Almorzando en la mesa del patrón. La explotación en la rama textil

en El Aromo n° 46

Por Silvina Pascucci – La industria de la confección de indumentaria es un claro ejemplo de lo que significó la “recuperación kirchnerista”. Luego de la crisis de los `90, que la encontró debilitada frente a sus competidores internacionales, había tomado un impulso notable a partir de la devaluación. Sin embargo, el fantasma de las importaciones nunca desapareció, y en plena primavera K, hacia el 2004, los empresarios del sector ya veían con preocupación que el nivel de productos importados superaba a las exportaciones. Es que por más “trampa” que se haga con el encarecimiento del dólar, la rama sigue siendo poco competitiva a nivel internacional, si la comparamos con el alto nivel de mecanización de algunos países, así como también con los bajos salarios que compensan el retraso tecnológico en otros, como el sudeste Asiático. Frente a la dificultad para incorporar tecnología (obstaculizada aún más luego del 2002 precisamente por la devaluación), el auge de la industria estuvo sostenido sobre la base de una degradación de las condiciones laborales, bajos salarios y trabajo en negro, sobre todo a partir del trabajo a domicilio. Los sectores empresariales venían proponiendo esta “alternativa” desde hace mucho. Como veremos en este artículo, los capitalistas de la confección bregaron por la protección a la industria nacional, a partir de un tipo de cambio favorable. Sin embargo, necesitaron de otro elemento para alcanzar mayor competitividad: la flexibilización laboral y la terciarización, es decir, al uso intensivo de la mano de obra, tanto interna como a domicilio.

La confección de indumentaria en números

Antes de analizar los reclamos empresariales, repasemos brevemente algunos datos cuantitativos que aportan los Censos Nacionales Económicos1 para conocer el camino recorrido por el sector luego de la década del ‘70.

En relación a la cantidad de establecimientos se observa una caída entre los dos primeros años censados (7.887 en 1974 a 5.137 en 1985), aunque luego pareciera mantenerse relativamente estable, en torno a los 5.000 establecimientos. Cabe aclarar que, según los datos de los censos, pareciera no haber aumentado la cantidad de establecimientos de confección luego de la devaluación. En efecto, mientras que para 1994 habría 5.225 unidades, para el 2005 el número es de 5.028. Esta caída entre ambos años contrasta con la información aportada por revistas e informes empresariales donde se registra una mayor cantidad de empresas luego del 2002 (la revista Perspectives, por ejemplo, asegura que para diciembre de 2005 existen 11.600 empresas de confección de indumentaria2). Por un lado, es probable que estas fuentes contabilicen también los talleres y locales clandestinos, que no están incluidos en el censo. Además, dado que no hay censos que brinden información de fines de la década del ‘90, no podemos conocer la trayectoria de esta rama en los momentos más agudos de la crisis. En efecto, como aseveran las fuentes empresariales, lo que pareciera suceder es que muchas empresas cierran hacia el 2001, con lo cual, los 5.028 establecimientos que registra el censo de 2005 puede estar mostrando un repunte, luego de dicha crisis, aunque sin alcanzar los niveles anteriores, registrados en la década del ´70.

En los censos de 1974 y 1994, hay información desagregada con respecto a la escala de los establecimientos. Los censos muestran un notable predominio de los talleres pequeños, es decir, aquellos que emplean pocos trabajadores internos. En efecto, tanto para 1974 como para 1994, la categoría que más cantidad de establecimientos registra es la más baja, es decir la que nuclea locales que tienen de 1 a 10 empleados. En el primer año, estos establecimientos explican el 87% del total mientras que para 1994, representan el 85%. Al cruzar estos datos con los de producción, podemos observar el grado de concentración. En efecto, para 1974, los 6.860 locales de 1 a 10 personas explican solamente el 22% del total de la confección de prendas, mientras que 16 establecimientos que emplean de 300 a 1000 personas representan el 21% de la producción total de la rama. Del mismo modo, para 1994, los 4.434 locales más pequeños alcanzan el 25% de la producción, al tiempo que el 10% es realizado en 23 establecimientos que emplean de 151 a 400 obreros. De este modo vemos que existe cierto nivel de concentración en la rama, pero sin llegar a centralizarse, es decir, sin llegar a eliminar a los pequeños capitales, que siguen representando una parte importante del producto total.

En cuanto a la cantidad de personal remunerado, vemos que existe una disminución de casi el 70% entre 1974 y 1994. Lamentablemente no tenemos información detallada del último censo, ya que sus resultados definitivos no están aún procesados. Podemos completar este análisis con un dato que brinda el INDEC, donde se contabilizan, para el año 2002, un total de 25.187 asalariados. Si comparamos esto con los 42.000 trabajadores censados en 1994, vemos que la tendencia sigue siendo a la baja3.

Los censos de 1974 y 1985 utilizan una categoría interesante para nuestra rama. Se trata de “pagos a terceros”, que se refiere al monto devengado por trabajos realizados por terceros (contratistas, subcontratistas, talleristas, trabajadores a domicilio). Es significativo que para ambos años, el monto registrado en esta categoría es relativamente alto e implica un porcentaje también alto, si lo comparamos con el total de salarios abonados. En efecto, para 1974, del total de gastos devengados en mano de obra en forma directa o indirecta (sean salarios o pagos a terceros), el 29% está utilizado para pagar a terceros. Para 1985, el porcentaje disminuye bastante, pero sigue registrando un alto nivel, que alcanza el 20%. Suponemos que estos altos niveles están vinculados con la importancia del trabajo a domicilio aunque es necesario aclarar que, dado su grado de informalidad, es probable que estas cifras estén sumamente devaluadas.

Los reclamos empresarios por protección a la industria

La mayoría de las fuentes empresariales y los estudios oficiales coinciden en señalar que esta industria necesita de una fuerte regulación del comercio para evitar que la importación de productos más baratos arruine la producción local. De este modo, coinciden también en denunciar los efectos que provocaron la convertibilidad y la apertura del comercio durante los años ‘90. La revista Perspectivas, por ejemplo, denuncia que entre 1993 y 2000, el valor agregado cayó un 37 %, la demanda interna un 36%, el empleo un 51% y el salario real un 20%. El saldo del comercio exterior registró un déficit acumulado de 3.163 millones de dólares en textiles y 1.081 millones en indumentaria4. La revista brinda esta información con el claro objetivo de defender una política estatal que proteja a la industria frente a las importaciones, y para ello adelanta en que el tipo de cambio es un instrumento que debe ayudar en este sentido:

“El tipo de cambio es un elemento clave para el desarrollo de la industria textil, ya que determina en gran parte su nivel de competitividad. Si se compara los precios locales con los de oriente, la relación es de hasta 5 a 1 y así es imposible competir.”5

Del mismo modo, ya hacia fines de la década del ´90, los empresarios del sector remarcaban que la apertura comercial y la desregulación causaban efectos perjudiciales en la industria:

“Esta rama es uno de los rubros donde más proliferan las políticas de intervención, las medidas regulatorias o la aplicación de prácticas desleales por parte de los principales países productores. El mercado argentino, sin protección, con bajos aranceles y tipo de cambio sobrevaluado, constituye la presa ideal.”6

En efecto, el problema de las importaciones aparece permanentemente como una amenaza para el sector, sobre todo por los productos que entran desde el MERCOSUR y Chile con el 44% del total, Asia con 39% y Europa con el 11%.7 El sector pasó de exhibir un saldo comercial que había sido superavitario hasta fines de los ochenta, a un déficit del orden de los 250 millones de dólares en el año 1993.

En una entrevista realizada a Aldo Karagozian, presidente de la Fundación Pro Tejer hacia 2005, el empresario enfatizaba la diferente situación en la que se encuentra la rama de acuerdo al tipo de cambio establecido antes y después del 2002:

“Durante la convertibilidad se destruyeron 2.700 fábricas, el nivel de actividad se redujo por encima del 40 % y en toda la cadena se perdieron 300 mil puestos de trabajo. Desde la salida de la convertibilidad, el nivel de actividad aumentó un 90 %, se recuperaron 150 mil puestos de trabajo y el ritmo de crecimiento se mantuvo a una tasa que supera el 8 % respecto de 2004.”8

Sin embargo, pareciera que con la devaluación no se ha resuelto el problema y los reclamos por protección siguen vigentes, sobre todo respecto de China. Para el 2004, por ejemplo, las importaciones superaban a los productos exportados, en casi un 58%. Mientras que se importaban 5.570 toneladas (90 millones de dólares), las exportaciones eran de 2.362 toneladas (67 millones de dólares).9

Hacia 2006, algunas fuentes empresariales ya alertaban que existía en el sector cierta preocupación porque la rentabilidad había sido menor ese año en un 53,7%, situación que se agravaba con el aumento de las importaciones de los países asiáticos en casi un 37,8%. Los productos provenientes de Taiwán crecieron un 48%, China un 38%, Malasia un 90% e India un 58% con respecto a 2005.

Frente al freno que representan las importaciones de ropa para la industria local, incluso en un contexto de protección, los empresarios plantean la necesidad de buscar “otras estrategias” que permitan enfrentar la competencia. Hablan, entonces, de introducir modalidades técnicas y organizacionales para reducir costos, combinadas con la subcontratación de una parte de su producción empleando microempresas y/o trabajo a domicilio. No por casualidad, es una de las ramas que registra los porcentajes más altos de trabajo en negro, bajos salarios y condiciones intensivas de explotación. La propia Cámara Argentina de la Indumentaria estima que hay aproximadamente 25.000 personas no registradas. Se calcula que la evasión provisional en los últimos años alcanzó $ 75 millones y la impositiva superó los $ 500 millones. Efectivamente, este es el centro de la cuestión. La recuperación de la industria a partir del 2002, luego de la devaluación, se basó en un elemento fundamental, además del tipo de cambio, que permitió alcanzar altos niveles de producción: la degradación de las condiciones laborales, los bajos salarios de los trabajadores y, principalmente, el trabajo a domicilio. En una rama en la que el desarrollo tecnológico está limitado por el valor de las máquinas importadas y por una escala relativamente baja, dado el pequeño tamaño del capital, la utilización intensiva de la fuerza de trabajo es la única forma de lograr competitividad.


Notas

1Utilizamos los CNE de 1974, 1985, 1994 y algunos datos del de 2005, cuyos resultados definitivos no están aún procesados.
2Perspectives, nº 1170, Diciembre de 2005, Cámara de Comercios e Industria Franco Argentina
3INDEC, Encuesta Industrial Anual, 2002. Si bien esto es una Encuesta y no un Censo, los datos pueden compararse, al menos como aproximaciones, ya que el INDEC, para obtener los resultados a nivel nacional, aplica a los datos de la muestra el factor de expansión de cada local.
4Perspectives, nº 1170 op. cit.
5Ibídem.
6FIDE: Coyuntura y desarrollo, nº 239, septiembre de 1998.
7Mercado, diciembre de 2001
8Perspectives, nº 1170, op. cit.
9Ibídem.

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