Cecilia B. García, Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo en el CEICS
El desarrollo de un proceso revolucionario se da a través de avances y pausas. Durante estas pausas cada uno de los bandos en pugna intenta juntar y recomponer fuerzas. La tarea central de una fuerza social reaccionaria es la recomposición del estado que tras la apertura del proceso revolucionario se ha debilitado. Esta reorganización del estado, es fundamental porque, por definición, el estado es el partido de la reacción, o sea de la clase dominante. ¿Qué ocurre, entonces, cuando un estado no tiene la fuerza suficiente para llevar adelante esas tareas? Un estado débil es como un ejército que ha perdido su vigor y debe ser recompuesto por la violencia.
Antes del estallido de la Revolución del 25 de mayo de 1810, se habían dado en la Colonia una serie de enfrentamientos políticos que, luego de las invasiones inglesas cuando la población de Buenos Aires logra armarse al margen del estado, se transforman en enfrentamientos militares. Pero estos hechos ya no se dan contra un enemigo externo sino en el interior de la sociedad colonial. En 1809 un grupo armado liderado por Álzaga, intenta un golpe militar contra el Virrey Liniers. Su meta por el contrario, era frenar el avance de la revolución tomando el poder para devolverlo, fortalecido, a sus antiguos dueños. Este levantamiento (cuyo carácter reaccionario muchos quieren negar por la presencia de Moreno en sus filas) es dirigido por el sector ligado al monopolio español interesado en el mantenimiento del vínculo colonial y su principal fuerza armada es el Tercio (milicia) de Gallegos junto con los Tercios de Vizcaínos y Catalanes. Estas milicias que habían sido organizadas durante las invasiones inglesas para la defensa de Buenos Aires se habían encolumnado tras la dirección y el programa reaccionarios. Su fracaso se debió a que las fuerzas revolucionarias también aprovecharon la pausa del proceso logrando disciplinar a sus propias fuerzas, en especial en el cuerpo de Patricios, trazando alianzas más amplias e incorporando tropas peninsulares (Andaluces y Montañeses), desmoralizando y desarmando a potenciales fuerzas contrarrevolucionarias y saqueando el fisco para financiar sus propias tropas.
Antes del Argentinazo, una fracción de la clase dominante conspiró contra el gobierno de De la Rúa. El resultado no deseado fue el inicio de un proceso revolucionario y, tras el golpe asestado por el levantamiento popular, la disgregación de la clase dominante. Haber congelado las grandes disputas en el seno de la clase ha sido el mérito de Duhalde y Kirchner. Sin embargo, congelar no significa resolver: el Estado argentino ha dado muestras de su debilidad en lo que hace al disciplinamiento de su personal político. Al mismo tiempo mostró su debilidad ante la clase obrera: dar marcha atrás con su proyecto de las brigadas anti-piqueteras. El proceso no se ha cerrado aún, estamos en una pausa. El que mejor la aproveche, vencerá.