa exponerlos a un posible contagio. Una política claramente antiobrera y criminal.

¿Realmente no hay otra salida posible para los sin techo? Claro que la hay. Estamos hablando de un ciudad que vive del turismo, y de un turismo que maneja precios internacionales. Hay una densa red hotelera que podría resolver de un plumazo el problema de los sin techo, dándoles albergue de calidad. Recordemos que en Bariloche hay hoteles de alta categoría y, hasta los más básicos, cuentan con lo que los albergues improvisados del municipio no tienen. El problema no es la falta de espacio, el problema es una decisión política. Gennuso, Carreras y Fernández defiende el bolsillo de los patrones y no la salud obrera. Por eso no avanzan en la solución más obvia y sencilla al problema.

Ellos, como buenos gobernantes burgueses, optan por defender la ganancia por sobre la vida de la clase obrera. Nosotros no podemos permitirlo. Es necesario poner toda la red hotelera paralizada al servicio de las necesidades de la clase obrera. También es necesario un subsidio a la desocupación no menor a la canasta básica. Solo así se podrá mejorar, en la realidad, la situación de extrema vulnerabilidad por la que atraviesan la clase obrera.

Razón y Revolución Río Negro

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