Fabián Harari
Laboratorio de Análisis Político – CEICS
Los enfrentamientos que se sucedieron en estos meses confirman aquello que vaticinaron hasta el cansancio los grandes revolucionarios: no es la clase obrera la que trajo al mundo la crisis, ni la violencia, ni el desorden. Ni siquiera es ella quien se encarga de dar el puntapié inicial. Eso sí, recae en ella la misión de acabar con estos síntomas eliminando su causa. En estos días, el desarrollo del capitalismo argentino ha desplegado su propia crisis. La burguesía ha desobedecido sus propias leyes del orden, se ha levantado contra ella misma, se ha dividido y se ha enfrentado consigo apelando a toda clase de métodos. Es decir, momentáneamente ha dejado de actuar como clase. Vale explicarlo: durante los llamados “tiempos normales” la política burguesa no está exenta de reyertas entre diferentes fracciones capitalistas, quienes además hacen sus planteos al gobierno de forma más o menos enérgica. Negar esos movimientos es quitarle al sistema un elemento fundamental de su dinámica. Sin embargo, hay momentos en que estas fracciones actúan por fuera de los cauces hasta el momento válidos y disparan una dinámica que potencialmente pone en riesgo al régimen mismo. Estos episodios nos demuestran que hemos abandonado la frágil ilusión de vivir en “tiempos normales”. En marzo de este año, el régimen bonapartista ha sufrido el embate más importante desde que logró emerger del derrumbe económico y el empate político del 2001. Cuesta predecir, a esta altura, las probables fracturas, expulsiones y estallidos en términos puntuales. La razón está en la profundidad de la crisis, que disuelve alianzas y provoca los alineamientos más caprichosos y desesperados (por ejemplo, de Claudio Lozano con Carlos Melconian). La tarea de la hora no es, entonces, arriesgar pronósticos, sino delinear un proceso. El fenómeno más importante que se oculta detrás de este proceso es la crisis terminal del bonapartismo que vino a combatir el proceso insurreccional y al movimiento piquetero, levantándose por encima de ciertas disputas burguesas y erigiéndose como el caudillo nacional. El gobierno prometió su propio giro a la derecha, pero bajo sus propias condiciones. Esas condiciones son ahora impugnadas. No sólo las exigen las organizaciones de la burguesía agraria y sus aliados, sino también aquellas, como la UIA o Adeba, que apoyan al gobierno, aunque cada una a su manera. El gobierno entonces tendrá dos caminos: o reformula su base política o levanta la apuesta y vuelve a postergar el problema, arriesgándose a no concluir el mandato. Ambas opciones van a desatar tormentas aún más intensas que las que vivimos. Sobre todo, porque otras clases se van a incorporar a un proceso que ya legitimó la desobediencia. Ante semejante apelación, el gobierno prometió traer una respuesta el 25 de Mayo. Esta definición se llamará “Proyecto Bicentenario”. Parece ya mucho tiempo, pero no fue sino hace un año cuando Kirchner, otro 25 de mayo, lanzó la “Concertación Plural”, en medio de la huelga docente de Santa Cruz. Un proyecto “estratégico” que duró lo que un suspiro. El que se promete ahora arranca con el dudoso honor de tener menos de un mes de planificación. La fecha sigue siendo emblemática, hace 198 años, un día como ese, se daba origen a una experiencia histórica que ya está en su etapa final. Durante años, hemos agotado a nuestros lectores con una afirmación que llegó a ostentar cierta omnisciencia: la crisis hegemónica no está cerrada, las tendencias a la descomposición económica no fueron superadas, por lo tanto, el Argentinazo, como proceso, aún sigue en pie. Y un día, con una aparente brusquedad, el régimen comenzó su cuenta regresiva. La causa es que se ha reabierto una herida que no se ha cerrado nunca. Y ha comenzado a desangrarse… En este proceso, la izquierda se ha dispersado. Algunas organizaciones se integraron a la alianza de la burguesía rural (PCR y MST). Otras, a la del gobierno-UIA (PC). El conflicto llegó incluso a las organizaciones que se negaron a apoyar a una u otra fracción. Estas no pudieron organizar una plaza común para el 1º de Mayo. Como otras veces, no faltará quien vuelva a insistir con la “mezquindad” de los dirigentes de la izquierda que impiden la tan mentada “unidad”. Estas afirmaciones no toman en cuenta la envergadura del proceso que atravesamos. Toda crisis, si es profunda, arrastra al conjunto de las clases y al conjunto de las organizaciones. A su vez, pone a prueba los programas. No es extraño que en 1945, en plena crisis política, una parte de la izquierda se haya ido con Braden y otra con Perón. La insurrección de 2001, como caso extremo, delimitó posiciones y zanjó diferencias entre la estrategia revolucionaria y el reformismo. Con todo, el hecho más importante a tener en cuenta es que la burguesía argentina ostenta la mayor debilidad desde su supervivencia a los combates del 2001/2002. Pero sus lesiones han sido demasiado profundas y ahora se han vuelto a inflamar. La izquierda tiene una tarea urgente y no podrá intervenir con eficacia si no levanta un programa de independencia de clase. Debe defender, en primer lugar, los intereses propios del proletariado y abandonar todas las ilusiones nacionalistas, campesinistas y pequeñoburguesas, que no son sino formas en que se presenta el programa del enemigo. Si la burguesía disparó el elemento deliberativo en el campo, hay que organizar a nuestros compañeros peones. Allí hay un mundo por ganar y poco tiempo que perder. En cuanto la burguesía amague a imponer una salida propia, se debe dejar en claro que los trabajadores no pagarán con los costos. Donde quiera que la clase dominante se dispute las riquezas, hay que proclamar que se trata de nuestro trabajo y que, como corresponde, tenemos derecho a administrarlo.