Georg Lukács
(1885-1971)
El reflejo de la realidad en el arte procede de las mismas oposiciones que cualquier otro reflejo de la realidad. Su nota específica consiste en que él, para la abolición de dichas oposiciones, ensaya un método distinto al de las ciencias. Este carácter específico del reflejo de la realidad en el arte podemos caracterizarlo de la mejor manera si partimos teóricamente del objeto logrado, para dilucidar desde allí los presupuestos de su logro. Este objetivo consiste, en todo gran arte, en dar una imagen de la realidad en la cual la oposición entre fenómeno y esencia, entre lo individual y la ley, entre inmediatez y concepto, etc., se suprime de tal modo que ambos elementos concurran, en una impresión inmediata suscitada por la obra de arte, a formar una unidad espontánea, que dichos elementos constituyan para el receptivo una indisoluble unidad. Lo general aparece como propiedad de lo individual y de lo especial. La esencia se hace visible y experimentable en el fenómeno, la ley se muestra como causa específicamente determinante de lo individual, especialmente representado. Con mucha claridad expresa Engels esta manera de ser de la creación artística, cuando dice de las características de los personajes de la novela: “Cada figura es un tipo, pero también, a la vez, un determinado individuo, un ‘éste’, como se expresa el viejo Hegel. Y así tiene que ser.” De aquí se sigue que toda obra de arte debe ofrecer una coherencia unitaria, redondeada en sí misma, en sí misma acabada. Y por cierto, una coherencia tal que su movimiento y estructura sean inmediatamente evidentes. La necesidad de esta evidencia inmediata se pone de manifiesto de la manera más clara precisamente en la literatura. Las conexiones reales y más profundas de una novela, por ejemplo, o de un drama pueden revelarse sólo al final. A la esencia de su estructura y de sus efectos pertenece el que sólo el final nos dé una explicación real y completa del comienzo. Y, con todo, su composición fuera completamente equivocada y sin efecto, si el camino que conduce a este final en que ella remata no fuera en todas sus etapas de una evidencia inmediata.
Las determinaciones esenciales de ese mundo que nos presenta una obra literaria se revelan, pues, en una sucesión y gradación artísticas. Pero esta gradación debe realizarse dentro de la unidad de fenómeno y esencia, existentes desde el comienzo en forma inmediata e indestructible. Ella debe hacer, dentro de la concretización progresiva de ambos momentos, cada vez más íntima y evidente la unidad de éstos.
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La aparente unidad de la obra de arte, su aparente incomparabilidad con la realidad, descansa precisamente en el hecho del reflejo de la realidad en el arte. Pues esta incomparabilidad es, en efecto, apenas una apariencia, si bien necesaria y propia de la esencia del arte.[…]
La unidad de la obra de arte es, pues, el reflejo de la vida en su movimiento y en su concreta y vivaz coherencia. La ciencia, naturalmente, se propone también este objetivo. Ella logra la concreción dialéctica penetrando cada vez más profundamente en las leyes del movimiento. Engels dice: “La ley general del cambio de forma es mucho más concreta que todo ejemplo particular ‘concreto’ de éste.” Este proceso del conocimiento científico de la realidad es infinito. Esto es, en todo auténtico conocimiento científico se refleja fielmente la realidad objetiva. En cuanto esto acontece, es dicho conocimiento absoluto. Pero como la realidad misma es siempre más rica y variada que toda ley, pertenece a la esencia del conocimiento que se le continúe perfeccionando, enriqueciendo y agudizando, que lo absoluto aparezca siempre en la forma de lo relativo, de lo sólo aproximadamente auténtico. También la concreción artística es una unidad de lo absoluto y lo relativo. Pero una unidad que, dentro del marco de la obra de arte, no se puede sobrepasar. El desarrollo ulterior objetivo del proceso histórico, la evolución ulterior de nuestro conocimiento de este proceso no suprime el valor artístico, la importancia y efecto de las grandes obras de arte, que configuraban certera y profundamente su época.
A esto se agrega, como segunda diferencia interesante entre el reflejo artístico y el científico de la realidad, que los conocimientos científicos particulares (ley, etc.) no existen independientemente unos de otros, sino que formas un sistema coherente. Y esta coherencia es tanto más estrecha cuanto más desarrollada llega a ser la ciencia. Sin embargo, toda obra de arte debe existir para sí misma. Naturalmente, hay una evolución del arte. Naturalmente también, tiene esta evolución una coherencia objetiva, y se le puede conocer con todas sus leyes. Pero esta coherencia objetiva de la evolución del arte, como de una parte de la evolución general de la sociedad, no desvirtúa el hecho de que la obra de arte sólo llega a ser obra de arte porque posee esta unidad, esta capacidad de actuar para sí únicamente.
La obra de arte debe, pues, reflejar, en una coherencia certera y certeramente proporcionada, todas las propiedades esenciales que determinan objetivamente la porción de vida configurada por ella. Ella debe reflejarlas de tal modo, que esta porción de vida llegue a ser en sí y desde sí comprensible, revivible, que aparezca como una totalidad de la vida. Esto no significa que toda obra de arte ha de proponerse como meta reflejar la totalidad objetiva, extensiva de la vida. Todo lo contrario, la totalidad extensiva de la realidad sobrepasa necesariamente los límites posibles de toda creación artística. Ella puede sólo ser reproducida teóricamente por el proceso infinito de la ciencia en total, en aproximación siempre creciente. La totalidad de la obra de arte es, más bien, una totalidad intensiva: la coherencia redondeada y en sí conclusa de aquellas determinaciones, que son –objetivamente-de importancia definitiva para la porción de vida configurada, que determinan su existencia y su acción, su cualidad específica y su posición en el todo del proceso vital. En este sentido la canción más breve no es menos una totalidad intensiva que el poema épico majestuoso. El carácter objetivo de la porción de vida configurada, en acción recíproca con leyes específicas del género adecuado a su configuración, decide sobre la cantidad, cualidad, proporción, etc., de las determinaciones que se ponen de manifiesto.[…]
El hecho de ignorar la necesidad objetiva en el reflejo de la realidad se pone también de manifiesto como supresión de la objetividad en el activismo del arte que crea en tal forma. Tuvimos ya ocasión de ver en Lenin y Engels que el partidarismo es también en la obra de arte un elemento de la realidad objetiva y de su reflejo objetivo artísticamente justo. La tendencia de la obra de arte habla por boca de la conexión objetiva del mundo plasmado en la obra de arte; es el lenguaje de ésta, y así –transmitido por el reflejo artístico de la realidad- es el lenguaje de la realidad misma, y no la opinión subjetiva del autor, la cual se pone de manifiesto clara y francamente. Así pues, la concepción en el arte como propaganda directa, concepción sustentada en el arte contemporáneo sobre todo por Upton Sinclair, pasa inadvertidamente por alto las posibilidades de propaganda más profundas y objetivas del arte, pasa por alto el sentido leniniano del concepto del partidismo y pone en su lugar una propaganda puramente subjetivista que no surge orgánicamente de la lógica de los mismo hechos plasmados, sino que queda en mera manifestación subjetiva de la opinión del autor.
NOTAS
1 Tomado de Georg Lukács: “Arte y verdad objetiva”, en Problemas del realismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1966.