El kirchnerismo no ha hecho más que repartir miseria entre la clase obrera. Atacando el salario de unos, con inflación e impuesto a las ganancias, y manteniendo a los otros subsistiendo en la pobreza.
Por Ianina Harari (Taller de Estudios Sociales-CEICS)
El 31 de marzo, Cristina enfrentó el 4º paro nacional de su gestión. Un paro que se realizó casi contra la voluntad de los propios convocantes: los gremios del transporte reunidos en la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT). Anunciado con una antelación inaudita, los dirigentes de la CATT, en especial Fernández, de la UTA, no pararon de dar señales de que esperaban que el gobierno tomara alguna medida en torno a ganancias para levantar la huelga. Moyano, Barrionuevo y Michelli habían estado aguardando que la UTA se decidiera a ir a la huelga, porque tras el último paro había quedado claro que es el gremio que decide el éxito o el fracaso de una medida de fuerza.
No solo los gremialistas opositores se encolumnaron tras el reclamo de los gremios del transporte. Para sorpresa de algunos, la propia tropa kirchnerista apoyó el paro, por acción u omisión. El mismísimo Caló, que en otras ocasiones había condenado una medida de este tipo, ahora daba libertad de acción a su gremio. Otros oficialistas decidieron directamente sumarse, como Alimentación, la Federación de petroleros y algunas seccionales de Comercio. Por su parte, otro ultra kirchnerista como Gerardo Martínez salió a respaldar el reclamo, aunque no la medida. Incluso Yaski anunció la presentación de un proyecto para modificar el tributo.
Esto se explica porque tanto los gremios oficialistas como los opositores, se habían ilusionado con que el gobierno tomara alguna medida de fondo para solucionar el problema de ganancias. No eran ilusiones vanas: el año pasado el gobierno había desactivado el paro exceptuando el medio aguinaldo y se creía que para evitar que las paritarias se dispararan, este año al menos se subiría el mínimo no imponible. Un sector del gobierno, encabezado por Aníbal Fernández y Carlos Tomada, había prometido que el gobierno tomaría alguna medida. Cristina y Kicillof, sin embargo, no dieron el brazo a torcer. La presidenta incluso volvió a atacar por cadena nacional a los que se quejan por ganancias, tildándolos una vez más de egoístas por no solidarizarse “con los que menos tienen”. Sin embargo, se especulaba con que la modificación de ganancias era el as que el gobierno tenía guardado como medida electoral.
La propia UIA salió a marcarle la cancha al gobierno señalando que no aceptaría paritarias por encima del 20% y criticando la “estructura impositiva”. El mensaje era claro: que el gobierno quite presión impositiva sobre los trabajadores para que ellos puedan ajustar salarios por inflación (un mecanismo menos directo y evidente de ajuste). Es claro que la disputa pasa por quien se beneficia con el ajuste sobre los salarios: el Estado, que lo utiliza para repartir a sus empresarios amigos, o el conjunto de la burguesía.
Tras el paro, los “gordos” de la CGT Balcarce comenzaron a pasarle factura al gobierno por no haber accedido a reformar el impuesto. Caló anunció un paro por 36 hs., de no mediar acuerdo con la patronal metalúrgica, y Luz y Fuerza hizo lo propio, aunque las medidas habían sido anticipadas antes del paro.
¿De cuánto estamos hablando?
La resistencia del gobierno a subir el mínimo no imponible o eliminar la cuarta categoría (aquella que grava las remuneraciones por trabajo en relación de dependencia) da la impresión de que la recaudación que se logra en este renglón es vital para las finanzas públicas. Si se eliminara, dice el gobierno, se caería todo el sistema asistencialista. Veamos en detalle.
La recaudación por el impuesto a las ganancias fue, en 2014, de $267 mil millones, de los cuales $111 mil millones corresponden a la cuarta categoría, que grava la “renta del trabajo personal” e incluye el trabajo asalariado, es decir más del 40%.1 El resto, unos $156 mil millones corresponde a lo que efectivamente constituye una ganancia: empresas y burgueses que viven del trabajo ajeno. En la cuarta categoría la recaudación se multiplicó 11 veces entre 2006 y 2014, mientras que el resto creció 6,7 veces.
El gobierno dice que este tributo es fundamental para sostener el sistema de planes sociales. El presupuesto de la Anses fue de 440 mil millones en 2014, de los cuales solo 55 mil millones correspondieron a planes sociales, a lo que se suman planes que parten de otros organismos estatales. En total, el gobierno gastó, durante 2014, $120 mil millones en planes sociales.2 Cualquiera que tenga conocimientos elementales de aritmética podrá darse cuenta rápidamente que si se elimina la cuarta categoría, el dinero recaudado por ganancias seguiría alcanzando para financiar los planes de asistencia. Si esto no lo convence, le damos un argumento de la propia agencia de información oficial, Telam: solo el 20% de ganancias se destina a financiar el sistema de seguridad social de la Anses, o sea, 53 mil millones.3 Es claro que el impuesto a las ganancias no se vuelca allí. ¿Y dónde va el dinero que le sacan a los trabajadores por este tributo? Prenda la tele y disfrute de Fútbol para todos y la propaganda oficial. O lea en los diarios cómo se reparten subsidios a todos los empresarios, desde las grandes petroleras hasta las pymes. En total, durante 2014 el gobierno destinó $178 mil millones a subsidios para empresas.4 Toda una “redistribución”.
Ajuste para todos
El otro argumento que esgrime el gobierno es que este impuesto afecta a un porcentaje minoritario de trabajadores, que serían privilegiados con salarios muy elevados. Pues bien, según la consultora Economía y Regiones, entre 1,5 y 2,9 millones de personas tributan entre uno y cuatro salarios al año por ganancias. Es decir, se trataría, en el primer caso, del 14,3 por ciento de los ocupados registrados y, en el segundo del 27,6 por ciento.5
Se trata de obreros que ganaban, a octubre de 2013, $15.000. Parece mucho. Si se tiene en cuenta que la canasta familiar en la ciudad de Buenos Aires, por la cual se mide la línea de pobreza, está en $12.282 para las familias que tienen que alquilar, se entiende que se trata de ingresos paupérrimos.
Pero hay otro dato que queda en evidencia: tras más de una década, el modelo dejó los salarios, en el mejor de los casos, al nivel del menemismo.6 ¿A Cristina no se le cae la cara de vergüenza cuando afirma que solo el 10% de los trabajadores gana por encima de los $15.000? No, claro. Así como tampoco se le mueve un pelo cuando el propio Indec anuncia que la mitad de los obreros cobra por debajo de los $5.500. El Ministerio de Trabajo tampoco parece tener problemas en mostrar las cifras de esta chatura salarial a la que nos acostumbraron. El año pasado el promedio de los salarios firmados por convenio se ubicó debajo de los $12.000.
Del otro lado, tenemos 13 millones de beneficiarios de planes sociales (entre quienes pueden estar incluidos asalariados). Es decir, gente que tras más de diez años de kirchnerismo aun necesita de la asistencia estatal para subsistir, y que obviamente no alcanza los 15 mil pesos.
Dos programas burgueses y una salida obrera
El kirchnerismo no ha hecho más que repartir miseria de la clase obrera entre la clase obrera. Atacando el salario de unos, con inflación e impuesto a las ganancias, y manteniendo a los otros en la pobreza. Se trata de dos fracciones de la clase que el kirchnerismo pretende enfrentar. Mediante el argumento de quitarle a los obreros registrados “mejor pagos” para darle al resto, el gobierno se gana el apoyo de aquellas capas de la sobrepoblación relativa que se “benefician” de esta política. No hay redistribución real ni siquiera en el sentido burgués (sacarle a los “ricos” para darle a los “pobres”): el impuesto a las ganancias aplicado sobre los trabajadores consiste en sacarle a un “menos pobre” para darle a un “más pobre”. En términos marxistas, no se trata de disminuir la masa de plusvalía para aumentar la masa que corresponde a la fuerza de trabajo, sino de distribuir trabajo necesario en el interior de la fuerza de trabajo. ¿Los “ricos”, el capital? Bien, gracias. Aquí no se ha hecho “justicia” ni a la manera burguesa.
¿Y qué ofrece la oposición? Lo mismo, pero al revés. Macri y Massa buscan apoyo entre los sindicatos opositores con promesas de eliminar el impuesto sobre los salarios. Con un déficit fiscal creciente, lo que deja de entrar por un lado, tiene que recortarse por otro. El mensaje es claro: dejemos de financiar “a los vagos que viven del Estado con el sueldo de los que sí trabajan”. Es decir, otra vez el enfrentamiento. Ahora, va a sacarse a los “más pobres” para darle a los “menos pobres”. O, lo que es lo mismo, la distribución del trabajo necesario va a beneficiar ahora a los poseedores de una fuerza de trabajo más cara. ¿Los “ricos”, el capital? Bien, gracias. Aquí tampoco se ha hecho “justicia” ni a la manera burguesa.
Es importante destacar esta diferencia en la igualdad: todo el espectro político burgués está tan corrido a la derecha, que se nos escapa el hecho que ni su variante más “izquierdista” califica para el reformismo. Si el macrismo es la “derecha” populista, el kirchnerismo es el “populismo” de derecha.
El sindicalismo burgués se pliega a estos programas sin mayores diferencias. Es menos visible en el caso del kirchnerismo, porque la masa de población sobrante que es su base electoral, no está sindicalizada. El alineamiento del sindicalismo opositor con el programa macrista es claro toda vez que no incluyen entre sus reivindicaciones ninguna relacionada con el problema de los desocupados o de los trabajadores cuyos ingresos no superan la línea de pobreza. No se preocupan por organizarlos ni tampoco por convocarlos. En más, se oponen a los piquetes durante el paro, única forma de manifestación posible para los que no asisten a la fábrica el resto de los días.
Pero la clase obrera argentina ha logrado construir una alternativa propia. La izquierda revolucionaria, hoy encarnada en el FIT, se ha hecho presente en cada reclamo tanto de los ocupados como de los desocupados. Ha peleado cada batalla y, a diferencia de las opciones que nos ofrece la burguesía, brega por la unidad del conjunto de la clase para dejar de conformarse con tanta miseria reinante.
Notas
1El cronista, 27/3/2015 y http://goo.gl/cgZKza
2http://goo.gl/qj2281
3http://goo.gl/2Ih3P5
4Clarín, 27/02/2015
5Se trata de una estimación sobre el nivel de ingresos de los asalariados, dado que la AFIP no proporciona información sobre la cantidad de tributantes.
6Ver: Rodríguez Cybulski, Viviana: “Un corte y una quebrada. El eterno tango de los salarios argentinos”, en El Aromo, nº 72, mayo/junio de 2013.