Santiago Rossi Delaney
Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo – CEICS
Al acercarse el Bicententario, los partidos de izquierda, en su mayoría, intentaron intervenir con lo que tenían a mano. Ante semejante improvisación, escribimos un artículo explicando los gruesos errores en que incurrían y la necesidad de un estudio científico del problema. La crítica fue dura, pero necesaria. Un año después, el PTS decidió elaborar una respuesta.1 Nos parece saludable, aun tardíamente, haberse tomado el trabajo de responder (el PO, por ejemplo, decidió llamarse a silencio). Sin embargo, como veremos, los compañeros no han respetado las condiciones mínimas para un debate científico, a pesar de usar el triple de espacio que nosotros. En primer lugar, porque no responden a las críticas. En segundo, porque no toman en cuenta la evidencia que presentamos, ni ofrecen una nueva. En tercero, porque se guían por el principio irracional de que un debate no se resuelve contrastando los argumentos con la realidad, sino mediante la apelación a la palabra de algún autor. Nosotros hemos abierto varios espacios para que pudieran venir a presentar sus investigaciones sobre el tema: nuestras III Jornadas y nuestra mesa sobre la lucha de clases en los siglos XVIII y XIX, en las XIII Jornadas Interescuelas (Catamarca). Sin embargo, los compañeros no se presentaron…
Repasemos algunas de los señalamientos que el PTS no responde. En primer lugar, señalamos que este partido reproduce las mismas afirmaciones que Clarín y Canal Encuentro. Por lo tanto, sosteníamos, se trataba de una intervención burguesa y superflua. Podemos agregar más, Luis Alberto Romero dice:
“Pero hace tiempo que los historiadores profesionales, los historiadores en serio, vienen criticando esta explicación [que en Mayo hubo una revolución]. Coinciden en que los sucesos de Mayo de 1810 no fueron el fruto de un plan previo sino la imprevista consecuencia de un evento lejano: el derrumbe del Imperio Español luego de la invasión napoleónica. En Buenos Aires, como en cada ciudad importante de Hispanoamérica, un grupo de vecinos se hizo cargo del gobierno, de manera provisoria, sin saber bien para quién ni contra quién”2
“Los acontecimientos de la Semana de Mayo no fueron un plan premeditado de los criollos para lograr la independencia de España. Más bien, la invasión de Napoleón a la península ibérica, que obligó a abdicar a Fernando VII […] La invasión del ejército napoleónico [1808] y la vacatio regis desencadenaron la constitución de Juntas a ambos lados del Atlántico”.3
La pregunta es, ¿Cuál es la diferencia entre el PTS y Clarín (Romero) o Encuentro (Di Meglio)? ¿Por qué no se sinceran y apoyan a esta corriente (llamada “los modernos”) en los espacios académicos?
En segundo lugar, los compañeros afirmaron la existencia de una “elite” y “sectores populares” en lugar de clases sociales. Se trata de categorías burguesas, surgidas de la corriente conservadora (Furet, Ozouf, Guerra), que aluden a determinaciones culturales. En su momento, se lo hicimos notar y explicamos por qué era más adecuado utilizar un análisis de clase. En su respuesta, escondieron estos conceptos, pero no realizaron una crítica a ellos ni los reafirmaron. Es vital que respondan sobre este punto.
En tercero, explicamos que el PTS entendía la Revolución de Mayo como un intento de los criollos de resolver el vacío de poder, producto de una crisis que vino de afuera (caída de la monarquía española). Es decir, que aquí no había ninguna contradicción social. Toda su “evidencia” era una cita de Halperín Donghi. Ante esto, les señalamos amablemente dos cosas. La primera es que habían leído mal (con cita incluida), porque Halperín nunca dejó de resaltar aquello que ningún historiador serio puede dejar de notar: el fuerte vínculo entre la militarización de 1806 y la toma del poder en 1810. Sólo a los autores posmodernos (Goldman, Ternavasio) se les ocurre negar todo esto. La segunda, que el proceso revolucionario comenzó en 1806 con las Invasiones Inglesas y el armamento de la población en milicias. En su momento, pusimos sobre la mesa una cantidad de evidencia de primera mano y no citas de autores. Relatamos la ruptura institucional la destitución de la autoridad real luego de una irrupción popular, contra los designios de la Corona, en 1806 y en 1807, cuando Napoleón no había puesto un pie en España. No podemos reproducir otra vez todos los argumentos. En nuestro libro, Hacendados en armas, dedicamos un capítulo entero al proceso. Deberían leerlo o, al menos, dar alguna señal de que lo hicieron.
En cuarto, hicimos notar que los dirigentes de la militarización no eran parte de la “elite”. Otra vez, como prueba irrefutable, los compañeros citaban a Halperín. En su momento, lamentablemente, tuvimos que desautorizar a su querido profesor (qué se va a hacer, Don Tulio nunca investigó el tema). Nosotros describimos con datos de primera mano por qué Saavedra y Romero, los casos citados, no eran parte de la “elite”. Los compañeros tampoco se hicieron cargo.
Por último, el PTS plantea que los revolucionarios no tenían ninguna intención voluntaria de romper los vínculos con la monarquía. Aquí, otra vez, apelamos a las fuentes directas: presentamos varios escritos de La Gaceta de Buenos Aires, de Mariano Moreno, y recomendamos revisar la publicación. A pesar de ser una fuente accesible (incluso, puede consultarse en internet hasta el año 1816), los compañeros no se ocuparon de hacer un mínimo relevamiento para examinar si confirmaba o no sus hipótesis. También suministramos evidencia para probar la voluntad independentista del grupo de Saavedra. Para ello, facilitamos un escrito privado, inédito hasta el momento, de Juan Pedro Aguirre, que encontramos en una de nuestras investigaciones. Otra vez, el PTS sobre esto no responde nada y vuelve a repetir una y otra vez el credo posmoderno.
Las sagradas escrituras
No es cierto que nuestros planteos sean los de Rodolfo Puiggrós. Podemos tener ciertas coincidencias en cuestiones secundarias, sencillamente, porque el autor tiene un buen manejo de las cuestiones empíricas. No obstante, hay una serie de diferencias sustanciales. En cuanto al sujeto, para Puiggrós los hacendados eran latifundistas y defendían relaciones precapitalistas. De hecho, el propio Peña entra en debate con el autor por este punto. Para nosotros, son el núcleo de la burguesía revolucionaria. Para Puiggrós, en el Río de la Plata no había una clase burguesa revolucionaria (“La sociedad colonial no estaba preñada en su conjunto, como la inglesa en el siglo XVII y la francesa en el siglo XVIII, de las nuevas fuerzas burguesas”4). Para nosotros, sí. Para Puiggrós, la revolución fue apropiada por los latifundistas reaccionarios y habría que reeditarla (alianza con la burguesía nacional). Para nosotros, concluyó su ciclo y solo queda la revolución socialista. De hecho, en este último punto, el PTS tiene más coincidencias con Puiggrós y el stalinismo (ausencia de una revolución burguesa) que nosotros.
Es cierto que tanto Puiggrós como nosotros sostenemos que en el Río de la Plata predomina el modo de producción feudal, pero cada uno lo hace por razones distintas. Puiggrós, porque supone relaciones feudales en la campaña rioplatense. Nosotros, porque sostenemos el dominio de estas sobre un conjunto heterogéneo de relaciones, en un espacio que incluye a la península. Es difícil discutir si los compañeros no se toman el trabajo, no ya de investigar, sino de al menos de leer correctamente.
Con respecto a este problema, el PTS declara: “RyR hace mención a dicha formulación en varios de sus artículos, aunque no lo justifica ni teórica ni empíricamente (como tanto le gusta subrayar). Pero lo que más llama la atención es que no hacen ninguna mención, ningún ‘balance historiográfico’ sobre esta posición en el pasado”. Otra vez (y ya cansa): deben al menos leer lo que escribimos antes de hacer afirmaciones temerarias. El año pasado editamos un libro sobre el tema Dios, rey y monopolio, de Mariano Schlez. En él, los compañeros encontrarán un capítulo entero dedicado al problema del modo de producción.
El PTS niega la existencia del modo de producción feudal en América Latina, pero para resolver el debate no propone datos que planteen lo contrario, solo hace referencia al concepto de capitalismo colonial esgrimido por Milcíades Peña, un autor que nunca tocó una fuente y, para resolver problemas, se limitó a recitar los escritos póstumos de Alberdi. En definitiva, para Peña, el desarrollo del comercio internacional y la extracción de riqueza con destino hacia el mercado mundial darían cuenta del predomino del capitalismo en la región. Se comete aquí el grave error de poner el énfasis en las relaciones de intercambio para explicar la sociedad rioplatense, confundiendo comercio internacional con capitalismo y comercio atlántico con mercado mundial. En todo modo de producción hay transacciones mercantiles hacia el extranjero, pero eso no permite hablar en todos los casos de un mercado mundial en el sentido capitalista. El PTS, igual que Peña, sostiene una explicación circulacionista, es decir, se desentiende de las relaciones de producción como variable explicativa.
La presencia de relaciones comerciales no implica el predomino del modo de producción capitalista. Ni siquiera el comercio con Inglaterra, que ayudaba a este país en su acumulación de capital. Con ese criterio, Rusia debía ser capitalista (de hecho, vendía más productos al mercado inglés que todo el virreinato) y España, obviamente, también. El capitalismo no es el producto del comercio mundial, sino de la expropiación de una masa de productores y de la aparición de nuevas relaciones sociales. El comercio permite la formación de riquezas, nada más. Pero no toda riqueza es capital. Capital es la forma histórica que toma una masa de valor como producto de ciertas relaciones sociales de producción (las capitalistas).
En el Río de la Plata se desarrollan una serie de relaciones de producción: capitalistas (en la pampa), feudales (minería, misiones jesuíticas) y esclavistas. Ahora bien, si el conjunto de la formación debe entregar parte de su riqueza gratuitamente a la metrópoli, estamos ante una coacción política y no ante un intercambio a través del mercado. Si la mayor cantidad de tierras son propiedad del rey (la nobleza), predomina un sistema jurídico que, además de feudal, responde al Derecho Castellano y las autoridades que gobiernan son nombradas en la península, entonces, la clase dominante es la nobleza española. Esta nobleza reproduce y defiende relaciones feudales. Esas relaciones de producción son las dominantes, porque limitan al resto de las formaciones sociales. Sobre España, es cierto, no hemos realizado investigaciones propias, pero los trabajos de Pierre Vilar y Reina Pastor, entre otros, son más que convincentes. Los compañeros deberían consultarlos. Ahora bien, la dominación de la nobleza requería de fracciones de clase subsidiarias que garantizaran la extracción de riqueza, de allí surge la burocracia y los comerciantes monopolistas. Aquí solo podemos explicar resumidamente el problema. Pero remitimos a los compañeros a los numerosos trabajos de Mariano Schlez.
Los compañeros niegan el carácter revolucionario de la burguesía en sus orígenes, planteando que tanto hacendados como comerciantes monopolistas pertenecían a la misma “elite”, adscribiendo así al planteo academicista del “pacto colonial” entre americanos y la Corona. Sin embargo, el propio PTS admite que “la corona y los peninsulares extraían de América una infinita riqueza, las clases criollas querían esa riqueza para sí, de ahí la necesidad de constituir un poder político propio, es decir un Estado”. Si esto es así, entonces no hay “pacto” alguno, sino extracción de un excedente, lo que en el marxismo se conoce comoexplotación. La explotación da lugar a la formación de clases, no de “elites”.
Los hacendados no eran parte de la clase dominante. Si los compañeros se toman el trabajo de revisar las actas de las Juntas de Comercio (hasta 1794), del Cabildo de Buenos Aires y del Consulado, van a observar las disputas en torno a una serie de cuestiones que hacen a los fundamentos de la economía local. Por ejemplo, el monopolio y las restricciones al comercio de cueros. Nosotros nos dedicamos a ese arduo trabajo. Pueden consultar nuestro análisis en el libro de Schlez. Hasta que no lo hagan, no podemos discutir seriamente.
Los compañeros repiten a Peña: hubo una “revolución política”. Vale preguntarse qué es eso. Peña se refería a un cambio en el personal político o, a lo sumo, de régimen, sin que implique una transformación en el carácter de clase de la dominación (“la revolución no representó el advenimiento de una nueva clase dirigente, no correspondió a una transformación de la estructura económica y social”5). Si esto es así, entonces no hay ninguna revolución. La revolución es la transformación de las relaciones sociales de producción que libera el desarrollo de las fuerzas productivas. Puede darse más abrupta o más molecularmente, de forma más o menos violenta. Pero si esta transformación no se lleva a cabo, no hay ninguna revolución. Con el criterio de Peña, Perón, Alfonsín y hasta Menem habrían encabezado sendas revoluciones políticas (una interpretación lógica para Nahuel Moreno, que vio una en 1983). Es más, si pierde Cristina, en octubre asistiremos a otra.
¿Llueven revoluciones?
Como no leyó nuestros trabajos, el PTS nos hace una serie de preguntas. Entre ellas, qué sucedió entre 1806 y 1810. Nuestros tres libros, además de varios artículos, trabajan ese punto con mucha documentación. Léanlos, revísenlos, critíquenlos y después, con gusto, discutimos. En segundo lugar, preguntan por qué la burguesía esperó a 1810 para combatir a la nobleza. Es una pregunta incorrecta, porque la burguesía empieza a combatir a la nobleza hacia 1790, en términos corporativos (véase Dios, rey…). En 1801 comienza una batalla ideológica, donde la burguesía elabora un programa propio (véase el capítulo IV de Hacendados en armas). Si se refieren a la lucha política abierta, ésta comienza en 1806, con una insurrección popular que destituye al virrey.
Luego preguntan sobre la influencia de la situación internacional. Nunca la negamos (véase las conclusiones de Hacendados en armas), el problema es ponerla en su justo lugar. El caso es que la academia la usa para negar la conflictividad local: Romero dice que fue una revolución que “cayó del cielo”. En 1808 cae el monarca, pero no la autoridad metropolitana, que llega a ordenar la destitución de Liniers y envía a Cisneros en su reemplazo, con el mandato preciso de poner orden. Aquí, en 1808 se establece una junta (Montevideo) y se intenta levantar otra en 1809 (Buenos Aires), es cierto. Pero ambas son contrarrevolucionarias. Una la levantó Elío y la otra Álzaga. Su objetivo era eliminar la amenaza burguesa y destituir a Liniers. De hecho, cuando se manda a Cisneros (1809) la junta de Montevideo se disuelve voluntariamente. En 1810, cae la Junta Central y se establece un Consejo de Regencia en la Isla de León. Ese Consejo envía un virrey en reemplazo de Cisneros (Francisco Xavier Elío), que no fue reconocido en Buenos Aires y pero sí en Montevideo. Por eso, ambas ciudades entraron en guerra. Es decir, no hay ningún vacío de poder, sino una disputa por el mismo. Es evidente que una clase aprovecha la gran debilidad de su antagonista. Eso lo sabe cualquiera que luchó por algo alguna vez en la vida. Todo esto ya lo escribimos. Resulta algo vergonzoso (y hasta fastidioso) tener que explicar datos tan elementales.
Se nos pregunta por qué los levantamientos se expanden por el continente. En primer lugar, no atravesaron todo el continente. En Brasil no pasó nada. En Perú, en Cuba y en Montevideo, tampoco. En México, el movimiento tuvo otro componente y fue aplastado. La burguesía tomó el poder fundamentalmente en Buenos Aires y en Caracas. En Santiago (Chile), también, pero tuvo que resignarlo. Desde aquellas dos ciudades, la revolución burguesa se expandió por América (San Martín y Bolívar). Es decir, la llamada “caída de la monarquía” (que, ya explicamos, es algo más complejo) produjo resultados muy diferentes en cada lugar. Por lo tanto, no se puede ponderar como un factor determinante. La revolución no “cayó del cielo”, hubo que hacerla. Ahora bien, la formación de la burguesía es un proceso regional. Por lo tanto, ante la debilidad de la nobleza, la clase capitalista intenta aprovechar la situación. Más aún si tiene el ejemplo de otras ciudades. Durante la Guerra de Sucesión (1700-1713), España careció de un monarca legítimo y fue invadida por Inglaterra, pero en las colonias no pasó nada. Todo esto ya lo escribimos en una polémica con Gabriel Di Meglio. La pereza intelectual de los compañeros nos obliga a repetirlo otra vez.
Por último, el PTS plantea que la burguesía se negó a armar a los explotados, pues les temía. Como probamos en nuestros trabajos, eso no fue así. La información está publicada. Los explotados accedieron a las armas desde 1806 y elegían a sus comandantes en asambleas. Los esclavos se armaron, aunque no recibieron un cuerpo propio. Sí, en cambio los negros, pardos y mulatos libres, que se alistaron en el regimiento con ese mismo nombre. Contrariamente a lo que suponen los compañeros del PTS, la historia dice que la burguesía tiende a armar a los explotados, porque son la carne de cañón de sus aventuras. En Buenos Aires, la dificultad con los esclavos no era el temor, sino los propietarios, que no querían cederlos, y ellos mismos, que no querían ir a la guerra (el Estado, finalmente, terminó expropiando esclavos). De todas formas en 1815, se creó el cuerpo Auxiliares Argentinos, una milicia de alrededor de 2.700 esclavos -que se agregan a los 3 mil milicianos “libres”-, donde cada uno de ellos se llevaba el arma a su casa.7 En definitiva, miedo no había.
Otra vez, socialismo feudal
El PTS plantea que la Revolución de Mayo no habría logrado la tarea principal de todo proceso burgués de expropiar tierras. Sin embargo, esto es falso. En el período colonial el acceso a la tierra se establecía a través de permisos reales que otorgaba el Estado. Al efectuarse la toma del poder se expropió el grueso de la propiedad real de la tierra disponible. Con respecto a la tierra eclesiástica, la expropiación se efectuó en tiempos de Martín Rodríguez. Contra esto, entre otras causas, tuvo lugar el llamado Motín de Tagle (1822-23). Sobre esto hay mucha bibliografía que los compañeros pueden consultar. Para empezar, les sugerimos dos clásicos: Evolución histórica del régimen de la tierra, de Miguel Ángel Cárcano y los dos tomos sobre Rivadavia de Ricardo Piccirilli.8
Notas
1 Grossi, Florencia: “Nada nuevo bajo el sol. Razón y Revolución y su visión nacionalista de la revolución de mayo”, IPS, Buenos Aires, 2011. Versión digital: http://www.ips.org.ar/?p=1317
2 Romero, Luis Alberto, “Una brecha que debe ser cerrada”, en Clarín, 24/05/2002.
3 Feijoó, Lucía y Grossi, Florencia: “Apuntes para interpretar la Revolución de Mayo”, en Cuestionando desde el marxismo, n° 2, abril de 2010, p. 13.
4 Puiggrós, Rodolfo: De la Colonia a la Revolución, Leviatán, Buenos Aires, 1945, p. 267.
5 Peña, Milcíades: Antes de Mayo, Fichas, Buenos Aires, 1961, p. 76.
6 Grossi, Florencia: op. cit.
7 Véase Harari, Fabián, “El reino de este mundo. Madurez e infantilidad en las masas de la ciudad de Buenos Aires (1818-1820)”, en Razón y Revolución, n° 21, Buenos Aires, primer semestre de 2011.
8 Véase Piccirilli, Ricardo, Rivadavia y su tiempo, Peuser, Buenos Aires, 1943 y Piccirilli, Ricardo, “Las reformas económica-financiera, cultural, militar y eclesiástica del gobierno de Martín Rodríguez y el ministro Rivadavia”, en Levene, Ricardo (dir.), Historia de la Nación Argentina, El Ateneo, Buenos Aires, 1961.