Guido Lissandrello [1]
Grupo de Investigación de la lucha de clases en los ’70
Un defensor de Menem y Ruckauf dirige la política de eso que se llama “derechos humanos”. En ese marco, la realización de un asado en el lugar que los militantes iban a la “parrilla” es un simple síntoma del verdadero funcionamiento de la política kirchnerista en torno a estos temas. La aprobación por parte de Madres y Abuelas de lo actuado pone en evidencia la descomposición de estos organismos, cuya lucha nunca rebasó los marcos de la democracia burguesa.
El 27 de diciembre pasado, el Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación, dirigido por Julio César Alak, celebró en las dependencias de la ex Escuela de Mecánica de la Armada un asado de fin de año para las dos mil personas. Contó con la presencia de Martín Fresnada (Secretario de Derechos Humanos de la Nación), Julián Álvarez (Secretario de Justicia y militante de La Cámpora) y Carlos Pisoni (Secretario de Derechos Humanos en el Espacio Memoria).
El hecho habría pasado sin pena ni gloria, si no fuera porque la denuncia del mismo prendió en los medios masivos de comunicación. La crítica más encendida provino de los integrantes de la Asociación Ex Detenidos-Desaparecidos (AEDD), quienes calificaron como una afrenta a la memoria el celebrar un “asado” en el espacio donde antes funcionó un centro clandestino de detención. Es que en la jerga de los represores se llamaba “asadito” a la quema de cuerpos de detenidos-desaparecidos que se habían “quedado” en la tortura. Era la alternativa a los “vuelos de la muerte” como mecanismo para deshacerse de los cuerpos.
Si bien el posicionamiento de este organismo debe ser reconocido por ser una de las pocas voces opositoras en la materia, su caracterización del hecho no va al centro de la cuestión. El problema de fondo no es el asado, que evidencia a lo sumo una falta de tacto de funcionarios que o no saben mucho de derechos humanos, o poco les importa. El nudo es lo que ese hecho expresa en relación a la política de derechos humanos durante el kirchnerismo. En efecto, tanto la elección de Julio Alak como ministro como la reacción de los organismos oficialistas ponen en evidencia el agotamiento de la política burguesa en este campo, a la que el bonapartismo kirchnerista llevó a su máxima expresión.
El pasado de Don Julio
Si bien es cierto que Alak tiene antecedentes en la materia, ya que integra la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos desde 1982, su trayectoria en ese ámbito no ha sido intachable. Ya en 1984 se vinculó orgánicamente al Partido Justicialista y llegó a su presidencia en 1988. Vale recordar que por aquellos años el peronismo pergeñaba las leyes de indulto. Como veremos, la trayectoria posterior de Alak lo muestra más cercano a la derecha del peronismo que a su sector más conciliador con los organismos de derechos humanos.
Su carrera política en espacios de poder significativos comenzó en los ‘90. El pragmatismo del que parece no renegar lo llevó a las filas del menemismo. “Estaba con Menem como lo estaban todos los políticos de ese momento, pero nunca comulgué ideológicamente con él” [2], afirmaba hasta hace poco sin muchos tapujos. En 1991, apadrinado por Antonio Cafiero, alcanzó la intendencia de La Plata, un tradicional bastión del radicalismo. Volvió a repetir el triunfo en 1995, 1999 y 2003. En su gestión no faltaron los momentos oscuros. Aún mantiene una causa abierta por la quiebra del Banco Municipal de La Plata, que oficiaba como “caja” de la política local. La entidad habría dado préstamos sin los recaudos necesarios, lo que le imposibilitó recuperar los fondos. Posteriormente, Alak intentó refundar el banco con la misma estructura y la gerencia que lo había llevado a la quiebra. Pablo Bruera, quien alcanzó la intendencia en 2007, lo acusó de estafar a la Cooperativa de Trabajo Las Diagonales, “robo de material público” (ocho mil piezas faltantes en el inventario municipal) y “peculado” (por liquidación de horas extras no trabajadas, como forma de sostener su aparato político) [3].
El 2001 lo encontró defendiendo la movilización y llamando abiertamente a la “rebelión”. Pero no se refería a la lucha protagonizada por la clase obrera y la pequeña burguesía a fines de ese año, sino a una causa un tanto más espuria. Su “rebelión” era contra el juez Jorge Urso que dictaminó la “injusta” detención de Carlos Menem por asociación ilícita. La “movilización” era hacia la quinta de Don Torcuato en que el ex mandatario se encontraba detenido, para denunciar su “privación ilegítima de la libertad”. Los argumentos con que defendió su participación allí evidencian la misma torpeza que con el “asadito”: “he hecho miles de reclamos por detenciones ilegales, por desaparecidos, o prisiones injustas, ¿por qué no lo voy a hacer con Menem?” [4]
Tras un breve coqueteo con José Manuel de la Sota, para secundarlo en su candidatura presidencial en plena crisis de 2002, recaló bajo el ala de Carlos “mano dura” Ruckauf, que abrigaba las mismas intenciones. Compartió con otros intendentes, como Alberto Balestrini (La Matanza) y Juan José Álvarez (Hurlingham), un espacio orientado a ese fin, pero la gesta no prosperó. Tras esta serie de alianzas infructuosas, terminó arribando al kirchnerismo, al que se vinculó más enfáticamente en tiempos de Cristina. En 2008, tras haber perdido la intendencia de La Plata, se lo “rescató” convirtiéndolo en director, en representación del Estado, de Aerolíneas Argentinas y, posteriormente, en gerente general y CEO de la empresa. En ese espacio no se privó de conseguir conchabo para buena parte de su familia. Finalmente, el 8 de julio de 2009 accedió al Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación y fue ratificado en 2011, año en el que promovió la modificación de la Ley Antiterrorista. Posteriormente, defendió a Víctor Hortel, jefe del Servicio Penitenciario Federal, ante el escándalo del Vatayón Militante.
En suma, la carrera política de este Don Julio (a semejanza del otro, Grondona) describe una trayectoria en la que predominan las posiciones más reaccionarias y en la que no faltan los turbios negociados. Difícilmente pueda encabezar la defensa de las garantías legales adquiridas bajo este sistema (eso y no otra cosa son los derechos humanos) quien ha defendido a personajes nefastos como Menem y sus indultos, ha impulsado la Ley Antiterrorista y la defensa de las fuerzas de choque como el Vatayón Militante.
La tropa, fiel
El escándalo del “asadito” mostró nuevamente la unidad y la ausencia de fisuras en el frente kirchnerista de los derechos humanos. Solo las organizaciones pertenecientes al Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, entre las que se encuentra AEDD y los partidos de izquierda, se pronunciaron en oposición al festejo y se movilizaron para repudiarlo. A esa movilización convocaron también HIJOS La Plata, que mantiene una postura crítica hacia el gobierno, y algunas madres de la Línea Fundadora, como Nora Cortiñas, aunque fueron a título individual y no como organización.
La Fundación Madres de Plaza de Mayo, HIJOS, APDH y Abuelas de Plaza de Mayo respaldaron al oficialismo, en línea con la defensa del propio Alak. En lugar de pedir explicaciones por el “asadito”, denunciaron una maniobra de los “medios hegemónicos” y la “oposición” para atacar al gobierno en un año electoral. La propia presidente respaldó esta versión en su twitter oficial y sentenció, con una frase aún más polémica que el propio asado: “En la ex ESMA se han hecho y se seguirán haciendo asados”. HIJOS y un conjunto de sobrevivientes publicó una solicitada en diarios nacionales, en la que afirma su total respaldo y sintetiza bien el espíritu del conjunto de las organizaciones kirchneristas: “Tenemos absoluta constancia de que nada de lo que pasa en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) agrede la memoria y vemos cómo, por el contrario, a diario se hace una reivindicación histórica de la lucha de los 30.000 compañeros detenidos-desaparecidos” [5]. Al igual que con los negociados de Schoklender, los organismos de derechos humanos salieron a defender lo indefendible. Uno esperaba, aunque sea, una mínima crítica al desatino del asado. Pero la cooptación de estos espacios ha sido tan completa que no se vio ni eso.
Fin de ciclo
El bonapartismo kirchnerista ha dado todo lo que la socialdemocracia puede dar en materia de derechos humanos. Dentro de los límites del capitalismo, solo podemos aspirar a lo que hoy vivimos: juicios lentos, condenados que gozan de prisión domiciliaria y no dudan en vulnerarla, represores que mueren sin condena. Una justicia donde los jueces pertenecen a la misma clase y defienden los mismos intereses que los verdugos, no puede dar más de sí. Con todo, para el kirchnerismo esta política ha sido por demás útil y necesaria. Los organismos de derechos humanos que habían resistido y repudiado las políticas oficiales en los ’80 y los ’90, que habían integrado la fuerza social que se articuló durante el 2001, fueron completamente cooptados. La declaración de nulidad de las leyes de Obediencia de Vida y Punto Final generó una expectativa que luego, con la realización de los primeros juicios, trocó en completa adhesión. El escándalo Schoklender, y ahora, el asado de Alak, pusieron en evidencia la neutralización de los organismos de derechos humanos. Es que, concedido parcialmente el reclamo de “verdad y justicia” (que se traduce en el juzgamiento de cierto personal político, lo que constituye una negación de la verdad en sentido estricto), aunque sea lentamente y a medias, la lucha de estos organismos se detuvo. Como bajo el capitalismo la Justicia es burguesa, exigir “justicia” es pedirle a la burguesía que se ocupe del asunto. Por lo tanto, el horizonte de esas organizaciones nunca rebasó los marcos del sistema y sus reclamos pudieron ser absorbidos por él. Las que ayer fueron organizaciones que acompañaron a la clase obrera, hoy buscan un lugar como administradores al servicio de los explotadores. Eso sucede porque su política se agotó, y lo que era una tragedia derivó en farsa. Donde ayer estaba el abogado de presos políticos perseguido por la dictadura, Eduardo Luis Duhalde, hoy está el menemista Alak. Si al comienzo del régimen hacía falta alguien con trayectoria para liderar cierta persecución al personal que encabezó la contrarrevolución (no a su clase, claro está), hoy el kirchnerismo asume una posición más reaccionaria y desafía a medio mundo con una provocación. Tal vez estemos ante un viraje ideológico, destinado a cancelar esas aristas más conflictivas que el bonapartismo tuvo que incorporar para heredar buena parte del movimiento del 2001.
NOTAS
1 Con la colaboración de Ariel Lusso y Verónica Baudino.
2 La Nación, 19/7/2009.
3 Clarín, 4/8/12.
4 Hoy, 21/6/2001.
5 http://goo.gl/LJN4e