Te invité a un debate y te escapaste por la tangente sin contestar nada. No resulta difícil confirmar, entonces, que toda tu atropellada, basada exclusivamente en las diez líneas de Crítica, es una montaña de puerilidad. No voy a abundar sobre el asunto porque no querría volverme pueril. Sí, sin embargo, me gustaría puntualizar un par de cosas. En primer lugar, no te pedí ninguna “gauchada”, actitud que rara vez el PO ha tenido con nosotros. Simplemente te pedía que no mintieras. Digo, porque o mentiste hace apenas un año, o mentís ahora. En mayo del año pasado, en la presentación de La cajita infeliz dijiste:
“El libro de Eduardo Sartelli, en ese sentido, se distingue de toda esa literatura [de denuncia de la globalización]. Porque ya en las primeras páginas, explicando el concepto de la totalidad, dice que a esto no se le puede poner remedio por medio de parches en tal o cual circunstancia o situación, sino que se trata de una interpelación y de un cuestionamiento al conjunto del sistema capitalista. El libro, por tanto, responde a otro tipo de literatura: la literatura anticapitalista, la literatura revolucionaria. No a la literatura de denuncia, que ha defendido un sistema de reformas a esta situación que ha fracasado.”
Cuesta creer que algo así pueda decirse de un “democratizante” académico. Es cierto que cabe otra posibilidad, y es que mi organización y yo hayamos abandonado ese camino. ¿Tus pruebas? Las diez líneas de Crítica. Dicho sea de paso, no tengo nada que reprocharle a la periodista que redactó la nota, salvo el que no aclarara que se trataba de una entrevista y que el resultado final no me dejara bien parado en términos literarios. Te podrás dar cuenta que por una pavada tal no voy a armarle un escándalo a una trabajadora ante sus patrones. Hubiera sido diferente si lo que se me atribuyera fuera algo que jamás diría. Parece que no entendiste: no estoy repudiando el contenido de la nota, puse sobre la mesa lo que vos ya sabés: no se puede juzgar ni a un intelectual ni a una organización por el contenido de una nota suelta que quién sabe cómo se produjo. Más cuando tenés elementos de sobra, de años, para tener un juicio distinto. Si hubiera escrito yo la versión final publicada, probablemente tampoco hubiera llamado a la construcción del socialismo como respuesta a la crisis, aunque ya el título que la periodista eligió demuestra de sobra para dónde va el razonamiento. ¿Por qué? Por una razón sencilla: no se es más revolucionario porque se responda “socialismo” a cada pregunta. Salvo que creas que mi intervención en Crítica ha causado un daño terrible al movimiento revolucionario, daño que no reparará jamás el libro de 800 páginas del que tan bien hablaste hace un año. A propósito, acabo de ver a Pitrola en televisión señalando la necesidad de la nacionalización de la banca (ya lo hizo Bush) y del comercio exterior (las retenciones son más o menos eso) y la defensa del mercado interno (como dicen Lascurain y Moyano). Del socialismo, ni palabra. Tal vez lo dijo antes, porque lo agarré “empezado”, pero, de no ser así, te ruego no le entregues un dirigente de su importancia, lo digo sin ironía, al campo democratizante… Si yo no supiera quién es Néstor, su historia de lucha, la organización a la que representa, podría recortar sus palabras y concluir cualquier cosa, como hiciste vos conmigo. Como tengo un respeto elemental por los revolucionarios como él, no hago tonterías como las tuyas.
Parece que hasta vos mismo te das cuenta de la puerilidad de la excusa que elegiste para romper nuestras relaciones (que, como ya aclaré, siempre contuvieron un elemento de unilateralidad, en tanto hemos hecho más por el PO que lo que el PO hizo por nosotros), obligándote a decir algo más sustantivo. Por ejemplo, parece que ahora descubriste que nuestro “democratismo” se remonta a la época en la cual definíamos al Bloque Piquetero como el germen del partido de la revolución. Aclaro lo de “germen” porque tiene su importancia. Pidiendo disculpas por ponerme un poco “académico”, señalo que “partido” es una realidad compleja. En sentido estricto, un partido es un programa. Un programa es, como dice ese Gramsci que citás, la expresión de una voluntad colectiva. Esa voluntad se expresa más allá del papel, en los cuerpos de quienes se postulan para llevar adelante las tareas que el programa ordena. Dicho de otra manera, todo partido requiere de un personal político. Sin embargo, las ideas no adquieren fuerza de masas hasta que las masas no las toman como propias, Marx dixit. No hay partido sin masas. La finalidad última del partido es transformarse en Estado. En criollo, el partido es una realidad histórica que se desarrolla a través de la lucha de clases. Cada uno de sus elementos se desarrolla a través de ese proceso. Ese desarrollo nunca es lineal; todo lo contrario, lo usual es que esos elementos se desplieguen en forma desigual y contradictoria.
En la Argentina, desde fines del siglo XIX existen programas y personales políticos que se plantearon la lucha socialista. Sin embargo, el salto crucial, el momento en que las ideas adquieren fuerza de masas, ocurre pocas veces en la historia, porque anuncia cambios cualitativos. En esos momentos, el partido crece abruptamente porque alguna o algunas fracciones del proletariado se incorporan a su estructura y comienzan a actuar bajo su dirección. Normalmente ello ocurre en medio de grandes crisis, que provocan la aparición de instrumentos, más o menos desarrollados, de doble poder. En esos instrumentos se procesa la lucha política entre los diferentes personales políticos que pretenden coronar la formación del partido. De allí la importancia del Bloque piquetero y de la ANT. Su aparición significaba la irrupción de fracciones del proletariado que exigían una delimitación política de los diferentes grupos que se postulaban como dirección. En ese proceso se produce la unidad real de distintos grupos (el Bloque Piquetero) y la separación de otros (el PTS, D´Elía y Alderete). La ANT resultó ser el ámbito en el cual se procesarían las diferencias y se iría constituyendo la hegemonía del personal político más adecuado para dirigir a las masas. Sólo repasar la historia muestra que el más firme postulante a ese cargo era el Partido Obrero. Precisamente por eso había que defender la continuidad del Bloque Piquetero y de las ANT: porque allí estaba el germen del partido, el punto en que se encuentra con las masas y deja de ser un conjunto de personas que se atribuye lo que todavía no es. Más claro: porque el Partido Obrero encontraba allí un canal hacia las masas en el desarrollo de su hegemonía política. La misma razón por la que Lenin no enarbola la consigna “Todo el poder al Partido Bolchevique”, sino “Todo el poder a los soviets”. De allí la importancia de la ANT. Por la misma razón que Trotsky especula todo el tiempo con las contradicciones de los partidos rivales a los efectos de partirlos, atraer a los elementos dinámicos y descartar a los atrasados, es decir, constituir la hegemonía a través de las alianzas y no contra ellas. De allí la importancia del Bloque Piquetero.
Precisamente, de nuevo, por eso me pareció siempre que tu acierto, el del partido quiero decir, había sido “brillante”. Porque mientras varios agrupamientos rechazaron a los desocupados como “lúmpenes” y cosas peores o se aferraban a la dogmática afirmación de que sin los obreros ocupados no podía construirse nada, vos empujaste al partido a formar el Polo Obrero. Cuando los desocupados irrumpieron bajo la dirección del PCR y de la FTV, el partido no le escapó al bulto y concurrió a esas asambleas en las que incluso hablaba Moyano, a sabiendas de estar en una posición completamente minoritaria. Había olido que allí empezaba a cocinarse algo real. Incluso cuando los piqueteros “blandos”, como fueron conocidos después, se cortaron solos, el PO fue reticente a apartarse bajo el temor de alejarse del proceso de masas. La formación del Bloque Piquetero y de la ANT tuvo al PO como eje de construcción, creciendo en tamaño y autoridad política en el evento más importante de la lucha de clases en la Argentina desde los años ’70. Por esa causa, y no por algún “instinto”, Razón y Revolución se definió siempre por una relación especial con el Partido Obrero: porque es el único personal político que ha demostrado la audacia y la capacidad de encarnar en las grandes masas con un programa revolucionario. Dicho de otra manera, eso que vos me achacás, la consideración del BP como germen del partido, no sólo lo creaste vos, sino que es, hasta ahora, tu mayor acierto político. Espero que no te autocondenes como “democratizante”…
Veamos ahora un punto que dejé de lado, por pueril, en la primera intervención. ¿Soy un intelectual “académico”? No entiendo qué querés decir con eso: Claudio Katz, hasta donde sé, milita en la Cuarta mandelista y es un chavista convencido y Lozano es diputado por la CTA, que es claramente un partido. No sé que Lozano sea profesor en algún lado, pero es claro que no es ese el lugar desde donde escribe. En mi caso, no veo la diferencia entre Pablo Rieznik y yo, salvo que él llama a votar al PO desde dentro y yo desde afuera. Te aclaro: trabajo como docente. Si el hecho de trabajar en la universidad me convierte en “democratizante”, tendrás que amputar buena parte de la UJS, en particular aquellos compañeros que hasta ayer nos imputaban insultos tales y que hoy se desesperan por ocupar cargos en cátedras y en conseguir becas en CONICET. Lo que no está mal, no veo por qué hay que repudiar el dinero del Estado para construir el partido. Por otra parte, esos intelectuales que enumerás no fueron “académicos” porque no pudieron, no porque no quisieron. Hasta fines de la Segunda Guerra Mundial y, aún así, no en cualquier lugar del mundo, los empleos universitarios estuvieron negados a intelectuales revolucionarios. El propio Marx, que llegó a pedir trabajo en el ferrocarril (donde lo rechazaron por mala letra), hubiera estado feliz de tener una “cátedra”, algo que sabía imposible luego de conocer las desdichas de individuos menos urticantes, como Bruno Bauer.
Tu argumento es que RyR no construye “partido”. Mi argumento es el contrario: un programa, la expresión de una voluntad colectiva, no se limita a afirmaciones generales y se construye en enfrentamientos. Es decir, a partir de posicionarse correctamente en cada uno de ellos. Para eso hay que estudiar la realidad, no contentarse con las líneas básicas del Programa de Transición. Porque nosotros vivimos en la Argentina en el siglo XXI. Reconocerás que algo habrá cambiado desde 1940 y que nuestro país no es la Europa de la Segunda Guerra. Alguien tiene que tomarse esa tarea, que llevaron adelante en su momento, como pudieron, los intelectuales que reivindicás. Sin embargo, ¿dónde están El desarrollo del capitalismo en Argentina (Lenin), El desarrollo industrial de la Argentina (Luxemburgo), La cuestión chacarera (Gramsci), El dieciocho brumario de Néstor Kirchner y La lucha de clases en Argentina (Marx) y otros textos cruciales para todo proceso revolucionario? Imagino que no te animarás, como hacen algunos compañeros que no conocen nada mejor, a poner en ese lugar los tomitos de Milcíades Peña…
Tal vez por el desdén con que asumís la construcción del programa, despreciás lo que nosotros hacemos. Sin embargo, si hubieras puesto a alguien a estudiar las relaciones sociales sobre las cuales tenés pensado causar una conmoción revolucionaria, el partido no hubiera vacilado como lo hizo en el último conflicto del campo. Como sobre eso no decís nada, presumo que el que calla otorga. Sólo te recuerdo que esas vacilaciones algún día pueden resultar en graves problemas.
Tal vez, de nuevo, por eso no entendés, al menos en el campo “artístico”, que sindicalismo no es lo mismo que trabajo revolucionario. Es curioso, porque si algo caracteriza al sindicalismo es, precisamente, su carácter “democratizante”, como bien explicó Lenin hace mucho. Lucharte es un organismo sindical. Está muy bien, nosotros lo reivindicamos como tal, pero en modo alguno puede considerárselo un instrumento de la propaganda socialista. Mucho menos la dirección del PO en la SEA, donde no sólo se hace sindicalismo a secas sino que ese sindicalismo realiza una propaganda política burguesa. ¿A qué llamás ataque “artero”? ¿A pedir explicaciones, como miembros de la SEA, por la política que la dirección de ese sindicato lleva adelante? ¿A señalar nuestra sorpresa porque su presidenta, a la que el PO nos llamó a votar, aparezca en el organigrama de la Fundación El Libro? Podrías haber defendido a la dirección del PO en la SEA con algo más efectivo que los insultos que nos prodigás. Podrías haber dicho que la Fundación no es un organismo patronal o que la presidenta de la SEA ocupa allí un puesto estrictamente laboral. Nosotros no afirmamos nada, salvo que esa situación debería ser aclarada. ¿Otra vez, el que calla otorga? Por otro lado, no veo la propaganda revolucionaria de la SEA. Tal vez estoy ciego, pero armar mesas para que hablen los responsables editoriales de los suplementos culturales de los grandes diarios burgueses no encaja en lo que yo llamo propaganda revolucionaria. Tampoco encaja allí que Prensa Obrera auspicie mesas de debate en las cuales un fascista llama a aplastar a los desaparecidos con un diario, como insectos. Tampoco encaja bien que la nueva figura pública del PO, Pompeyo Audivert, utilice su indudable maestría teatral en protagonizar éxitos de público en los cuales se “demuestra” que el mundo no se puede cambiar (Woyzeck) y que todos somos fascistas (Heldenplatz). Me imagino que habrá compañeros, en el partido, que intentan llevar adelante una tarea revolucionaria en el campo “cultural” y que deben tener alguna contradicción con los elogios a Leonardo Favio, o con esa asquerosa chupada de medias a la dirección del partido a propósito de Bergman. Me imagino también que tu elevación de León Ferrari a la altura de artista revolucionario, que él mismo se encargó de desmentirte en la cara y luego frente a las “masas” desde el palco en el que apoyaba a Aníbal Ibarra, debe causarle alguna contradicción a esos mismos compañeros. Lo mismo cuando Eduardo Mileo publica y prologa a poetas reaccionarios con la excusa de que son “jóvenes”. El partido tiene artistas e intelectuales revolucionarios. No se los apoya cuando se concilia con la burguesía permanentemente en nombre de la “amplitud”. Si para armar sindicatos “amplios” es necesario realizar la política de la burguesía, abreviemos y hagámonos kirchneristas. Si para dirigir un sindicato es necesario adoptar la política del enemigo, prefiero perder. ¿Quién es, entonces, el democratizante?
En el texto anterior te invité a un debate público sobre estos temas. Reitero, igual que entonces: donde quieras, cuando quieras, como quieras. En tu respuesta señalás que eludo el eje del debate, que es, según vos, sobre la crisis. No importa. Vamos a eso entonces. Otra vez: donde quieras, cuando quieras, como quieras.
Eduardo Sartelli